En las riberas del Isar, el paisaje es soberbio, y las construcciones tienen una majestuosidad que incrementa la belleza del conjunto.
En Munich, Alemania se abre al verano también con la visita masiva de la gente a sus fuentes de agua.
Las riberas del río Isar son “las playas de Munich”, según lo narra el guía que nos acompañó en nuestro recorrido en bicicleta por la capital del estado federado de Baviera.
Ingresar al Englischer Garten, el gran parque urbano de Munich y uno de los más grandes espacios públicos citadinos del mundo, es “sentirse en el jardín del edén”.
La emoción que invade el espíritu cuando se arriba a este parque es de placidez y abandono de toda falta.
Allí, el abrazo hombre-naturaleza se presenta en un estado que recuerda la primera inocencia. No hay ruido, solo cuerpos y grupos de personas que se abandonan al sol en las praderas, distribuidos en las riberas de las aguas canalizadas que atraviesan toda la extensión.
Otros se arrojan y se dejan llevar por las corrientes de los canales, veloces. Son muchos los que acuden en cualquiera de los días de sol, y, sin embargo, no se molestan, no se incomodan, no hay perturbaciones y cada uno, solo o en familia, parece habitar su propio universo.
Los habitantes de Munich se abren a la luz en el Englischer Garten, y sus pieles acusan recibo de este privilegio que solo es posible en verano. Reunidos en familia o con sus amistades, tendidos en sus mantas de excursión dispuestas con improvisadas meriendas, o acompañados de los humos de sus fogones, se ocupan de compartir las viandas.
Al occidente del parque, donde se ubica la entrada de un ramal del río principal de la ciudad, el Isar, canalizado a su paso por el parque, se encuentra el llamado Eisbach. Allí, la corriente es muy concentrada, y por esta razón fuerte. Es el lugar en el que se dan cita osados surfistas que, aferrados a sus tablas, desafían la ley de la gravedad.
Deslizándose graciosamente sobre la cresta de la ola, hacen sus malabares hasta que los vence la naturaleza, y son arrojados al canal.
Una vez cae uno, se lanza el siguiente, y la adrenalina del reto físico se incrementa a partir de las miradas asombradas de los asistentes, observadores de orilla para los cuales, sin duda, se ejercitan los bañistas.
Lo suyo es un bailar con el agua, que recuerda esas ceremonias iniciáticas de algunas sectas secretas. Pero esa danza, muestra de fortaleza física, habilidad corporal y temeridad, no sería igual si se hiciera en soledad. Lo que allí sucede tiene una connotación de espectáculo público, como tal vez tienen la mayoría de los deportes extremos, sobre todo los que utilizan como escenario los espacios públicos de las ciudades.
De hecho, este ejercicio fue prohibido, hasta que las autoridades se cansaron de perseguir a los transgresores, y decidieron permitirles estas actividades, no sin advertirles de que lo hacen bajo su cuenta y riesgo, y que la ciudad de Múnich no se responsabilizará de las consecuencias de algún accidente.
Por lo menos, eso es lo que ha dicho nuestro guía. Y debe ser así, porque el reto se practica masivamente y bajo la observación atenta de lugareños y turistas, sin que se pueda advertir ninguna autoridad que lo prohíba.
Afuera del Englischer se puede ver a las familias reunidas tomando un baño en las márgenes de la corriente principal del Isar, muy cerca de los puentes que unen los dos lados de la ciudad.
En las riberas del Isar, el paisaje es soberbio, y las construcciones tienen una majestuosidad que incrementa la belleza del conjunto.
Todo el recorrido está habilitado para hacerlo en bicicleta, pero resulta mejor si se cuenta con un guía turístico que conozca los recorridos y vaya narrando las características y la importancia de cada lugar.
Las ciclorutas están demarcadas a nivel y sin separaciones, pero el material de que están construidas es de diferente color al de las calzadas de los vehículos motorizados, lo cual da una sensación de segregación a los diferentes modos de transporte.
Munich es, además, una ciudad muy frecuentada por los turistas. Cuenta con edificios de gran arquitectura como la sede del ayuntamiento, ubicado en un importante recorrido peatonal, el de la calle Neuhauser Strasse.
Podría decirse que existe una conexión que guía a los cuerpos mientras deambulan por una calle peatonal, una cicloruta, o por los canales y ríos.
Circulan en diferentes elementos y se relacionan. Ya sea mediante los sutiles toques que ordenan y dan forma al cardumen en las largas y nutridas caminatas a través de las calles peatonales, o por el sutil tañido de las campanas de las bicicletas, que, igualmente, organizan y dan forma a los que se movilizan, tanto en este tipo de vehículos como caminando.
Y, en el agua, las voces de quienes se deslizan, ya sea suaves risas o gritos animados, avisan a los otros que deben apegarse a los bordes o adelantarse.
En todos los casos se trata de humanidades, materia animada por un espíritu que ha decidido discurrir, cuya faceta móvil entra en correspondencia con las de los demás que se desplazan, y se comprenden. Una forma de vínculo que implica todo un saber, la acumulación de una gran cantidad de conceptos relativos a la socialización, al comportamiento, a la seguridad.
Cualquier elemento discordante en esta simbología está por fuera de lo acordado tácitamente, y despierta las alarmas. Entonces se producen la estampida, el estrépito, el tropezón, o el encontronazo.
Mientras todo marche con arreglo a esa armonía explícita, las cosas fluirán como las líneas ondulantes del Isar, como los rayos de sol que capturan ansiosos los torsos desnudos.
Así se vive el verano: es la estación del libre deambular, cuyo protagonista es el propio cuerpo en íntima relación con los elementos de la naturaleza.
Como si de un baile de enamorados se tratara.
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