Su casa, su vida, ha sido un mosaico permanente entre dos regiones lejanas y las múltiples búsquedas en el arte, los objetos y la naturaleza.
Fotos por: Jess Ar
Pintura para comer
La primera estación es en la cocina. Sobre la mesa, una bolsa repleta de confites de cardamomo recibe al visitante.
Es el inicio del recorrido por un camino de hierbas aromáticas, verduras y plantas medicinales. Los cultiva en su tierra de La Florida, que comparte con su compañero en la vida y en el amor, el también artista Álvaro Hoyos.
Cuando los nombra, las palabras salen de su boca con sus propias formas y colores:
Zagú
Tomatillo
Papa china
Tomate mexicano
Lechugas
Verdes, rojas y amarillas, las verduras se despliegan sobre la mesa igual que los colores en su paleta de pintora.
Pueden ser comida para pintar… o pintura para comer. Depende desde donde se le mire.
[sliderpro id=”137″]
A la casa de la artista Viviana Ángel, una de las creadoras de la organización cultural La Cuadra se entra por la cocina.
Y uno corre el riesgo de quedarse allí: la promesa de las ensaladas que constituyen su plato favorito será siempre una tentación.
Dice que es una afición reciente y que ese milagro vegetal la remite a sus raíces.
“Mi padre, que vivió una infancia dura, llena de muchas carencias, siempre expresó un deseo, postergado una y otra vez, de tener una finca. Los altibajos de sus actividades económicas no hacían sino aumentar la distancia entre sus anhelos y la realidad.
Pero cuando mi tío logró hacerse a una tierra, el hombre convirtió la siembra de plantas y el cuidado de la huerta en un ritual: algo así como su misa dominical. No sé de qué manera, pero verlo plantando me conectaba con algo esencial de mi vida personal.
Supongo que esa costumbre lo arrojaba- y a mí con él- a una parte esencial de sus raíces rurales. Yo, que siempre fui una mujer por completo urbana, atendí a ese llamado y ahora no solo me dedico al cultivo de la huerta en compañía de Álvaro, sino que proyecto toda una indagación artística de esos territorios. Los árboles, las plantas y sus propiedades son portadores de un lenguaje que vale la pena explorar”.
Ese viaje a las raíces tiene nombre propio. Amelia Jaramillo, su abuela paterna, la madre del escritor Hugo Ángel Jaramillo, todo lo curaba con hierbas.
Y a esta altura de la vida, Viviana Ángel ha descubierto que le gusta esto. Sobre la mesa de la cocina hay una prueba humeante: una bebida aromática en la que destaca el olor de la mandarina y el cardamomo. Los aromas de una infancia remota, tal vez.
El orden y el caos
Es hora de abandonar la cocina. Desde la puerta de la casa una sucesión de mosaicos da cuenta de una experiencia estética y vital que se vuelve omnipresente.
Mosaicos en la fachada. Mosaicos en la cocina. Mosaicos en las escaleras. Mosaicos en los baños. Mosaicos en las alcobas. Mosaicos en el taller. Mosaicos. Una casa entera devenida mosaico.
Esa sucesión de figuras es a la vez puerto y estación en una ruta que lleva de la parte alta de la casa, donde todo está ordenado por el gusto, hasta el reino del caos donde los artistas tienen sus talleres.
Aquí abajo las cosas son a otro precio: martillos, seguetas, palines, limas, pinturas, guantes, toallas, cuadros a medio hacer.
Taller: aquí entiende uno el milenario sentido de esa palabra: la forja, el yunque, la lucha entre la piedra y las formas, entre el agua y el fuego, entre el orden y el caos.
De esos talleres concentrados en el sector surgió uno de los proyectos culturales más importantes de la ciudad: La cuadra.
“Eso fue a finales del siglo pasado. Corría el año 1999. Un día estábamos reunidos los pintores Carlos Enrique Hoyos, Jesús Calle y yo. Nos acompañaba el fotógrafo Javier García.
Y en un momento de la charla nos pusimos a pensar en la feliz coincidencia de que todos viviéramos y tuviéramos los talleres en el mismo vecindario ¿Por qué no trascender el carácter privado y solitario de esos espacios, para hacerlos públicos y entablar un diálogo con la gente? De esa manera se gestó el proyecto, buscamos algunos respaldos y en noviembre de ese mismo año, antes de que sonaran las campanas del nuevo siglo arrancó la primera edición.
De ese momento tengo una visión especial: asistieron veinticinco personas, ni una más ni una menos. Hoy, después de muchos altibajos, asisten en promedio unas mil quinientas personas cada mes. Y aunque las cosa no pueden reducirse a la estadística, si emociona ver como una multitud de todas las edades se toma cada mes el sector, como una forma de reivindicación festiva de lo público.
Por supuesto, ha sido muy importante el respaldo de instituciones como el Colombo Americano o la Fundación Germinando, así como de algunos negocios instalados en la zona. Hoy, aunque formalmente no soy parte de La Cuadra, en la práctica sigo vinculado a la idea, porque aquí tengo mi casa y mi taller”.
Las ciudades soñadas
Pelo rojo. Ojos claros. Manos blancas moldeadas por la suave dureza de los materiales con los que trabaja.
Viviana Ángel construye unas frases largas y sinuosas. Largas y sinuosas como los senderos que trajeron a sus antepasados desde la remota Homs, en una Siria siempre asolada por los bárbaros, hasta estas tierras de montaña donde echaron raíces golpe a golpe, verso a verso, como cantara el poeta.
“En el año de 1997 realicé una instalación, siguiendo, como siempre, las señales de la intuición y ayudándome con la técnica. Usted lo puede ver aquí en esta pared. Al final lo bauticé con el nombre de Ciudad Perdida. Desde luego, como sucede con los títulos, uno no siempre obedece a fuerzas conscientes y eso lo vine a comprobar tiempo después”.
Los Chujfi, los antepasados maternos de Viviana Ángel, llegaron a Pereira en uno de esos éxodos desatados por las guerras. Un alto porcentaje de ellos provenía de Homs, la antigua ciudad de Emesa, la tercera más importante del país después de Damasco y Alepo.
Y un día de 2006 la abuela, que había llegado a Pereira siendo una adolescente, quiso volver a Siria a los ochenta y seis. Viviana la acompañó en ese intento de recuperar el tiempo ido.
La empujaba la trampa de la distancia. Y como sucede en ese tipo de situaciones, el siguiente paso la condujo a la decepción: nada ni nadie era como aparecía en el mapa de sus recuerdos. No comprendía ya la manera como se trataba a las mujeres. Los hombres le parecieron feos y rudos. El paisaje de su ciudad soñada no era el mismo.
Total: un paseo programado para un mes duró apena diecisiete días. La abuela quería volver a su tierra, a Pereira.
Cartografía Interior
Para la artista Viviana Ángel esas dos semanas supusieron otra cosa: la revelación de su otra parte: el rostro de oriente.
“Fue toda una sucesión de impresiones y descubrimientos. En una de las etapas del viaje abreviado por las nostalgias encontradas de mi abuela, visitamos una pequeña población cercana a Homs. Igual que hacen todos los viajeros, tomamos fotografías y cuál no sería mi sorpresa cuando alguien me advirtió que esa ciudad era la misma que yo había pintado años antes sin haberla visto antes. Supongo que son esos secretos y recuerdos que circulan por la sangre de generación en generación. Supongo, porque en el fondo todas esas cosas seguirán siendo un misterio”.
En un intento por descifrar algunas de las claves de ese misterio, Viviana emprendió la creación de una obra en la que el mapa de Siria hace las veces de laberinto y los textos fragmentados de viejos libros árabes obran a modo de guías, de señales instaladas a la vera del sendero para ayudarles a los caminantes a encontrarse consigo mismos. O al menos con una parte inexplorada de sí mismos.
[sliderpro id=”138″]
“En esa misma dirección apunta una colección de trabajos basados en el turquesa y el amarillo: los colores de las joyas traídas de oriente que nos regalaban en las fiestas especiales de la infancia. La primera comunión, los quince años, los aniversarios. En esos collares y pulseras habita todo un simbolismo que vale la pena explorar. En esas ando ahora”.
La maestra
Más de media vida entre cuadros, pinceles y mosaicos le ha dejado a Viviana muchas cosas para enseñar. Por eso esta mujer que ama el jazz, los boleros, las canciones de Nina Simone y los ritmos de Herencia de Timbiquí decidió dedicar parte de su tiempo a la enseñanza.
“Es muy importante enseñarles a los profesores para que aprovechen el enorme potencial con que cada niño llega al mundo. La escuela debe funcionar como un laboratorio que permita el intercambio permanente, sin mediaciones de poder, entre los maestros y los pequeños.
Mire, aquí en la puerta de mi taller tengo pegado el regalo que me hizo Víctor Ayala, un campesino discapacitado residente en La Florida. Es un dibujo elemental, pero lleno de vida y de intensidad. Es un retrato que él hizo de mí y expresa esa fuerza interior que espero explorar en los niños, ayudando a formar a los maestros”.
[sliderpro id=”139″]
Aquél al que la naturaleza empiece a desvelarle sus secretos manifiestos, experimentará un anhelo irresistible por conocer a su más digno representante en el arte.
La frase de Goethe, escrita en computador, y fijada con cinta adhesiva en una pared del taller, es toda una declaración de principios para los habitantes de esta casa hecha de mosaicos y búsquedas.
Como también lo son estos versos de Dulce María Loynaz, una de las poetas amadas de la artista, que flotan en el aire a modo de despedida:
Hágase en nos tu voluntad
Aunque ella sea que nuestra vida
Solo dure
Lo que dura una tarde.