Niñas y estereotipos de género

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Muchas veces a las mujeres se nos vislumbra, incluso antes de nacer, como seres frágiles.


 

La otra tarde estaba en el parque viendo jugar a mis hijos. De pronto, una niña se cayó y se puso a llorar. Mientras la mamá de la pequeña se acercaba a consolarla, escuché a otra mamá y a una abuela pronunciar, con un gesto de condescendencia y en tono de resignación: “Niña”. Como si se esperase que una niña pequeña se pusiera a llorar no por haberse caído, sino por el hecho de ser niña.

Como si el pesar expresado surgiera a partir no de un posible rasguño en las rodillas, sino de la naturaleza aparentemente débil de una niña. ¿Qué habría pasado si hubiera sido un niño quien se cayera? ¿Habría llorado? Tal vez sí. O no. Eso nunca lo sabremos. Pero intuyo que de haber sido el primer caso –al fin y al cabo, independientemente de que sean niños o niñas, cuando se caen los pequeños lloran– lo más probable es que al niño se le hubiera dicho: “¡No llore, Superman! ¡Usted es fuerte!”.

Entonces recordé todas las veces en que, desde que supe que iba a ser mamá de una niña, sentí cómo la imagen de la mujer era permanentemente asociada, incluso antes de nacer, al concepto de fragilidad. Desde el momento en que la ecografía reveló el sexo de, en este caso, la bebé, empecé a recibir una serie de comentarios sobre cuán tiernas, dóciles, delicadas y tranquilas eran las niñas, y sobre cómo muy pronto mi casa se iba a llenar de muñequitas y teteritos de juguete.

¿Es verdad que todas las niñas son sensibles, obedientes, amables y calmadas? ¿O es que nosotros esperamos –y a veces enseñamos, e incluso exigimos– que así lo sean? ¿Es verdad que todas las habitaciones de niñas rebosan únicamente de Barbies y utensilios para jugar a la mamá? ¿O es posible que en ellas encontremos legos, dinosaurios y libros sobre planetas? Me parece que la respuesta es evidente y quienes son mamás de niñas podrán corroborarlo.

 

Imagen extraída de: pandatree.com/

 

Esta supuesta fragilidad inherente a las niñas se ve acompañada por un ideal de belleza que condiciona su valía. A medida que van creciendo, las niñas suelen recibir halagos principalmente por su apariencia física: los cumplidos resaltan la hermosura de sus ojos, rostro, nariz, peinado, e incluso piernas. Muchas veces sin mala intención, los adultos consideramos apropiado elogiar a las niñas poniendo énfasis en su exterior, sin darnos cuenta de que al hacerlo, les estamos sugiriendo que ellas valen y son reconocidas únicamente por ser lindas.

Cuando somos mamás de niño y niña, nos acostumbramos a escuchar frases como: “¡Qué inteligente es Juan Martín y qué bonita es Salomé!”, como si Salomé no pudiera ser inteligente.

El documental Miss Representation (2011), escrito y dirigido por Jennifer Siebel Newsom, cuestiona la representación de las mujeres que ofrecen los medios de comunicación en la actualidad en tanto estos se enfocan en resaltar características como la juventud, sexualidad y belleza, en detrimento de otros atributos como las habilidades intelectuales y la capacidad de liderazgo.

Bajo el lema “No puedes ser lo que no puedes ver”, y entretejiendo historias de adolescentes con entrevistas a políticas, periodistas, artistas, activistas y académicas, el documental invita a reflexionar en torno a los estereotipos de género vigentes en la actualidad así como a cuestionar el mandato que recibimos las mujeres, desde muy temprana edad, de ser bella por sobre todas las cosas.

El título del documental –el juego de palabras en inglés que alude de manera simultánea a los certámenes de belleza y a la errada representación de las mujeres en los medios– me llevó a pensar en uno de los juegos infantiles que refieren muchas mujeres colombianas de mi edad: el reinado.

 

Imagen extraída de: casaydiseno.com

 

Jugar al reinado implicaba que las niñas desfilaran en una pasarela imaginaria ante un jurado compuesto por hermanos, primos o vecinos, quienes se encargaban de dar el veredicto final y elegir a la ganadora, a la afortunada niña que ostentaría el título de “reina”. Muchos pensarán que exagero, que se trata solo de un juego.

Sin embargo, resulta que los juegos son también herramientas de aprendizaje, y a través de un juego como el reinado, las niñas podrían interiorizar que es natural mostrarse y someterse a un escrutinio público, y que es normal que sea una mirada masculina la que cuente con la autoridad de designar el valor de su persona. ¿No sería mejor que las niñas supieran que valen por lo que son y no por los puntajes de belleza que se les asigna?

Aunque no recuerdo haber jugado de niña al reinado, sí recuerdo haber llevado a cabo, ya de adolescente, más de un ritual de perfección. En la novela de Emma Cline Las chicas (2016), la protagonista Evie, de 14 años, detalla las recomendaciones de las revistas: fortalecer el cabello con batidos de huevo crudo, extraerse las espinillas con la punta de una aguja de coser esterilizada, aplicarse una mascarilla con aguacate y miel, realizar pruebas de maquillaje con luces distintas.

Doy fe del uso de batidos y mascarillas similares, aunque no de aquel aterrador método de extirpación de espinillas.

 

Imagen extraída de: media.istockphoto.com

 

Y si bien nunca intenté con esmero aprender a maquillarme –se nota, dirán quienes me conocen–, puedo añadir a la lista de rituales: hacer steps para endurecer las piernas, saberme de memoria las calorías de un sinnúmero de alimentos, pesarme con regularidad, y tomar la cinta métrica para ver si por casualidad había alcanzado el añorado 60 de cintura –algo que nunca ocurrió, por cierto–. Dadas las circunstancias, citar a Evie es más que preciso:

“Ahora, de adulta, me maravilla el mero volumen de tiempo que malgasté” (29).

Muchas veces a las mujeres se nos vislumbra, incluso antes de nacer, como seres frágiles. Muchas veces, de forma consciente o no, se nos enseña que nuestro principal valor reside en cómo lucimos. Mi intención no es exhortar a que a partir de este momento a las niñas se les deje de halagar por su belleza ni que se les deje de llamar “princesa”.

Propongo, más bien, incluir en nuestra lista de cumplidos adjetivos como inteligente, valiente, creativa, ingeniosa o divertida; y en nuestra lista de regalos legos, sets de experimentos y libros de ciencia.

Tal vez llegue el día en que a las niñas se les deje de percibir como bellezas frágiles en necesidad de protección. Entonces los memes del papá ataviado como Rambo para espantar a los futuros pretendientes serán innecesarios.

 

Diana Vela es Licenciada en Comunicación de la Universidad de Lima. Magíster y Doctora en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buffalo, Nueva York. En la actualidad, enseña en la Universidad Tecnológica de Pereira.

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