Como aquél viejo tango

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Bordeaux es una ciudad de buen tamaño, poblada de edificios del mismo estilo que los parisinos modernos.


 

Han pasado ya dos días aquí, mientras intento entenderlo todo rápidamente.

Hemos aprendido ciertas cosas sobre el uso del transporte público y el funcionamiento de la casa, y reubicamos algunos muebles para optimizar el espacio.  El lugar donde vivimos consiste en una habitación, un baño, y un solo salón en donde se ubican la cocina, un sofá cama doble –en el que duermen mis hijos-, y una mesa de comedor.  Esta última la ubicamos contra la pared, para poder abrir y cerrar el sofá cama, todas las noches, de manera más fácil y práctica.

La dueña de casa nos llevó en su auto al centro comercial de mayor tamaño en Gradignan.  En él, encontramos un gran supermercado en el que tuve que reprimir la tentación de comprar varios electrodomésticos (una olla arrocera, un horno, una sanduchera, por ejemplo), porque, aunque tengo la sensación de que me falta lo necesario para preparar los alimentos diarios, no quería convertirme de entrada en una compradora compulsiva.

Cocinamos el primer almuerzo, algo básico: pollo asado empacado, papas (pomme du tèrre) cocinadas con sal y aceite de oliva, y una ensalada de lechuga pre lavada y zanahoria rayada con limón (que se encuentra lista en el mercado).

Luego nos fuimos a Bordeaux intentando aprender a usar el transporte público (el último Uber que tomamos nos cobró 56 euros por traernos hasta Gradignan).

 

Fotografía por: Martha Alzate.

 

El transporte es muy completo y tiene indicadas las paradas (ya sea del bus o del tranvía) como si se tratara de un metro.También los horarios de paso de los buses se pueden consultar en línea en la aplicación que se descarga en el móvil. 

Pero, en virtud de que en el centro de Gradignan están haciendo unas reparaciones a la iglesia y el parque principal, las rutas están modificadas. Comprender bien el lugar a donde debíamos dirigirnos para tomar el bus, y encontrarlo, nos tomó más de una hora en medio del calor sofocante de la tarde.

Por fin pudimos abordarlo, para hacer el recorrido hasta otro poblado cercano (Talence), a la estación de Peixotto, en donde descendimos para hacer el cambio al tranvía.

Este medio de transporte pasa por el centro de Bordeaux, donde está ubicada la sede principal de la universidad del mismo nombre y en cuya plaza (la de La Victoria) se encuentra la puerta de Aquitania, y el obelisco que lleva el mismo nombre de la plaza. Allí inicia la Rue Sainte Catherine, que es una calle peatonal comercial, cuyo piso está enchapado en mármol en todo el recorrido (1.250 ml).  Es la ruta peatonal comercial más larga de Europa.

Bordeaux es una ciudad de buen tamaño, poblada de edificios del mismo estilo que los parisinos modernos.  Tiene un urbanismo de buenas especificaciones en cuanto a vías principales y parques, y un centro hecho de callejuelas que albergan restaurantes, cafés y comercios. Además, está el recorrido peatonal o muelle sobre el río Garona: todo un paseo público amplísimo y muy bello, lleno de actividades.

 

Fotografía por: Martha Alzate.

 

Arribamos allí y nos sorprendió, además de su amplitud y extensión, la presencia de bailarines. Participaban de un festival: Dance Sur La Quais. Cada día las parejas aprenden un baile diferente: la tarde de nuestra primera visita el ritmo a dominar era el tango.

En el muelle los que danzaban intentaban seguir los pasos indicados por los maestros, quienes dirigían desde una tarima alta.  Podía percibir el espíritu soleado de las parejas envuelto en sus vestidos vaporosos.

Esa imagen de desparpajo contrastaba fuertemente con las letras del tango “Confesiones”, cuyos versos son duros, oscuros y melancólicos.

Ese tangazo, era bailado a descuido por alegres franceses que difícilmente podían adentrarse en su significado. Solo yo, en un interminable instante de aislamiento, pude comprender que querían decir aquellas palabras que los sonidos arrimaban a mi cerebro atribulado:

 

Fue a conciencia pura

que perdí tu amor…

¡Nada más que por salvarte!

Hoy me odias

y yo feliz,

me arrincono pa’ llorarte…

El recuerdo que tendrás de mí

será horroroso,

me verás siempre golpeándote

como un malvao…

¡Y si supieras, bien,

qué generoso

fue que pagase así

tu buen amor..!

 

¡Sol de mi vida!…

fui un fracasao

y en mi caída

busqué dejarte a un lao,

porque te quise

tanto…¡tanto!

que al rodar,

para salvarte

solo supe

hacerme odiar.

 

Fotografía por: Martha Alzate.

 

Y sí, tuve un tremor, una especie de conmoción callada. Pero me recuperé pronto, porque el viento me trajo la alegría del muelle en verano: los pies descalzos, las personas en bicicleta, en patines, trotando o simplemente caminando. Y entonces, pensé que ellos conocen el invierno, y que no están dispuestos a abrir espacio a ningún tipo de nostalgias en el tiempo soleado.

Fui consciente de mi carencia de la naturaleza propia de los espíritus habituados a las estaciones. Esta es una frontera enorme, que me hace ser un humano diferente a los de aquí. Puedo hacer mi mayor esfuerzo por hablar la lengua, y tratar de habituarme a los ritmos de vida, pero me será muy difícil instalarme en este modo de ser y estar en el mundo cíclico.

La conclusión que obtuve de este primer impacto fue la necesidad de disfrutar a plenitud el calor, para atesorar sus imágenes, sonidos y recorridos, buscando acompañarme de ellos cuando lleguen las horas frías. Supe que esperaré el invierno apretando los dientes y familiarizándome con su sonido de castañuelas al chocar unos con otros.

Por lo demás, todo transcurre más o menos normal. Estamos en el suburbio y seguramente tendremos que alquilar o comprar un carro de segunda mano.

Salimos mañana para Suiza y Alemania, y regresamos en veinte días. En ese momento me quedaré sola con los niños. Para entonces espero contar con la serenidad suficiente para  afrontar todas las contingencias que la estadía larga requiera.

Fotografía por: Martha Alzate.

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