Consecuentes con esta forma de pensar, en asentamientos como Köln existe la doble intencionalidad: una que se encarga de preservar el patrimonio histórico, y otra, no menos relevante, que procura seguir aportando al acumulado cultural.
El proyecto del Mediapark, que incluye una torre de oficinas diseñada por el reconocido arquitecto francés Jean Nouvel, es el segundo edificio más alto de Colonia después de la Catedral, y varios otros inmuebles proyectados por distintos arquitectos. Fue concebido por el arquitecto alemán-canadiense Eberhard Zeidler. La ambición de la municipalidad al abordar esta tentativa fue renovar una antigua zona de patios de descarga, a desarrollar progresivamente, cuyo punto de tensión estaría ubicado en el lago dispuesto a manera de cinturón y en la plaza central contigua, atendiendo a que los parqueaderos y recorridos subterráneos complementarían esta centralidad a nivel subterráneo. La iniciativa permitió desarrollar parcelas individuales, cuyo planteamiento debería contribuir al propósito general de crear un nuevo distrito para las empresas de tecnología, innovación, investigación, y cultura, además de incluir doscientas unidades residenciales, todo ello en unas veinte hectáreas. La distribución circular permite a las construcciones proyectarse unas contra otras, al igual que a sus fachadas principales verterse sobre la plaza central y el lago, éste último dotado con un puente peatonal que garantiza la conexión con el vecindario inmediato. El proceso comenzó en 1985 con la decisión del Ayuntamiento de actualizar el sector, y se anunció oficialmente en 1987 cuando Zeidler ganó el concurso internacional de diseño para la concepción del plan maestro. Durante los años siguientes, el conglomerado ha ido desarrollándose a través de la construcción de dieciséis entidades independientes, cada una de propiedad y estilo particular y, aun así, manteniendo una buena armonía entre ellas, lo que aporta conformidad y placidez al conjunto. Aunque debido a la competitividad y rapidez imperantes en el mundo que habitamos el lucro ha desplazado a la búsqueda de lo bello como finalidad de la obra arquitectónica, tal atributo no es un simple valor accesorio. Él representa la intencionalidad del hombre por expresar la complejidad en la que está inscrito, al tiempo que da cuenta de un deseo de trascendencia, y de la necesaria reflexión sobre el ambiente poblado y modificado como bien compartido. Siendo la ciudad aquello que nos contiene y moldea de manera privilegiada en la época en que vivimos, la búsqueda deliberada por lograr una arquitectura armoniosa obedece a la necesidad humana de referentes estables y concordantes, ya que la distribución y combinación espacial apropiadas aportan equilibrio social, otorgando tranquilidad a la existencia íntima y confianza en el porvenir colectivo. Los planes de desarrollo urbano son en sí mismos mucho más que extensiones para albergar estructuras construidas con el objeto de prestar un servicio práctico, una vivienda de habitación o un despacho. Sobrepasando el fin utilitario, los procesos de planificación como el de Mediapark, con su complejo sentido del urbanismo y el encanto de la arquitectura de cada edificación, tienen su origen en meditaciones amplias que incluyen diversas áreas del conocimiento. De esta manera, a partir del resultado obtenido, es posible percibir muchas peculiaridades de la sociedad que se ha propuesto adelantar este tipo de intervenciones, y también de quienes las han concebido. Así, a través de la piel del producto concluido, pueden leerse las fortalezas intelectuales y la calidad de las cavilaciones que han forjado el impulso creativo de cada arquitecto. Para hacerse una buena idea del tipo de consideraciones que subyacen a muchos de estos emprendimientos, basta con dar una mirada a los intereses que han guiado a los grandes arquitectos de la actualidad. Algunos ejemplos podrían ser: las inquietudes políticas de Jean Nouvel, las relaciones entre urbanización-edificios-transporte y el consumo de energía que rodean las preocupaciones medioambientales de Norman Foster, o el empeño por darle a la arquitectura el carácter de obra artística de Fran Ghery, entre muchos otros sobresalientes que han dedicado sus esfuerzos a construir y desarrollar núcleos urbanos, a la vez que se han propuesto realizar edificaciones que trasciendan la mera función pragmática inherente a los edificios y la infraestructura urbana. Por ello es encomiable que quienes dirigen los destinos de las urbes se interesen por incluir en sus programas tentativas en las cuales se mezclan varios de los objetivos mencionados: apertura de nuevos sectores, inclusión de elementos creativos, y producción de locaciones originales y atractivas con un alto contenido estético. Todo ello conlleva a la generación de valor para vecinos y residentes, destacándose de manera importante las ciudades en donde así se procede. Consecuentes con esta forma de pensar, en asentamientos como Köln existe la doble intencionalidad: una que se encarga de preservar el patrimonio histórico, y otra, no menos relevante, que procura seguir aportando al acumulado cultural, a través de creaciones artísticas y arquitectónicas que superen la volatilidad (liquidez la ha llamado el filósofo Zygmunt Bauman) que caracteriza los tiempos que vivimos. Es decir, que se conserva y a la vez se transforma lo urbano. Con el fin de concretar esta última intención, existe una determinación expresa de los proyectos por trascender, rebelándose contra los parámetros impuestos por el pasado, para abrirse un espacio propio, proponiendo la utilización de otros lenguajes, sin llegar a desconocer totalmente las realizaciones que les han precedido. El Mediapark es un buen ejemplo de ello. En sí mismo su voluntad es reformadora desde todo punto de vista. Fue concebido para dar uso a un antiguo solar en el que se realizaban actividades que habían quedado obsoletas. Pero no sólo se trataba de generar condiciones acopladas al mundo contemporáneo desde el punto de vista físico, sino que su deseo fue disponer todo un ambiente para ayudar a la sociedad residente en Köln a emprender nuevos caminos para mantenerse vigente en el ámbito económico mundial. Así, el Mediapark fue pensado hace ya más de treinta y cinco años para fraguar una vocación diferente a las anteriores que la habían caracterizado: crear el lugar adecuado para la instalación masiva de empresas de tecnologías de la información y comunicaciones. Si antes Colonia derivó su posición económica del comercio, cuyo escenario fue el gran río de Europa, el Rin, con el paso del tiempo las circunstancias fueron mutando hasta obligar a esta próspera población a reinventarse a través de la exploración de nuevas fuentes de ingresos. El Mediapark responde a esta demanda, al propiciar un entorno dispuesto para albergar y desarrollar el nuevo horizonte. Sumado a estas dos premisas, reutilización del terreno y proyección económica, el Mediapark ha buscado convertirse además en una insignia, no sólo por la complementariedad de los usos allí asentados (comercios, áreas culturales y de investigación, oficinas, residencias, zonas de uso público, etc.), sino, sobre todo, por la acción premeditada que intenta alcanzar la belleza, propósito que se plasma y se hace evidente en cada uno de los edificios que componen el conglomerado. Todo ello sin olvidar el contexto específico que rodea el emplazamiento, y establecer una suerte de relación con él. Esta pretensión se ha hecho visible particularmente en el primer establecimiento que abrió sus puertas en Mediapark, el cine multiplex Cinedom. Diseñado también por el arquitecto canadiense Zeidler, establece relaciones muy directas entre el bloque que alberga el cinema y los elementos icónicos que lo rodean, como la Catedral o el río Rin, y no descuida los detalles, tanto al exterior como al interior, que puedan asegurar este vínculo continuo. Como en el Gerling Quartier, otro llamativo proceso de renovación urbana relatado en mi nota de viaje anterior, al llegar hasta allí solo estuve guiada por la visual lejana que da cuenta de la combinación justa entre el lago y la Köln Tower. Una vez alcancé la plazoleta central, el tiempo se me fue en dejarme seducir por las diferentes formas de las construcciones numeradas, divagando, especulando acerca de qué se albergaría detrás de cada una de ellas. Aunque existen algunas señales adosadas a las paredes, a manera de identificación o avisos comerciales, y no obstante la posibilidad de usar el teléfono móvil para hacerse con información, preferí, como otras veces, destinar el momento a la contemplación. Rodeada por la apariencia de los diversos frentes, fui copada por los estímulos diversos, provenientes del juego de luces y sombras que proyectan las superficies, de la articulación entre las diferentes escalas, del diálogo implícito establecido entre las fachadas. No basta sólo con dar apertura a procesos de renovación o desarrollo de amplias zonas, y que éstos sean funcionales. El alcance de una expresión estética, acorde al entorno y al momento en el que se emplazan espacios públicos y elevaciones, debería ser una meta de primer orden. Todas las civilizaciones han procurado plasmar sus características y logros en piezas de arte, monumentos e inmuebles, que han llegado hasta nosotros propiciando el deseo de muchos por conocerlos y disfrutar de las maravillas que en ellos se expresan. Tradicionalmente, estos legados han encontrado su máxima expresión en las villas de todo tiempo y ubicación. Recostada en la plaza central del Mediapark, recibiendo la calidez del sol del último verano, recordé los intentos en nuestro país, tímidos y pobres, de intervenciones que podrían asimilarse, dadas las condiciones que nos limitan, como radicalmente transformadoras. Tal vez el asunto no consista tanto en resguardar un pasado que ya no puede ser modificado, y que en el caso de Colombia es pobre, sino más bien en prestar la debida atención a lo que apenas se está gestando. Es allí donde fallamos en mayor medida, porque ahora podemos ser más conscientes de la posibilidad de adquirir singularidad en lo que procuramos. Pero la realidad nos indica que no hay un proyecto verdadero de urbe moderna en Colombia, y cada individuo actúa como rueda suelta. Además, no consideramos la búsqueda de la realización bella como una prioridad colectiva, y no buscamos expresarnos a través de ella como sociedad, no la apreciamos, y por tanto no la reclamamos ni le concedemos ninguna importancia en los actos de todos los días. Mientras esta situación no cambie, seguiremos destinados a buscar el placer estético relativo a la urbanización y a las edificaciones, en lugares lejanos; y condenados a padecer la violencia que se nos impone cotidianamente, debido a la fragmentación y la ausencia de armonía en el desarrollo de nuestras ciudades.