Los lugares hacen parte de las personas, porque siempre somos de alguna parte, no existe alguien que no tenga sus raíces ancladas en algún pedazo de tierra.
Siempre alguien habita un lugar, es algo incuestionable, hay una marca indeble en cada individuo, y si nos preguntaran de dónde somos, todos tendríamos una respuesta. Sin embargo, pareciera que, en vez de andar, desandamos, desandamos los caminos que otros ya anduvieron, porque solo nos queda lo usado, lo resticos del cielo o montaña que nos alcanzan a llegar.
Antes, la gente disfrutaba de la niebla que cubría estas calles—hoy rotas de tanto uso—era como jugar con las nubes. Por lo menos es lo que me cuentan, y yo creo que sí, que no hay motivo de engaño en esa historia, entonces me siento a extrañar esos tiempos que no me tocaron, que solo me llegan como una invención de la mente y que de forma automática los asumo con verdaderos.
Los lugares hacen parte de las personas, porque siempre somos de alguna parte, no existe alguien que no tenga sus raíces ancladas a algún pedazo de tierra, en cualquier parte del mundo, eso genera identidad. Saber que se pertenece a algo nos da tranquilidad, porque no hay huérfanos de territorio.
Hace algún tiempo, las personas empezaron a emigrar, algunos al extranjero, otros expulsados de sus propias tierras por una fuerza más poderosa que la voluntad, ellos también son emigrantes de su propio país, porque escapar está en la naturaleza del hombre, escapar como forma de adaptación al medio, escapar por dinero, por amor, por tedio, por aventura, escapar de nosotros mismos; si le preguntamos a cualquier persona, todos tenemos alguien que se fue, que ya no está.
Hoy no baja la neblina, pero cae una brisa fresca, nostálgica, es un día amarillento, ideal para el recuerdo, también tengo mis ausentes, y hoy pienso en uno de tantos, se llama Julian.
Conocí a Julian en un salón de clase, “La Bestia” le decíamos de cariño, es que es un aficionado al gimnasio y está cogiendo buen músculo, tiene cara de pocos amigos, y es todo aletoso. Si algo no le gusta de una “las canta” como dice él. Y los muchachos en el salón lo respetan, tiene voz de mando. Yo también, para qué, si tiene ideas hasta chéveres. Nos fuimos haciendo buenos amigos.
Cualquier día estábamos listicos para entrar a clase cuando Julian me dice: – agg, no tengo ganas de nada- yo tampoco, le dije. –Camine pues Héctor, vámonos y no entremos a clase. Yo me quedé pensando-hágale pues, camine vámonos, y salimos. Le dijimos a la gente que si preguntaban por nosotros dijeran que nos sentíamos mal y que nos habíamos ido. Mentira no era.
Nos compramos dos cervezas y nos fuimos para un parque que quedaba por ahí cerca, entonces Julian me empezó a contar la vida que llevaba en Medellín, como era todo por allá, me hacía sentir como era que extrañaba su tierra.
Que esos tiempos eran “tiempos mejores” y que por aquí se sentía muy solo, que la vida le había cambiado mucho. Que ya lo único que lo hacía feliz era tener dinero, pero no tenía. Yo lo entendía, pero no sabía que decirle- yo sé de ausencias viejo Julian, fue lo único que me salió, y al él le entro una nostalgia arrolladora y me dijo- sabe que, me largo, y salió diciendo que ya lo había decidido.
Paro como a tres metros y me dijo: “en la buena, usted es un pelao elegante, me da nostalgia dejarlo, pero así es la vida, pero así es la vida, uno siempre se está yendo” y salió. No supe más de él. Me imagino que esta triste en oro parque de Medellín, recordando los tiempos de por acá, porque así somos, nunca estamos bien en ninguna parte.
Venia huyendo de un mal amor, pobre Julian, llegar a encontrarse con uno peor, porque aquí se enamoró, otra vez, y de una mujer que lo atormentaba. Lo que yo siempre he dicho, uno carga la mierda para todas partes.
Ahí entendí, que uno pertenece a un lugar y este no era el de mi amigo. Entonces, cabe preguntarse ¿Solo existimos realmente en este pequeño lugar, para una cantidad determinada de personas? Por eso yo no me voy, porque la idea de no ser me incomoda, en conclusión, tenemos historias porque pertenecemos a un lugar, de lo contrario no habría forma de que los otros, los que siempre nos ven, ratificaran nuestra existencia.