¿Qué tienen en común, un ciudadano comiendo un sancocho, un campesino bebiendo aguardiente, y una madre aplicando Vaporub a su hijo? La respuesta está en las plantas, en específico en los terpenos, metabolitos secundarios de los que se extraen aceites esenciales, muchos, con propiedades medicinales. Y es difícil hallar en la naturaleza moléculas con tan múltiples propósitos.
El sancocho, suele ir acompañado de un picadillo de cilantro (Coriandrum sativum), un monoterpeno encargado del aroma y sabor especial en este plato típico. Similar ocurre con el anetol, la esencia del anís (Pimpinella anisum) que da el sabor particular al popular aguardiente. Por su parte el pineno, cineol, mentol y eucaliptol, están presentes en el vaporrub y mentholatum, útiles para tratar secreciones en las vías respiratorias. Valga advertir, en la naturaleza actúan como mecanismos de defensa ante agentes externos, de allí la sabia recomendación de “no abusar de los aliños”.
Hasta aquí, un abrebocas del maravilloso mundo de las plantas transmitido por el ingeniero y biólogo experto en áreas afines, profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia, Hernando Patiño Cruz.
Y en este mundo propio de la botánica, echa raíz en la región andina, en territorios de flora neotropical en zona céntrica del país, el trabajo del ingeniero agrónomo Hernán Giraldo, docente en la universidad agropecuaria UNISARC, ubicada en Santa Rosa de Cabal, Risaralda. Por lo general, su área de trabajo está ocupada por plántulas, semillas, aceites y compuestos; variedades vegetales que suelen surtir su escritorio, destinadas a congresos, clases y proyectos. Es del tipo de maestros que con dificultad deja de atender interrogantes acerca de los nombres, características y propiedades de las plantas, extendidas por cuanto interesado o necio lo consulta.
El tema no es de menor cuantía, el uso medicinal y alimenticio de las plantas es estructural, y ha recobrado vigencia en el panorama nacional con la oportuna incorporación en el Plan Nacional de Desarrollo, en contraste con el flojo soporte otorgado en la reforma a la salud.
El concepto de plantas medicinales, explica el profesor Hernán, está ligado al uso que da el hombre a estos recursos para el tratamiento de afecciones. Por ende, es importante abordarlo en paralelo a la aparición y desarrollo del ser humano, considerando las etapas previas a la domesticación de la agricultura. Sin olvidar que el reino vegetal surgió en el planeta mucho antes que el ser humano.
De ahí que el trabajo de campo que él y un equipo de docentes realizan en comunidades y colegios de Pueblo Rico y Mistrató, poblados olvidados por el Estado a los que aún se llega en ‘flota’ y no en bus, a los que desde el proscenio político insisten en llamar “la Colombia profunda”; es la materialización la cultura, el saber y el conocimiento científico acumulado entorno a las relaciones sociales y productivas.
Dicha zona hace parte del Chocó biogeográfico, región neotropical que ocupa el 2% de la superficie terrestre, considerada entre las más ricas del mundo. Y no solo es noticia por las tragedias que afronta, también es epicentro de investigaciones universitarias que trabajan de la mano de proyectos comunitarios.
Justo allí, en el corazón del territorio de San Antonio del Chamí en Mistrató, límites con Chocó, un colegio Emberá es cuna comunitaria de la etnobotánica orientada por el también profesor Henry Rincón, quien fuera en su momento alumno de Hernán. Él habita en una casa dominada por la entropía natural; borracheros, heliconias y más de veinticinco especies de plantas configuran los pórticos. Entre varias, describe de manera particular una mata de ají pajarito, “mantiene así, azotada por las aves y los Emberá que pasan por aquí y se los llevan a la boca, ¡y para eso es!”.
Cuenta, su ejercicio en el Chamí le recuerda un poco “al del curita de un libro de plantas que decía: ‘me hace el favor un padrenuestro y tráigame tres plantas medicinales, (risas). En realidad, construimos un tambo para semillas, más las huertas, y a partir de especies que suelen aportar los estudiantes trabajamos en la conservación de saberes, caracterización y protección.”
Una muestra significativa es el estudio, propagación y conservación del maíz “Chamí o Choconcito”, de condiciones únicas de adaptación a los sistemas de producción en selvas tropicales, variedad que los indígenas siembran al voleo, luego socolan, la maleza cae encima, y así cosechan. La fécula que extraen del maíz, hace parte de los hábitos de consumo en su dieta alimenticia. Un patrimonio Chamí heredado de pueblos indígenas y afros. Cultivado en el cañón del Río San Juan entre Mistrató, Pueblo Rico y Tadó. Ellos documentaron el trabajo en la cartilla “Maíz Chamí o Choconcito. El maíz ancestral del Pueblo Emberá.” (Semillas de Identidad, 2017).
Estos desarrollos en el territorio, desde una mirada antropocéntrica, son el fruto de beneficios biológicos que las plantas pueden prestar al hombre, en funciones básicas como alimento y medicina. Así lo explica el profesor Hernán Giraldo mientras siembra semillas en el banco genético de especies vegetales promisorias de la universidad, terrenos desde los que harán el recibimiento previo al XI Congreso Latinoamericano de Plantas Medicinales COLAPLAMED, que tendrá lugar del 13 al 16 de septiembre en Armenia, organizado por la universidad del Quindío, con apoyo de la UNISARC, la Asociación Colombiana de Ciencias Biológicas y la Sociedad Latinoamericana de Plantas Medicinales.
Al respecto Carolina López, profesora de Química, integrante del comité organizador del Congreso, “resalta que reviste especial encanto porque reunirá experiencias internacionales con las de comunidades rurales provenientes del Chocó biogeográfico”. De gran calado, dado que la estimación botánica para esta región “ha registrado 4548 especies de plantas vasculares, incluidas en 270 familias y 1211 géneros. Todas presentes en localidades de los departamentos de Chocó, Cauca, Antioquia, Nariño, Risaralda y Valle del Cauca de Colombia. (Valoyes, D C, & Palacios Palacios, L. 2020).
La relación histórica con las plantas.
En el desarrollo histórico del manejo y uso de las plantas, afloran relaciones acordes a diferentes sistemas de organización humana, como los que condujeron a los europeos a incluir las plantas entre los recursos a saquear. Como está descrito, al inicio el árbol de las brillantes filigranas doradas impidió a los colonizadores observar el bosque de los recursos vegetales que después verían con el mismo apetito foráneo. En consecuencia, en tiempos actuales, en Instituciones Educativas como la de San Antonio del Chamí, los chicos aprenden y discuten acerca de la versión completa de la historia, orientada a valorar riquezas como la flora de sus territorios.
Saben ahora que, en épocas coloniales, las plantas hicieron parte de la carga de regreso. A espaldas de indios y negros, lomos de caballos y canoas, sacarían miles de especies. Durante los latrocinios del pasado los aromas impregnaban los acanalados caminos y surcados ríos, para luego terminar mezclados con el sudor de los esclavos en las bodegas de las carabelas que regresaban con el botín a los reinos de Eurasia.
Muy bien ha tejido el escritor William Ospina estos acontecimientos. En el 2018 escribiera para la Revista Diners, una semblanza del sabio Mutis a los 210 años de su muerte, inicia así: “Uno de los hechos más inadvertidos para Europa del llamado descubrimiento de América fue el hallazgo de una flora desconocida. No se trataba de que en el nuevo continente se hubieran encontrado algunas especies nuevas para los sabios europeos; se trataba del hallazgo de un cosmos, como si un nuevo planeta se hubiera ofrecido a la curiosidad de los hombres.”
Desde las aulas de la universidad, el profesor Hernán suele referir un ejemplo: al llegar los colonizadores al trópico americano chocan con enfermedades como la malaria, sin una cura disponible, se percataron que éstas eran tratadas por los nativos con ciertas plantas. Así supieron que la quina y la ipecacuana, plantas de uso común en zonas selváticas de la Amazonía y parte de los Andes, tenían efecto sobre esa enfermedad. Y empezaron a ensayar, a tal punto, que quizás uno de los mercados de mayor exportación de plantas en este periodo fue de estas especies.
Cabe al cierre otro relato literario de Ospina en El País de la Canela: “…Encontraría Gonzalo Pizarro, en el reino aún viviente de los Incas, a hombres con grandes joyas en las orejas cultivando en terrazas escalonadas cientos de variedades de maíz, manzanas de tierra de todos los tamaños y colores, quinua más nutritiva que el arroz gris de las praderas de Asia.”
Medicina y alimentación.
Primero alimento y después medicina. “Fue observando plantas con el interés de alimento, como los primeros pobladores encontraron que algunas especies de animales, evitaban ciertos vegetales o padecían distintos episodios al consumirlas.” En adelante, transcurrieron desarrollos medicinales, gastronómicos y espirituales entre las tribus pobladoras del continente. Aunque valga aquí una precisión del profesor: “el concepto de gastronomía en comunidades étnicas, reúne los aspectos del cultivo, medicina y espíritu”.
En épocas presentes hay discusión de si en la antigüedad el hombre hizo mejor uso medicinal y alimenticio de las plantas que en el presente. En esta senda, el médico estadounidense Michael Greger y el periodista Gene Stone, autores del libro “Comer para no morir”, resaltan que unos pequeños cambios en la dieta básica y estilo de vida, que impliquen el consumo elevado de vegetales, podrían prevenir la mayoría de enfermedades y muertes prematuras.
Insisten, la importancia de la nutrición en la salud humana se ha tornado superflua, padece menguas en las facultades de medicina, los tratamientos médicos y la investigación. Crece la especialización en la gestión del dolor, pero no la prevención. Al respecto, el prólogo de su obra contiene una frase que da para comedia negra: “el único profesional de la medicina que me ha preguntado alguna vez acerca de la dieta de algún familiar ha sido nuestro veterinario”. Tampoco omiten la corruptora influencia del dinero sobre la medicina, incluida la nutrición: “Parece que todos y cada uno venden su propio aceite de serpiente o chisme milagroso”.
El doctor Greger sacude a los lectores para recordarles que la vejez misma no es una enfermedad, y cita un ejemplo: “las células del cuerpo contienen cuarenta y seis hebras de cromosoma, y al final de la vida, cada una tiene pequeños topes llamados telómeros, su función es impedir que estas se desgasten o se deshilachen, algo así como los tubitos de plástico al final de los cordones para zapatos. La división de las células, implica su desgaste gradual, y cuando un telómero se desgasta por completo, la célula puede morir. Son la mecha de la vida.” ¿Es posible ralentizar este tictac del envejecimiento? Sí, “mediante una dieta alimenticia abundante en verduras, frutas y alimentos ricos en antioxidantes que ralentizan la velocidad del desgaste de los telómeros”. Y referencian investigaciones de una enzima encontrada en las raíces del pino (Pinus Longae), conocido como el Matusalén, considerado el más longevo del mundo, presente en las montañas blancas de California, “a la mayor edad del árbol, la enzima alcanza la capacidad de reconstruir los telómeros”.
Conocida como telomerasa, también fue descubierta en las células humanas. Su hallazgo valió un premio Nóbel de Medicina en el 2009 a los doctores Elizabeth Blackburn, Carol W. Greider y Jack W. Szostak. Al respecto, estudios del cambio de vida hallaron que la nutrición basada en alimentos integrales de origen vegetal, sumado a otros cambios saludables, podía aumentar significativamente la actividad de esta enzima. (Ornish, D. Lin, J, ‘ Daubenmier, J, et al., 2008).
Las enseñanzas de los guardianes:
El rico reino de las plantas ha desaparecido de los comedores. Las personas se alimentan a diario como si se tratara de la última cena. Parece preocupar más morir con el óbolo en el bolsillo para pagar el viaje mortuorio a Caronte, el barquero de Hades. Hasta allí también son empujados por la globalización y los moldeados “impuestos saludables”.
Valga decir, las experiencias en estos territorios, no pretenden ser usadas como bunker contra la medicina comercial, pues existen evidencias suficientes para cotejar. Tampoco es una oda vegana o práctica productiva primitiva como mal refutan algunos opinadores. Sin obviar que, en los últimos doscientos años la óptica mercantil y financiera puso el foco en moléculas determinadas para el tratamiento de afecciones específicas, con probabilidades de efectos secundarios.
Entorno a estos trabajos tal vez cabría a modo de síntesis una reflexión externa, planteada por Friedrich Engels en Dialéctica de la Naturaleza: “…el hombre no domina la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien ajeno a ella, sino entendiendo que formamos parte orgánica, y la ventaja que llevamos como especie consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y saber aplicarlas de manera acertada. Y no cabe duda que cada día las conocemos mejor y estamos en condiciones de prever las repercusiones próximas y remotas de nuestra injerencia en su marcha normal”.
Así que, dada la demanda concentrada que conlleva al uso excesivo de las especies, a tal punto que muchas desaparecen o quedan amenazadas, eclosionan como alternativas el uso y manejo ecológico de las plantas medicinales en manos de guardianes y custodios, con enfoque de prevención y solución a los deterioros ambientales. No son pocos y variados los ejemplos universales que otorgan un rol relevante a la medicina tradicional, mientras Colombia tiene todo un potencial pendiente de aprovechar.