Cuando en los años 60s Arnulfo Briceño compone ¿A quién engañas abuelo?, no se imaginó que la causa de la tristeza del abuelo, 50 años después, sería la destrucción de los ríos para pavimentar sus cauces.
Antes los políticos construyeron puentes sobre sus aguas, hoy se empeñan en desaparecerlos.
Ese futuro era inimaginable hace cinco décadas, a algunos les hubiera parecido digno de las más terrorífica serie apocalíptica.
Hoy es una realidad, una que olvidamos cada vez que atravesamos un periodo de lluvias, pero que reaparece cuando el agua empieza a escasear en nuestras casas o cuando nos hablan de racionamiento energético y de alzas en las tarifas de los servicios públicos.
Y lo más dramático es que sucede ante nuestros ojos, con la mayor indolencia y cinismo de parte de todos.
Hace un año aproximadamente vimos secarse los ríos, ante lo cual las autoridades buscaron soluciones de suministro con carrotanques en veredas como Combia, Altagracia o Arabia.
Ellos solucionaban la sed instantánea pero no la vida de los ríos.
Foto tomada de El Universal (Río Cauca febrero 2016)
Además de los seres humanos, los animales tienen derecho a su hábitat y a subsistir, pero nosotros los condenamos a la extinción agotando el agua.
Las evidencias del agotamiento son concretas seis de los catorce cauces abastecedores de acueductos municipales están en vulnerabilidad por disponibilidad de agua muy alta, situación que se presenta hace más de cinco años, y las respuestas no son claras.
La indolencia de las autoridades locales, regionales y nacionales que invierten grandes sumas del presupuesto en una política ambiental, que en esta materia no da frutos, y la apremiante situación que se presenta ante un panorama del cambio climático, complican cada vez más la cosas.
No se divisa ni siquiera a lo lejos acciones claras que afronten la situación.
Todos esgrimimos razones presupuestarias ante una situación apremiante, sin embargo surgen ideas de embalses, trasvases de cuencas y hasta explotación del agua subterránea que exigen inversiones cuantiosas.
Y no enfrentan la situación, porque la situación es que los caudales no dan para tantas demandas agrícolas, mineras, industriales, domésticas y ecológicas.
Las cuencas agonizan por la deforestación, la intervención de los páramos, la contaminación proveniente de los cascos urbanos, de las explotaciones mineras, en fin, de lo que llamamos “el desarrollo”.
Foto tomada de Diaro Extra de Cali
Los planes de ordenación y manejo de cuencas han sido inoperantes. Para hacerse una idea en Risaralda, uno de los POMCAS (Planes de Ordenación y Manejo de Cuencas), el del Campoalegre, cuesta 46.550.500.000 a 10 años, lo que da un valor aproximado de 4.655.050.000 anuales para financiar entre dos Corporaciones Ambientales y tres municipios (Santa Rosa de Cabal, Villamaría y Chinchiná), lo que constituyó el 11% del presupuesto de la Carder para la vigencia 2016.
Actualmente, todos los POMCAS formulados en el país están en proceso de ajuste para incorporar la variable de riesgo, lo cual supone un aumento en los montos de financiación, que nadie discute su necesidad, pero que habrá que evaluar lo estratégico para establecer las prioridades de gestión municipales y regionales.
Las perspectivas de acción son muchas, pero el enfoque de ellas es la clave para actuar, dejar de pensar en la solución inmediata del suministro doméstico para emprender proyectos de “infraestructura ambiental”.
Se requieren trazados con visiones de magnitud similares a las de los puertos o las vías de intercomunicación nacional, es decir, reforestación de gran escala, recuperación de páramos con arraigo campesino en zonas prioritarias como el PNN de Los Nevados o Tatamá, campañas de baja de consumos superfluos, tan efectiva como la emprendida por la Presidencia de la República ante la crisis energética, pero con efectos de largo plazo que concienticen a la ciudadanía del malgasto o el consumo excesivo, de un bien que nos pertenece a todas las especies y que es esencial para la vida.
Y que no vengan, como en la canción de Briceño, “en elecciones unos que llaman caudillos, que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos”.