Ojos y pies conspiraron, esta vez, para conducirme a un lugar especial, cuya imagen plena de luz me acompañará para siempre. Al fin y al cabo, no somos más que seres cuyas retinas se abren a los destellos, y es a partir de ellos que reconstruimos el mundo, nuestro mundo.
Divagar por las calles de una ciudad como Köln, es un placer. Un urbanismo muy bien concebido me brindó, el pasado verano, el privilegio de perderme a mi antojo. A mi lado, la esporádica presencia de algunos ciclistas que rodaban por las redes construidas para este fin. Por las veredas, los caminantes entrelazando sus pasos y, en no pocas ocasiones, esquivando a los animados comensales que compartían tranquilamente en las diversas terrazas de los restaurantes. En los parques, uno que otro tomaba el sol instalado en los mobiliarios urbanos. La mía fue, en esos días, que hoy en la pesada oscuridad del invierno me parecen tan lejanos, una mirada que oscilaba de los adoquines de la ruta, perfectamente alineados, hacia las fachadas que dan estructura a las diferentes manzanas, muchas destacadas por su diseño y otras por la homogeneidad que aporta armonía a la agrupación urbana. Un vagabundear en busca de las sensaciones que podrían darme las claves de cómo sería habitar en esa ciudad. Al desplazarme sin orientación fija y perderme entre calles y lugares desconocidos, en el momento en que se produjo el encuentro fortuito desconocía las referencias precisas de lo que fui hallando a mi paso. En todo viaje es imposible abarcar el universo de posibilidades, y siempre quedan ocultos infinidad de secretos y áreas no visitadas. No obstante, en contadas oportunidades la voluntad de descubrimiento se ve recompensada, si bien, posiblemente, deba mediar para ello el paso de los días. En la serenidad de la reflexión, recurrimos como ayuda a la memoria para hilar las significaciones de alguna maravilla que se nos entregó así, desnuda y complaciente, silente y hermosa. Así ha sucedido esta vez con mis paseos por Köln. He logrado reconstruir, de manera más o menos coherente, una trama que me confirma lo que mis sentidos captaron de manera espontánea: la importancia arquitectónica de las edificaciones, la vitalidad de las calles, la potencia unificadora de sus espacios públicos. Revisando nuevamente lo que constituyó mi itinerario, intento localizar alguna pista adicional sobre un sector aparentemente desierto, pero de aspecto impactante. Mi búsqueda rinde un fruto parcial. Así, me entero de que el destino, mientras me dejaba seducir por la improvisación de mis pisadas, me condujo a un emplazamiento en donde, siguiendo los vaivenes de las guerras mundiales y los posteriores procesos de reconstrucción económica y física de la nación alemana, antaño se alojó el emporio Gerling Insurance Group. Los edificios que pude contemplar el pasado verano en la ciudad alemana a orillas del Rin, fueron en alguna época la sede de esta sociedad. Su construcción inició en los años cincuenta, y se fue complementando a través de las décadas siguientes. De esta manera, ellos conformaban en los años ochenta del siglo pasado lo que se conocía como Complejo Gerling. Como es evidente, no estaba al tanto de las características especiales de la zona ni de la historia referente al conglomerado que le dio origen. Podría decir que solo la oteé desde la lejanía, y algo poderoso forzó mis pasos desviando mi rumbo. El surgimiento y posterior consolidación de esta dinastía de los seguros está íntimamente ligado a las historias de Colonia, la nación alemana, y el mundo entero. Ella fue una importante generadora de riqueza para la ciudad; sus herederos participaron de manera directa de las tempestades que trajeron las dos guerras mundiales, logrando de ellas impulso para su negocio, exhibiendo gran capacidad de adaptación a las condiciones de cada momento. Paradójicamente, su peor situación se derivó de un evento ajeno a su nación de origen, cuando se convirtieron en víctimas indirectas de un hecho totalmente imprevisible: la reclamación masiva de los aseguramientos que su compañía garantizaba en Las Torres Gemelas en Nueva York, cuyo desplome, producto del ataque terrorista perpetuado en septiembre de 2001, tuvo graves incidencias en la estabilidad de la empresa. La tragedia y sus implicaciones económicas tal vez hayan forzado su posterior venta a otro jugador considerable del negocio de los seguros en su país y Europa, la también alemana Talanx Insurance. No obstante, en ese mismo año (2001), todas las divisiones de Gerling Group se trasladaron a un nuevo edificio. Esta vez su hogar sería diseñado por uno de los arquitectos más reputados del mundo contemporáneo: el británico Sir Norman Foster, creador de un nuevo conjunto de oficinas nombrado como el Gerling Ring-Karree. A partir de esta mudanza, los viejos establecimientos, gloria de la arquitectura alemana de mediados del siglo pasado, quedaron abandonados. Sin embargo, no tardaron en convertirse en un ambicioso plan de renovación urbana, cuyo objeto de lucro inmobiliario supo respetar este legado. Su propósito fue crear un nuevo distrito armonioso, que, a pesar de su intención explícita como proyecto de élite, ha logrado una discreta combinación entre comercios y residencias de alto costo, sin dejar traslucir ningún rasgo especial que dé cuenta de un deseo de ostentación. Esta iniciativa, cuya característica más notable es la belleza estética de su composición, fue denominada como Gerling Quartier. ¿Por qué di vuelta en dirección a aquellas construcciones, si no existe ninguna mención particular, aviso o comentario, que dé cuenta de lo que se esconde detrás de estas instalaciones, cuyo aspecto mayoritariamente deshabitado me llevó a pensar en ese momento que se trataba de un complejo gubernamental? Desde mi actual introspección contemplo la posibilidad de haber sido arrastrada por una fuerza que se desprendía de un impacto de luminosidad. El Gerling Quartier, situado a un costado de un jardín no muy grande y delicadamente ornamentado –El Park Mit Fontänen, está delimitado por una vía peatonal plena de comercios; desde esta ruta empedrada puede contemplarse una especie de brillo, mientras él se va abriendo sutilmente hasta llegar a mostrarse en toda su plenitud. A medida que me internaba en su territorio, una impresión de descarga luminosa se instaló en mí. Ráfaga totalizante, surtidor de claridad que lograba abrumar, que emergía de una amalgama coqueta. Ella era la expresión de la perfecta integración entre los rayos del sol y el material predominante: una piedra de tonalidades muy claras que es la base de los inmuebles, de las plazas y los recorridos circundantes. La explanada central estaba adornada con dos fuentes en las cuales los chorros de agua se entrelazaban después de ser expulsados de las bocas de juguetones delfines y otras esculturas. En el grupo urbano podía apreciarse una combinación extraña entre alturas diversas, aunque con un fuerte predominio de la perspectiva horizontal. Así como el intenso fulgor, su otro rasgo característico era una suerte de mutismo, tanto visual como auditivo. No se veía a nadie, no se escuchaba nada en ese lugar. Realmente, parecía deshabitado, y tal vez por eso llegué a considerar que se trataba de despachos y que los trabajadores que en ellos laboraban se encontraban disfrutando de un período de vacaciones: algo probable dada la estación del año en que nos encontrábamos. Me detuve allí por un momento, aspiré y estimé sus contornos, y proseguí mi marcha. Pero retuve aquella incandescencia, que fue lentamente derramándose en mi mente produciendo un recuerdo que se ha endurecido, fijándose como una impronta. Sólo cinco meses más tarde, cuando interesada en compartir mis experiencias con ustedes emprendí la tarea de averiguar en donde había estado, supe el por qué de esa impresión tan contundente. El Gerling Quartier no sólo es un vecindario para aquellos que quieren y pueden acceder al privilegio de habitar una residencia de lujo, cuyos precios oscilan entre 5.000 y 6.000 euros por m2. Es una unidad estética, cuyo fino encanto no disminuyó al ser objeto de la transformación y adaptación a otros usos. El desarrollo inmobiliario ajustó, sin desconocerlo, aquello que fue orgullo y emblema de una de las más importantes empresas de Colonia y de Alemania. Con razón, alguna vez el segundo en línea de sucesión de la dinastía Gerling, Hans, quien estaba al mando de la aseguradora cuando se adelantó la construcción, declaró que, de no haber estado ocupado dirigiendo la compañía, su vocación habría sido convertirse en arquitecto. Hans, aunque muerto hace ya muchos años, podría tener la tranquilidad de conocer que su obra, la que concibió y encargó a los dos diseñadores alemanes Helmunt Henrich y Hans Heuser, logró sobrevivir a los avatares del tiempo, y que su elegancia y atractivo se conservan, al igual que la intención de ser en sí misma una representación de la supremacía económica y social. No está de más anotar que, tanto Henrich como Heuser, así como el escultor Arno Breker (quien ideó y dio vida a los delfines de las fuentes), reclutados por Gerling para crear la base de operaciones de su corporación, pertenecían al grupo de trabajo del Albert Speer, el brazo derecho de Hitler en asuntos urbanísticos, nombrado como primer arquitecto del Tercer Reich. De esta manera, la historia de Alemania se entrelaza con la de Köln, poniendo de presente las relaciones entre empresa privada y poder político, cuya síntesis puede contemplarse bien en este, uno de los sectores residenciales más lujosos de Europa. Aunque su origen y posterior desenlace como plan de renovación no figuren entre los destinos obligados para los turistas, y pocas señas de dominio público puedan hallarse al respecto, encontrarlo fue una recompensa al acto de deambular, simplemente, y dejarse sorprender por lo que ofrecen todas las ciudades cuando se las aprecia con disposición desprevenida. Ojos y pies conspiraron, esta vez, para conducirme a un lugar especial, cuya imagen plena de luz me acompañará para siempre. Al fin y al cabo, no somos más que seres cuyas retinas se abren a los destellos, y es a partir de ellos que reconstruimos el mundo, nuestro mundo. Ver galería de fotos del Gerling Quartier y sus alrededores