A propósito de la construcción en Pereira de un edificio en la calle 14 con carrera 19, en inmediaciones de la quebrada “La Dulcera”, una reflexión sobre el valor de los ríos y cauces de agua que atraviesan nuestras ciudades. Son, indiscutiblemente, tesoros a recuperar y conservar, dignos de zonas de protección amplias.
Cuando comencé a realizar el ejercicio de escritura en este portal me preguntaba: ¿cómo hacer puentes donde no hay ríos?, ¿cómo habíamos llegado a un punto de escasez en nuestros ríos que nos forzaba a contemplar sus cauces secos?
Ahora cuando el Eje Cafetero se sacude por la polémica sobre los suelos de protección que las ciudades deben tener para la conservación de los ríos y quebradas, es propicio pensar este caso no sólo como una cuestión normativa sino ir más allá, plantear la idea de que es necesario planear la recuperación de nuestros cauces de agua.
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En primer lugar, debemos pensar qué es un río “urbano”, aunque esta denominación resulte un poco incomprensible ya que un río no cambia, como elemento ambiental, así atraviese un suelo rural o urbano.
Un río urbano es en primera medida, el punto de origen de la mayoría de asentamientos humanos, ya que brinda el líquido vital para el establecimiento de cualquier ciudad. En segundo lugar, el cauce de agua que lo recorre o limita.
En general, llamamos río urbano al cauce que hace parte del perímetro y se mantiene superficialmente, o sea que no ha sido conducido por tuberías subterráneas como parte del drenaje pluvial o residual.
Siguiendo con esta indagación debemos pensar que el contacto con el agua, los árboles y la fauna de las riberas genera en los ciudadanos sensaciones de tranquilidad, disfrute del paisaje, bienestar para la salud.
Pero en algunos casos, y si los ríos están degradados, produce sensaciones de inseguridad por la amenaza de inundaciones, desagrado por la contaminación del agua y en consecuencia, una negación del río urbano.
Después de evaluar las sensaciones que genera en el ciudadano este elemento ambiental, ahora se puede mirar al futuro. Los ríos como cualquier componente de los ecosistemas tiene un porqué dentro del sistema natural, es decir, provee el agua, el alimento o el hogar para algunos animales.
Es el principal canal de intercambio de energía y nutrientes, y deja a su paso la fertilidad en los suelos. Este examen nos permite dejar en evidencia el gran tesoro que son para una ciudad sus ríos conservados.
En materia de normas, desde el nivel nacional y regional, las corporaciones autónomas dictan franjas de protección a ambas orillas, estos cinturones que se quieren conservar no tienen uniformidad y varían desde cinco a treinta metros.
La discusión para los gestores y las autoridades se agotaesca en el costo económico de esta acción, y en la exigencia a las construcciones del respeto de esta zona de protección.
Este asunto, que no deja de ser vital para la gestión y recuperación de los ríos, es escasa cuando no se integra con el reconocimiento del cauce como un ecosistema, un todo lleno de vida animal y vegetal, que excede considerarlo como un lecho del río y una franja de suelo.
Mirando al futuro los ríos, son tesoros a recuperar en las ciudades, dignos de zonas de protección amplias que les permitan comportarse como un ecosistema natural dentro de la urbe.
Los grandes parques, las vías paisajísticas, y en general, el disfrute de las orillas con deportes, actividades culturales o simplemente la contemplación del paisaje no son incompatibles para la conservación ambiental.
Pero el reducir las acciones de protección a una franja uniforme que operaría de manera similar en “fluviosistemas” tan diferentes como los bosques secos del Cauca, en un río de montaña como el Otún o en el caudaloso Atrato, es insuficiente para el trabajo ambiental al cual nos vemos avocados.