Peligro inminente: asteroide 2020 ND

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Escribo esta columna el viernes 24 en la madrugada con un fuerte temblor en mi cuerpo y con miedo a sacar mi cabeza por la ventana. Mi temor se debe a que medios especializados anunciaron que hoy caerá un asteroide. Se afirma que no impactará la tierra y que no debemos preocuparnos, porque la colisión se producirá lejos, a cinco millones de kilómetros de nuestro planeta.

Declaro, no obstante, mi nerviosismo, a pesar de que las noticias sobre este fenómeno insisten en que si los científicos de la Nasa no han disparado las alarmas, el asteroide no representa ningún riesgo para la humanidad. ¿Y por qué tengo que confiar en científicos sin rostro, ahora que la humanidad enfrenta todos los riesgos? Los únicos científicos de los que tengo noticia son Raúl Cuero y la ministra de Ciencia, Mabel Torres y para ser precisos, ambos han sido cuestionados en su idoneidad y no sé si sabrán que el diámetro de un asteroide puede superar los 1.000 kilómetros. Este, del que me ocupo, es gigantesco, con un diámetro 892 veces superior al asteroide NN4 2002 (750 mts), que rozó la tierra el pasado 6 de junio, según lo monitoreó el Centro de Estudios de Objetos Terrestres (Cneos) de la Nasa. No es propiamente el asteroide B 612, la diminuta casa del principito.

Es el colmo: bien jodidos que andamos en la tierra y ahora se le ocurre a un asteroide sin alma amenazar con buscar nido en la tierra. Mejor dicho: “Al caído, caerle”. Que caigan meteoritos, va y viene: suelen ser pequeños fragmentos de cuerpos celestes, objetos rocosos que se desintegran al arribar a la atmósfera terrestre. Pero que caiga un asteroide es como si a uno, en medio de esta pandemia, le cayera al mismo tiempo la Dian y un juez de familia con una orden de captura por demanda de alimentos.

A propósito de objetos metálicos rocosos, se acordará el lector que el 4 de abril de 1966 cayó un asteroide en Pereira, en las aguas del río Otún, a la altura del barrio San Judas (Ver fotografía). No hubo víctimas humanas, pero sí destrucción de una amplia zona boscosa. Según el prestigioso físico Jaime Hernández, el territorio ukumarí en el que fue cartografiada nuestra ciudad tiene una particular fuerza gravitacional que atrae toda suerte de materiales pedregosos-metálicos, apropiados para enfrentar al interplanetario Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad).

Asteroide bonsai, 1966. Jardín lateral, MuseoTecmit O.S., La Julita

El  amenazador asteroide del que hablo, el 2020 ND, hace parte de una lista negra de lo que un ingeniero especializado en ciencias planetarias denomina “objetos próximos a la Tierra”. Sorpréndanse: tienen noticia de él desde 1945, el mismo año de la bomba atómica de Hiroshima, se mueve como pez en el agua y aunque un especialista descarta que su impacto se dé en muchos años, puede suceder en el futuro, cuando la tierra y este viejo asteroide, “potencialmente peligroso”, coincidan en algún lugar. En un mundo de incertidumbres, de presidentes luciferinos, de hipoclorito y fiebres altas, ¿qué es el futuro?

Algunos de mis amigos suelen criticarme porque jamás salgo a la calle sin mi gorra puesta. Me acusan de querer ser un eterno joven e incluso me han señalado de ser un calvo vergonzante. La verdad de mi costumbre solo tiene una raíz: la raíz del miedo. Cada vez que salgo de casa y me expongo a la calle, levanto mi mirada hacia el cielo y me pregunto: ¿qué caerá hoy? La gorra de tela es mi yelmo de Mambrino. Porque del cielo siempre están cayendo cosas. Hasta los helicópteros de las fuerzas armadas suelen caer; caen pájaros muertos; cae mierda gruesa de aves silvestres; cae polución en forma de granizo; cae lluvia, rayos y centellas; caen cables eléctricos; en fin: caen objetos voladores no identificados. De ahí mi teoría: si usted permanece quieto en un mismo lugar por espacio de diez horas y mira con detenido estupor hacia las nubes durante ese lapso, algo le caerá. ¿Cómo poner en duda esta teoría si hasta en una canción se tararea este estribillo: “Si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada”?

Si el próximo domingo publico otra nota es porque el viernes 24 no pasó nada más allá de una ley seca o un toque de queda. Agradeceré el silencio de los científicos de la Nasa y volveré a recorrer la calles con tapabocas sideral y gorra antirreflectiva, especialmente diseñadas para paliar en algo el peso opresor de un asteroide fugaz.

(La Celia, Risaralda, 1966) Ensayista, novelista y profesor universitario. Inició su profesionalización con el título de Licenciado en Español y Comunicación Audiovisual de la Universidad Tecnológica de Pereira. Especialista en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Caldas

1 COMENTARIO

  1. ¡Por las barbas del profeta! ¿Y ahora cómo le explico a mi mamá que del cielo caen más que bendiciones? No sé que será de mi y de mi vieja manía de caminar mirando para arriba con la boca abierta.
    Espero que mi gorra del Atlético Nacional me proteja de alguna pedrada cósmica.
    Aunque…mmm… no sé. Ese equipo anda tan desprestigiado.
    De todas maneras, muchas gracias por la advertencia, querido Rigo.
    Digo, por aquello de ” Guerra avisada”.
    Un abrazo.
    Gustavo

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