Los aromas de la calle: golosinas de sal para conjurar el Covid-19

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Todos los días, entre las 5:30 y 6:30 de la mañana, oigo los pasos pesados y lentos de la señora que hace los chorizos de cerdo ahumado más ricos que he probado hasta hoy.

Ella sale de su casa para llevarle café caliente al vigilante en turno del conjunto.

Con su tapabocas amarillo en la barbilla, sus batolas largas, anchas, de telas ligeras y con las únicas chanclas que me imagino son las que se le acomodan mejor para sostener su cuerpo y menguar las dolencias de la artritis y la vena várice, la veo pasar a través de la ventana, la misma que también abro todos los días entre esas horas, para que entre luz a la casa y las plantas reciban aire y sol.

Esa señora que a sus más de 70 años no se ha dejado amedrentar por las noticias macabras, las miradas inquisidoras de sus vecinos o por el miedo a enfermar o morir. Me pregunto qué la impulsa a vivir sin miedo. Aún frente a todos los malos pronósticos que le atañen a su existencia.

Foto por formulario PxHere

Un par de veces la he saludado, pero con esos tapabocas con los que ya no nos reconocemos -como diría Ángel Balanta– ella no sabe bien quién soy, porque yo, la verdad, no me animo a quitarme la mordaza de la cara y menos frente a personas de su edad ¿Qué tal que yo tenga el virus, sea asintomática y la contagie?

Ella, sin embargo, va muy empoderada en su camino y le vale un chorizo el tal Covid-19. Imagino que su experiencia en la vida es tan vasta que seguro ha visto morir muchos a su paso a través de guerras, violencias y enfermedades.

Debo reconocer que verla todos los días pasar cerca a mi ventana y aún más, cruzarme con ella los lunes, el día que puedo salir a comprar provisiones, es para mi una recreación de lo que espero ser a su edad: una mujer con ovarios, o mejor, para no ponerlo en términos de machismo o feminismo, un ser humano conciente de que su existencia en este mundo es finita pero mientras está, es de ley hacer lo que a uno le gusta.

Por eso siento alivio al cruzar la mirada con ella y aunque no reconoce que soy la hija de su gran amiga, como le dice a mi mamá, con su voz enérgica que contrasta con sus palabras dulces y llenas de vida me diga: Quiubo mija, cómo está de bonita ¡Dios me la bendiga! Aquí voy por las arepitas para el desayuno porque desayuno sin arepas recién hechas no sabe bueno.

Ese momento es sublime y no hubiera sido posible disfrutarlo, si ella no rompe la regla y si este aparente tiempo detenido no me impulsa a verme a través de los otros.

Me hubiera quedado con la idea de la mujer que hace los chorizos de cerdo ahumado más ricos que he probado hasta hoy, y aunque eso no es menos valioso, sería un recuerdo pobre. Espero que vuelva a cocinarlos de nuevo, porque seguro me van a saber mejor.

Todo empieza con una idea, dice David Lynch y en el camino nos vemos, es lo que he comprobado.

2 COMENTARIOS

  1. Que perfil de señora tan característico la que describes, la puedo imaginar para dibujarla, con tu corto y ameno relato. Por aquí también se dan de esas mismas, sin miedo. Saludos, abrazo.

    • Mi estimado y recordado Edilberto, sí, tenemos muchas y muchos de esos bellos seres humanos que quieren seguir viviendo y le hacen el quite a tanto rollo. Un abrazo grande, espero encontrarnos de nuevo, ojalá en la JAM te inspires para dibujar esos rostros guerreros 😀

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