Turquesa de marfil

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él me mira, me acaricia, me besa y dice que soy la piedra más hermosa que ha visto en su vida


 

Soy una turquesa azul, vivo en uno de los lugares más fríos y hermosos del planeta; reposo bajo la nieve de la Cordillera Blanca y nado en las aguas cristalinas del Huascarán ; mi reflejo de serpiente me lo devuelve el agua. Siento un sonido, es un chapuzón; que extraño, nadie suele entrar a estas aguas, tienen miedo de quedar congelados; veo un cabello castaño y unas manos largas y delgadas que vienen  hacia mí; están muy cerca; quiero correr,  se me olvida que no puedo; ¡ayuda!, ¡ayuda! Ahora me acaricia, abre sus pequeños ojos y su mirada penetra los míos; me toma en su mano y aprieta el puño; siento que me falta el aire, grito: ¡suéltame! ¡Déjame ir!, se me olvida que los humanos no pueden escucharme; lloro pero ella no siente mis lágrimas.

Madre, haz que me regrese.

Ella comienza a sentir escalofríos y  mareos, se acuesta en posición fetal y cierra sus ojos, a su cabeza llegan algunas de las estrofas de un poema que le dedicó a los Farallones

“A los mejores lugares he llegado caminando, mis pies son los que me conducen; lugares que te sientes diminuto ante la inmensidad; lugares en los que podría morir tranquilamente”.

Su cuerpo reposa mientras que su espíritu vuela sobre la tierra mística de los Chavín; siente el mayor éxtasis de su vida, ignorando que es el dulce sabor de la muerte. Su amigo mueve su cuerpo, le grita, la calienta, le da palmadas en las mejillas, hasta que ella recupera la mirada; sonríe vaya plenitud en la que regresa, ambos, efusivos saltan y se abrazan de poder seguir su viaje juntos.

La Cordillera se nubla. La joven y su amigo se sienten perdidos, no logran ver el camino de regreso. No te asustes amigo he encontrado un amuleto, dice ella. Abre su mano, él me mira, me acaricia, me besa y dice que soy la piedra más hermosa que ha visto en su vida, ella nos mostrara la ruta, dice él joven con certeza. Vuelvo a gritar: ¡Madre, ayúdame!

 

Foto tomada de: Portal Andina

 

En este momento los jóvenes sienten una fuerza sobrenatural que los obliga a dejar sus pertenencias más valiosas; ella entrega su chaqueta roja cargada de quinua y hojas de coca y él, el “chuyo” que calienta su calva y la carpa donde de forma ingenua pretendían acampar; entregaron sus cosas a la montaña porque ella se los pedía, pero la joven no me soltó.

 

Turquesa, la joven no ha comprendido el mensaje, dijo la montaña.

Pero, Madre, esta es mi casa.

Todo vuelve a su lugar.

 

Cayendo la noche los viajeros escucharon la risa de dos niños; pensaron que ellos podrían mostrarles el camino y siguieron sus voces, en medio de la niebla vieron que eran  pequeños y tenían puestas chaquetas fosforescentes; los siguieron por varias horas hasta hallar la salida del Parque, y cuando estuvieron cerca de los niños estos desaparecieron bajo la niebla.

Los jóvenes se abrazaron felices de sobrevivir por segunda vez al Huascarán. Miré  por medio del agujero la inmensa y soberana cordillera y me llené de tristeza  y de rabia al sentirme presa en las manos de la joven. Ellos caminaron por la carretera por largo tiempo hasta llegar a Caral, el pueblo más cercano.

 

Foto extraída de: Apuntes de Historia

 

Tomaron un bus hacia Lima. Los jóvenes se durmieron al instante, la joven apretó el puño asegurándose de llevar su amuleto. Y yo planeé mi venganza. “ojo por ojo… “

Al llegar a Lima, ella tomó un taxi, antes de montarse le dijo a él, gracias este ha sido mi mejor cumpleaños.

Ella regresó a su rutina, con la particularidad de que me llevaba a todas partes. Siempre me tenía escondida en medio de sus pequeños pechos y ahora todo lo que hacía le salía mal; comenzó a tener una pésima racha: en el trabajo, en su casa, en sus relaciones, era una cosa tras otra, ella no encontraba el motivo, no entendía la razón.

Una noche, ella, él y otro salieron a una parrillada en la playa; ella se sentó en la arena. Reflexionaba por las cosas que le sucedían y me pedía que la ayudara, yo le decía que me soltara y que me tirara al agua, que me dejara libre y ella también lo sería, pero a veces los humanos solo escuchan las palabras y no las señales.

 

Foto extraída de: El Comercio. Pe.

 

Nos montamos al carro; el otro manejaba, él iba atrás y ella de copilota; el otro conducía por la solitaria avenida de la Costa Verde y aceleraba cada vez más; de repente perdió el control y el carro se fue contra el poste de la luz; fue tan rápido que lo único que ella pensó era que había muerto.

Ella estaba en la Cordillera Blanca, volaba como el cóndor, los Apus la abrazaban y la llenaban de fuerza, saltó a la laguna; nadaba y jugaba con las piedras, la nieve entraba al agua y sus chorros masajeaban su espalda, después vomitaba sangre, el agua estaba turbia y roja; un remolino se la iba llevando y ella gritaba ¡Auxilio! Madre, ayúdame.

Abrió los ojos. Estaba en el hospital, una enfermera limpiaba su sangre, me apretó con su puño y me susurró, tengo que regresarte, que felicidad, seria ¡libre! ¡libre!

Ella lloraba se había dado de cuenta que había perdido su preciado diente; “ojo por ojo….  Regresó a casa con su cuerpo morado he hinchado por el accidente; al cabo de unos días, cuando tomó fuerzas. Nos fuimos al mar; ella  nadó y nadó muy lejos muy al fondo y antes de soltarme dijo: perdóname por tomar tus tesoros, por llevarme lo que no es mío, por arrancarte las joyas de tus entrañas; entiendo que la perdida de mi diente no es gratuita; y me arrojo; sentí la sal del mar; la plenitud del agua y la grandeza del universo.

 

Foto extraía de: Mendoza Travel

 

Antes de hundirme vi por última vez su mirada, la joven viajera era un ser renovado y había comprendido lo hermosa que era la vida; se llevaba la más noble y bella enseñanza; el respeto profundo por cada lugar que recorría y por cada ser que se encontraba en el camino.

Estudió Comunicación Social en la Universidad Javeriana de Cali. Viajera por naturaleza. Ha escrito para varios medios digitales de Colombia y Centro América. Actualmente vive en Pereira.

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