Por qué la Tierra está rebelándose y cómo podemos todavía salvar a la humanidad

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Aplicado a los problemas de la sociedad actual, el concepto de Gaia puede extenderse al actual debate sobre valores: cómo contemplamos y juzgamos el mundo que nos rodea y, sobre todo, cómo nos comportamos.


 

Prólogo

Extraído del libro “La Venganza de la Tierra” de James Lovelock

 

¿Quién es Gaia? ¿Qué es? El «Qué» es la delgada capa esférica de tierra y agua que existe entre el interior incandescente de la Tierra y la atmósfera superior que la rodea. El «Quién» es el tejido interactivo de organismos vivos que la ha habitado durante más de cuatro mil millones de años. La combinación de ese «Qué» y ese «Quién» y el modo en que uno afecta continuamente al otro, es lo que se ha bautizado con el apropiado nombre de «Gaia». Como dice James Lovelock, Gaia es una metáfora de la Tierra viva. La diosa griega de la cual procede puede sentirse orgullosa del nuevo sentido que ha adquirido su nombre.

La noción de que, metafóricamente hablando, la Tierra está viva existía ya en la Antigüedad. Era habitual que dioses y diosas personificaran ciertos elementos de la naturaleza, desde el cielo hasta un manantial, y esa idea de la Tierra como un organismo vivo aparecía con regularidad en la filosofía griega. Mucho después, Leonardo da Vinci interpretó el cuerpo humano como un microcosmos de la Tierra y la Tierra como el macrocosmos del cuerpo humano. Él no sabía, cosa que nosotros sí sabemos ahora, que el cuerpo humano es a su vez un macrocosmos de los minúsculos elementos de la vida —bacterias, parásitos y virus— que a menudo están en guerra unos con otros y que en conjunto superan en número a las células de nuestro cuerpo. Giordano

Bruno ardió en la hoguera hace sólo cuatrocientos años por defender que la Tierra estaba viva y que quizá otros planetas también lo estuvieran. El geólogo James Hutton describió en 1785 la Tierra como un sistema que se autorregulaba. T. H. Huxley manifestó en 1877 un punto de vista similar. Por su parte, Vladimir Ivanovich Vernadsky afirmó que la biosfera funcionaba como una fuerza geológica creadora de un desequilibrio dinámico que a su vez impulsa la diversidad de la vida.

 

James Ephraim Lovelock, CH, CBE (26 de julio de 1919) es un científico independiente, meteorólogo, escritor, inventor, químico atmosférico, ambientalista, famoso por la Hipótesis Gaia, que visualiza a la Tierra como un sistema autorregulado.. Fotografía extraída de: Ecología Política

 

Pero fue James Lovelock quien, en 1972, unió todos los cabos en su hipótesis Gaia, que perfecciona y amplía en el presente libro. Echando la vista atrás, resulta extraño que, cuando hace un cuarto de siglo se hizo pública en su formulación actual, la idea fuera rechazada tajantemente por los partidarios de la ciencia convencional. Cuando se reflexiona de manera innovadora sobre algo conocido suele suscitarse una oposición emocional que va más allá de los argumentos racionales: sucedió con la idea de evolución por selección natural en el siglo XIX, con la tectónica de placas en el siglo XX y, más recientemente, con Gaia. Al principio, se apuntaron a la idea algunos alocados seguidores de la New Age mientras que otros tantos científicos razonables se apartaron de ella. Ahora vuelven a acercarse. Este cambio de actitud queda resumido en la declaración que en 2001 sirvió de colofón a la conferencia de científicos pertenecientes a los cuatro grandes programas internacionales de investigación global:

La Tierra funciona como un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos. Las interacciones y flujos de información entre las partes que lo componen son complejos y exhiben gran variabilidad en sus múltiples escalas temporales y espaciales.

Y eso es precisamente Gaia.

 

La hipótesis Gaia es un modelo interpretativo de la Tierra que afirma que la Vida, transformando la Biosfera, fomenta y mantiene unas condiciones adecuadas para sí misma, afectando al entorno. Fotografía extraída de: Deviant Art

 

El mensaje primordial de este libro no es tanto que la propia Gaia esté amenazada (es «una tía muy dura», en palabras de Lynn Margulis), sino más bien que los humanos le estamos infligiendo un daño cada vez mayor. De todos modos, Gaia cambia, y puede que sea menos fuerte hoy que en el pasado. El calor del sol aumenta continuamente y al final pondrá en peligro la autorregulación de la que depende la vida.

Al contemplar el ecosistema global como un todo, el crecimiento de la población humana, la degradación de la Tierra, el agotamiento de los recursos, la acumulación de desechos, la polución de todo tipo, los cambios climáticos, los abusos de la tecnología y la destrucción de la biodiversidad en todas su formas, constituyen una amenaza sin par para el bienestar de los humanos, una amenaza a la que generaciones anteriores no hubieron de enfrentarse. Como Lovelock ha escrito en alguna otra ocasión:

Hemos crecido en número hasta el punto de que nuestra presencia afecta al planeta como si fuéramos una enfermedad. Igual que en las enfermedades humanas, hay cuatro posibles resultados: destrucción de los organismos invasores que causan la enfermedad; infección crónica; destrucción del huésped; o simbiosis, es decir, el establecimiento de una relación perdurable mutuamente beneficiosa entre el huésped y el invasor.

 

El cambio climático es un cambio en la distribución estadística de los patrones meteorológicos durante un periodo prolongado de tiempo (décadas a millones de años). Puede referirse a un cambio en las condiciones promedio del tiempo o en la variación temporal meteorológica de las condiciones promedio a largo plazo (por ejemplo, más o menos fenómenos meteorológicos extremos). Foto extraída de: Desarrollo Sustentable Tecnológico

 

La cuestión radica en cómo conseguir esa simbiosis. Hoy estamos muy lejos de lograrla. Lovelock examina con erudición los problemas más importantes, la mayoría consecuencia de la revolución industrial. Hace especial hincapié en el uso de combustibles fósiles y de productos químicos sintéticos, en las explotaciones agrícolas y en el porcentaje de la superficie del planeta que los humanos utilizamos. Continúa sugiriéndonos cómo podríamos —al fin— empezar a poner remedio. El sentido común dice que reconocer un problema es el primer paso para solucionarlo. El segundo es comprender el problema y sacar las conclusiones correctas. El tercero, hacer algo al respecto. Hoy estamos en algún punto entre el primer y el segundo paso.

Aplicado a los problemas de la sociedad actual, el concepto de Gaia puede extenderse al actual debate sobre valores: cómo contemplamos y juzgamos el mundo que nos rodea y, sobre todo, cómo nos comportamos. Esto se aplica especialmente al campo de la economía, donde las fantasías de moda sobre la supremacía de las fuerzas del mercado están profundamente incrustadas, y muchas veces se ignora que el gobierno tiene la responsabilidad de proteger el interés general. Pocas veces calculamos los costes correctamente y de ahí el caos al que han llevado las actuales políticas de energía y de transporte, y también nuestro fracaso a la hora de evaluar el impacto que tendrá en nuestras vidas el cambio climático.

La principal diferencia entre el pasado y el presente es que ahora los problemas son verdaderamente globales. Como señala Lovelock, estamos atrapados en un círculo vicioso de repercusión instantánea. Lo que pasa en un sitio afecta rápidamente a lo que pasa en otros lugares. Somos peligrosamente ignorantes de nuestra propia ignorancia y pocas veces conseguimos tener una perspectiva global de las cosas. Si de verdad queremos conseguir una sociedad que viva en armonía con la naturaleza, debemos respetarla más. No me sorprende que muchos hayan querido hacer de Gaia, o de la vida como tal, una religión. Este libro es una maravillosa introducción al conocimiento de cómo nuestra especie debería firmar la paz con el resto del mundo en que vivimos.

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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