La crítica artística y la museografía españolas han guardado silencio en torno a la obra hasta el día de hoy. Lo mantendrán indefinidamente, como lo han hecho con la obra de Juan Goytisolo, con los Desastres de Goya, o con el reformador Blanco White. Han sido 50 años de censura e indiferencia frente a su significado.
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El 17 de enero de 1966 dos aviones de la U.S. Air Force, uno de los temidos bombarderos B-52 y su avión nodriza, chocaron en una operación rutinaria de abastecimiento de combustible sobre el territorio soberano español. Acto seguido se precipitaron en las inmediaciones del pueblo andaluz de Palomares.
Con ellos se desprendieron cuatro bombas de hidrógeno. Dos de ellas se rompieron en tierra, esparciendo uranio y plutonio a lo ancho de una superficie de varios kilómetros cuadrados. Los otros dos cayeron en el mar.
Las autoridades políticas españolas, el ejército nacional y la guardia civil cerraron inmediatamente el acceso de la zona afectada y sitiaron a su población, mientras el aparato del estado y sus monopolios de comunicación abrieron una campaña mediática para desmentir los acontecimientos y sus trágicas consecuencias ecológicas y humanas.
Nadie pudo saber de la catástrofe. Nadie puso de manifiesto sus consecuencias locales, ni sus significados globales. Murieron personas y animales, y surgieron enfermedades hasta entonces desconocidas. Pero la censura del estado español fue completa, al igual que en la destrucción total de la ciudad de Guernica por la Luftwaffe germánica.
Esta censura ha seguido vigente hasta el día hoy.
Solamente una intelectual española, Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia, pudo romper el silencio oficial en torno a aquel incidente, organizar por cuenta propia a la población de pescadores y campesinos locales en defensa de sus derechos, y llamar la atención internacional sobre el chantaje nuclear universal que sobrevuela permanentemente nuestra existencia.
Fue condenada a más de veinte años de cárcel por el aparato jurídico español. Su memoria Palomares, que describe los acontecimientos y las acciones de una administración política servil y corrupta, así como las acciones desesperadas de la población afectada, fue censurada bajo el franquismo y el postfranquismo. (Publicado póstumamente en: Eduardo Subirats, La era de Palomares (Barcelona: Editorial Viejo Topo, 2011).
En 1967 Jorge Castillo terminó el tríptico Palomares en su exilio de Boissano. Su formato de tres por seis metros emulaba al Guernica de Picasso y la memoria del genocidio del pueblo vasco.
Era, además, un desafío a las estrategias nucleares de la Guerra fría. En 1968 Palomares fue exhibido en el Documenta de Kassel. A raíz de esta muestra René d´Harmoncourt, en aquellos años director del Museum of Modern Art de Nueva York, propuso su adquisición al consejo asesor del museo. Dicho consejo aceptó comprar la obra. No sin condiciones.
Debía eliminarse la silueta del bombardero en la parte superior del panel izquierdo del tríptico, porque sus curadores la consideraban una inadmisible regresión realista con respecto a los lenguajes abstractos museográficamente sancionados. Castillo no aceptó semejante intimación.
Poco después el pintor recibió una propuesta del Museum für Moderne Kunst de Köln. Este centro estaba dispuesto a adquirir y mostrar el tríptico en su colección permanente. Pero Jan Krugier, el marchante suizo de Castillo, se negó a vender Palomares a dicho museo porque, en su opinión, la culpa alemana del genocidio judío no facultaba a sus instituciones culturales la condena del holocausto nuclear que esta obra recordaba.
En su lugar, Krugier vendió el tríptico a un coleccionista español, amante de su ex-esposa, que durante cuatro décadas mantuvo este tríptico en un almacén de Genève. Palomares fue adquirido en los años noventa por una institución bancaria de Galicia que asimismo la preservó del acceso al público.
La crítica artística y la museografía españolas han guardado silencio en torno a la obra de Castillo hasta el día de hoy. Lo mantendrán indefinidamente, como lo han hecho con la obra de Juan Goytisolo, con los Desastres de Goya, o con el reformador Blanco White.
En 2016 un equipo de curadores alemanes, belgas y rusos trataron de rescatar Palomares de Castillo de su olvido y mostrarlo en la exposición Art in Europe, en Bruselas, Karlsruhe y Moscú.
Tras una investigación infructuosa dieron el tríptico por extraviado o destruido. En 2017 Ludwig Forum Aachen pidió la obra para la exposición Flashes of the Future: the ‘68’ Generation a Abanca, su nuevo propietario. Solamente después de que el propio Castillo amenazara con una acción legal, esta institución cedió la obra.
El 30 de noviembre de 2017 se inaugurará una exposición de Jorge Castillo en el Museo de Arte de Pontevedra. En ella se mostrará por primera vez en un museo español el tríptico Palomares.