Berlín, Hitler y su singular concepción de lo provinciano

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En la Berlín dividida por el muro, en la década de los años setenta del siglo anterior, se culminaron algunas remodelaciones


 

Berlín no es una ciudad majestuosa como París, ni imperial como Londres, ni monárquica como Madrid. Aunque, para ser justos, sus edificios históricos, los que se conservaron en pie después de la guerra, o incluso aquellos que están en plena reconstrucción, no carecen de grandiosidad.

Una ciudad arrasada por las consecuencias de una búsqueda frenética de superar, tal vez, esa condición provinciana, que hoy es uno de  sus grandes atractivos, a la luz de lo antiguo y lo nuevo.

Los recientes desarrollos en las zonas devastadas, que hoy empiezan a experimentar un renovado auge, se enfrentan a la lentitud de la reunificación y del proceso dispendioso de intentar dar una idea de conjunto, superar la ciudad “por partes” que es la Berlín transformada por la guerra.

A la par,  se incorporan sectores para equipararlos con el resto del territorio -consolidado durante los más de veintiocho años  de la separación forzosa-. Se trata de homologar lo que sobrevivió a la guerra con el estilo de los nuevos edificios.

Un ejemplo de este esfuerzo reunificador y de recuperación de la destrucción, es el distrito gubernamental. Aunque puede ser un empeño con un resultado discutible, vale la pena detenerse en esta propuesta urbanística en la que, hurgando, pueden hallarse muchos  elementos para comprender la idiosincrasia de la capital alemana.

Lo que un visitante poco informado tiene a la vista son vastas zonas despobladas, copadas en parte por bloques de hormigón que se elevan muy por encima de la escala de  lo humano corriente.

El plan urbanístico de esta zona, que buscaba unir simbólicamente la antaño dividida ciudad de Berlín, inicia con el Reichstag o edificio del Congreso. 

 

Foto por: Martha Alzate

 

La renovación de este pareciera ser un gesto inocuo en la búsqueda de mitigar un incendio que se desató el 27 de febrero de 1933, y que aún hoy sigue humeando: un gélido aliento exhalado desde la cúpula de vidrio del proyecto de la última remodelación, concebido por el arquitecto inglés Norman Foster.

Ese aliento  impregna las demás construcciones vítreas del sector, pertenecientes al plan conocido como “Lazo de la Federación”.

Es apasionante seguir los rastros de la historia de la nación alemana y de la ciudad de Berlín, recorriendo las etapas por las que ha pasado este vecindario, y en especial el edificio del Reichstag. Él simboliza la lucha de un mundo naciente, el de la modernidad (con la política deliberativa y representativa, y el intento de instauración de la democracia), contra el autoritarismo feudal de las viejas monarquías, plenas de poder cuando se concibió la idea y se dio inició a las obras.

La cronología de su diseño y posterior elevación, bien podría simbolizar la historia de Alemania, llena de intrigas, desacuerdos y cambios forzados.

En sus instalaciones tuvieron lugar varios eventos que, leídos de corrido, sugieren un hilo conductor, una serie de pistas dejadas al azar que al juntarse muestran una realidad completa.

Su historia inicia con las dificultades para la consecución del terreno donde habría de concretarse el proyecto. Su ubicación fue objeto de innumerables debates, oposiciones y tropiezos.

Posteriormente, se presentaron diversos obstáculos para asignar el diseño arquitectónico, adjudicado finalmente al arquitecto alemán Paul Wallot, después de varios concursos fallidos.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Una vez adjudicado al ganador, se presentaron numerosas controversias y solicitudes de modificación: el esbozo final distaba muchísimo del concepto arquitectónico original. Tanto que habría sido difícil reconocer en el producto final al proyecto premiado. Las discusiones y reformas más arduas se centraron en la ubicación y materiales de construcción de la cúpula.

El 9 de junio de 1884, al intentar poner la primera piedra, el martillo con el cual el Káiser Guillermo l asestó el golpe, estalló en mil pedazos.

Todo un símbolo, después de todo.

Finalmente, entró en funcionamiento, albergando las tensiones crecientes en la Alemania de entreguerras, hasta que el incendio provocado sirvió de pretexto para el inicio de todos los desafueros que cometieron posteriormente los social-nacionalistas, encabezados por el entonces Canciller Adolf Hitler. De hecho, el “Decreto del Incendio” facultó al entonces Canciller para desconocer todos los derechos civiles.

A partir de ese momento, procedió a encarcelar o dar muerte a sus opositores, haciéndose con las mayorías en el Congreso.

En los tiempos de la guerra el Parlamento se transformó en pabellón ginecológico de caridad, circunstancia que permitió que en su interior se abrieran a la lumbre de la vida muchos berlineses.

Igualmente, durante la invasión de Berlín por parte del ejército soviético, el Reichstag fue considerado como un símbolo del nazismo, y su ocupación se constituyó en un propósito, tanto que es emblemática la imagen del soldado ondeando la bandera de la Unión Soviética sobre sus ruinas (tomada el 2 de mayo de 1945). Esta imagen dio la vuelta al mundo y fue considerada por muchos como  símbolo  del fin de la Alemania Nazi.

 

Foto extraída de: sputniknews.com

 

Asimismo, los miembros del ejército soviético quisieron completar su acto de dominación dejando numerosas inscripciones en las paredes. Como vestigio de su acto de profanación, tatuaron la piel de su víctima. Hoy algunas de estas inscripciones se han conservado, como registros considerados de valor histórico.

En el período de postguerra, en medio del aturdimiento general, en el año de 1954, las autoridades quisieron dinamitar la emblemática cúpula, alegando debilidades estructurales.

No obstante, testaruda, ella se resistió a ocho detonaciones programadas, cediendo tan sólo al último intento.

En la Berlín dividida por el muro, en la década de los años setenta del siglo anterior, se culminaron algunas remodelaciones. Encargadas al arquitecto Paul Baumgarten, en este período se modificó la altura de las torres, se restó fastuosidad a las fachadas (puesto que la decoración exterior había resultado severamente dañada, y también porque se les concedió poco valor histórico, juzgando el estilo arquitectónico anterior como recargado y obsoleto).

Adicionalmente, se ampliaron las áreas de trabajo y se mejoró el interior, pero no se emprendió la reconstrucción de la cúpula.

La austeridad de estas reformas incluía un trasfondo ideológico: asumida como símbolo del nazismo, no era deseable resaltar la construcción excesivamente.

Sin embargo, a comienzo de los años 90, los cambios introducidos por Baumgarten se deshicieron casi  por completo.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Durante la guerra fría el muro  discurría adosado a la sección oriental del edificio, y se hizo popular el ascenso a la terraza para contemplar el otro lado de la ciudad.  Tras la caída del muro y la reunificación alemana, se acordó trasladar el gobierno de Bonn a Berlín, retornando  el Reichstag a sus funciones como sede del poder legislativo.

En este período de unificación se inician nuevamente las controversias, asociadas a la renovación del Reichstag y los sectores aledaños.

En 1993 se convocó un nuevo concurso público. Las obras de restauración fueron adjudicadas al arquitecto inglés Norman Foster.  Nuevamente la cúpula volvió a ser objeto de grandes discusiones. Foster no la había contemplado en sus diseños iniciales, pero se vio forzado a modificarlos en un rediseño presentado en 1995. Su esbozo definitivo incluía una cúpula de cristal transitable, que finalmente fue construida, y que se ha convertido en un gran atractivo turístico y símbolo de la ciudad: con sus 47 m de altura, recibe alrededor de 8.000 visitantes por día.

Hasta aquí, la historia del Reichstag, que  deja más interrogantes que respuestas.

¿Qué efecto alcanzan sobre el terreno unas construcciones que intentan superar un provincianismo vergonzante, acallar una inconformidad ciudadana, desaparecer de la historia el rastro de una imposición violenta, y ocultar los fuegos subterráneos que aún siguen hirvientes bajo la aparente superficie en calma?

La mente divaga, tratando de comprender cómo se relacionan esos ardores pasados, que hoy parecen superados tan solo exteriormente, con el helado barrio gubernamental.

Este  se expresa en edificaciones que pretenden ser distintas pero al final se revelan iguales.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Allí están,  con sus fachadas de doble y triple altura, en las cuales un hombre corriente se aprecia a la escala de un insecto extraviado y agobiado: una mirada atenta podría revelarnos las claves de lo que se mantiene latente.

¿Cómo continuar interpretando la semblanza y el destino de esta nación, a partir del proyecto urbano contiguo al Parlamento, en donde se emplazan los bloques de la Cancillería Federal, el Paul Löbe y el Marie-Elisabeth Lüders, ubicados a lo largo del arco que en ese sector forma el Río Spree?

Particularmente el edificio Paul Löbe, de 200 m de longitud y 120 m de ancho, hace honor a su calificativo de “motor de la República”, porque su arquitectura, efectivamente, se asemeja a una gigantesca máquina, con sus cilindros acristalados, y sus piezas de ingeniería ensambladas y listas para “ponerse en marcha”. }

Diseñado por el arquitecto Stephan Braunfels (quien también diseñó el Marie-Elisabeth Lüders), quiso significar, también, la transparencia de la democracia.  No obstante, su monumentalidad sigue recordando la ausencia de poder en el ciudadano corriente, que puede llegar a sentirse desconocido frente al tamaño de la estructura.

Al otro lado del río se alza el edificio Marie-Elisabeth Lüders, concebido como un complemento al Paul Löbe y desarrollado en similar lenguaje arquitectónico. Este alberga la biblioteca, el archivo y la documentación de prensa del Parlamento. Ofrece unas escalinatas a manera de puerto sobre el río Spree, y tal vez este gesto lo acerque mejor a la vivencia de un ciudadano corriente, sin dejar de tener la misma pretensión descomunal que su gemelo.

Entre ellos, un espacio público compuesto de céspedes y, por sectores de árboles bajos con algunas bancas.

Más allá, en dirección a la Estación Central de Berlín, se ven áridos terrenos despoblados, hasta donde no se ha extendido, aún ese urbanismo frío que intenta mitigar los ardores de otras épocas. Allí, continúa evidente la huella de la devastación.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Después de repasar la historia del sector y ver sus transformaciones durante los años convulsionados que ha vivido la capital alemana, es posible  dimensionar la angustia de Hitler  ante el provincianismo de esta ciudad.

Esta condición, benévola cuando se trata de habitar en vecindarios que son amables con el ciudadano y propician las relaciones sociales, puede transformar rápidamente sus bondades en terribles azotes, cuando esa misma mentalidad parroquial se muestra en sus facetas tendenciosas, fomentando el enredo, la malversación, y procurando notoriedad a costa de actos o construcciones grandiosas.

Termino esta reflexión invitando a investigar a las figuras históricas que dieron nombre a estos dos últimos inmuebles: Paul Löbe, el último presidente de la República de Weimar, antes de la fatídica segunda guerra, y Marie-Elisabeth Lüders, política, feminista y líder social de la República Alemana.

A lo mejor en su vida y obra puedan rastrearse algunas claves.

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