Chemnitz o la sordera social

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Chemnitz como un pantano social, donde se desbordan los miedos.


Por: Juliana Gonzalez Ríos

 

Mi recuerdo de Chemnitz, como cualquier recuerdo, es necesariamente injusto. Fuimos en mayo, hace ya más de una década, como parte de un viaje estudiantil, para conocer una zona que requería intervención estatal para fortalecer la economía. Eramos una veintena de estudiantes extranjeros. Y esa pequeña ciudad nos recibió con la extrañeza de los pocos vecinos que se asomaban a ver el paso de esa marcha variopinta.

Chemnitz había albergado a finales del siglo XIX importantes industrias. El escritor alemán Berthold Sigismund la describió como “la Manchester de Sajonia”, en alusión al corolario de la revolución industrial, incluidas sus apestosas chimeneas. Albergó a la nueva esperanza de la industria automotriz, cuando cuatro grandes marcas se unieron para dar vida a Auto-Unión, la madre  del “auto de los cuatro anillos” en los años 30 del siglo pasado.

La industria de máquinas y locomotoras de la ciudad, competía en la década de los sesenta con la industria inglesa. Chemnitz producía los bandeones de la fábrica Concertina. Y esa misma desazón de un tango, es lo que se sentía al estar allí.

 

Foto extraída de: chemnitz-tourismus.de

 

La gran cabeza de Marx

En ese mayo solo vimos calles vacías, locales desnudos con letreros de “se arrienda”, y la gran cabeza de Carlos Marx. No había ni un solo músico callejero, a pesar de la primavera.

Con la división de Alemania, la ciudad fue escogida para rendir tributo al autor de “El Capital”. Un nuevo país, una nueva identidad. Luego caería el muro, y la ciudad recobraría su nombre.

Nuestro profesor nos habló de las altas tasas de desempleo en Sajonia, de los jóvenes que emigraban a otras regiones de Alemania, y de los planes del gobierno para despertar el viejo espíritu emprendedor de la región, para atraer nuevas empresas, incluso internacionales.

Años después, y luego de perseverar, la economía sajona lograría despegar, superaría el PIB de Rumania, pero aún distaría de parecerse a sus hermanas occidentales.

 

Foto extraída de: i0.wp.com/leipglo.com

 

Nos subimos al bus, ansiosos de regresar a Berlín. Y es que para entonces Berlín era una ciudad en construcción, que con desparpajo se vendía como la capital “pobre pero sexy”. Y así entre estudiantes,  vagos,  DJ, artistas,  profesores,  jóvenes empresarios con ideas pero sin plata,  funcionarios públicos y familias, íbamos construyendo vida en Berlín.

Y esa era la diferencia: Chemnitz carecía de esperanza. 

Atrás dejábamos a ese pueblo sajón que ya no era ni Manchester ni Marx. 

 

La máquina de las mentiras

Y no volví a acordarme de aquella ciudad hasta esta semana.

Los infortunios de la violencia quisieron que un carpintero fuera acuchillado durante una riña callejera. Había fiestas en el pueblo y alguna discusión acaloró a los presentes y de repente la historia concluye con un cadáver, que marca el inicio de una seguidilla de manifestaciones rabiosas.

Ese muerto ya no se pertenece ni a si mismo ni a su familia. Es el instrumento del odio de una comunidad bien organizada que se alimenta de teorías conspirativas y que no se siente representada por el estado alemán.

Son alemanes, de nacimiento. Son cristianos de formación. Pero esta mayoría se siente desbordada por la presencia de extranjeros, aunque  estos solo sean el 4% de la población. Una cifra muy por debajo de la media nacional del 11%. Tienen miedo de que esos otros vengan a imponer el islam, los señalan de ser todos criminales y aprovechados del sistema, que a punta de hijos se van a convertir en el 95% de la población.

Sus fuentes de información son las redes sociales, donde los mensajes se multiplican sin filtro, y acusan a la prensa de mentirosa. La misma retórica que puebla los resquicios de nuestra sociedad digital.

 

Foto extraída de: ichef.bbci.co.uk

 

Según científicos sociales de Bielefeld, en Alemania uno de cada cinco habitantes tiene profundas convicciones raciales, nacionalistas y xenófobas. Una minoría radical. Pero a la luz de las revueltas de Chemnitz nos encontramos con una sociedad y un estado que han subvalorado la influencia de los ultraderechistas chovinistas y xenófobos.

En Sajonia hay un peligroso maridaje entre los funcionarios públicos (incluidos algunos miembros de la policía) y el rechazo a los extranjeros. Es el estado en el que el partido “Alianza para Alemania” obtuvo la mayor votación para las legislativas federales. El Estado de las movilizaciones semanales de los “ciudadanos preocupados por la islamización de Alemania”, y de los que ahora “invitan a llorar a los muertos resultantes de la multiculturalidad obligatoria de Alemania”.

Chemnitz como un pantano social, donde se desbordan los miedos.

 

“Quítales los cuchillos o nosotros te quitaremos las instituciones”

En Alemania, su macabro pasado nazi trazó unos límites sociales y legales muy rígidos de lo que se considera una ofensa o un acto de odio. El saludo hitleriano y los símbolos nazis están penalizados en la ley. El libro “Mi lucha” está prohibido. Alemania experimentó, en carne propia, la toma  del poder y del discurso público de los ultraderechistas. Muchas vidas terminaron en los desvaríos de la llamada “solución final”.

Muchos otros encontraron en el exilio una nueva vida.

Y entonces, durante la reconstrucción, Alemania creyó que después de haber sido teatro de guerra en la segunda guerra mundial, la sociedad nunca podría sentir nostalgia por los movimientos nacional socialistas. Pero las ruinas sociales no son un antídoto perenne. Así podemos ser también los humanos: complejos, contradictorios, de memoria corta, y prontos para acusar al diferente.

 

Foto extraída de: helocal.de

 

Y hoy en día, esos hombres y mujeres temerosos por la presencia de extranjeros, en el estado menos heterogéneo de toda Alemania, se organizaron en torno al cadáver del carpintero. Lo convirtieron en símbolo de su lucha, y en mártir de su causa. A través de las redes sociales movilizaron a los hooligans, a los violentos, a los neonazis, al ciudadano preocupado y a la ciudadana furiosa.

Ese 20 por ciento alemán quiere que caiga Merkel, quiere que las revueltas de Chemnitz  les devuelvan su Alemania.

“Germany first”. Por eso en las manifestaciones de esta semana, intentaron “cazar” a los transeúntes que tenían aspecto de extranjeros.  Los racistas y su darwinismo social. Solo les sirven ciertas tonalidades de piel, ciertos colores de pelo, ciertas facciones.

 

“Una cagada de pájaro”

La llegada de la Alianza para Alemania (AFD) al parlamento federal, le otorgó a la escena ultraderechista legitimación y visibilidad. Sus políticos intentan reducir el nazismo a una mera “cagada de pájaro en la historia alemana”.  Justifican las acciones violentas de Chemnitz como ejercicios de ciudadanía comprometida, incluso avivan a la gente a que se tome las calles y busquen justicia, y envían advertencias a los medios de comunicación como: “recuerden que las revoluciones se toman las emisoras y echan a los periodistas a las calles”, tuiteaba por ejemplo el jefe de prensa del AFD.

La llegada al poder de este partido ha transformado poderosamente el lenguaje de los medios de comunicación que replican sus insultos y reproducen sus comentarios incendiarios, en algunos casos sin la distinción entre dar la noticia y convertirse en caja de resonancia.

El  asunto de los refugiados de 2015 se reencauchó para las elecciones federales de 2017. En Alemania hay problemas urgentes, pero de complejas discusiones técnicas que además no son taquilleras en campañas electorales, porque son difíciles de generar disensos: las pensiones, la educación y la salud. Todos quieren, todos prometen. Por eso en discusiones emocionales –propias de las campañas electorales- apenas si tienen espacio para ser discutidos.

 

Foto extraída de: Reuters/Hannibal Hanschke

 

El éxito de este partido, que se refleja en el hecho de ser la mayor fuerza de oposición nacional, y de ganar escaños en los parlamentos regionales, radica en su capacidad de imponer la agenda mediática, a partir de sus dardos verbales. Legitima los sentimientos de ese 20 por ciento de la población que cree firmemente en que los extranjeros se deben marchar porque son criminales y ursurpadores.

Más candela y más fuego para esa hoguera, en la que los miedos humanos ya arden, sin necesidad.

Los políticos y las autoridades nacionales han demostrado poca empatía por las víctimas de los crímenes de odio, cuando son extranjeros. Durante años han subvalorado la amenaza de la derecha, su capacidad de convocatoria y el aparato propagandístico de sus redes sociales.

Y esto me recuerda a uno de mis profesores que nos repetía:

“no tengan miedo del neonazi en la calle, porque ustedes siempre se podrán cambiar de andén. Témanle a los políticos que sin ostentar símbolos ni llevar la cabeza rapada, son capaces de revivir esa agenda, cuando suban al poder”.

Chemnitz, gris y desolado, fue el mechero. Esperemos que no sea tarde para controlar el fuego.

Lleva en el alma una lupa para ver las letras y sus detalles. Peregrina y protagonista de muchas versiones de su propia vida. M.A. Políticas Públicas y M.A. Economía Internacional y de Desarrollo Analista política de la cadena alemana Deutsche Welle. Twitter: @JuliGo4

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