Esta ciudad necesita a los felinos, cada uno en su espacio, lugar, costumbre de vida, e incluso sin trabajo o con uno, remunerado o no.
En cada vecindario de Pereira, los gatos de techo o callejeros están dominados por otros gatos más feroces o más hábiles que los demás. Pero, aunque siempre hay uno que domine, no existe una organización de gatos como tal.
Si existiera, daría para una saga tipo “El Planeta de los Felinos”. Lo que existen son tres tipos de gatos, los caseros o de tiendas, los bohemios y los enteramente salvajes.
Empecemos por los últimos. Los salvajes, esos seres indigentes que conservan la misma mirada desorbitada de los humanos histéricos, que comen basura, destapan canecas, y comen ratas, sin importar que la gente los mire, y hagan escaramuzas agrias de desaprobación.
Son seres libres como el viento y numerosos como los piojos en un cuero cabelludo mal cuidado. Por lo general no son de raza, ni se siente como un copo de nieve único y especial, por mucho que algún colectivo animalista, haya querido aplicar teorías marxistas para borrar en ellos algún tipo de clase, linaje o casta, pero claro, desde la mente de los humanos.
Si estos gatos fueran teóricos, escupirían sobre todo ese discurso animalista, pues estos seres solo desean leche, pescado y desechos caseros. Nada más.
Los bohemios, en cambio, son más tratables, adaptados. No huyen de las personas, sino que se pasean entre sus pies, enrollan su cola como señal de amistad y miran a los ojos de su amo buscando alguna aprobación.
El cariño que reciben es prodigado por señoras solteronas, escritores solitarios, o hijas de ricos, que los llaman “Rollito”, “Coqueta”, “Angelito” o “Señorita Pelos” y se enojan cuando sus animales, que en realidad tratan como miembros de la familia, son llamados gatos callejeros o de techo.
Estos seres son tan puntuales a la hora de comer, que un “gatólogo” ha propuesto la teoría de que los gatos tienen en su mente el concepto del tiempo formado. Lo justifica, además, citando un felino llamado “Ricardo” que aparece de lunes a viernes a comer de mano de los conserjes de un edificio en el centro, pero no se presenta los sábados y domingos, porque parecen saber que en esos días la gente no trabaja.
Ya los gatos caseros, son mezcla de salvajes y bohemios, pues comen bien, ahuyentan las ratas, y aunque tiene un espacio en alguna tienda o casa, prefieren huir por la pequeña ventana de la cocina a pasear por los techos y la calle.
Son gatos con empleo y usan este privilegio de salir y entrar de su lugar cuando deseen, especialmente en sus momentos libres. Aunque también tienen el privilegio de dormir encima de repisas, televisores, y otros, entendiendo la confianza de ser alguien especial en la familia, se apostan encima del refrigerador.
Con el aumento de los apartamentos o propiedades horizontales ha disminuido esta casta de gatos con empleo. Con cuartos bien iluminados, políticas de sanidad dentro del edificio, basuras controladas, comidas empaquetada en bolsas Ziploc, pocas veces se necesitan gatos trabajadores.
Igual los ascensores manuales que inmovilizan a estos felinos para bajar a un primer piso, y regresar de nuevo por el ascensor hasta su casa. Ya no se dedican a cazar roedores, sino a ver televisión junto con sus amos quienes pasan su mano por el pelaje como si buscaran pepitas de oro entre su cuerpecillo.
Sin embargo, en el centro de la ciudad siguen necesitando muchos gatos, no importa su pedigrí o su forma de vivir. Una vez un indigente, alérgico a los gatos negros por costumbre de mal agüero, envenenó a uno en la calle 12. En cuestión de 24 horas, todo el lugar, especialmente los restaurantes y los almacenes, se llenaron de ratas que salían de los bares, los prostíbulos y las alcantarillas. Algunos roedores empezaron a robar comida, y hasta atacaban en manada de tres y cuatro a sus perseguidores.
Así que fueron movilizados todos los gatos callejeros de los barrios cercanos, los traían en cajas, en costales, y algunos venían atraídos por un pedazo de pollo, caminando en fila como si fueran encantados por el flautista de Hamelín.
Pero los gatos de la calle 12 requieren mucho cuidado. No duermen. O duermen con un ojo cerrado y uno abierto, desde que una rata atacó a uno, y dejo tres gatos hijos en orfandad.
Esta ciudad necesita a los felinos, cada uno en su espacio, lugar, costumbre de vida, e incluso sin trabajo o con uno, remunerado o no.