En el barrio el Jardín la gente es así. Confiada y amistosa.
Maticas, muchas maticas
Si a mi abuelita Cleo le fuera encomendada la tarea de diseñar un barrio, ese Barrio, sin lugar a dudas, sería El Jardín. En primer lugar, porque las casas están llenas de materas o de helechos. En cualquier espacio vacío dentro o fuera de las viviendas, allí donde parezca que algo falta, hemos de poner una matica. Ese ha sido el criterio de mi abuela para la decoración y parece que para los habitantes del Jardín también.
En los antejardines o a ambos lados de los andenes, la solución será la misma. Poner un matero o sembrar especies de poco tamaño (arbustivas, dirán los conocedores) y adornarlos con piedras en las que hemos de pintar la bandera de Colombia. También serán útiles algunas canicas y pequeños adornos de plástico coloridos y anacrónicos. A veces no parece que las plantas adornaran las casas, sino al revés.
Quien camine por cualquiera de las calles del barrio El Jardín, sentirá el aire limpio. Es un placer perderse por sus senderos laberínticos que pasan entre casas en las que es muy común ver una moto de regular tamaño parqueada al lado de una puerta. Esa puerta, muy probablemente, será de metal y estará pintada de un tono blanco ochentero. Si alargamos la marcha por estos caminos, casi sin darnos cuenta, nos sorprenderá una vegetación frondosa y cerrada que nos hará olvidar por un momento del lugar en el que estamos.
No importa si vamos por la etapa 1 o 2 de este barrio. Encontraremos casas que le encomiendan su seguridad a una reja que podría ser sorteada sin ningún problema por un niño de 6 años. Y entre la reja que invita a no pasar y los portones hay, claro está, más maticas y más helechos.
Nuestras vidas pasadas
Caminamos por el jardín segunda etapa. Decidimos hacer nuestro recorrido no por la vía central, la que conduce al Parque del Café (o lo que queda de él), sino por los andenes laterales. Estos están repletos de guaduales y árboles de todos los tipos que alojan en sus copas a pequeños pájaros amarillos que no se atemorizan cuando pasamos cerca de ellos. Cuando termina el recorrido por aquel camino periférico y muy verde, llegamos a una casa en la que hay pájaros enjaulados y varias placas que sirven de homenaje a la misma persona. El Doctor Adalberto Aguirre López. En una de las placas se lee lo siguiente:
“EL VALLE DE LÁGRIMAS.
Libro-novela.
En este lugar, en noviembre de 2013 se terminó de escribir el octavo libro del Doctor Adalberto Aguirre López Médico Psicoterapeuta. Escritor, Periodista, Licenciado, tarjeta profesional No. 613. Conferencista Investigador y descubridor de varias de las reacciones del cerebro humano.”
Creemos que se trata de una placa póstuma. Gritamos ¡bueeeeenas! Y a nuestro encuentro tras una reja muy baja se asoma un hombre sonriente con una suerte de boina en su cabeza. Nos deja pasar como si fuéramos viejos conocido. Sus dos perros lanudos aprovechan la oportunidad para fugarse al matorral más cercano. El hombre trata de retenerlos con un regaño sin éxito. Le preguntamos acerca del doctor Adalberto Aguirre López, a lo que responde complacido: ¡soy yo!
Nos sentamos en una sala de muebles rojos. La casa está llena de trebejos, al mejor estilo del famoso personaje de la Baker Street. Al fondo, puede verse un panel de tela, muy propio de los consultorios antiguos que separa aquel despacho del resto de la casa, se imagina uno que para darle la privacidad necesaria al paciente.
Adalberto Aguirre afirma, siempre sonriente, que ha escrito al menos 8 libros, cuyos temas son los resultados de sus investigaciones acerca de la mente humana y la literatura. Le compramos por 25 mil pesos su último libro El Valle de Lágrimas. Se trata de una novela voluminosa que en su portada tiene un dibujo bastante costumbrista.
– ¿Usted maneja el internet muchacho? me inquirió.
-Si lo hace, basta que ponga mi nombre en Google y allí le saldrá que soy la única persona del mundo con poderes paranormales comprobados. El otro día, una amiga me llamó para que le espantara unas hormigas que lo estaban invadiendo todo. Me planté delante de ellas y les ordené que me trajeran a su reina. Ante mí se presentó una hormiga mucho más grande que las demás. Le ordené que se fuera, que de lo contrario les echaría veneno y así fue. A los pocos días no había ni una sola,
culminó el Doctor Aguirre con toda convicción.
El Doctor también manifestó tener conocimientos avanzados en hipnosis, ser una autoridad en tratamientos contra las adicciones, el bajo rendimiento escolar y en ayudarle a sus pacientes a hacer regresiones a vidas pasadas.
-Yo no creo en la reencarnación,
nos advirtió.
La vida pasada de uno es el papá y la mamá y a su vez el papá y la mamá de ellos, o sea los abuelos de uno y así sucesivamente. Cuando alguno de nuestros ancestros tiene una experiencia traumática podemos heredar las malas sensaciones que vivieron. Pues bien, eso tan maluco, yo se lo puedo quitar.
Una panadería en el Edén
Las noches siempre son tranquilas en la primera etapa del Barrio el Jardín. Las luces acarician el asfalto de las calles por las que desde muy temprano, dejan de pasar los autos y las motos. Solo buses anaranjados atraviesan el barrio con mucha regularidad.
Las chicharras se escuchan desde la panadería de Rafael Galeano que está iluminada por algunos bombillos de luz amarilla. Don Rafael lleva 12 años allí y si usted le compra una de las empanadas que reposa a la intemperie sobre un sartén lleno de aceite o uno de los panes que se ve detrás de la vitrina, él le encimará una buena conversación.
La amabilidad de aquel hombre es la de alguien a quien nunca han robado. En el barrio el Jardín la gente es así. Confiada y amistosa. Don Rafael tiene corte militar y también aquella edad en la que los hombres deciden ponerle una cuerda a las gafas para que, al quitárselas, queden colgadas del cuello.
-Este es un barrio de gente muy longeva,
comenta.
Aquí el aire es muy sabroso y no se ven ladrones ni jóvenes haciendo recocha. Además, la comunidad es muy querida y muy solidaria. Todo el mundo asiste cumplido a las reuniones del barrio en la casa que queda sobre la avenida.
-Este barrio está a esto, comenta Don Rafael mientras junta la yema del dedo pulgar con la del dedo índice, de ser el cielo. Esto es una verraquera por aquí.
Cuando nos fuimos de allí pensamos que Don Rafael podría tener razón. En el Jardín la gente sufre de felicidad, de un tipo de felicidad que no se ve por las redes sociales. Una felicidad íntima, un regocijo de puerta cerrada que solo experimentan aquellos que venden los últimos panes que les quedan por las noches mientras respiran el aire fresco de aquellas calles verdes o aquellos que, sentados a solas en el estudio de su casa construyen su propia teoría acerca de las vidas pasadas o los increíbles poderes de la mente.
Al interior de aquellas casas llenas de maticas, están los habitantes del barrio el Jardín y su discreta, pero sincera alegría.
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