A 73 años del final de la segunda guerra mundial: puentes sobre aguas turbulentas

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Hasta hace algún tiempo, Europa sentía vergüenza de este pasado funesto.


El  pasado 2 de septiembre se cumplieron 73 años del final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero en realidad el principio del fin ya se había desencadenado con la toma de Berlín por parte de los ejércitos aliados.

Estos hechos encontraron  a Hitler enfermo, con el peso del fracaso de la campaña a través de bosques y montañas en la región belga de las Ardenas: su último y titánico empeño por librarse del hundimiento rotundo, encerrado en el bunker que había ordenado construir como parte del conjunto de la Nueva Cancillería, el Edificio del Reichstag durante el régimen nazi.

Como ya era  usual, encargó su diseño a Albert Speer  el arquitecto  del Tercer Reich, el mismo a quien asignó  el plan para la frustrada renovación de Berlín.

Los últimos meses de su vida los vivió el Führer en el refugio subterráneo, al cual se trasladó definitivamente el 16 de enero de 1945.

Allí adelantaba  reuniones con los altos mandos de su ejército, impartía órdenes alucinadas, y se enfurecía cuando conocía los resultados negativos de sus maniobras militares, aunque no siempre era informado sobre la realidad de las acciones que condujeron finalmente a su derrota.

 

Un museo berlinés ha inaugurado una polémica maqueta del búnker donde Adolf Hitler vivió sus últimos días, antes de suicidarse. Foto extraída de: sputniknews

 

Los postreros días los pasó bajo la tierra de una ciudad acosada constantemente por los bombardeos, en compañía de su mujer Eva Braun, de su más cercano aliado, Joseph Goebbels quién se mudó allí junto con su esposa y sus seis hijos, y un número reducido de personal dedicado a labores auxiliares y de servicio.

Asfixiado por el aire enrarecido de su catacumba, lo era también por el cerco aliado que se cerraba sobre la capital alemana.

Acorralado, con la conciencia de haber sido aplastado, y temiendo ser capturado por los soviéticos, decidió suicidarse, destino compartido por Eva, y posteriormente por Goebbels y su esposa quién antes de matarse asesinó a sus seis pequeños hijos.

Su determinación incluía unas órdenes precisas, concebidas para garantizar una especie  de vanidad post mortem: los cadáveres debían ser incinerados, para impedir que fuesen  exhibidos como trofeo en algún museo de Europa.

En lo que se conocía como el Jardín de la Cancillería, ardieron sus restos aquel 30 de abril de 1945. Sin embargo, todo parece indicar que no se consumieron completamente y debieron ser enterrados de manera superficial, en aquel mismo lugar. Según archivos desclasificados de la KGB, el Ejército Rojo encontró lo que quedaba de ellos durante los primeros días de mayo, y procedió a cumplir órdenes estrictas en relación a su custodia, aunque el hecho nunca fue reconocido oficialmente por el máximo líder Soviético, Joseph Stalin.

Entretanto, al finalizar la guerra, los restos del Führerbunker, última morada del líder del nazismo, quedaron abandonados bajo los escombros del edificio del Reichstag.

Posteriormente, en tiempos de la Alemania Oriental, en una buena parte del predio que antes ocupara este edificio, se construyeron bloques de habitación.

 

Edificio a los alrededores del Bunker y el antiguo REISCHTAG de Hitler. Foto por Martha Alzate

 

Hoy en día, el sector está conformado por estos conjuntos de apartamentos, de buena factura y un urbanismo amplio, que rematan en un equipamiento comercial muy reciente y frecuentado de la capital alemana: el Berlín-Mall, una de cuyas fachadas principales sirve de límite a esta zona residencial y se proyecta contra la emblemática Potsdamer Platz.

Así pues, en inmediaciones de los terrenos que antaño presenciaron algunos de los episodios más dramáticos de nuestra historia reciente, consumidores y comerciantes, indiferentes a los sucesos que tuvieron su escenario en esta vecindad, intercambian mercancías bajo formatos y marcas iguales a los de cualquier otro centro comercial que pueda encontrarse en el mundo occidental: en sus mentes parecen no palpitar rescoldos de las pretensiones de identidad y raza, que marcaron el rumbo de Alemania durante las primeras décadas del siglo XX.

Quienes lo frecuentan, se pasean por los pasillos acompañados de sus bolsas de compras, y no aparentan ir cargados de preguntas sobre los episodios que, hace tan solo 73 años, marcaron el rumbo de la nación que habitan o  visitan.

En la plazoleta central de este establecimiento, al caer la noche, muchos de ellos se desinhiben y se dejan llevar por la música que allí se emite, intentando aprender a danzar alegres ritmos tropicales, copando masivamente una pista de baile improvisada.

 

Mall de Berlín. Foto por Martha Alzate

 

Dos o tres cuadras más allá, está el “peladero” bajo el cual se encuentran los restos del bunker: un lote en tierra es todo lo que se puede divisar hoy, como recuerdo del lugar que albergó los últimos empeños por imponer la ideología de la supremacía racial aria, tentativa cuyo símbolo más representativo es por supuesto el Führer, pero que fue compartida y respaldada ampliamente por muchos  de sus contemporáneos.

Como muestra del repudio generalizado y del horror a las atrocidades de la guerra, o como silencioso gesto de reconocimiento de una vergüenza de la cual se ha sido partícipe, la generación que vivió y nació bajo este sino  se negó a conmemorar ninguna fecha o lugar en cuya evocación pudiera confundirse un atisbo de condescendencia con las oprobios del social nacionalismo alemán.

Hasta hace algún tiempo, Europa sentía vergüenza de este pasado funesto. Puede ser que esto haya variado y que hoy podamos toparnos con quienes quieren reescribir la historia y reducir o justificar el Holocausto, pero la preocupante homofóbia que ha retornado y que se extiende en las ciudades de este continente, no alcanza aún para alentar ninguna tentativa de estos grupos o de quienes se les oponen en relación al descampado y a quienes los habitaron en el pasado, razón por la cual el solar sigue en aparente deriva.

Como toda indicación, a un costado del lote desierto y mal vallado -que sirve como eventual lugar de parqueo a los residentes de los apartamentos vecinos-, se halla un aviso donde se señala que allí estuvo ubicado el refugio antiaéreo, el cual incluye algunos párrafos y gráficos discretos indicativos de las funciones y de la distribución del mismo.

 

Lote debajo del cual está el Bunker de Hitler. Foto por Martha Alzate

 

Eso es todo.

En contraste, casi enfrente se erige un monumento a los judíos de Europa exterminados, no sólo amplio sino vigoroso y simbólico, ejecutado  en concreto de estilo  laberíntico, diseñado por el arquitecto norteamericano de origen judío, Peter Eisenman (2003-2005).

La obra consta de unos 2.711 bloques de hormigón de forma rectangular y tamaños distintos, distribuidos en 19.000 m2.

Este lugar, que además está complementado por un museo dispuesto en el subsuelo -en el cual se exponen nombres, historias, objetos y composición familiar de todos los judíos conocidos asesinados durante el proceso de exterminio-, es visitado de manera asidua, tanto que en verano es necesario hacer extensas filas para poder acceder a su interior.

De igual manera, cuenta con una buena organización logística y vigilancia permanente, de tal suerte que está prohibido realizar ciertos movimientos a los que parece incitar la disposición juguetona del monumento, como saltar de una placa a la otra, por ejemplo.

Inmediatamente es percibida alguna de estas maniobras, el distraído se ve interceptado por un guardia de seguridad que viene a reconvenirlo como a un infractor.

 

Turistas saltando encima del monumento. Foto extraída de: El País. España.

 

Es tal el cuidado y la susceptibilidad relativa a esta estructura, que la misma está recubierta por una capa anti grafitis, acerca de la cual, durante el proceso de construcción, se debatió intensamente sobre la participación de la compañía que proveía la pintura en mención, ya que la misma empresa había estado relacionada en el pasado con la producción del gas Zyklon B, usado en las cámaras de gas de los campos de concentración.

Pero las polémicas alrededor de este centro de memoria no pararon allí. Aun intentando recoger desde su concepción a la población judía afectada más allá de las fronteras alemanas, el monumento ha sido criticado por desconocer la inmensa franja de martirizados que pertenecían a otras etnias (los gitanos, por ejemplo), a diversas convicciones políticas (como los comunistas), o a condiciones humanas particulares (como los enanos, los malformados, las prostitutas, etc.).  Ellos no fueron ni reconocidos ni incluidos en el universo de este conjunto conmemorativo.

No obstante, el monumento es un ícono y lugar de visita obligada para quienes acuden a esta capital.  Mientras tanto, la figura del Führer, representada en su último refugio, es velada intencionalmente.

Puesto que la historia es una sola, con sus hechos, protagonistas y ejecutorias -buenas, malas o pérfidas-, puede que sea un error pretender borrar los vestigios del victimario cuando se resaltan de manera tan contundente los de las víctimas.  Escindir lo acontecido no conduce a ningún propósito que favorezca el raciocinio equilibrado, y más bien afecta el contexto sustrayendo a la parte de la contraparte.

Sin embargo, esta negación radical puede explicarse debido a la gran sensibilidad que  la infamia perpetrada suscita entre quienes fueron agredidos y sus familiares. También debe tenerse en cuenta el fanatismo que la evocación del líder nazi alienta en sus seguidores, los antiguos y los actuales, quienes fácilmente podrían convertir cualquier alusión a su persona en un lugar de culto y peregrinación.

Es comprensible que se desee obstaculizar a toda costa la idolatría de un personaje cuyo rasgo más notable fue la crueldad sin límite. No obstante, desconocer,  borrar, eliminarlos del discurso y la memoria, ¿será una buena estrategia para prevenir que se repitan los horrores del pasado?

 

Adolf Hitler. Foto extraída de: Las 2 Orillas.

 

Toda acción, por desastrosa que sea, tiene matices. Todo hombre, incluso el más vil, como podría catalogarse en este caso al dictador, aquel que dirigió la empresa criminal que resultó en la eliminación de alrededor de seis millones de personas, contiene en sí mismo diferentes facetas.

En el caso del Führer, se ha resaltado y con razón su extrema maldad, pero es posible que, al intentar opacarlo en todas sus vertientes menos en una, se esté omitiendo distinguir en él otros aspectos humanos como el delirio y la perpetua utopía, y por extraño que parezca y a pesar de lo evidente, habría que reconocer que seguramente tampoco le fueron ajenos otros sentimientos nobles como la fraternidad o la ternura.

Él es, también y a pesar de su exagerada perversidad, reflejo de las múltiples dimensiones del hombre, las mismas que están presentes en mayor o menor grado en todos nosotros.

Creyó ser la encarnación de un destino y quiso ser profeta de un credo excluyente (como tantos otros), intentando llevar a cabo su quimera sin detenerse a considerar los métodos ó las consecuencias de sus actos, y a pesar de ello, los vejámenes perpetuados por el régimen son inseparables de la personalidad que los condujo.

Desconocerlo es mutilar el relato del origen, suprimiendo el horror primigenio que es, según Nietzsche, parte constituyente de la tragedia humana. Tal vez sería necesario acopiar el valor para mirar al monstruo de frente y contemplar en él la atrocidad, sin negar la certeza de su existencia y sus aspectos complementarios. Una concepción documentada y completa del individuo y de sus conductas podría ser más útil a la hora de evitar futuras confusiones, y de esta forma superar el discurso reduccionista y facilista que sólo conduce a interpretaciones superficiales y equívocas.

El debido equilibrio se requiere para mostrar la magnitud completa del desastre, incluso en una obra de arte o en un monumento conmemorativo.

 

Morirás lejos es una novela original conjetural de José Emilio Pacheco. Foto extraída de: Mercado Libre

 

Esta intención puede verse bien comprendida en la obra de José Emilio Pacheco, en su novela Morirás Lejos. En ella no se omite ninguna de las caras de la catástrofe, y los oprobios a que fueron sometidas las víctimas hacen un todo con los desvaríos y los excesos que los produjeron.

Como un recuerdo necesario, las palabras de Pacheco nos hablan del momento de la muerte del sanguinario, del atroz, que contiene en su seno a los fanáticos de todo tiempo y lugar, y en su momento concluyente nos lo muestra, haciendo uso del lenguaje literario, en toda la profundidad y dimensión de su propia fatalidad, que es al tiempo la de toda humanidad:

 “Sus cuerpos, los otros cuerpos, los tres cuerpos: Adolf, Eva, el perro Blondi, ardieron en el jardín bajo las bombas. El funeral vikingo. El perro que los guiará en el reino de los muertos. Berlín rodeado por un muro de llamas. Esta vez Siegfried sólo ganó la espada Balmung, no la capa que torna invisible a quien la lleva. Los nibelungos son los muertos. El tesoro es la muerte. El funeral, la muerte, el tesoro, la espada, los cuerpos, el muro de llamas, los muertos, los muertos, la mancha de grasa, el Valhala sometido por el fuego y el hielo”.

 Así como en la evocación poética de Pacheco, podríamos verlos en Berlín en el lugar que les sirvió como su última morada, con nuestros ojos bien equipados a partir de los juicios que sobre ellos ha derramado la historia, y de esta manera acceder a un mejor entendimiento de sus acciones, sin que ello implique llegar a justificarlos.

A través de esta mirada, quizás podríamos comprender mejor cuáles de las motivaciones que guiaron a estos hombres y mujeres en el pasado siguen presentes en los secretos anhelos y ambiciones de los que pueblan hoy la tierra,  73 años después de que quienes guiaron a la humanidad por las oscuras sendas decidieron terminar por mano propia con su existencia.

 

Video BerlínMall


 


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