La radio es compañía. Día Mundial de la Radio 2020.
Voces a puro pedal
“El jardinerito de Fusagasugá empieza la trepada de La Isla a Anserma. Sentado en el sillín de su caballito de acero, devora, pedalazo a pedalazo, los kilómetros que lo separan del premio de montaña en el Alto de San Clemente”.
En los años ochenta del siglo anterior, Beatriz González era una niña que residía con sus padres, Miguel y Alba Rosa, y con sus hermanos Bernardo, Fernando y Augusto en una pequeña finca ubicada a las afueras de Guática, un pueblo de tierra fría perteneciente al Departamento de Risaralda.
Cuando escuchaban en la radio de AM al requetemacanudo Julio Arrastía Bricca anunciando con su deje bonaerense el avance de los ciclistas, los integrantes del clan emprendían su propia carrera rumbo a la vía que conduce de Anserma a Medellín.
Allí esperaban el paso de la nueva camada de ciclistas colombianos en la que resaltaban nombres como los de Alfonso Flórez, Israel Corredor, Edgar Corredor, Patrocinio Jiménez y Lucho Herrera.
Eran el relevo natural de la generación de Cochise Rodríguez, Rafael Antonio Niño, Rubén Darío Gómez y Álvaro Pachón.
¿Qué fuerza empujaba a la familia González a recorrer varios kilómetros, si al fin y al cabo sólo obtendrían la recompensa fugaz de saludar agitando pañuelos a unos hombres corajudos y extenuados que apenas si notarían su presencia?
Desde luego, no era propiamente el ciclismo: era el mito forjado por locutores y comentaristas deportivos que atravesaban las regiones de Colombia creando su propia leyenda.
Primero fueron Carlos Arturo Rueda y Julio Arrastía, un costarricense y un argentino que acabaron por echar raíces en Colombia.
Luego fueron remplazados por voces como las de Rubén Darío Arcila, Héctor Urrego y Jorge Eliécer Campuzano.
Y todos a través de estaciones de radio en AM, frecuencias en las que primero Todelar y más tarde RCN y Caracol marcaron la pauta.
A través de sus voces, los colombianos de todas las regiones se enteraron de que formaban parte de un territorio conformado por tierras distantes y disímiles, separadas por una urdimbre de ríos y montañas a menudo inexpugnables.
Fue el AM lo que permitió ese primer encuentro virtual entre nuestras regiones.
En términos técnicos, AM quiere decir amplitud modulada y fue el primer recurso utilizado para hacer radio.
Su ancho de banda oscila entre 10 KHZ y 8 KHZ. Al tratarse de frecuencias más bajas y al ser mayores sus longitudes de onda, el alcance de su señal es ostensiblemente más amplio en relación con el FM o frecuencia modulada.
Fue mediante esas ondas como los colombianos de las sabanas de Córdoba y de los algodonales del Magdalena supieron de la existencia de zonas tan frías como el altiplano cundiboyacense o de lo que significaba trepar a sitios conocidos con el nombre de Alto de Minas, Páramo de Letras y Alto de la Línea.
En el caso de Colombia, todo empezó el 12 de abril de 1923, cuando el presidente, General Pedro Nel Ospina, le envió un mensaje de agradecimiento a Guillermo Marconi, con motivo de la inauguración del telégrafo inalámbrico en el país.
Ese fue el primer paso que condujo al nacimiento de la Voz de Barranquilla en 1929, bajo el mando de Elías Pellet Buitrago, un radioaficionado con un amplio recorrido en comunicaciones.
A Pellet se sumarían más tarde Manuel Gaitán, con la Voz de la Víctor, Hernando Bernal Andrade en Radio Santafé, Gustavo Sorzano y Francisco Bueno en Bucaramanga, los hermanos Fuentes en Cartagena, así como los hermanos Alford, fundadores de la Emisora Nueva Granada, génesis de lo que hoy es RCN radio.
Desde ese momento, las estaciones de AM empezarían a multiplicarse por todo el territorio nacional. En el caso de Pereira, entonces parte del Departamento de Caldas, el gran pionero fue Óscar Giraldo Arango, fundador de La Voz Amiga.
La sintonía con esas emisoras les permitió a los colombianos de varias generaciones mantenerse al día con acontecimientos que marcaron el rumbo de la vida nacional y planetaria: el tránsito de la hegemonía conservadora a la República Liberal, el nacimiento y la deriva hacia la vorágine de la violencia entre liberales y conservadores, la Segunda Guerra Mundial, el ascenso y caída del dictador Gustavo Rojas pinilla, el triunfo de la Revolución Cubana, la llegada de los primeros hombres a la luna, la muerte del sacerdote insurgente Camilo Torres en las montañas de Santander.
Por eso, cada vez que alguien ponía cara de incredulidad ante la magnitud y el impacto de los hechos, su contertulio no dudaba en replicar: “En la radio lo dijeron”. La voz de los locutores era algo así como una prueba de irrefutabilidad.
Aunque para esa época ya existían las noticias falsas, como aquellas en las que se prevenía a la gente porque Fidel Castro le estaba echando vidrio molido al pan consumido por los colombianos en las montañas más remotas.
O para las exacerbaciones patrióticas: el presidente Guillermo León Valencia convirtiendo el célebre empate con la Unión Soviética en Chile 62 en “Una victoria de la democracia contra el comunismo”.
Acordes lejanos
Pero fue sobre todo la música. Desde el momento de su nacimiento, las emisoras de AM se dedicaron a reproducir el cancionero llegado del mundo en esos gruesos discos de vinilo que operaron a modo de revelación sonora: el canto lírico del gran Caruso, las rancheras y corridos de México, las big bands norteamericanas, los boleros del caribe, los cantos de Gardel y Magaldi, el lamento eterno de los Trovadores de Cuyo, los valses peruanos y ecuatorianos, los ritmos tropicales de Venezuela, las cuecas chilenas.
Y, claro: también los compositores y cantantes vernáculos. Los tempraneros Pelón y Marín, Garzón y Collazos, Lucho Bermúdez, José Barros, Ibarra y Medina.
Todos ellos abrieron las compuertas para una avalancha que se abrió paso a través de los transistores portátiles en campos y ciudades: las baladas engendradas por el bolero y por la tradición provenzal, el jazz, el rock and roll, los crooners norteamericanos y británicos.
Hasta la voz de la legendaria Lili Marleen nos llegó desde Alemania.
Las emisoras de AM y sus locutores empezaron a rodearse de un aura mítica. Armando Plata Camacho, Gonzalo Ayala y Alfonso Lizarazo están sembrados en la memoria de varias generaciones de colombianos, al igual que estaciones como Radio 15 y Radio Tequendama.
En el ámbito local tuvimos nuestro propio entramado: Radio Centinela de Todelar, Radio Reloj de Caracol, y más tarde Radio Calidad de RCN fueron hitos de la radiodifusión. Y con ellas las voces de los hermanos Rentería Pino, Luis Eduardo Tabares, Edison Marulanda y Carlos Alberto Cadavid se convirtieron en orientadores de nuestra educación sentimental.
No por casualidad el cantante argentino Sabú, muerto a temprana edad en México, solicitó que al momento de su funeral el féretro fuera cubierto con la bandera colombiana: sólo en el Eje Cafetero tenía más seguidores que en su propio país.
El empezose del acabose
Como sucede siempre, alguien no se enteró en el momento oportuno de que el mundo da vueltas y en cada giro cambia de faz. Deslumbrados por el resplandor del propio ombligo, los patriarcas no se dieron cuenta de que la tecnología comenzaba a avasallarlos. El FM primero y los prodigios digitales después determinaron el declive de las emisoras que reinaron en el gusto de la gente durante más de medio siglo.
Solo las cadenas controladas por grandes conglomerados económicos atinaron a invertir en tecnología y en la contratación de grandes voces y comentaristas.
Las demás no tardaron en languidecer hasta su desaparición. Sólo en el último año en Pereira han apagado sus transmisores las filiales de Todelar y Colmundo.
Lo mismo acontece en todas las regiones del país. Las mismas que se asomaron por primera vez a las maravillas y horrores del mundo escuchando transmisiones de radio.
Un paso más y otro puñado de ellas no será más que materia de conversación para nostálgicos.
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