El Muro de Berlín: más allá de alambradas y ladrillos

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“Piensa que la alambrada sólo es/ un trozo de metal/ algo que nunca puede detener/ sus ansias de volar”.

Canción  “Libre”.

José Luis Armenteros y Pablo Herrero


 

¿Qué es un muro? Se podría responder a este interrogante intentando evacuar el asunto de manera rápida, diciendo que un muro es una línea continua.

Eso era, para muchos de nosotros, el Muro de Berlín: algo intangible, asunto difícil de representar, y menos de comprender en su completa magnitud. 

Este 9 de noviembre se han cumplido veintinueve años de la caída de esa frontera.

Pero, ¿qué era el muro realmente? ¿Fue, como podríamos haberlo figurado, una continuidad de bloques adosados que formaron una masa serpenteante, instalada como fortaleza infranqueable?

El centro de memoria del muro de Berlín, ubicado en la Bernauer Straße, en la esquina de Ackerstraße, es un lugar para la comprensión, incluso más que para preservar el recuerdo de un oprobio.

 

Foto por: Martha Alzate.

 

El complejo conmemorativo de la división de la ciudad, que tuvo lugar a partir del 13 de agosto de 1961, incluye la Capilla de la Reconciliación, un centro de documentación y de visitantes, y una sección de 60 metros de lo que fue aquella estructura fronteriza.

Teniendo la posibilidad de apreciar una  franja intacta del complejo sistema de partición, se abre la posibilidad de intentar comprender lo que pudo  significar para la vida de miles de personas, y lo que sigue representando  hoy en día.

 En el centro de visitantes, ubicado en la esquina que conforman la Gartenstraße y la Bernauer Straße, se   encuentra una exposición que incluye fotografías en gran formato, documentos escritos y testimonios; así como audios de momentos claves relacionados con la guerra fría, la República Federal Alemana, y su contraparte, la República Democrática Alemana, entre otros artículos. 

Desde los niveles superiores del edificio es posible observar mejor la franja.  Ese espacio árido de terreno, aparentemente abandonado, antaño fuertemente custodiado, que incluía torres de vigilancia, era también una zona dispuesta para que transitaran vehículos militares, con  arena usada para marcar las huellas de los potenciales fugitivos, alambradas que aumentaban las defensas, barreras antitanques, y sistemas de disparo automático: a cada costado de la denominada “franja de la muerte” dos porciones de muro, que sellaban la ruptura de una sociedad unida por lazos familiares y culturales.

Las dimensiones de esta área variaban con arreglo a los diferentes sectores de la ciudad.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Pero ella, a mi juicio, representó con mayor fuerza simbólica la profundidad  el distanciamiento y las consecuencias que ello trajo para los alemanes.

Soledad, aridez, vacío, un espacio inhabitado que produce temor. Un campo ansioso de dar muerte, un lugar consagrado a lo inhumano.

Tal vez no sea casualidad que en este sector, al área divisoria le siguiera en ubicación continua un campo santo.

Muchas construcciones, entre ellas numerosas casas de habitación en el sector de Bernauer Straße, se vieron atrapadas en medio de la separación.  Algunas de ellas, cuyas puertas de entrada estaban orientadas a la Alemania Occidental, quedando sus ventanales posteriores sobre la calle de la Alemania Oriental, en los primeros días sirvieron de bisagra para el escape de multitud de ciudadanos. 

Avisadas de esta situación, las autoridades de la  República Democrática Alemana tapiaron las ventanas, obligando a cerca de dos mil habitantes a desalojar sus propiedades. 

 

Foto por: Martha Alzate

 

La Iglesia de la Reconciliación fue otra edificación que resultó retenida en la franja de la muerte: su nombre, toda una metáfora elocuente en virtud del momento que vivía la historia universal y lo que en relación a ella significaba el muro en Berlín.

Como este lugar de reunión religioso quedó totalmente aislado, la capilla, que había sido construida en 1894, fue derribada por las autoridades de la RDA en 1985.

Años más tarde, en el contexto de la reunificación alemana, el terreno fue reintegrado a la iglesia con el fin de destinarlo a usos sagrados.  Allí, el 9 de noviembre del año 2000, en el XI aniversario de la caída del muro, se inauguró una nueva iglesia.  El edificio, de forma ovalada, que fue diseñado por los arquitectos berlineses Sassenroth y Reitermann, se encuentra rodeado por un cerco de láminas. Recuerda en su propuesta estética la desaparecida barrera, aunque sin las densidades de aquella, puesto que el borde de láminas es intermitente y permite una abundante entrada de luz.

Igualmente, la red de transportes urbanos fue suspendida. Muchas de las estaciones subterráneas fueron selladas, y los trenes que continuaban circulando las traspasaban sin poder detenerse.

Con el tiempo tomaron el nombre de “estaciones fantasmas”, pues la desolación se apoderó de ellas y de la población que, impotente, se vio sometida a un obligado desprendimiento.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Cada una de las partes componentes de este conjunto destinado a la memoria -espacio público, iglesia, franja de la muerte, torre de vigilancia, estructura al desnudo del antiguo muro, porción del muro real existente en este sector, centro de documentación y de visitantes-, permite tener una comprensión más completa de lo que  sucedió y el impacto que este acontecimiento tuvo sobre la población.

Actualmente, como si desoyeran los rugidos de la historia, hay quienes persisten en elevar diversas barreras sociales, políticas y raciales.

Incluso algunas físicas como el Muro de Berlín. 

Parece que el oprobio no ha sido asimilado por poblaciones distantes  y desconocedoras de los acontecimientos que han traído consigo las más grandes vergüenzas a la humanidad. 

Aunque no se precisa una ubicación geográfica lejana para que los dolores del pasado queden silenciados y nuevamente renazca el deseo de desconocer al Otro. Encerradas en la comodidad de un mundo desigual, algunas élites de  diversos países consideran al Otro, desigual o diferente, individual o colectivo, como una amenaza que se puede espantar, o por lo menos perder de vista alzando una muralla.

 

Foto por: Martha Alzate

 

Pero el espacio vacío ineludible que queda tras el intento de alejamiento, a pesar de su apariencia árida y desierta, es fecundo. En él prosperan, aunque lentos y silentes, los brotes de la libertad. 

La franja de terreno que hizo parte constitutiva de la división de Berlín, como espacio simbólico, es fértil para el  pensamiento humano, para la crítica social, y la acción política.

Ojalá en nuestro país pudiéramos adelantar el proyecto de un centro de memoria histórica, elocuente, sin ocultamientos, que nos proporcione la dimensión de la tragedia que hemos vivido, y que nos remita a cuestionar los pasos próximos, teniendo siempre presentes el dolor y la tragedia que hemos causado con nuestros actos pasados. 

En ese propósito un buen ejemplo a seguir es el Gedenkstätte Berliner Mauer  o Memorial Wall of Berlín.

 

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Banda Sonora de esta entrada: Roger Waters: The Wall


https://www.youtube.com/watch?v=OKxt-fOCB1s

 

Banda Sonora de esta entrada: Nino Bravo: Libre

 

 


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