Paula Mayo, a sus 20 años raya la vida entre tatuajes, ilustración y pintura

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De la mano de maestros reconocidos en el  medio, Paula Mayo empezó e explorar el tatuaje en su propia piel y luego pasó a expresarse en el cuerpo de  otros. Para ella son obras de arte que  combinan la pintura con los procedimientos de una intervención quirúrgica ambulatoria.


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Fotografías: Jess Ar

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La  sangre de venus

Con apenas veinte años de edad ya domina las claves de una técnica milenaria.

La utilizaron los maestros japoneses para ilustrar los códigos de una sociedad jerarquizada.

La desarrollaron los antiguos egipcios con el fin de fijar en el cuerpo las coordenadas de su cosmovisión.

Y la  aprovecharon los guerreros maoríes para enunciar su pertenencia a un  clan o a una tribu.
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Hubo un tiempo en que lucirlos equivalía a  afiliarse a una o varias formas de marginalidad. Por eso los llevaban los presos, los marineros o los jefes de carteles criminales.

Después se los apropiaron los músicos  de rock, los futbolistas y los practicantes de lucha libre.
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Hasta que,  en la  segunda mitad del siglo XX, la práctica de tatuarse el cuerpo se hizo masiva y el mundo empezó a inundarse de tiendas donde  le graban a usted en la piel lo que quiera: un santo, una estrella de la farándula, un héroe de la mitología, un deportista célebre, el rostro o el nombre de una persona amada, un  personaje literario, una flor o una criatura  salida de la literatura fantástica.

Para ese propósito los cuentos de Edgar Allan Poe o de Howard Philips Lovecraft no están  nada mal.

Al fin  y al cabo esos relatos anidan en las raíces más hondas de la condición humana.

Los tatuajes que visten la piel de Paula Mayo

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De eso está  convencida Paula Mayo. Nació en 1997 y siente que ya ha recorrido un largo camino. Tanto, que se plantea metas como la de ser una de las mejores tatuadoras del mundo. Una que esté a la altura de mujeres como la norteamericana Theresa Sharp, por quien siente una gran admiración.

Ahora que lo pienso, desde niña sentía una gran fascinación por la cultura egipcia y por el rol que los tatuajes y los grabados jugaron en ella. Como sucede con todas las formas de escritura- y tanto el tatuaje como el grabado lo son-  fueron  creados para  eternizar algo.


Creo que para ellos jugaban un papel parecido al de las pirámides. Además, siempre me sentí atraída por lo gótico, lo lúgubre. Me pasa tanto con la literatura como con la música. Me encantan esas bandas de metal que exploran con refinamiento esa parte de la mente  humana. En especial Sopor Aeternus me parece una cosa de otro mundo. En serio: de otro mundo.

Su piel es blanca.  Una de esas blancuras de mármol que tanto amaban los poetas del romanticismo. Tipos como Poe o Novalis se hubiesen bebido unos cuantos tragos de absenta a su salud.

Y hubiesen escrito algunos versos en honor a sus tatuajes.

En el brazo izquierdo sobresale una Pin-Up , una muchacha de almanaque de las que tanto éxito cosecharan a mediados del siglo anterior. Sobre  el ojo derecho aparece escrita la palabra Rebelde en una caligrafía preciosista. Bajo el mismo ojo un corazón diminuto a modo de lágrima pintado de rojo y negro, los colores de la vida y la muerte en algunas simbologías.

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También  tiene tatuadas otras partes de su cuerpo, aunque dice que quiere dejar algunas   intocadas, como franjas de piel enmarcando ese universo lleno de  criaturas mitológicas, de cráneos, de flores místicas.

La ilustración y el tatuaje en serio empezaron durante unas vacaciones del colegio. Fue en el año 2014. Estaba sin nada que hacer y me puse a dibujar.  En principio hacia imitaciones de pinturas, grabados, cómics y descubrí que  me salían bien.  Después  empecé a indagar en mi universo interior, en mis lecturas, en mi gusto por el anime japonés y empezaron a aflorar cosas: criaturas mitológicas o legendarias, monstruos, sombras,  figuras extraídas del mundo de la muerte, por el que siento un gran respeto.
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En ese momento entendí que lo mío era el arte. Aunque alcancé a recibir clases de piano y pensé en matricularme en una licenciatura en artes, el tatuaje  se cruzó en mi camino y- en el sentido literal- me marcó para siempre. Como evolucionar exige una dedicación total, en este momento me resulta imposible pensar en otras cosas.


[Conozca más del arte de Paula Mayo]

 

Hay algo muy significativo en todo esto. El primer tatuaje me lo regaló mi mamá. Era una Katrina, esa figura tan vinculada al  culto de la muerte. Digo era, porque después me lo quité: no era de muy buena calidad. Menciono la anécdota, porque  siempre he contado con el apoyo de mi mamá, aunque a veces no  le guste tanto cráneo y tanto símbolo oscuro, pero qué le vamos a hacer.


El local donde trabajó hasta hace un par de meses  es un cruce entre  el consultorio de un médico y el estudio de un pintor. Las paredes están repletas de   pinturas y fotografías en pequeño formato.  

A un costado, bien alineadas, reposan las sillas y camillas donde los clientes y pacientes- porque en esta práctica hay una buena dosis de dolor- pueden pasarse días y hasta meses, dependiendo de la complejidad del tatuaje , antes de salir a mostrarle al mundo las imágenes que se han hecho grabar como declaración de amor, de fuerza, de fervor, o simplemente como una manera de añadirle a la vida una dimensión estética en la que el cuerpo deviene manuscrito o lienzo en el que los demás leen una historia.

 

Venus Blood se  llama el sitio. Y  la marca no necesita más explicaciones. Ahora despacha desde su casa, su morada más íntima es su nuevo laboratorio.

Fotografía cortesía Paula Mayo

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 – Escrito en el cuerpo

Para mí no es casualidad que hubiera empezado por las ilustraciones y la pintura.  Hay algo en las obras de Doré, Caravaggio o Durero que lo preparan a uno para ver el cuerpo y la vida toda como obra de arte. Y en eso consiste el tatuaje: en  una obra de arte. Por supuesto, estoy hablando del tatuaje de alto nivel. El que responde a todas las exigencias, tanto en lo técnico, en la asepsia, como en el respeto a las expectativas del cliente.


A una tienda de  tatuajes  llegan personas con toda clase de solicitudes. Unas piden tatuarse los santos de su devoción, otros solo quieren llevar el nombre  o el rostro de las personas más queridas tatuados en  la piel. Unos cuantos solicitan símbolos ocultistas.

Uno aprende a identificar elementos comunes: mientras los hombres se inclinan más por figuras de guerreros o símbolos de fuerza, las  mujeres suelen pedir cosas más cotidianas: flores, planetas, paisajes, cosas así”.


Y entonces se produjo el tránsito. De la mano de maestros reconocidos en el  medio- otros  hablan de tribu-  Paula Mayo empezó e explorar el tatuaje en su propia piel y luego pasó a expresarse en el cuerpo de  otros. Como todas las actividades  en las que  se hace necesaria la destreza de las manos, se trataba de un ejercicio  de paciencia.

La precisión en el manejo de los instrumentos, en especial el Cheyenne exige una disciplina y un rigor que demanda jornadas continuas de hasta ocho horas. Al fin y al cabo, el tatuaje combina la pintura con los procedimientos de una intervención quirúrgica ambulatoria.

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Y eso requiere de mucha concentración  y paciencia

Los primeros días hay mucho nerviosismo y eso no lo resuelve sino el aprendizaje, la práctica. Dependiendo del tamaño y la dimensión de la obra, el procedimiento puede ser muy doloroso. En particular  la zona de las costillas es bastante   sensible: uno trabaja casi sobre los propios huesos. Esa sola  circunstancia demanda un gran respeto por el cuerpo de la otra persona.

 

La otra parte consiste en interpretar muy bien sus deseos, sus expectativas. Salvo algunas excepciones, las personas no eligen un tatuaje a capricho. Casi siempre obedecen mucho a creencias, a compromisos, a sueños o temores. En el fondo no  existe mucha diferencia entre el presente y los tiempos antiguos.

Aunque algunos  lo consideren frívolo, la persona que  toma la decisión de tatuarse está buscando  alguna forma de trascendencia. Por eso, así como me inspiro en los vestidos victorianos para trabajar mis  ilustraciones,  siempre estoy buscando fuentes que me permitan acercarme a  esas búsquedas de la gente”.
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Paula ha hecho todo lo posible para  responder a esa idea. Por eso se ha preparado siguiendo cada uno de los pasos que demanda el oficio. Empezando por acudir a la experiencia de personas como Dorian Moreno, un profesional que lleva más de dos décadas ejerciendo en la región.

También expresa un sentimiento de gratitud por Raúl Virguez, Juan Osorio y Erick Gómez, quienes no solo la han tatuado, sino que le han compartido sus propios conocimientos.


 – Grabado en la piel

Si uno  entiende el tatuaje, la ilustración y la pintura como un todo, no puede parar de remitirse a los maestros si de veras su intención es evolucionar. Una cosa son los tatuajes que hacen en las cárceles, donde utilizan hasta cuchillas de afeitar y tinta china, sin  ninguna clase de asepsia, y otra muy distinta es reflexionar sobre su dimensión estética y humana.

Uno busca lo bello y lo perfecto, pero no puede  olvidar nunca que está interviniendo el cuerpo de otro ser humano y eso implica un enorme sentido de la responsabilidad”.

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Cuando emprende ese tipo de reflexiones,  Paula parece tener muchos más años. Trabajar sobre la propia piel y la ajena concede ese tipo de sabiduría.  Mirando las camillas reclinadas se hace ineludible pensar en un diván. Aquí llega la gente  tratando de conjurar algún temor dibujándose  un dragón en el antebrazo. Otros quieren expresar el amor que sienten por sus mascotas fijando sus fotografías en la pierna  o en la nalga.  También hay casos tan patéticos como los del enamorado que se hizo tatuar el nombre de una persona que conoció  ayer.

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Suele suceder que el romance no dure tres días  y entonces regresan a  que les cubran ese nombre ahora abominado con una  figura más grande, más densa o más oscura.

Y a sus veinte años Paula Mayo, entre las ilustraciones, la pintura y el tatuaje tiene una respuesta para todos.

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Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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