Y nos robaron la clínica, un libro de Emilio Alberto Restrepo

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Antojos |

Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.

 

 

Esta novela está basada en una serie de casos y asuntos que parecen tomados de la vida real, pero son producto de la imaginación del autor. Muchos personajes son inventados para efectos de la función narrativa. Si los nombres o las situaciones evocan a alguien en específico, no se haga ilusiones, es pura casualidad. A veces la maldad y las intrigas humanas imitan la ficción, y esto es inevitable…

 

Prólogo

No podía creer lo que estaba pensando y haciendo, pero era cierto: en ese momento yo estaba allí, sentado frente a mi colega Pascual Gervasio, como obedeciendo un mandato que me desbordaba, que era superior a mí, y le estaba ofreciendo en venta mis acciones en la Clínica.

Le estaba entregando mi patrimonio, pero era más que eso, pues al tiempo estaba permitiendo que se volatizara el sueño de toda mi vida, la premisa por la que había luchado desde siempre, la promesa del porvenir, el sustento de mi retiro, la solidez, en fin, estaba echando al retrete todo por lo que había luchado a brazo partido durante mi etapa profesional.

Y lo hacía sin ofrecer resistencia, casi que sin chistar… mentiras, lo hacía incluso con cierto regocijo, con la nueva convicción de que esta vez sí que estaba haciendo lo correcto.

Pero vamos por partes, pues en realidad es un asunto complicado. Tan complejo, que involucra la vida misma y es el reflejo de lo que en ese momento estaba ocurriendo dentro y fuera de mí.

Me llamo Mauricio Lotero, soy médico, especialista en ginecología, obstetricia y laparoscopia. Soy un producto típico de la clase media de una ciudad tercermundista, y con el esfuerzo incondicional de mi familia logré ir escalando uno a uno los peldaños económicos, académicos y sociales, en un armónico sincronismo de talento, padrinazgo, dedicación y suerte, que me permitieron convertirme con el tiempo en lo que todo el mundo normalmente aspira: el dueño de su propia fuente de trabajo, en un ambiente de respeto profesional, haciéndome a una clientela cada vez más fiel y consolidada.

Alrededor de los treinta años ya había conquistado cada uno de mis sueños, todo me salía de acuerdo a mi diseño, cada vez estaba en mejores condiciones, había formado mi familia y las cosas no podían ir mejor. Era cuestión de cimentar lo edificado para después bajar un poco el ritmo y poder seguir navegando en aguas más tranquilas. Por lo menos era lo que yo pensaba.

Entonces vino la demanda.

Y después, vino la quiebra.

Y créanme, era solo el principio.

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