Adorable y odiosa París: a veces memoria viva, a veces parque temático

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Mientras tanto, París seguirá siendo sinónimo de inspiración, romance, moda y belleza, sustentada en parte por el supuesto de que toda esta maravilla surgió de una manera fortuita, un producto colateral de un cuidado y planificado urbanismo.


 

¿Qué agregar a todo lo ya dicho sobre París?

Ampliamente conocida, publicitada y enlazada a los circuitos de la moda y las artes a través de todo el orbe, es, también la villa que en el 2017 superó todos los registros con un número de visitantes cercano a los treinta y cuatro millones.

La capital de Francia es, además, un ícono de la cultura. Su dotado urbanismo, desarrollado durante el Segundo Imperio bajo la dirección de Georges-Eugène Haussmann, designado para tal fin por el Emperador Napoleón III, no tiene parangón en el mundo occidental.

En un comienzo la inspiración para la revolución urbana encargada a Haussmann provino de los días de estancia en Londres del sobrino de Napoleón, sumada al resultado de las reformas adelantadas bajo su mandato, que incluyeron el desmembramiento de la intrincada aldea medieval, la apertura de extensos bulevares, y la dotación o reutilización en la zona central de la capital francesa de numerosas edificaciones, que a su vez eran obras de arte arquitectónico.

 

La renovación de París por parte de Haussmann fue un vasto programa de obras públicas encargado por el emperador Napoleón III y dirigido por su prefecto del Sena, Georges-Eugène Haussmann, entre 1853 y 1870. Imagen extraída de Wikipedia, artista Camille Pissarro, 1898

 

Todo ello sobrepasó con creces a sus más firmes referentes.

Lo cierto es que París parece inagotable. Estuve ya en otras ocasiones recorriendo los destinos obligados, pero una pequeña variación en el itinerario pudo hacer de esta visita, tal vez, algo diferente.

Decidí afrontar un trayecto de una media hora a pie, para transitar desde el distrito de Montparnasse hasta el complejo de Los Inválidos (Hôtel des Invalides), lo que me permitió deambular con calma por los sectores que se ubican entre los puntos de partida y llegada.

La ciudad se abría al sol en los días finales de agosto del 2018, y por tanto era posible contemplar en todo su esplendor las fachadas, muchas suntuosas y de igual lenguaje arquitectónico: las características construcciones del Siglo XIX levantadas en la época del plan Haussmann y otras novedosas concebidas con esmero y énfasis en los detalles, conocedoras, podría decirse, de la riqueza de su emplazamiento.

 

Las renovaciones del Segundo Imperio dejaron tal marca en la historia urbana de París que todas las tendencias e influencias posteriores se vieron obligadas a referirse, adaptarse, o reutilizar algunos de sus elementos. Foto por Martha Alzate

 

Las calles parecían desiertas de residentes y visitantes.

Una posible razón del vaciamiento podría relacionarse con una costumbre adoptada casi de manera unánime según la cual, para no desperdiciar tiempo en un lugar lleno de atractivos y altamente costoso, los forasteros se obligan a usar el metro; igualmente, los residentes lo toman, ya sea para evitar los rigores del caluroso verano o simplemente para hacer más eficientes sus desplazamientos.

En el París de hoy, la velocidad es una imposición. Lejos quedaron los días del flâneur, que parece virtualmente eliminado por varias razones, la prisa una de ellas.

¿Cuál era el sentimiento predominante en mí, durante ese paseo? ¿Podría decirse válidamente que se trataba de una suerte de arrobamiento?

 

Fachadas y balcones de París. Foto por Martha Alzate

 

Lo cierto es que mis reflexiones aquella tarde me llevaban a imaginar lo que ocurriría al interior de muros y ventanas. ¿Cómo sería vivir en París?, ¿qué sentiría aquel que miraba el mundo a través de la verja de tal o cual balcón?

Nuestro camino discurría por vecindarios que podrían denominarse residenciales, mayoritariamente inmóviles debido al marasmo que se apodera del espacio urbano en las ciudades europeas después de la hora del almuerzo, siendo la excepción a esta regla las zonas con mayor afluencia de público, donde es posible encontrar comercios abiertos de manera continua, a la vez que es obligado toparse inevitablemente con las odiosas multitudes.

Así, habiendo arribado a los alrededores del destino trazado, El Palacio Nacional de Los Inválidos, reapareció el gentío, conformado por una cantidad considerable de turistas.

 

El Palacio Nacional de los Inválidos es un complejo arquitectónico situado en el séptimo distrito de París, cerca de la Escuela Militar. Es especialmente conocido por albergar los restos mortales del emperador Napoleón. Foto por Martha Alzate

 

Los Inválidos es el nombre bajo el cual se agrupan una serie de baterías habitacionales, pensadas para albergar a los soldados discapacitados o heridos en combate que hubieran quedado sin hogar. Fue una iniciativa del rey Luis XIV, que finalizó sus trabajos en el 1674.

Hasta ese monumento fueron trasladados los restos de Napoleón Bonaparte en 1840, que yacen en un mausoleo recubierto de piedras (cuarcita roja y granito verde), dispuesto en el eje central de la Iglesia del Domo (Cathédrale Saint-Louis des Invalides).

Para abrir lugar a la tumba napoleónica, fue requerida una reforma. Ordenada por el Rey Luis Felipe I, y encargada al arquitecto francés de origen romano Louis Joachim Tullius Visconti, a partir de ella se dispuso un gran agujero en el centro de la nave principal, para situar las cenizas sobre un pedestal que, coronado de laureles, permanece custodiado por doce esculturas o “Victorias”, figuras femeninas esculpidas por el artista James Pradier, que representan los principales triunfos del militar y emperador Bonaparte.

 

Mausoleo de Napoleón. Diseñado por Louis Visconti, es de porfirio rojo de Rusia y descansa sobre un zócalo de granito verde de Los Vosgos. Contiene seis féretros sucesivos. El más interior es de una lámina de acero recubierta de estaño, el segundo de caoba, el tercero y el cuarto de plomo, el quinto de madera de ébano y el último de roble. Foto por Martha Alzate

 

Edificios, iglesia y jardín anexo, constituyen un conjunto monumental, como tantos otros en París, dispuesto sobre la línea del urbanismo principal de la ciudad, de manera que desde los prados contiguos es posible tener la visual del Grand Palais y el Petit Palais, ubicados cada uno a un costado de la vía que comunica a Los Inválidos con los Campos Elíseos.

Todo lo construido al interior de los veinte distritos principales de París, fue concebido con dimensiones grandiosas y una factura estética sobresaliente.

Una galería abierta, cuya exposición permanente son las calles y los bulevares, al igual que espacios públicos y edificaciones, complementados por grandes plazas, palacios, museos, iglesias, entre otras instalaciones emblemáticas.

Todas ellas realizadas bajo la tutela de la ambición creativa, con fuerte predominio de los detalles decorativos y ornamentales.

 

Foto por Martha Alzate

 

Aún hoy, los elementos de hechura reciente parecen armonizar, así su arquitectura sea radicalmente distinta. Pero, a la vez que bella, una hermosura dispuesta para la observación y el recorrido, París es hostil.

Los parisinos son antipáticos, y en los comercios atienden con desgano. Conocen de antemano que la clientela abunda, y no tienen la disposición de prestar un servicio cálido. Lo de ellos con el foráneo es un contrato temporal que, entre más rápido e impersonal se desenvuelva más rentable se hace a sus ojos.

Si se desea tomar un café y es la hora del almuerzo, por ejemplo, con malas caras los encargados de cada establecimiento indicarán que los asientos están reservados solo para los que van a comer.

Y si el atribulado comensal no habla un francés perfecto o al menos aceptable, se fastidiarán sin esforzarse en ocultar su desagrado, llegando a negarse a responder  en absoluto.

 

Foto por Martha Alzate

 

Supongo, porque no lo sé, que debe ser insoportable encargarse de despachar bienes y servicios a la interminable horda turística que arrasa todo a su paso, y a la vez intentar subsistir en una localidad excesivamente costosa.

No se trata solo del importe de los insumos diarios y alimentos, muy por encima del promedio en el resto del país; de igual manera los inmuebles en los distritos centrales tienen precios elevadísimos, y muchos de los que allí residen, mimetizados detrás de sus elegantes portales, se ven forzados a habitar en espacios de menos de 20 m2.

Algunos hasta malviven en diminutas residencias que incluyen habitación-salón-baño-cocina todo dispuesto en 10 m2, espacios de sobra precarios acerca de los cuales es posible hacerse una idea consultando reportajes, videos, y otros testimonios que circulan en la red.

Conjeturo que buena parte de su animosidad se ha ido forjando con el tiempo a manera de adaptación: la resistencia precisa para no perecer en el intento de llegar a ser cabalmente un parisino. 

 

Fachadas casas de París. Foto por Martha Alzate

 

Existen, a su vez, otro tipo de molestias para los moradores de esta capital. En París, por momentos, se pierde la sensación de estar en una ciudad realmente habitada por residentes comunes y corrientes, sobre todo en la temporada de verano, y se ingresa en un modo del tipo escenográfico.

Esta impresión se refuerza con las actividades que se programan en el espacio público, muchas de ellas financiadas por el Ayuntamiento. Así, los puentes que cruzan el río Sena, por ejemplo, se disponen para albergar Representaciones de malabaristas, patinadores, saltarines, titiriteros, y hasta músicos de conservatorio.

Todos ellos encargados de efectuar una suerte de teatro al aire libre, dirigido de manera prioritaria a los turistas, cuyo indeseable efecto es interrumpir de manera significativa las dinámicas propias de la urbe.

Un concepto de entretenimiento, masivo y gratuito sobre el espacio público, que lejos de constituir una auténtica expresión artística encarna una intención meramente comercial, que persigue obsesivamente la remuneración del paseante extranjero, pero que, al mismo tiempo, abomina de él y poco lo tolera.

 

Multitud en barrio de París

 

Un ejemplo: quise tomar una fotografía a un señor entrado en años que se disponía a sacar unos muñecos de una valija harto intrigante, desplegados humanidad, valija y muñecos sobre uno de los puentes más recordados del Sena.

Pues bien, el energúmeno me gritó en francés, bastante airado, que si deseaba hacer fotografías fuera a tomarlas a otra parte, que él no era una escultura de París.  Y siguió renegando hasta que logré perderme del alcance de su vista.

Y, tal vez, podría tener algo de razón, no lo descarto.

Ha de ser verdaderamente irritante para rebuscadores y habitantes esta saturación que copa los espacios sin dar lugar al descanso, si bien el distraído visitante promedio no se siente afectado por ello y las tribulaciones de residentes y comerciantes le son ajenas, no logrando disminuir en nada el efecto que la puesta en escena le provoca: una perpetua novedad dispuesta en aparente naturalidad, una magia que contribuye de manera importante a que París se haya convertido en una especie de Disneyland de las ciudades del mundo.

 

Panorámica de París. Foto por Martha Alzate

 

Pero las incomodidades y los otros efectos indeseados de la industria turística, como su gran aporte a la contaminación ambiental, se toleran de buena gana en virtud de ser ella fuente de cuantiosos ingresos para los países que constituyen los destinos favoritos de los consumidores de paisajes y territorios, procedentes de todos los rincones del planeta.

A pesar de todos los argumentos que puedan esgrimirse en contra de esta exhibición, que en sí misma contiene mucho de ostentación, pretensión y explotación, la belleza del centro de París, la amplitud y exuberancia de su urbanismo, y la continuidad de una arquitectura destacada y conservada, es un hecho que deja poco margen a la discusión.

La pregunta obligada en cualquier debate relativo al aprovechamiento actual de estos atractivos en relación a la vida citadina, podría ser: ¿cómo no derivar de este patrimonio beneficios para la economía nacional y local?

 

Ayuntamiento de París (Hôtel de Ville de Paris, en francés) alberga las instituciones del gobierno municipal de París. Foto por Martha Alzate

 

Reflexionando sobre estas cuestiones, acuden a mi mente otros interrogantes.

¿De qué manera saber si Haussmann se propuso, en los años en que la modernidad posibilitó la expansión de los asentamientos medievales incorporando técnicas de saneamiento básico y construcción masiva, crear una ciudad museo?

¿Se podría conocer si en aquellos lejanos días, en que se posaba el horizonte del siglo XIX y se alzaban los albores del siglo XX, fomentar el turismo masivo fue una pretensión consciente del principal artífice del primer destino del mundo?

Estas inquietudes me han llevado a adquirir el libro Memorias de Haussman, una recopilación de sus reflexiones acerca de Les Grands Travaux, la serie de grandes obras públicas realizadas en el Segundo Imperio, que transformaron la capital gala en lo que hoy es.

 

Libro Memorias de Haussman. Foto por Martha Alzate

 

Mientras tanto, París seguirá siendo sinónimo de inspiración, romance, moda y belleza, sustentada en parte por el supuesto de que toda esta maravilla surgió de una manera fortuita, un producto colateral de un cuidado y planificado urbanismo.

Podría definírsela como un artefacto adorable, del cual es posible enamorarse gracias precisamente a su aparente espontaneidad.  Para conservar esta ilusión, habrá que ver cuánto de esta teoría se puede sustentar en las evocaciones del Barón Haussmann.

Así cantó a ella Yves Montand, en À Paris:

Car le vent

Quand il vient à Paris

N’a plus qu’un seul soucis

C’est d’aller musarder

Dans tous les beaux quartiers

De Paris

 

Aquella lejana tarde de verano, parafraseando a Montand, quise ser ese viento, cuyo único problema consiste en recorrer despacio los bellos barrios de París, y a la vez, sin pasar por alto toda su innegable hermosura, me fue dado otear su costado siniestro, tenebroso, avasallador.

Y no pude dejar de notar que ella puede ser, también, el oro en estado de asedio permanente que torna su precioso núcleo en helado armamento, lacerando, desgarrando, o llegando incluso a suprimir todo impulso de vida.

 

Galería del Palacio Nacional de los Inválidos y calles de París

Directora del portal web La Cebra Que Habla

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