I: Palomas y pentagramas

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Texto: Gustavo Colorado / Fotos: Jess Ar


Eucaris Rodríguez heredó la imagen transmitida por sus antepasados de generación en generación, tal como heredó el lunar junto al labio superior y el hoyuelo en el mentón: Nicanor Rodríguez, su bisabuelo, tocaba la trompeta en la banda que amenizaba los fines de semana de quienes frecuentaban el Parque de La Libertad a finales del siglo XIX.


Cuentan que, mientras los músicos interpretaban las piezas de Luis A Calvo, las ventiscas provenientes de La Florida o del Alto del Nudo se abatían sobre los atriles y echaban a volar las partituras al tiempo que los músicos , impasibles, seguían tocando de oídas.

Hoy, más de un siglo después,  las corcheas, fusas y semifusas ya no agitan el aire con sus acordes.  Su lugar es ocupado por bandadas de palomas alimentadas  con migas de pan por la variopinta población de este lugar, ubicado entre las carreras  séptima y octava con calles  trece y catorce de Pereira.

Lustrabotas, pensionados,  jornaleros, desempleados y putas entradas en  años pasan las horas, los días, los años y la vida entera sentados a la espera de un milagro que siempre se desvanece al caer  la tarde.

Entre el vuelo de las partituras y el de las palomas han pasado muchas cosas por el Parque de la Libertad. Entre ellas, ha pasado la Historia de Pereira. 

 

A sus ochenta y dos años,  Eucaris Rodríguez recuerda una masa  enardecida de hombres que recorrían una y otra vez las calles céntricas de la ciudad, blandiendo machetes y apurando tragos largos de aguardiente. En los intermedios amenazaban con cortarles el pescuezo a los godos, en venganza por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

“Nosotros vivíamos en  una casa grande  de la calle catorce con carreras  quinta y sexta.  Una casa comprada por el bisabuelo  Nicanor, el mismo de la trompeta, recién llegado de Rionegro, Antioquia, donde cultivó la tierra durante muchos años, hasta que  vendió  lo suyo y arrancó con su familia y su recua de mulas a probar suerte en esta ciudad recién fundada. Según cuentan, el viejo siempre tuvo gusto por la música. Por eso,  a los pocos días de llegar a Pereira hizo contacto con algunos vecinos, y al  tiempo que palabreaba negocios  se hizo invitar a la banda de músicos que tocaba en una especie de  kiosco  instalado  en todo el centro del parque. Allí llegaban las familias y las parejas de novios a escuchar las canciones de la época: pasillos, guabinas y bambucos que hacían la dicha de niños, jóvenes, mayores y viejos”.

 

La voz de Eucaris, enronquecida por un paquete diario de cigarrillos consumido a lo largo de medio siglo, recupera de entre las cenizas de su memoria las imágenes de un Parque de la Libertad ocupado por caudillos que arengaban a la población a punta de consignas contra un gobierno remoto y unos líderes políticos que se les antojaban la suma de todos los males.

 

 

“Pero no solo es lo de la violencia. Mire, mis hermanos, que en total fuero quince, y yo, nacimos en esa casa de la calle catorce. En mi caso, nací un veintinueve de junio de 1935, día de San Pedro y San Pablo. De modo que puedo hablarle de todo lo sucedido en el vecindario, al menos desde que tengo memoria. Recuerdo, por ejemplo, la novelería que fue la construcción del Pasaje Pulgarín, allá por el año cuarenta y siete. Hoy, con todos esos centros comerciales, a la gente le parecerá  una montañerada. Pero pasearse por esas cafeterías, esos restaurantes, esos consultorios de los dentistas y por algunos almacenes resultaba toda una novedad. Eso fue obra de don José Pulgarín, un señor muy pudiente, con algunas propiedades en la zona”.

 

Si nos vamos hacia otro lado, a dos cuadras nada más, tenemos la Avenida del Ferrocarril. Recibe ese nombre, porque a la altura de la calle once estaban los rieles del tren que venía desde Manizales.  Aquí muy cerca, por la ruta que del barrio Alfonso López conduce a  La Popa, todavía sobrevive el puente de La Maquinita, como un recuerdo de esos tiempos. Para los vecinos del  Parque de la Libertad, que  ni soñábamos con las diversiones de  la gente moderna, ver pasar el tren  era toda una  aventura completa.  El mero sonido de la sirena y  la máquina echando humo eran algo  que lo transportaba a uno a otro mundo. Conocíamos los horarios y corríamos   a ver  a los pasajeros diciendo adiós con la mano. Ustedes no se imaginan la angustia que se apoderaba de todos cuando, por alguna razón, el tren se demoraba. Uno empezaba a pensar en accidentes, en derrumbes, en descarrilamientos. Por eso, cuando el tren  hacía su aparición después de minutos o hasta horas de retraso,  nos volvía el alma al cuerpo y todo se convertía en una fiesta. Así de simples y de hermosas eran las diversiones de nuestra juventud”.

 

En el tránsito de los años setenta a los ochenta del siglo XX  Pereira experimentaba con mayor intensidad el cambio de pequeña población a ciudad intermedia. Los Juegos Atléticos Nacionales de 1974 supusieron su  presentación en sociedad a nivel nacional. El Parque de la Libertad no fue ajeno a esas transformaciones. Entre ellas, el ensanche de la calle catorce tuvo un impacto definitivo para la vida de sus vecinos. La familia de Eucaris  acusó el golpe en pleno rostro.

“Primero llegaron las cartas de la alcaldía, anunciando que iban a comprarnos unos metros del frente, con el fin de ensanchar la calle de toda la vida. A otras familias- como en el caso de la nuestra- les decían que necesitaban la casa completa. De modo que   de 1979 hacia adelante todo fue  zozobra. Al principio nos resistimos a creer, pero  las peleas  con el gobierno se pierden al final, así que terminamos viviendo aquí donde usted me ve, en la calle doce con carrera quinta, donde volvimos a padecer angustias con el asunto de la construcción del viaducto, pero al final no nos tocaron y creo de aquí solo me sacan con las patas pa`delante. Eso fue muy tenaz, porque se trataba de un sector residencial habitado por profesiones, empleados, comerciantes, profesores: todos gente muy honrada. Pero con el ensanche  todo se llenó de hoteluchos, bares, pensiones  que  trajeron toda clase de problemas, hasta volver las cosas tal como las vemos hoy”.

 

Nuestra  Señora de La Valvanera vigila el vecindario desde  la esquina de la catorce con séptima. En su templo bautizaron a Eucaris del Socorro Rodríguez y a  miles de pereiranos  más. A cincuenta metros de allí, justo en el centro del parque, la artista Lucy Tejada levantó su mural en homenaje a los estudiantes caídos  durante  sus luchas contra  gobiernos como los de Abadía Méndez, Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez o Gustavo Rojas Pinilla.   

 

Desde  1957  ha estado allí recibiendo ofrendas por parte de sindicatos y organizaciones sociales. Pero también  ha sido objeto de  afrentas, como cuando los comerciantes  y contrabandistas de electrodomésticos se tomaron el parque hace  casi cuatro décadas y  convirtieron la obra de arte en orinal público. Cuando le pregunto a Eucaris por Lucy Tejada  responde que no tiene ni idea de quién era esa señora. En su defecto, conserva, nítido , el recuerdo heredado de las hojas del pentagrama revoleteando en el aire  de una tarde remota, igual que las palomas de esta  mañana de  marzo de 2017 emprenden el vuelo después de  recibir su dosis  tempranera de migas de pan.

 

Reportaje gráfico

Descubra el corrientazo de La Libertad, uno de los pocos sitios en Pereira donde almorzar y desayunar barato, bueno y “tabliado”.

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Galería fotográfica

Los parques son hervideros de voces, cotidianidades al paso y múltiples oficios que han configurado la historia de la ciudad. Cada uno de ellos, en el centro o en la periferia, desde lo rural o lo urbano, sin importar estrato social o ubicación son lugares de encuentro, de reposo, de subsistencia y ocio.  Los estamos recorriendo para descubrir en ellos aspectos que nos identifican, esa memoria que escribe nuestro presente y nos da luces sobre el futuro.

#NosVemosEnElParque, viaje con nosotros, volvamos a sus espacios, ellos son parte de nosotros, otras formas de mirarnos.

 

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Perfil

Felipe Laverde lleva 46 años puliendo zapatos  en una de las esquinas del Parque de La Libertad. Después de trabajar en varias ciudades de Colombia, llega a Pereira y encuentra en este lugar un espacio  ideal para seguir viviendo de su oficio. Ha visto pasar la historia de la ciudad, es testigo de los cambios del parque y sus alrededores, y hoy en día, es el  embolador  más popular del sector.

 

El parque y sus satélites

A parte de punto de encuentro, el parque es a la vez centro de un sistema solar que produce sus propios relatos. En una línea  de tiempo que va de los comienzos de la ciudad hasta la fecha, el vencindaria ha sido protagonista y testigo de las transformaciones de Pereira. Compartimos con ustedes parte de esa ruta.

 

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Crónica Audiovisual

En medio de una ciudad agitada, el tiempo se detiene para un grupo de habituales visitantes del Parque de La Libertad que pasan sus días jugando cartas y dominó. Carlos y Fernando, son dos arduos jugadores que encuentran en el parque un motivo más para darle sentido a su vida. Con jornadas de hasta 10 horas, el parque es para ellos más que un lugar de paso. 

 

Pasos en el tiempo: Parque de La Libertad (1918 – 1987)

Los parques no están ajenos a los cambios sociales, arquitectónicos y económicos de la ciudad donde se encuentran ubicados. El paso del tiempo se refleja en sus senderos, formas de habitarlo y recorrerlo. Desde lugares para la compra y venta de objetos hasta largas jornadas musicales de una banda recién creada. El parque es historia viva de la ciudad, que habla, y vuelve una y otra vez para recordarnos su importancia y protagonismo.

 

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Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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