Un “Gracias por la conversa” camino a Cajamarca

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¿Qué charlaban dos campesinos de Cajamarca después de decirle NO a La Colosa, la mina de oro a cielo abierto más grande prevista para Colombia? Ellos, como tanto otros, podrán seguir allí  cultivando frutas y verduras, con sus vidas tranquilas, pausadas y  sinceras.


 

Es lento el ascenso para llegar al Alto de la Línea, esa carretera que parece una serpiente gigante enroscada al borde de las montañas que remonta para llegar a Cajamarca, cuando se viaja del oriente del país.

Ahí, en Cajamarca, termina el descenso, y es como si uno se asentara en la cola de la culebra y supiera, con certeza, que escapó de la mordedura mortal a que estuvo expuesto durante el trayecto.

Una especie de alivio recorre el cuerpo cuando se percibe el aire tibio y fresco que se respira en este poblado, de veinte mil habitantes, que el 26 de marzo, un domingo diferente, salieron a decirle NO a La Colosa, la mina de oro a cielo abierto más grande prevista para Colombia.

De pronto, en medio del viaje que emprendí desde Armenia, ese fue el tema de conversación que surgió entre dos de los pasajeros que viajaban en el mismo bus en que iba para Ibagué.

 

– ¿Entonces usted no está de acuerdo con la mina?

– Es que vea, el agüita es muy necesaria-, respondió el campesino cajamarqueño.

 

Acababan de conocerse. Sin embargo, hablaron sin parar el resto del camino, hasta Cajamarca, donde se bajó uno de ellos.

Los sembrados, las semillas ‘montunas’ y tecnificadas, las veredas en las que viven, fueron los temas de la amena tertulia que oía como un susurro entremezclada con la música que traía el conductor.

Conversación que alegró mi espíritu, y sembró esperanza.

Esas colosales montañas que rodean Cajamarca, por ahora, están liberadas de la amenaza devoradora y ambiciosa del oro.

Podrán seguir allí los campesinos cultivando frutas y verduras. Con sus vidas tranquilas, pausadas, sinceras.

Foto tomada de Alice News

 

Sin más pretensiones que la de esperar tres, cuatro, seis meses, un año, para cosechar lo sembrado y llevarlo a los mercados de pueblos y ciudades.

El automotor estacionó en el parque principal de Cajamarca.

Descendió uno de los campesinos, con su rostro quemado –o dorado por el sol-, con una expresión seria pero amable, una mirada sincera y un gesto de cercanía con su interlocutor, le dijo:

 

  • Gracias por la conversa-, mientras le estrechaba la mano.
  • Que descanse y llegue bien a la finca, le respondió el otro, que vive en una vereda de Ibagué.

 

A esos dos campesinos también les digo: ‘gracias por la conversa’, y por salvar esas majestuosas montañas.

 

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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