Observe las flores, el camino del muerto, las calacas de azúcar y el pulque junto al tabaco. Cuelgue el papel picado alrededor del altar y busque la fotografía del difunto. Ponga las frutas, los recuerdos que pueda encontrar: algún disco de Agustín Lara y un torito veracruzano para sufrir la música.
Visite el panteón y coman juntos. Quizá usted salude con una broma y pregunte sobre la salud. Quizá respondan encogiendo los hombros y agradezcan tener la tumba en calma, sin pegatina de familiares, sin los desvaríos de quienes escriben sus nombres y deseos antes de partir.
Pueden cantar, ahuyentar la solemnidad, conversar sobre días luego del trabajo o viajes para conocer el mar. Lleve el chocolate, el pan de muerto, compártanlo con otros hombres y mujeres bajo sus epitafios, cada uno junto a sus cruces y murmullos comunes. Alguien tomará su palabra y será tamal de mole, café de olla, mezcal sin etiqueta. Alguien estará con los suyos y será olor a cempoalxochitl y tierra mojada, fiesta a la pelona, una línea en el árbol de la vida tallado por un artesano de Michoacán.