Los seres humanos hemos aprovechado a los animales para nuestros propósitos y beneficios, pero: ¿hemos conservado el equilibrio en manifestación de lo que disponen las leyes universales? Seguramente queda mucho por hacer para equilibrar esa relación, y es tiempo, de empezar a hacerlo.
El ser humano a través de los tiempos ha involucrado en su cotidianidad a los animales. Son muchas las razones: tomarlos como alimento, abrigarse con sus pieles, protegerse con su grasa, transportarse en busca de alimento, comercio o conquistas, o simplemente, para demostrar su poder ante sus propios congéneres de la especie humana.
De cualquier manera, todas las especies animales han contribuido al desarrollo evolutivo del ser humano al servir como “herramientas” necesarias para alcanzar, lo que ahora es, su mayor grado de evolución.
Toda esta interacción, hombre – animal, que en un comienzo fue armoniosa, respetuosa y con fines de supervivencia, se fue transformando con el paso del tiempo, conforme el hombre pasaba por cada uno de sus estadios evolutivos en sus centros energéticos.
Fue más hábil el hombre en responder a su necesidad de alimentación que el animal responder a su instinto de protegerse, aunque éste, como especie, siempre lograba conservarse por su natural capacidad de adaptación para la reproducción y supervivencia.
Mientras el hombre ascendía a través de sus centros energéticos e iniciaba su proceso en el segundo chacra, en ese estado la supervivencia humana se veía fortalecida por su despertar (conciencia) a la reproducción que multiplicaba el número de individuos, las especies animales seguían su instinto de supervivencia reproduciéndose de igual manera, pero concentradas en grandes grupos, permitiendo así que esos humanos que ya eran más gregarios y convivían en clanes o grupos sociales, encontraran más alimento con menos gasto de energía para su especie.
Sigue manifestándose la superioridad del ser humano sobre los animales.
La evolución continúa su proceso igual, tanto para humanos y animales, con la diferencia del aprovechamiento de la intención y capacidad mental más desarrollada en los primeros, que permitía relaciones humanas incipientes para buscar y consumir el alimento.
Aparece entonces un desarrollo del centro emocional, en el tercer centro energético humano, que hace que aparezcan caracterizaciones de esas relaciones incipientes, que hasta ese momento se habían dado.
Se inician entonces disputas por satisfacer de mejor manera sus necesidades de supervivencia, y esas mismas diferencias hacen que unos se unan en contra de otros, apareciendo las ansias de poder económico y político.
Y ese humano que hasta al momento había guardado el equilibrio con la especie animal y había respetado su naturalidad instintiva, ahora se aprovecha de su conocimiento de esas especies inferiores.
Provoca su domesticación, confinándolas a espacios y costumbres menos naturales, que hace que los animales sean explotados en su máxima expresión para obtener rendimientos mayores que benefician a unos pocos, en términos económicos y políticos, sometiendo socialmente a otros. Lo que finalmente daría aparición a las diferencias de clases en la especie humana.
Foto tomada del portal History
En este momento se hacen importantes los animales para el ser humano, no solamente por el alimento, sino también como demostración de poderío y sometimiento a otras regiones, ciudades y grupos de individuos.
Se da uso a animales de extremada belleza y características exóticas, traídos de lejanos lugares. Los reyes y emperadores los mantienen en jaulas para que sean observados por sus súbditos y ciudadanos, demostrando que son dueños de otras tierras y que sus alcances de poder son muy amplios. Eso sin contar con el uso de los felinos para el sometimiento de esclavos y prisioneros para la diversión de los jefes y reyes.
Un ejemplo típico de aprovechamiento de la especie animal lo marcan los caballos. Estos équidos fueron, y aun son, utilizados por el hombre para conquistar territorios enemigos o desconocidos, dada su capacidad de facilitar el transporte y de “agrandar” a quien lo monta, tanto en lo literalmente físico como en lo emocional.
Es la especie equina la que ha facilitado la manifestación de poder del hombre por el hombre en las diferentes etapas del desarrollo social: revoluciones, conquistas, guerras, exposiciones, etc.
El ser humano también despierta su compasión a través de la apertura de su cuarto centro energético, chacra cordial, y vuelca sus sentimientos hacia algunas especies animales que condicionan su vida confinada o doméstica a dar compañía y servicio a sus amos.
Pero esta apertura de sentimientos es realmente relativa, pues no siempre ese sentimiento es por los animales, pues detrás de una mascota casi siempre habrá una necesidad por satisfacer desde el tercer centro energético.
Hay que considerar que cuando se hace una activación del centro corazón, desde la luz, hacia los animales, aparecen las mejores condiciones de protección de éstos en su medio natural, contribuyendo así al equilibrio energético de la tierra en beneficio de los animales, y por ende, conservando el entorno ambiental del humano.
Los centros energéticos superiores se ven manifestados en el ser humano cuando imita sus sonidos para comunicarse, crea movimientos similares a las de algunas especies animales para el ejercicio, defensa personal o integración hombre espíritu, activando su quinto centro energético.
El sexto y séptimo centro energético humano busca resonancia con el mundo animal cuando invoca los poderes de estos, mediante rituales o elementos chamánicos, para comunicarse con los elementales de la naturaleza o con la fuerza y la energía del Creador.
Vemos entonces como los seres humanos hemos aprovechado a los animales para nuestros propósitos y beneficios, pero: ¿hemos conservado el equilibrio en manifestación de lo que disponen la leyes universales?
Seguramente queda mucho por hacer para equilibrar esa relación, y es tiempo, de empezar a hacerlo.
Si todo lo que existe en el universo tiene un mismo origen, entonces, debe de igual manera responder a las mismas leyes, y como tal el hombre, debe cumplirlas o al menos sentir el efecto de no haberlo hecho.
Pues el universo no hace juicios, simplemente actúa a través de sus leyes.