El visitante no encontrará nada parecido a esos parques temáticos donde los pueblos ancestrales se conservan “puros” para los turistas. Si alguien subió hasta aquí en busca del buen salvaje se llevará una decepción.
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Los de antes y los de ahora
¡A ponerse la corona!
¡No tenemos!
¡Por ahí están vendiendo!
¡No tenemos plata: somos pobres!
¡Es la cultura ancestral, compañeros!
¡Baahh!
En el llamado del gobernador indígena Alberto Wazorna y en la respuesta de los muchachos se adivina la vieja tensión entre generaciones que se repite en el mundo entero desde el comienzo de los tiempos.
Unos quieren conservar las tradiciones.
A otros les interesan cada vez menos.
Alrededor de tres mil personas de distintas comunidades indígenas del país se han reunido en este lugar ubicado a unos mil metros de altura, para celebrar los treinta y nueve años del Gran Resguardo Unificado Embera Chamí sobre el río san Juan en el municipio de Mistrató, Risaralda.
Es el jueves 24 de agosto de 2017.
El viernes 25 tendrá lugar el evento que los líderes preparan desde el mes de abril sobre la base de tres contenidos:
La preservación del patrimonio cultural.
La organización política y social.
Y la conservación de la memoria.
Para lograrlo han invitado a representantes de lugares tan distantes como Sibundoy, en el Putumayo, así como a delegados de pueblos indígenas afincados en Guática, Riosucio, Quinchía, Belén de Umbría y Marsella.
Llegar hasta aquí desde Pereira toma un día entero. Son dos horas y media en bus hasta Mistrató. Luego hay que recorrer cuatro horas a bordo de uno de esos camperos Aro Carpatti importados desde Rumania en los años sesenta. Finalmente son dos horas y media escalando a pie una cuesta empinada que conduce hasta el resguardo.
La ruta serpentea por entre algunos precipicios hasta llegar a un caserío en el que se ven muchos niños, perros husmeando en la basura y mujeres asomadas a las ventanas.
En el centro del caserío la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Purembará preside la vida de la comunidad, al lado del puesto de salud y el internado.
Ah… y las omnipresentes antenas de Direct Tv diseminadas entre las casas como plantas insólitas.
Poco antes de llegar, el sonido monocorde de un bajo de reguetón le avisa al visitante que aquí no encontrará nada parecido a esos parques temáticos donde los pueblos ancestrales se conservan “puros” para los turistas.
Si alguien subió hasta aquí en busca del buen salvaje se llevará una decepción.
Es más: el legendario respeto de los pueblos aborígenes por el medio ambiente hace rato se fue de viaje. Desde que uno desciende del jeep en el sector de El Mandarino, sobre la ribera del río San Juan, camina entre marcas de basura: envolturas de papas fritas, de galletas, de cigarrillos y enormes botellones vacíos de Big Cola.
Paradojas de la vida: en esta comunidad donde el agua brota a borbotones de las peñas habitan los que deben ser los más grandes consumidores de Big Cola del occidente colombiano. Niños, hombres, mujeres y ancianos van prendidos a su botellín como a una bebida mágica.
En el principio es el ritual
Bajito, menudo, vivaz, el gobernador Alberto Wazorna luce jeans Tmj Air Force y tennis Reebook. Con un tono admonitorio que no lo abandonará durante la jornada anuncia el orden del día y los dignatarios empiezan a ocupar su lugar:
Gobernadores locales
Gobernadores generales
Exgobernadores
Mujeres líderes
Parteras
Representantes de las veredas
Jaibanás
Médicos tradicionales
Alcalde de Mistrató
Invitados del gobierno
Y entre todos destaca la figura del mayorcito Misael Nengarave, que a sus setenta y cinco años se ha pegado el largo viaje hasta Purembará: la importancia de la celebración así lo amerita.
A las nueve de la mañana ya están reunidos allí los representantes de Puerto de oro, Caimito, Altollano, Currumay, Jeguadas, Joseffina y una centena de lugares más.
¡Saca buma! Se saludan todos en lengua embera chamí.
Lo que le piden a Karagabí es sabiduría y coraje para afrontar la arremetida de quienes no han parado de asediarlos a lo largo de los siglos: desde los conquistadores españoles hasta los grupos armados que a lo largo de veinte años cobraron su cuota de muertos, pasando por los colonizadores paisas.
Entre todos los arrinconaron en este paraje boscoso en el que se resguardaron para mantener los valores y la cohesión de la comunidad.
“Ha sido duro, pero aquí estamos”, repite uno de los Jaibanás a modo de conjuro y la multitud se deja llevar en una letanía que pide salud para el cuerpo y el alma de los habitantes y bienestar para los hermanos indígenas de lugares lejanos.
De repente, se produce una desbandada de mujeres y niños hacia la iglesia: el sacerdote católico, que llegó temprano a lomo de mula, llama a una ceremonia de confirmación, según ellos programada desde dos meses atrás.
Una tensión que viene de siglos se instala en el ambiente. Los organizadores del evento, empezando por el gobernador Wazorna, dicen que no aceptarán interrupciones y amenazan incluso con utilizar la guardia indígena para interrumpir la ceremonia.
Y los de la guardia no se hacen de rogar. Para eso tienen sus sólidos bastones de macana, una madera tan fuerte que hasta devino adjetivo: macanudo.
Al final, gracias a Dios o a Karagabí- es casi seguro que a los dos juntos- las partes logran conciliar. Se fija una hora para las confirmaciones y el encuentro indígena sigue su curso.
Para entonces, un orador destaca el rol de las mujeres en las luchas de la comunidad: Miriam, Reinelda, Norfilia, Martha Liliana, Florinda, Claudia y María Cecilia son solo siete nombres entre varias decenas de ellas.
En los últimos años la presencia de las mujeres como líderes de acciones sociales, culturales y políticas ha obligado a revisar la vieja supremacía masculina en la vida de la comunidad.
El rastro de la sangre en el bosque
A las once de la mañana un sol despiadado cae a pique sobre Purembará, desvaneciendo los últimos retazos de niebla enredados entre los árboles. Es hora de hacer memoria. Encabezados por Luis Fernando Saldarriaga, un devoto de las causas indígenas, varios investigadores leen un documento que es en realidad un recuento de los infortunios padecidos por la comunidad desde su encuentro con los conquistadores.
Pero ahora se ocupan de los últimos veinte años. Dos décadas en las que el territorio se convirtió en escenario de guerra. Paramilitares, guerrilleros, policía y ejército dejaron su rastro de sangre en estos bosques que vieron cómo el canto de los pájaros y el aullido de los micos eran suplantados por el tableteo de las ametralladoras y la explosión de las bombas en lo profundo de la montaña.
Contado en abstracto puede hablarse de una legión de huérfanos y viudas.
El rastro de la sangre en el bosque
A las once de la mañana un sol despiadado cae a pique sobre Purembará, desvaneciendo los últimos retazos de niebla enredados entre los árboles. Es hora de hacer memoria. Encabezados por Luis Fernando Saldarriaga, un devoto de las causas indígenas, varios investigadores leen un documento que es en realidad un recuento de los infortunios padecidos por la comunidad desde su encuentro con los conquistadores.
Pero ahora se ocupan de los últimos vente años. Dos décadas en las que el territorio se convirtió en escenario de guerra. Paramilitares, guerrilleros, policía y ejército dejaron su rastro de sangre en estos bosques que vieron cómo el canto de los pájaros y el aullido de los micos eran suplantados por el tableteo de las ametralladoras y la explosión de las bombas en lo profundo de la montaña.
Contado en abstracto puede hablarse de una legión de huérfanos y viudas.
Pero el lenguaje nunca alcanza ¿Cómo se le dice por ejemplo a una madre que ha perdido a sus hijos?
Por eso Luis Fernando enhebra una suerte de rosario cuyas cuentas están conformadas por nombres y fechas.
Benigno Siágama, asesinado por el ejército el 12 de febrero de 1993.
Anastasio Niasa, asesinado por el Eln.
Asencio Siágama, asesinado por el Eln
Lázaro Gutiérrez, Jaibaná, asesinado por el Eln
José Dionisio Córdoba, asesinado en 2009
Paulino Siágama, médico tradicional, asesinado por las Farc
Y sigue una lista interminable.
Porque la palabra que mejor define a este pueblo es resistencia. Resistencia para seguir viviendo cuando los amos de la vida y la muerte habían decidido borrarlos de la faz de la tierra.
Debe ser por eso que se ven tantos niños corriendo y armando alboroto por todas partes. Su presencia es la garantía de que el horror no prevalecerá.
Por lo menos en esa dirección apuntan los discursos de quienes tomaron la palabra en la jornada de la tarde: en la necesidad de asegurar un presente para los mayores y un futuro para los niños.
“En los últimos años hemos conseguido poner secretario de gobierno en Mistrató y un concejal en la misma localidad. Pero ahora debemos pasar de la representación al ejercicio del poder político para liderar las transformaciones sociales que necesitamos para nuestros hermanos indígenas en el campo de la salud, la educación, la convivencia y el empleo.
El siguiente paso debe apuntar al gobierno en localidades como Mistrató, Quinchía, Guática y Pueblo Rico, así como una representación en el Congreso de la República. Para lograrlo debemos trabajar mucho en la educación y la organización de las comunidades. Este encuentro es un paso más en esa dirección”.
Eso dijo uno de los oradores antes de que la multitud se disolviera, seducida por el aroma de una enorme olla humeante en la que el almuerzo de frijol chengue aderezado con hojas de yuyo había alcanzado su punto.
¡A gozar, muchachos!
A las seis de la tarde del viernes 25 la concurrencia ya había tenido suficiente con discursos y recuerdos dolorosos bastante recientes.
Una buena dosis de relajo era cuestión de supervivencia.
Para conseguirlo se contaba con un buen capital:
Un equipo de sonido subido a lomo de mula que atronaba en las montañas y con seguridad no dejó dormir a los habitantes de las ocho casas que resplandecían allá a lo lejos en lo profundo de la noche.
Un animador importado de Anserma, que se presentó como DJ Mauro.
Treinta y seis grupos de danzas.
Una decena de grupos musicales que interpretaban desde despecho hasta reguetón en lengua embera.
Veinte puntos de venta de mecato y litros y más litros de… adivinen: Big Cola de todos los colores y sabores.
Y un torrente interminable de calambiche, una bebida de caña que hace carrera en estas tierras. Primero enciende los ánimos y dispone la gente al regocijo para dejarla después fulminada con la cabeza recostada en una piedra o en un lodazal.
Y entonces un tambor, que es en realidad el corazón de la comunidad entera, empieza a sonar, arrastrando consigo un caudal de emociones que devuelven a la multitud a lo más esencial de sí misma. Al momento de la caza, la recolección, la siembra, la plegaria o el apareamiento.
Las danzarinas de Cantarrana emprenden el baile de El Oso y un centenar de celulares se activan para captar las imágenes que en un par de minutos serán enviadas a conocidos y desconocidos de la región, el país y –acaso- del mundo.
Las mujeres giran entre las luces artificiales, y los vestidos verdes, rojos, azules, amarillos y violetas pierden de momento su condición de prenda para recuperar su legado simbólico en el que cada tejido nos dice algo acerca de los misterios del universo.
Una funcionaria del Ministerio del Interior se hace selfies a modo de prueba de su paso por estas tierras.
Un médico tradicional achispado por el calambiche le repite a su interlocutora que en la vida no se trata de ser el más poderoso, ni el más fuerte, ni el más grande sino de ser bueno.
La mujer se bebe esa copa de sabiduría y sigue camino abajo, hacia un lugar donde un hombre con cara de duende conversa con sus propios fantasmas.
Un adolescente con la camiseta del Atlético Nacional y otro enfundado en el uniforme del Real Madrid dan fe de que el largo brazo de las multinacionales del fútbol alcanza hasta estos lares.
Y los botellines de calambiche siguen corriendo de mano en mano.
A las seis de la mañana del sábado 26 de agosto una niebla fina asciende desde la hondonada donde el agua sigue brotando de las piedras.
En el escenario un puñado de borrachitos mira al programador de música como si fuera un pequeño dios recién llegado a sus tierras.
Durante doce horas los sonidos más dispares se han dado la mano en este sitio: el merengue, la salsa, el despecho, el reguetón, la balada y los ritmos ancestrales lograron fundirse para resumir las dichas y desvelos de estos hombres y mujeres de todas las edades.
Incluso de los perros que se han pasado la noche en vela a la espera de un hueso que nunca llegó.
A esta hora, como en todas las fiestas del mundo, la multitud es un solo sopor.
Un solo sopor.