Berlín: un tren moderno para viajar en el tiempo

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El tren es, para los europeos, sinónimo de cumplimiento, seguridad, relación, posibilidad.


La Estación Central de Berlín (Berlin Hauptbahnhof) es la mayor estación ferroviaria de paso de la Unión Europea, y  además la más ecológica (sus cerca de 8.500 ventanas proveen iluminación natural, y cuenta con paneles fotovoltaicos que le ayudan a ahorrar hasta un 50% de la energía que consume). Construida en niveles, en forma de cruceta, cuenta con un diseño contemporáneo en sintonía perfecta con un mundo que se mueve en todas direcciones.

Incluyendo el pasado.

Fue inaugurada en  2006 (el año del Mundial de fútbol en Alemania)  y aunque su conclusión fue apresurada, finalmente estuvo lista para ese evento.

De esta premura se derivó el hecho de que su construcción quedara incompleta. Así, los trenes que allí arriban no quedan totalmente cubiertos, como fue el propósito inicial, sino que una buena parte de su longitud arriba expuesta, obligando a los pasajeros a descender en plataformas a cielo abierto.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Puede decirse que una estación de trenes como esta es un mundo, tan completo y cerrado en sí mismo, que una persona podría pasarse días enteros transitando de un lado a otro de sus instalaciones.

Esta sensación de totalidad entra en aparente contradicción con el propósito mismo del edificio,  para ser un lugar de intercambio de miles de pasajeros por día, que entran y salen de allí a toda velocidad.

Sin embargo, algo en su diseño interior remite inevitablemente a la idea de encontrarse en un  universo autónomo: en ella es posible encontrar comercios de todo tipo, restaurantes, cafés, grandes  sitios de venta de víveres y medicamentos, entre muchas otros productos y servicios.

Su arquitectura es impactante. Destacan la amplitud de las plantas por nivel, la altura de las fachadas en vidrio, y la posibilidad de que las plataformas de llegada y salida de los trenes se encuentren en niveles diferentes, dependiendo de su tipología y destinación (la estación conecta trenes locales al igual que los interregionales y de larga distancia, con el metro de Berlín).

 

Foto por: Martha Alzate

 

A pesar de la extensión de sus vidrieras, el lugar va perdiendo luminosidad   a medida que corredores y locales se alejan del vacío central, lo que aporta una atmósfera de intimidad, que, no obstante, se interrumpe constantemente por la llegada y salida de máquinas y vagones.

Podría decirse que se parece a una gran iglesia, aunque la evocación más próxima que su arquitectura provoca sería la del salón de una gran vivienda al que, sorpresivamente, ingresan trenes. 

La estación central es el punto de llegada y partida desde y hacia una ciudad que fue principio y fin de dos de los momentos más penosos de la historia universal: la primera y segunda guerra mundial.  En estos dolorosos episodios, los trenes jugaron un papel decisivo, sobre todo en la segunda guerra.

Fueron el medio de transporte usado para trasladar miles de personas inocentes, que fueron secuestradas y posteriormente  torturadas o exterminadas.

 

Foto por: Martha Alzate

 

En esos viajes de infamia -hacinados y con las puertas selladas, sin agua y sin paradas, en trayectos que podían durar hasta una semana-, los judíos  alentaban la ilusión de “ir hacia algún lugar”, diferente a los que ocupaban en su condición de martirizados.

Hay algo muy profundo que relaciona la confianza en las instituciones con la ilusión de un mejor mañana.  El sistema ferroviario europeo hace parte de esa institucionalidad: ha sido pilar del desarrollo del continente desde que sus vehículos se pusieron en marcha.

El tren es, para los europeos, sinónimo de cumplimiento, seguridad, relación, posibilidad.

Europa está conectada de manera muy importante a partir de su sistema ferroviario, y es por esta razón, supongo, que en la mentalidad de los judíos europeos, retenidos contra su voluntad y maltratados en su dignidad humana, el tren todavía significaba una esperanza.

 

Foto por: Martha Alzate

 

No sabían, ¿cómo podían saberlo?, que aquellos carros los conducirían directamente hacia un horror más profundo, el acto de eliminación definitivo.

La  macabra “Solución final” diseñada por los nazis.

Es y fue la técnica, como orden y cimiento de la modernidad, la que permitió la efectividad del exterminio judío a manos de los nazis, cuya expresión máxima fueron las cámaras de gas, con el transporte férreo como complemento necesario.

La Hauptbahnhof se erigió para reemplazar a las antiguas estaciones terminales (8) que databan del siglo XIX y que resultaron severamente dañadas con la segunda guerra mundial.

 

Foto por: Martha Alzate

 

La nueva  construcción se ubicó en el lugar que antes ocupaba la estación de Lehrter. En ella, se hace patente esa atmósfera de redención que permea todos los espacios de la ciudad.  Diseñada por el arquitecto alemán Meinhard von Gerkan, cumple un propósito que va más allá de reordenar el sistema de transporte ferroviario de la capital alemana.

En realidad  es el primer eslabón en un proyecto fuerte de renovación urbana en esta zona, cuya localización es estratégica por su cercanía al Parlamento y al río Spree.

Berlín es una ciudad aún en reconstrucción y en integración.  Los vestigios de la catástrofe están presentes en todo su territorio. Pero más allá de un monumento, los restos del muro que durante décadas dividió su geografía, o de una señal que indique la localización de algún hecho relevante relacionado con la guerra, la ciudad misma respira el dolor de la devastación.

La contraparte a esta herida latente es el vigor del desarrollo, el dinamismo de las obras emprendidas para volver a ser, no solo en el sentido de llenar o reemplazar los viejos destrozos, sino en unificar lo que antes fueron dos ciudades con dinámicas opuestas.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Igual sucede si el punto de visita es la Puerta de Brandeburgo, o si, unos pasos más allá, recorriendo el bulevar que complementa este gran monumento, se ingresa a las instalaciones del emblemático hotel Adlon.

O si se  recorren los barrios.

Siempre es posible escuchar en la voz de algún habitante local aludiendo a la imagen de la destrucción. Pero, si el desplazamiento es hacia la Alexander Platz, o en cercanía al río Spree, se pueden ver obras impactantes, como la titánica restauración que se ha emprendido del Palacio de Berlín, o la construcción de viviendas, a partir de grandes conjuntos de edificios, copando y remodelando las antiguas construcciones de la Berlin oriental.

Así que la estación de trenes, en toda su complejidad, en su renovación calculada, de gran factura y belleza arquitectónica, es también un símbolo: la puerta de entrada al espíritu de una ciudad en proceso de restablecimiento y unificación, y cuyas heridas lejos de sanar siguen latiendo, casi al mismo ritmo al que ingresan a ella y la abandonan los trenes en su estación central.

Para mayor información sobre la arquitectura se puede visitar esta página: Ver.

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