Cada pueblo necesita forjar sus propios mitos.
De trochas y muchachas
“De mis padres, Jacinto y Rosenda, tengo un par de recuerdos que me acompañarán hasta la hora de la muerte: las madrugadas de los sábados para rezar el Rosario de la Aurora y las caminatas a visitar la emisora Ecos del Espacio, fundada en 1936 por un señor Rafael Mejía durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, cuando Santuario era un pueblo de mayoría liberal”.
“El señor Mejía realizaba todas las tareas: propietario, administrador, locutor, periodista y director. En la emisora no solo se transmitían las noticias del pueblo. También las de Colombia y el mundo, porque don Rafael se hacía llevar ejemplares de El Tiempo y El Espectador. Aunque, la verdad sea dicha, a veces bastante trasnochados. Pero de esa manera uno se enteraba de lo que pasaba en Estados Unidos, en Europa y hasta en China. Para esa época yo daba mis primeros pasos en la lectura y me asombraba ante esas letras grandes de los periódicos que empezaban a desvanecerse al contacto con los dedos”.
Pedro Guarín acaba de cumplir noventa años y tiene la memoria intacta. Le atribuye esa bondad a la lectura diaria de poesías de Rafael Pombo y Porfirio Barba Jacob, así como a un vaso de aguardiente Amarillo de Manzanares que no abandona desde la primera vez que supo de los delirios del alcohol en una fonda caminera ubicada en la ruta hacia Apía.
“Era un adolescente y ya sabía lo que era el miedo. El terror de encontrarse con cuerpos mutilados a la vuelta del camino, porque La Violencia ya había llegado a nuestras casas. Tal vez por eso me aficioné al aguardiente: porque ayudaba a templar los nervios y si uno le mezclaba un poquito de pólvora era todavía mejor. El miedo lo abandonaba a uno al momento de atravesar una trocha oscura o de empelotarse ante una muchacha”.
Durante setenta años Pedro se ganó la vida arreando recuas de mulas por andurriales bautizados con nombres como Peralonso y Portobello, este último un puerto sobre el río Cauca en el que los comerciantes se aprovisionaban de mercancías.
Por eso sabe tanto de trochas y muchachas.
Entre uno y otro trago
Jacinto Guarín se echó al coleto muchas botellas de Americana, la cerveza fabricada por Solón Lenis Gartner desde 1938. Entre sorbo y sorbo escuchaba noticias y canciones de Gardel en un radio que su propietario, Alejandro Uribe Botero, instalaba en la ventana de su casa para que los parroquianos se enteraran de las noticias del mundo.
“Había que ver cómo la gente se amontonaba frente a la ventana de esa casa”.
Pedro Guarín evoca la escena y vuelve sentirse acaballado sobre los hombros de su padre, mientras la voz remota del locutor hablaba de viajes por el río Magdalena, de los líos en que empezaba a meterse Europa y de los discursos de líderes liberales y conservadores que no tardarían en empujar a Colombia hacia uno de los más tenebrosos abismos de su Historia.
“Con el paso de los años, Santuario se volvió un pueblo conservador, porque los liberales fueron asesinados o expulsados de sus predios. Se lo digo con pleno conocimiento, porque mis padres fueron víctimas de esa situación y por eso mi papá terminó arreando sus mulas en las montañas de Montenegro, Sevilla y Caicedonia”.
“Hasta el día de hoy, nadie de mi familia volvió por esos lugares: Es mejor no ponerse a desenterrar malos recuerdos”
Sentencia Pedro y se bebe de un salo sorbo un vaso de aguardiente amarillo.
“Es en homenaje a la vida, a los desvelos y a la valentía de mi viejo”, dice y se abisma en algún lugar del tiempo y del espacio imposible de precisar por ahora.
Cuando pa´ España me voy
Luis Eduardo es uno de esos andariegos santuareños que han visto mundo empujados a partes iguales por la necesidad y la ilusión
En 2001 viajó a España en un programa que tenía un nombre bastante pomposo: “Migración Laboral Temporal y Circular”.
En realidad se trataba de jornaleros transnacionales que viajaban a recoger las cosechas de frutas en el sur de España, para ser devueltos a sus países de origen una vez finalizada la temporada.
“En una de esas decidí jugarme la cabeza y me quedé viviendo en Valencia, trabajando en lo que me resultara: podando jardines, vigilando cuadras, pintando casas, montando llantas y haciendo mandados. Cualquier cosa con tal de mandar billete para el sostenimiento de mi familia en Colombia”.
Es un hombre de piel morena y manos callosas. Luce una raída gorra con el escudo del Valencia Fútbol Club, el del célebre murciélago. Aunque nunca fue al estadio, porque necesitaba ahorrar el dinero para enviarlo a su familia en Santuario, sí averiguó muy bien el porqué de la presencia del murciélago, o rata condenada, en el escudo de la comunidad valenciana.
“Aunque nunca tuve estudio, si he sido siempre un tipo curioso. Por eso me tomé el trabajo de averiguar las razones para la presencia de ese animal tan temido por la gente en el escudo de Valencia”.
“Resulta que en una leyenda se cuenta que el murciélago fue utilizado por el rey Jaime I para recordar a un murciélago que evitó una derrota cerca de Burriana. La historia se parece mucho a otra mallorquina en la que el rey protegió a un murciélago que se encontraba en una de esas iglesias árabes… Mezquitas se llaman. Hoy es la iglesia de san Miguel”.
La ha narrado mil veces pero cada vez que la cuenta, la gente se arremolina alrededor de Luis Eduardo. Es su héroe. Un hombre que cruzó los mares decidido a rebuscarse la vida para garantizarle días mejores a su familia.
Y la verdad es que lo consiguió. Compró una parcela en la ruta hacia Tatamá y levantó una casa que es el orgullo del clan: allí se reúnen en las fechas especiales para comer sancocho, beber cerveza y pastorear los recuerdos que los antepasados les dejaron a modo de herencia. Esos recuerdos hicieron que varios valencianos, entre ellos Felo, Nela, Tiano, Quela, Orósia y Joanot hicieran el viaje hasta Santuario y se quedaran prendados de las lomas del Tatamá y de los Planes de San Rafael. Siguiendo una vieja tradición de usar diminutivos, estos últimos fueron rebautizados por los españoles con el nombre de San Felo.
Los días del éxodo
Fueron tiempos duros. Tan duros, que según la Asociación América España Solidaridad y Cooperación ( Aesco), hubo un momento entre 1998 y 2005 en el que al menos el diez por ciento de la población de Santuario- totalizada en quince mil habitantes- estaba rebuscándose la vida en el exterior. En el Reino Unido, en España, en Francia y en Italia, se escuchaban pronunciar apellidos como Bedoya, López, Zapata, Ramírez y Mahmmud. Si, Mahmmud: en algún momento de la historia un viajero de origen moro y andaluz fue a plantar su simiente en esas remotas montañas.
“Se conjugaron varias cosas- declara un funcionario de Aesco revisando los archivos de su computador- . Una de las periódicas crisis de la economía del café, sumada a las violencias del narcotráfico, los paramilitares y la guerrillas, acabaron por desencadenar una emigración masiva de habitantes de ese municipio hacia distintos lugares del mundo. En nuestras investigaciones encontramos hombres y mujeres trabajando en el sector industrial de Turín y en aseo de edificios en Londres. Recogiendo frutas en el sur de España o acarreando bultos en el puerto de Marsella”.
“Fue tan grande el impacto de esa migración que durante al menos un lustro el pueblo sobrevivió de las remesas. Mucha gente quisiera no hablar de eso, pero las disputas familiares entre narcos de Apía y Santuario o la complicidad de algunos finqueros con el paramilitarismo acabaron por desplazar mucha gente hacia el exterior”.
La vuelta a casa
“Pero gracias a Dios esos fueron otros días. Ahora Santuario se reinventa la vida y en eso tienen mucho que ver los recursos de quienes regresaron del exterior y se dedicaron a mejorar fincas y abrir negocios”, asegura la profesora Adriana, sentada en un recodo del camino que asciende hacia Tatamá.
“Por fortuna la vida sigue y cosas tan terribles como la toma del cerro de Montezuma por parte de la guerrilla quedaron atrás y ahora son parte de nuestros aprendizajes”.
Menudita, nerviosa, Adriana escudriña el paisaje en busca de una nueva clase de pájaros para mostrar a los visitantes. Nació en la vereda la Baja Esmeralda y se sabe hija de cada árbol, de cada riachuelo, de cada temblor del aire.
“Mire: si en los tiempos de La Violencia la gente huía de los pájaros, ahora los busca para fotografiarlos y filmarlos en video. Son viejos recuerdos que los extranjeros se llevan a sus países y sirven para que sus compatriotas se animen a viajar”.
La mujer cierra los ojos y se despacha con una lista que parece más bien un rosario alado: buhíto nubícola, terlaque andino, perico paramuno, periquito de los nevados, cotorra montañera, hormiguero occidental, tororoi rufocenizo, verderón chocoano, bangsia negra y oro, clorocrisa multicolor, dacnis turquesa, gorrión tangarino y montero verdeamarillo.
Los viejos peregrinos
Por estos días los santuareños estrenan tiempos de paz soñados por los viejos peregrinos cuando se hicieron al camino y se asentaron en estas montañas.
Los de hoy son los herederos de Jesús María Lenis y Basilio Hidalgo, cabezas de un grupo de colonos que el 20 de junio de 1886, fiesta de Santa Librada en la liturgia católica, eligieron la junta encargada de dirigir la fundación del poblado. Dicen las crónicas que ese día se dedicaron a los rituales ya conocidos: trazar el perímetro de la plaza principal, demarcar los lotes y asignar su uso para la construcción del templo y la administración pública. Es decir el poder religioso y político.
Esas mismas crónicas dan cuenta de que las primeras viviendas edificadas fueron las de Alejandro Ramírez y Nicolás Bedoya, así como de las familias López y Zapata. O al menos así aparece en los datos recopilados por el historiador Jaime Vásquez Raigosa.
En abril de 2018 setenta y seis santuareños entre jóvenes y adultos respondieron a la convocatoria de Santuario emprende, una iniciativa de la administración municipal, con el acompañamiento de la Cámara de Comercio de Pereira, el Sena y distintas agencias del gobierno central.
Las ideas de los emprendedores pasan por terrenos tan disímiles como la agroindustria de las cadenas productivas conformadas por mora, plátano, aguacate, cacao, cafés, lácteos, porcicultura y hortaliza, pasando por el turismo, las tecnologías de la información y la comunicación, así como los servicios ambientales , de comercialización y de servicios.
Sin ser muy conscientes de ello, los asistentes buscaban el camino de regreso a los días cuando personas como Solón Lenis y Magdalena Nicholls gestaron las primeras empresas de la localidad.
O cuando Alejandro Uribe Botero, propietario del primer aparato de radio que llegó al municipio, instalaba el prodigio en la ventana de su casa para que los habitantes del pueblo se enteraran de lo que sucedía en el mundo.
Dejemos hablar al viento
Trepado a unos mil quinientos de altura, cuando cae la noche, Santuario es un manojo de luces que miran a veces hacia el camino por donde, al promediar los años veinte del siglo anterior, el primer carro Ford llevado al pueblo partió a lomo de mula hacia Belén de Umbría por un camino de herradura, porque todavía no había carretera.
Son cosas que cuenta el viento.
Que nos habla, por ejemplo, del día en que el comando “Jaime Bateman Cayón”, de la guerrilla M-19 intentó robar los dineros del Banco Cafetero. Tiempo después los policías del pueblo fueron condecorados con la medalla al mérito y al valor, a pesar de que nunca opusieron resistencia al embate de los asaltantes.
Pero cada pueblo necesita forjar sus propios mitos.
Mitos tan etéreos y tan sólidos a la vez como el del murciélago en el escudo de Valencia que todavía emocionan a los parroquianos cuando se sientan a escuchar la vida, obra y milagros de Luis Eduardo y su aventura como jornalero trasnacional.