Hablar de Dios sin religión: el camino a seguir

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Porque la respuesta conlleva a la esperanza personal de conocer, no una religión, ni siquiera una verdad, esa que han relativizado con el pasar del tiempo traspasada por la razón de la filosofía, sino a una persona, al que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie va al padre sino es por mí”


 

No hay duda de que la palabra “religión” fue un bello término en su tiempo, pero con el pasar del tiempo, perdió su brillo por el uso que los hombres le dieron. Al principio significaba “estar ligado a” o “unido a” (religare o re-legere). Cuando a la primera cosecha de cristianos (la generación después de la muerte de Juan el apóstol, o “el anciano”) eran acusados de ateísmo por carecer de religión, en realidad se estaban refiriendo a ellos como los que no se adherían a las costumbres de la disoluta sociedad romana.

La verdadera religión de ese pequeño grupo de creyentes, que empezó con 12 personas, luego 120 en un aposento, posteriormente 3.000 y después casi la totalidad de los habitantes del imperio romano era la descrita por el apóstol Santiago, hermano de Jesús, cuando dijo: “Si alguno se cree religioso, pero no pone freno a su lengua, sino engaña a su propio corazón, su religión es vana.  La religión pura e intachable ante Dios Padre es esta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo” (Santiago 1: 26-27).

Era una afirmación apostólica para regresar a la verdadera esencia de la palabra religión, aunque evitando el retraimiento del creyente en su propia visión de Dios, ya que “conservarse incontaminado del mundo” no era en ninguna forma alejarse de los demás, sino estar entre ellos para resplandecer tal como el maestro lo había sugerido en el sermón del monte “vosotros sois la luz del mundo”. (San Mateo, 5:14)

Así entonces vivir a Dios desde el primer siglo era una cristopraxis es decir, las enseñanzas de Jesús, sus palabras, sus hechos, imitados y creídos en la vida interior como en la exterior, tanto en el hogar como en la plaza pública.  No había discrepancia alguna entre creer y hacer.  Esta era la identidad propia de “los del camino” como llamaban a los hombres, mujeres y niños que hablaban de Jesús, y luego los llamados “cristianos”, término acuñado en el juicio a Pablo de Tarsos ante el procurador Félix (Hechos 24).

 

La última cena de Jesús y sus doce discípulos. Extraída de: Esteban López González

 

Esta consonancia entre creer y ser, no era tanto por el sentimiento pietista o la exigente ética evangélica, sino era seguir al maestro tal y como él lo había sugerido en su evangelio, con renuncia, pasión, con cruz propia, con la vida misma. No era posible conocer a Jesús, (ni aun hoy) sin seguirlo realmente hasta las últimas consecuencias. Y seguir sus pisadas implicaba darlo todo por “un reino que no era de este mundo” y vivir de acuerdo con las leyes de ese Reino, porque en esencia qué era el mundo (y qué es) sino el gobierno del dios de ese siglo (2 Corintios 4:4) que ciega el entendimiento para que no resplandezca en ellos la verdad de Cristo.

Esta constante de los primeros cristianos de seguir a Jesús cada día, estaba mediada por la pregunta ¿quién es Cristo para nosotros? Pregunta que trasciende y que hoy mismo esa respuesta puede llevar a una nueva praxis, es decir, empezar una relación con Dios por medio de su hijo Jesús, sin religión.

Porque la respuesta conlleva a la esperanza personal de conocer, no una religión, ni siquiera una verdad, esa que han relativizado con el pasar del tiempo traspasada por la razón de la filosofía, sino a una persona, al que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, y nadie va al padre sino es por mi” (San Juan 14:6). Esto era (y es, y sigue siendo) el descubrimiento de Dios entre los suyos. El Dios que sufre con el que sufre, llorando con el que llora, espera con el que espera.

 

Jürgen Moltmann (Hamburgo, 8 de abril de 1926 (91 años) es un teólogo protestante alemán. Extraída de: Stuttgarter-Zeitung.

 

Jürgen Moltmann, el teólogo alemán que escribió el libro “El Dios crucificado” narra en primera persona la respuesta a esta pregunta. Él dice:

¿Quién es Cristo para mí? No quiero esquivar esta pregunta refugiándome en consideraciones generales, sino comenzar con un recuerdo personal: en 1945 estaba preso en un miserable campo de prisioneros en Bélgica.

El Reich alemán estaba destrozado, la cultura alemana había sido destruida por Auschwitz, mi ciudad natal de Hamburgo estaba en ruinas y en mis adentros no era muy distinto el panorama: me sentía abandonado por Dios y por la gente; las esperanzas de mi juventud habían muerto. No veía futuro alguno por delante.

Estando yo en tal condición, un capellán del ejército norteamericano me puso una Biblia en la mano y la empecé a leer. Comencé con los salmos de lamento individual y colectivo del Antiguo Testamento: «Enmudecí con silencio, me callé aun respecto de lo bueno; y se agravó mi dolor [ … ] forastero soy y advenedizo, como todos mis mayores» (Sal 39). Luego me atrajo la historia de la Pasión.

Cuando llegué al grito de Jesús al morir, me dije: Aquí está el que te entiende y está contigo cuando todos te abandonan. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Ése era también mi clamor a Dios. Empecé a comprender al Jesús sufriente, tentado, abandonado por Dios, pues me sentía entendido por él. Y comprendí: este Jesús es el hermano divino en nuestra necesidad. Trae esperanza a los cautivos y abandonados.

Es quien nos libera de la culpa que nos oprime y roba todo futuro. En ese instante me atrapó la esperanza, aunque desde una perspectiva humana había tan poco que esperar. Me infundió el coraje para vivir en un momento en que acabar con todo quizá hubiera parecido lo más sensato.

Esta temprana comunión con Jesús -nuestro hermano en el sufrimiento que nos libera de la culpa- nunca más me ha dejado. Para mí, Jesús el crucificado es el Cristo.

(Moltmann, J. 1994. Cristo para nosotros hoy. Editorial Trotta. P 10)

 

Dietrich Bonhoeffern. 1​ (4 de febrero de 1906 – 9 de abril de 1945) fue un líder religioso alemán que participó en el movimiento de resistencia contra el nazismo. Bonhoeffer, pastor protestante y teólogo luterano, fue arrestado y encarcelado. Extraída de: Protestante Digital.

Esa es la verdadera identidad de llamarse cristiano. Vivir a Dios no en la periferia de la vida sino en el centro mismo. Oyendo las palabras del maestro que llama sin cesar a todos los hombres de cada generación a la fe, obediencia y el seguimiento. Vivir a Dios sin religión es alcanzar la verdadera vida y la plenitud como seres humanos en la tierra, pues tal como lo expresó el teólogo alemán, asesinado durante el régimen del nazismo, Dietrich Bonhoeffer:

“Me gustaría hablar de Dios, no en los límites, sino en el centro, no en la debilidad, sino en la fuerza, no a propósito de la muerte y de la falta, sino en la vida y la bondad del ser humano. En los límites, me parece preferible callarse y dejar sin resolver lo que no tiene solución (…). Dios está en el centro de nuestra vida, estando más allá de ella”.

(Realidades penúltimas. Carta 5.05. 1944, desde un calabozo Nazi, antes de ser ejecutado)

 

Escritor, Editor, Anfitrión en el portal web La Cebra que Habla. Una vida, una frase: «Quién ya no tiene ninguna patria halla en el escribir su lugar de residencia».

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