Un día, sin que nadie lo notara, brotó la fiebre. Los caminos empezaron a verse invadidos por ciclistas. La historia de uno de ellos, que asumió el pedaleo como rutina diaria cuando el asunto era de unos pocos.
Como un cardumen
Hasta hace poco más de una década solo se veía rodar en bicicleta a dos clases de personas: los mensajeros encargados de entregar los pedidos despachados por los comerciantes y los ciclistas aficionados y profesionales que disputaban competencias o se preparaban para participar en ellas.
La segunda clase nos dejó en la memoria un pelotón completo de héroes, recordados por su capacidad para escalar montañas tan duras como El Alto de la Línea y El Páramo de Letras.
Otros pasaron a la historia por las velocidades inauditas alcanzadas en terreno llano. A esas estirpes pertenecen hombres como Ramón Hoyos, “Cochise” Rodríguez, Rafael Antonio Niño, Fabio Parra, Luis Herrera y Alfonso Flórez, para mencionar solo a seis entre un centenar.
Y un día, sin que nadie lo notara, brotó la fiebre.
Las calles de las ciudades, los caminos vecinales y las carreteras intermunicipales empezaron a verse invadidos por hombres, mujeres y niños vestidos con uniformes coloridos a imitación de las grandes marcas europeas.
A lomo de una bicicleta escapaban de sus rutinas y se aventuraban en terrenos hasta entonces vedados.
Para utilizar una expresión cara a los mundos digitales, el asunto se volvió viral.
Fue entonces cuando empezaron a multiplicarse los almacenes de venta de bicicletas, de uniformes y de accesorios, así como los talleres de reparación y venta de repuestos.
Y, claro, también se hicieron notorias las diferencias económicas. En la vía uno encuentra bicicletas que van de los doscientos mil a los veinticinco millones de pesos.
De cualquier manera los ciclistas se volvieron legión. Unos buscaban aliviarse de las fatigas y tensiones propias del trabajo diario. Otros atendían recomendaciones médicas. Un alto porcentaje buscaba recuperar o mantener la figura.
Otro tanto por admiración hacia los grandes ciclistas del país y del mundo.
Y unos cuantos más por el simple placer de vencer distancias a pedalazos y, de paso contemplar los verdes del paisaje. Ah… y falta el grupo de quienes solo querían imitar a todos los anteriores.
Lo que antes era la ocasional presencia de un ciclista solitario se volvió un cardumen, una masa de colorido y sudor.
A alguno de esos grupos- o a todos- pertenece Carlos Fernando Escobar, cuarenta y cinco años, diseñador, profesor en Areandina, padre de una niña llamada Renata y fundador de la revista EnBici, en compañía del publicista Jorge Alberto Marín, hoy presidente de la Cámara de Comercio de Santa Rosa de Cabal.
Cuesta arriba
“Soy de Manizales y de niño aprendí a manejar la bici en esas calles empinadas en las que me creí alguno de los grandes de la época. Eran los días en que de Europa llegaban noticias acerca de las hazañas de Eddie Merckx o Felice Gimondi. Fue en esas calles donde me pegué los primeros totazos que, sin embargo, nunca me hicieron desistir.
Al contrario: cada raspadura ardiendo en los codos o las rodillas era un reto para seguir pedaleando con más ganas. Desde esos días pienso que quien aprende a montar bicicleta en Manizales puede hacerlo en cualquier parte”.
Y razones no le faltan, porque Carlos Fernando se sabe de memoria las rutas que rodean a Pereira, la ciudad a la que llegó a vivir hace catorce años.
Algunas veces toma la carretera hacia La Florida, que discurre apacible a orillas del río Otún, hasta que se empina en una pendiente que lleva hacia el sector de El Manzano.
Diestro como es, le imprime a cada pedalazo la dosis de fuerza apenas necesaria para alcanzar la cima. En el recorrido deja en el camino, uno a uno, a un reguero de novatos que jadean, traspiran y se tocan el vientre a cada minuto: síntomas inconfundibles de quien está a punto de desfallecer.
Más sabe el diablo por viejo, dicen.
“En este cuento es vital la dosificación de fuerzas. He visto cientos de veces a personas que salen disparadas como ráfagas y a las tres cuadras las encuentro sentadas a la orilla del camino.
Es algo muy curioso: se supone que montan en bicicleta para escapar a los afanes del día o la semana y resulta que en la ruta están igual de ansiosos por llegar a una meta que no existe. Por eso hay que salir tranquilo, sin afanes y con la mejor disposición para disfrutar el recorrido. Si no se tiene eso claro es mejor quedarse en casa o dedicarse a otra cosa”.
Amor de estudiante
En sus tiempos de universitario revoltoso, Carlos Fernando llegaba a clases en su bici, cuando eso todavía no se estilaba mucho. Incluso había una cierta discriminación.
El que se mueve en bicicleta no tiene ni para el bus, era más o menos el prejuicio dominante.
Sin embargo, gracias a esa rutina adquirió unos músculos duros que le dan un aire de armazón de hierro a su contextura flaca. Alto, de uno con ochenta y cinco de estatura, lleva los brazos tatuados a la usanza de una época proclive a decorar el cuerpo.
“Cuando uno se acostumbra a moverse en bicicleta, ésta se le vuelve una extensión del cuerpo. La bici da una autonomía, una agilidad y una libertad de movimientos que no proporcionan otros vehículos. Es una especie de liviandad en medio de un tráfico siempre pesado.
Supongo que de ahí viene una asociación de imágenes que siempre me ha acompañado: la bicicleta y los amores de estudiante. Porque los amores de esos tiempos poseen características similares: ligeros, pasajeros, sin compromisos. Como en bici ¿no?”.
Buenos vecinos
Ya instalado en Pereira en el año 2008 tuvo ocasión de participar en la creación de uno de esos periódicos sectoriales que cobraron fuerza al finalizar los años ochenta, como respuesta a las necesidades de unas ciudades en constante crecimiento y, por lo tanto, fragmentadas y dispersas.
“Esa condición fragmentaria hace que la gente se sienta desconectada. Entonces pide espejos, medios para reencontrarse. Es ahí donde los canales locales de televisión y los periódicos sectoriales cobran importancia.
En mi caso se trató de ‘Vecinos’, una publicación impresa y digital enfocada a registrar las noticias y a contar las historias relacionadas con el área de influencia de la Universidad Tecnológica y la Avenida Circunvalar.
Desde mi condición de diseñador pude asomarme a distintas facetas de esas comunidades cuya existencia no sospechaba. Descubrir, por ejemplo, que a tres cuadras de viejas mansiones viven familias enteras en cambuches constituye toda una revelación.
Sobra decir que algunos lugares, descubiertos y reseñados en principio por los periodistas y fotógrafos del periódico pude recorrerlos después montado en mi bici”.
Pero Vecinos fue una de esa dichas efímeras que se desvaneció cuando quisieron abarcar la ciudad entera y el mercado no dio para tanto. Pero esa es otra historia.
Una revista en la vía
Con todo, Vecinos le dejó plantada una semilla: la de contar historias. Un día, recorriendo en su bicicleta la carretera que lleva a Mundo Nuevo, se fijó en una familia entera- incluidos nietos y abuelos- que pedaleaba por una pequeña cuesta.
Mientras avanzaban en medio de una nube de polvo compartían anécdotas y reían al recordar sus pequeñas – y para ellos importantísimas- aventuras caseras.
Y entonces brotó la chispa: no existía en el medio una revista que contara historias como esa.
“Ese día me puse a pensar en la cantidad y en la variedad de personas que montan en bicicleta. Si uno lo mira solo por el lado de las profesiones, hay de todo y de todas las condiciones sociales y económicas: médicos, abogados, profesores, oficinistas, políticos, empresarios, vigilantes, mecánicos, policías, amas de casa. Cada una de esas personas tiene una historia que contar, más allá de los motivos que la empujan a salir a la calle y a la carretera montada en una bicicleta.
Necesitamos una revista que les hable a los que montan en bici, me dije.
A finales de 2015 le compartí la idea a mi amigo Jorge Alberto Marín.
El hombre de una la agarró al vuelo y empezamos a pensar en el formato y en los contenidos. Es más, de entrada le puso el nombre: ‘EnBici’.
Empezamos a indagar y encontramos un montón de revistas orientadas a vender bicicletas y a mercadear eventos, pero ninguna a pensar el fenómeno de la masificación de la bici.
Fue en ese momento cuando le encontramos la otra cara: sería una revista que contara las historias y se aproximara a las realidades de los ciclistas que salen al campo, pero también tendría que ocuparse de reflexionar sobre el uso de la bicicleta como aporte para mejorar las condiciones de movilidad en el área urbana.
Y esto último abarca tanto el equipamiento y la infraestructura como las políticas públicas. En esas andamos luego de año y medio”.
Premio de montaña
Como todos los domingos, Carlos Fernando ya está en la carretera. En esta ocasión se impuso una jornada dura. Salió de su casa, compró su provisión de bananos y tomó la calle 19 hasta alcanzar la Avenida del Río.
Al llegar allí giró hacia la izquierda rumbo al puente sobre el río Otún que lleva hacia La Badea y hacia la Ciudadela del Café. Luego de pasar por Pedregales tomó la ruta hacia el barrio Málaga. Antes de llegar allí se desvió hacia una cuesta que poco a poco se convirtió en una pared: Por allí se alcanza el Alto del Nudo.
El hombre levantó la vista y lo encandiló el sol de julio. Dos ciclistas cuarentones se detuvieron a su lado. Lo miraron, examinaron la cuesta y prefirieron seguir de largo.
Carlos Fernando se sujetó los pedales y acometió su propio premio de montaña.
Por algo dio sus primeros pedalazos en las empinadas calles de Manizales.