Günther Anders: El piloto de Hiroshima

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Todos nosotros hemos de vivir en esta época, por lo que en cualquier momento podemos volvernos culpables


 

Texto extraído del titulo original: Hiroshima ist überall 

(1995)

CARTA 1


 

Al señor Claude R. Eatherly
Formerly Major U. S. Air Force
Veterans Administration Hospital Waco, Texas

  3 de junio de 1959

  Estimado señor Eatherly:

  El que escribe estas líneas es para usted un desconocido. Para nosotros, en cambio, para mis amigos y para mí, usted es una persona conocida. Seguimos con el corazón en un puño sus esfuerzos por salir de su desgracia, estemos en Nueva York, en Viena o en Tokio. Pero no lo hacemos por curiosidad, ni porque su «caso» nos interese desde los puntos de vista médico o psicológico. No somos ni médicos ni psicólogos. Lo hacemos porque nos ocupamos, llenos de miedo y de angustia, de dilucidar aquellos problemas morales que hoy se nos plantean a todos.

La tecnificación de la existencia, esto es, el hecho de que todos nosotros, sin saberlo e indirectamente, cual piezas de una máquina, podríamos vernos implicados en acciones cuyos efectos seríamos incapaces de prever y que, de poder preverlos, no podríamos aprobar —esta tecnificación ha cambiado toda nuestra situación moral—. La técnica ha traído consigo la posibilidad de que seamos inocentemente culpables de una forma que no existió en los tiempos de nuestros padres, cuando la técnica todavía no había avanzado tanto.

  Comprenderá la relación que esto guarda con usted: a fin de cuentas, usted fue uno de los primeros que se implicó en esta nueva forma de culpa, en la que hoy o mañana cualquiera de nosotros podría verse implicado. A usted le ha ocurrido lo que a todos nosotros podría ocurrirnos mañana. Así pues, por esta razón para nosotros usted es un ejemplo paradigmático, incluso un precursor.

  Es muy probable que esto no le guste. Querrá que le dejen tranquilo, your life is your business. Le aseguramos que aborrecemos la indiscreción tanto como usted, y le pedimos disculpas. Pero en este caso, y por la razón que acabo de mencionar, la indiscreción es inevitable, incluso obligada: su vida se ha convertido también en nuestro business. Puesto que el azar (o cualquiera que sea el nombre que demos al hecho indiscutible) ha querido que usted, el individuo Claude Eatherly, se convierta en un símbolo del futuro, ya no tiene derecho a protestar contra nuestra indiscreción.

El que precisamente usted, y no cualquier otro de entre sus miles de millones de contemporáneos, se haya visto condenado a ser un símbolo, no es culpa suya, y es ciertamente horrible. Pero así es.

  Y, sin embargo, no crea que es usted el único que sufre esta condena. Todos nosotros hemos de vivir en esta época, por lo que en cualquier momento podemos volvernos culpables; y al igual que usted, tampoco nosotros hemos elegido vivir en esta época desventurada. En este sentido, pues, como dirían ustedes los norteamericanos, estamos in the same boat, navegamos en el mismo barco, pertenecemos a la misma familia.

Y este rasgo común determina nuestra relación con usted. Si nos ocupamos de su sufrimiento, lo hacemos como hermanos, es decir, como si fuera usted un hermano nuestro que ha tenido la desgracia de hacer aquello que cualquiera de nosotros podría verse obligado a hacer mañana; lo hacemos como hermanos que desean poder evitar esta desgracia, del mismo modo que usted, para su horror, desearía haberla podido evitar en el pasado. Pero en aquel tiempo esto fue imposible: el aparato militar funcionaba perfectamente, y usted era demasiado joven y carecía de las luces suficientes.

Por eso lo hizo. Pero precisamente porque lo hizo, podemos ver en usted, y únicamente en usted, qué nos habría sucedido de haber estado en su lugar, o de vernos algún día en su lugar. Ya ve: usted es enormemente importante para nosotros, realmente imprescindible. En cierto modo, es nuestro maestro. Obviamente, usted rechazará este título. «Ni mucho menos —nos responderá—, yo todavía no he podido superar mi situación».

  Puede que le sorprenda, pero para nosotros lo decisivo es precisamente este «no». Nos resulta incluso consolador. Sé que esta afirmación puede parecerle absurda. He aquí una breve explicación:

  No digo «consolador para usted». Nada más lejos de mi intención intentar consolarle. El que consuela dice siempre: «No es para tanto», esto es, intenta restar importancia al sufrimiento o al sentimiento de culpa del otro, e incluso exorcizarlo con palabras. Esto es precisamente lo que, por ejemplo, intentan sus médicos. No es difícil adivinar por qué actúan así. A fin de cuentas, estos hombres son empleados de un hospital militar a los que no les convendría condenar moralmente una acción militar que goza de un reconocimiento y un elogio generales o, mejor dicho, a los que no se les puede ocurrir una condena similar; por eso deben defender a toda costa el carácter irreprochable de la acción que usted experimenta con razón como culpa.

De ahí que sus médicos afirmen: «Hiroshima in itself is not enough to explain your behaviour», lo que dicho claramente significa: «Tampoco es para tanto»; de ahí que se limiten a criticar su reacción a ese hecho, en vez de criticar el hecho mismo (o el mundo en el que un hecho así fue posible); de ahí que se vean obligados a determinar su sufrimiento y su esperanza de expiar su culpa como una «enfermedad» (classical guilt complex); de ahí, finalmente, que no puedan menos que tratar su acción como un self-imagined wrong, esto es, como un mero crimen imaginario.

¿Tiene algo de sorprendente que hombres que, llevados por su conformismo y por la falta de juicio moral propio, se ven obligados a justificar su acción y, por lo tanto, a calificar de patológicos los tormentos que usted sufre, que hombres que parten de presupuestos tan falsos no logren grandes resultados terapéuticos? Puedo imaginar —y si me equivoco, corríjame, por favor— cuán incrédulamente, cuán desconfiadamente, con cuántas reservas no ha de enfrentarse usted a hombres que sólo toman en serio su reacción, pero no su acción.

Hiroshima: selfimagined. ¡De veras! Usted lo sabe mejor que ellos. No en vano siguen ensordeciendo sus días los gritos de los heridos, y no en vano se cuelan en sus sueños las sombras de los muertos. Usted sabe que lo que ha sucedido ha sucedido, que no es meramente fruto de su imaginación. Usted no se deja embaucar por sus sandeces. Y nosotros tampoco nos dejamos engañar por ellos. No queremos saber nada de esa clase de «consuelos».

  No, no para usted, sino para nosotros. Para nosotros, el que usted «no haya podido superar» lo sucedido es consolador. Y lo es porque demuestra que usted sigue intentando hacer frente al efecto (antes inimaginable) de su acción; porque este intento, aunque fracase, indica que ha logrado mantener viva su conciencia, a pesar de haber sido una simple pieza del aparato técnico y de haber cumplido perfectamente su función.

Y el que usted haya podido hacerlo, demuestra que todos podemos hacerlo, que cada uno de nosotros también ha de ser capaz de hacerlo. Y saberlo —y este saber se lo debemos a usted— es para nosotros consolador.

  «Aunque su intento fracase», he dicho. Y es que ha de fracasar. Por estas razones:

  El hecho de hacer daño a un solo hombre —y no estoy hablando de darle muerte—, pese a ser algo concebible, no es fácil de «superar». Pero aquí se trata de algo completamente distinto. Usted tiene la desgracia de haber dejado detrás de sí 200 000 muertos. ¿Y cómo iba a ser posible sentir dolor por la muerte de 200 000 personas? ¿Cómo iba a ser posible lamentar algo semejante? No sólo usted es incapaz de hacerlo, nosotros tampoco podemos, nadie puede hacerlo. Por más que lo intentemos, aquí el dolor y el arrepentimiento son impotentes.

Así pues, Eatherly, usted no tiene la culpa de que sus esfuerzos sean inútiles. Esta inutilidad es consecuencia de lo que anteriormente he denominado el carácter radicalmente nuevo de nuestra situación, a saber: el hecho de que, en cierto modo, podemos producir más de lo que somos capaces de representarnos; el hecho de que los efectos resultantes de los instrumentos que nosotros mismos hemos producido son tan grandes que ya no estamos preparados para representárnoslos. Tan grandes que ya no podemos concebirlos, tan grandes que ya no podemos hacerles frente.

No se reproche usted que su arrepentimiento sea insuficiente. Sólo faltaría eso. El arrepentimiento no puede bastar. En cambio, el fracaso de sus intentos es algo que evidentemente debe experimentar y soportar diariamente: solamente esta experiencia del fracaso puede sustituir al arrepentimiento, sólo ella puede evitar que volvamos a enredarnos en hechos tan monstruosos. Así pues, dado que sus esfuerzos son inútiles, es perfectamente comprensible que reaccione con pánico y desorientación. Incluso podría decirse que esta reacción es signo de su salud moral, pues demuestra que su conciencia sigue viva.

  El método habitual para hacer frente a aquello que es demasiado grande consiste en una maniobra de ocultación: en seguir viviendo exactamente como se vivía antes; en retirar lo sucedido de la mesa de la vida, de modo que la culpa demasiado grande no se viva como culpa alguna. Consiste, pues, en querer superar algo sin intentar hacerle frente.

Como hace, por ejemplo, su camarada y compatriota Joe Stiborik, el responsable del radar del Enola Gay, al que gustan de ponerle a usted como ejemplo, pues este hombre sigue viviendo con optimismo y explica con muy buen humor que «se trató simplemente de una bomba, sólo que un poco más grande». Este mismo método lo ilustra todavía mejor ese presidente que le dio a usted la señal go ahead, la misma que usted dio a los pilotos que tenía a sus órdenes; él se encuentra, por lo tanto, en la misma situación que usted, o incluso en una situación peor.

Pues lo que usted ha hecho, él lo ha omitido. En efecto, hace algunos años —no sé si esto llegó a sus oídos—, invirtiendo de la forma más ingenua toda moral, su presidente declaró en una entrevista que no sentía el menor pang of conscience, lo que supuestamente demostraba su inocencia; y recientemente, al hacer un repaso a su vida con ocasión de su 75 cumpleaños, ha dicho que de lo único que se arrepiente en su vida es de haberse casado a los 30.

Creo poco probable que usted envidie la suerte de este clean sheet. Estoy completamente seguro de que si un delincuente habitual declarase que no siente ningún remordimiento de conciencia, usted no tomaría sus palabras como una demostración de su inocencia. ¿No es un tipo ridículo un hombre que huye de sí mismo? Usted, aunque fracase en el intento, hace todo lo humanamente posible. Intenta seguir viviendo como el que ha hecho lo que ha hecho. Y esto es lo que a nosotros nos consuela. Aunque precisamente por permanecer idéntico a su acción, ésta lo ha cambiado.

  Como usted comprenderá, me estoy refiriendo a los robos, falsificaciones y tantos otros actos delictivos que usted ha cometido. Y al hecho de que se le considere una persona sin moral. No crea que soy un anarquista y que justifico los robos y las falsificaciones, o que me los tomo a la ligera. Pero en su caso, estas malas acciones tienen un sentido un tanto distinto. Son acciones desesperadas.

Pues, en efecto, ser tan culpable como lo es usted y, pese a ello, ser considerado por la opinión pública una persona inocente, y hasta ser celebrado como un smiling hero en virtud de esa misma culpa, debe de ser una situación insoportable para cualquier hombre honrado; una situación a la que hay que poner fin precisamente mediante actos delictivos. Como la monstruosidad en la que usted estaba y está implicado no era comprendida como tal en el mundo al que usted pertenece, como no podía comprenderse, como no era posible hacerla comprensible, se vio obligado a actuar y a hablar en el único lenguaje que resultaba comprensible, en el pequeño lenguaje of petty o big larceny, en los términos de la misma sociedad.

Así pues, usted intentó demostrar su culpabilidad con actos que pudiesen ser reconocidos inmediatamente como actos delictivos. Pero tampoco lo consiguió. Usted sigue estando condenado a ser un enfermo, no un culpable. Y por esta razón, por el hecho de que no se le concede la gracia de la culpa, sigue siendo un hombre desdichado.

  Para finalizar, una propuesta.

  El año pasado estuve en Hiroshima, donde tuve ocasión de hablar con aquellos que lograron sobrevivir a su paso por el lugar. Y créame: ninguna de estas personas tiene intención de vengarse de las piezas de aquella máquina militar (que eso es lo que usted fue cuando, a los 26 años, cumplió su «misión»); ninguna de ellas siente odio hacia su persona.

  Pero usted ha demostrado que, pese a haber cumplido su función como una simple pieza de aquella máquina, a diferencia de los demás ha seguido siendo un ser humano o ha vuelto a serlo. Y ahora mi propuesta, que quizá tenga a bien considerar.

  Como cada año, el próximo 6 de agosto la población de Hiroshima conmemora el día en que sucedió «aquello». Usted podría enviar a esas personas un mensaje adecuado para tal conmemoración. Si se dirigiese como ser humano a esas personas diciéndoles: «En aquel momento yo no sabía lo que hacía, pero ahora sí lo sé. Y sé que jamás ha de repetirse nada similar; y que ningún ser humano puede pedir a otro que haga algo parecido».

Si les dijese: «Vuestra lucha contra la repetición de esos hechos es también mi lucha, y vuestro “No more Hiroshima” es también mi “No more Hiroshima”», o algo similar, puede estar seguro de que con este mensaje daría una enorme alegría a los supervivientes de Hiroshima, puede estar convencido de que estas personas lo considerarían un amigo, uno de ellos. Lo que sería de justicia, puesto que también usted, Eatherly, es una víctima de Hiroshima. Y puede que esto también fuese para usted, si no un consuelo, sí al menos un motivo de alegría.

  Con la expresión del afecto que siento hacia cada una de esas víctimas, le mando mis saludos.

  GÜNTHER ANDERS

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