El barrio orbita alrededor de dos grandes emplazamientos: La Plaza Europa y el parque público en cuyo interior se puede visitar un hermoso jardín japonés
Estaba ya avanzada la noche cuando arribé a la estación de Toulouse-Matabiau. Al hombro mi pequeña valija de viaje, ataviada con lo justo para pasar el fin de semana en la Villa Rosa. De la estación de trenes descendí a las redes del metro, para tomar la línea B que conducía hacia el sector de Compans Caffarelli, lugar en donde estaba ubicado mi alojamiento. Al salir de la estación y empezar a recorrer el boulevard Lascrosses, comencé a sentir una leve indisposición, una sensación de incertidumbre asociada seguramente a la penumbra que envolvía la gran calle, o a los repetidos esguinces que me veía obligada a realizar para evitar chocar de frente con el alojamiento temporal de varias familias que, instaladas allí en sus carpas, usaban las baterías de baños públicos y los andenes como extensiones de sus precarias viviendas. Pensé que podrían ser gitanos o migrantes, lo cual no aminoró mi deseo de transitar velozmente para alcanzar lo más pronto posible la seguridad de mi alojamiento. Al ganar la Plaza Europa, paso obligado hacia mi hotel, me encontré en medio de un espacio público enorme, escasamente iluminado, semi desierto, habitado a esa hora de la noche por pequeños grupos de hombres que consumían alcohol, apoderados de las escasas bancas dispuestas como mobiliario urbano. Finalmente terminé de cruzar la extensa plaza, interminable como me pareció percibirla aquella noche, para arribar a mi lugar de hospedaje sin mayores contratiempos. Esa primera sensación que me brindó Toulouse, de ciudad un poco sórdida y hostil, me instó a la reflexión sobre las diferencias entre esta villa y Bordeaux, mi actual lugar de permanencia. Pensé en aquel momento que aquella impresión se debía a las condiciones diferentes de ambas ciudades, ya que en la medida en que las urbes aumentan en población e importancia económica, se tornan hostiles, y en general se llenan de problemas que se convierten en asuntos inmanejables para las autoridades. Se avanza en pujanza económica, seguramente, pero se pierde la calidad de vida, y esta situación es perfectamente perceptible para un visitante desprevenido, tal vez en mayor medida que para los residentes permanentes que terminan por habituarse a las condiciones de su ciudad y pierden la capacidad de asombrarse o aterrarse cuando los problemas amenazan convertirse en situaciones críticas e insostenibles. Particularmente el fenómeno de los inmigrantes, y de los gitanos, estos últimos muy comunes en Francia procedentes en su mayoría de las naciones de Europa del Este, representan un gran desafío para las autoridades del país. Puesto que los franceses están mayoritariamente instalados como ciudadanos respetuosos de los derechos del hombre, les es imposible aplicar medidas de fuerza para obligar a estos ocupantes ilegales del espacio común a abandonar parqueaderos a cielo abierto, andenes, y otros espacios públicos de los que frecuentemente se apoderan, ya sea por temporadas cortas o por largos períodos de tiempo. Aunque conocen bien que estas poblaciones se ubican en cercanías de barrios residenciales, en aparcamientos de centros comerciales o de universidades, disponiendo sin pago alguno de las conexiones de servicios públicos y en no pocas ocasiones realizando actividades delictivas, como robos a residencias o vehículos, la inacción se apodera de los habitantes de las villas así invadidas, una especie de parálisis que procede de la indecisión, del no acertar a qué hacer para lograr la restitución de los lugares indebidamente apropiados. Así meditaba aquella noche en la soledad de mi habitación, sobre la Villa Rosa y también sobre Bordeaux, en donde había visto ya ese fenómeno de invasión del espacio público por parte de las caravanas de gitanos, aunque no una ocupación tan manifiesta y atemorizante como aquella noche en la ciudad de los tolosanos. No obstante este primer efecto, en los dos días siguientes Compans Caffarelli me mostró otras facetas. Caminando por sus alrededores e indagando un poco en su historia, pude conocer que recorría la misma zona que albergó hasta finales de los años 70 del siglo anterior las Casernas militares, bautizadas con los nombres de Compans y Caffarelli, dos generales del ejército francés en tiempos de la revolución y del Imperio, cuya vocación se transformó radicalmente a partir de la renovación urbana que se emprendió en el área a comienzos de los años 80. A partir de esta iniciativa que echó a tierra las antiguas casernas (hoy solo se conserva uno de aquellos edificios), se construyeron en el lugar un centro comercial, un palacio de deportes, un palacio de convenciones y exposiciones, hoteles, edificios de oficinas e institucionales, y las sedes de varias universidades: un potente enclave urbano del cual disfrutan los habitantes de la villa en la actualidad. Galería Compans Caffarelli en la actualidad (Fotos por Martha Alzate) El barrio orbita alrededor de dos grandes emplazamientos: La Plaza Europa y el parque público en cuyo interior se puede visitar un hermoso jardín japonés. El conjunto se complementa con numerosas construcciones residenciales, y comercios instalados enfrente de los principales bulevares que rodean la zona. Particularmente, el jardín japonés es una joya a visitar en la Villa Rosa. Diseñado siguiendo el estilo de los jardines de Kyoto, todo en él está dispuesto para brindar una experiencia de intimidad y relajación. Separado del resto del parque por suaves montañas artificiales que le proveen una barrera natural, todo su desarrollo se encuentra estructurado alrededor del lago y de la isla que lo acompaña. Los puentes, la vegetación, la disposición de la arena, y hasta la cabaña de madera denominada Le Pavillon de Thé, todos sus componentes fueron minuciosamente estudiados, al igual que sus materiales y proporciones, para generar un ambiente exótico que invita a la evasión. Galería Jardín Japones de Toulouse (Fotos por Martha Alzate) Así lo experimenté, con una gran sensación de serenidad y placer, como una insinuación para disminuir la velocidad de la existencia e ingresar en otra dimensión, una cuyas puertas se encuentran en los límites de este jardín. Tal vez, pensé, es el poder silencioso de la belleza, que se deriva de la armonía entre formas y referencias simbólicas, dispuestas de tal manera que aportan una sensación de perfección a la cual es obligado adherir. Consideré que esta percepción era totalmente opuesta a la amenaza que provenía de aquel desorden, de la oscuridad, de la desagradable sensación de inseguridad, sufrida por mí la noche anterior apenas unos cuantos metros más allá, en los alrededores de la gran avenida del Boulevard Lascrosses. Todas estas impresiones me impulsaron a investigar más sobre la actualidad y el porvenir del sector. Así, pude descubrir que él está a punto de sufrir otra transformación radical. En octubre de 2017 el Concejo de Toulouse aprobó la ejecución de un proyecto que dividirá en dos la superficie de la Plaza Europa (la más grande de la ciudad, actualmente su superficie suma más de dos hectáreas). Allí se instalará un nuevo campus universitario destinado a la formación en las ciencias digitales, se reciclará una parte del edificio de la antigua caserna para construir una residencia universitaria que también podrá ser alquilada a turistas en el verano y otros períodos de vacaciones, y se elevará un edificio destinado a albergar el co-working, entre otras iniciativas inmobiliarias concebidas para realizar una nueva actualización del territorio a las cambiantes condiciones socio económicas. Todo un remesón que no ha concitado la voluntad de los tolosanos, que se recienten de la drástica reducción del espacio de la plaza y que han exigido incorporar adecuadamente las instalaciones de la antigua caserna al nuevo planteamiento. Podría resultar que todo este nuevo desafío implique también un saneamiento del sector, un aumento de la seguridad, mayor iluminación, y que éste sea igualmente un importante propósito que anima a la división de la Plaza Europa, gran área relativamente subutilizada en la que se presta actualmente para que en ella se realicen actos y usos indebidos o ilícitos del espacio urbano. No lo sé, especulo mientras intento sobrepasar el recuerdo de la agitación presente en andenes y calles, o asimilar la vitalidad que hoy respira el sector de los palacios de deportes y congresos o del centro comercial, a la par que puedo sentir la agitación que anuncian las nuevas transformaciones. Mi mente y mi corazón prefieren volver, una y otra vez, a la imagen de aquel edén zen, a su invitación silenciosa y potente para restaurar el equilibrio y la tranquilidad. Conocerlo significó una maravillosa oportunidad para escapar a tantas fuentes de angustia presentes en la cotidianidad: la inseguridad, la suciedad, el ruido o el exceso de agitación. Vivirlo, sentirlo, implicó para mí un reto, el de adquirir espacios reales o virtuales a los que pueda realizar una huida, física o mental, en aras de obtener una calma escasa en nuestros entornos actuales. Todo un regalo que me brindó la ciudad Rosa, una villa española en cuyo interior late un jardín japonés.