En solidaridad con la familia de la víctima y en protesta contra cualquier forma de violencia, en este caso la ejercida contra las mujeres, reproducimos-con la autorización de ese portal amigo- el editorial publicado en La cola de rata.
Escribir sobre una mujer que muere en hechos violentos es algo que siempre causará dolor. Hacerlo sobre alguien cercano, acrecienta aún más ese sentimiento. Es avasallante. Nubla la mente y sume en el dolor a quien desee reflexionar sobre el hecho.
Ayer se dio a conocer el asesinato de la estudiante universitaria Paula González; su cuerpo fue hallado en el parque El Oso de Pereira. No hay mayores detalles, poco se sabe sobre el hecho, solo que había desaparecido el día anterior. Ella se suma a una lista que avergonzaría a cualquier sociedad, pero que en la nuestra apenas lleva al sensacionalismo o a la protesta efímera.
La semana pasada fue capturado un hombre acusado de haber cometido varias violaciones en ese sitio, incluida una mujer menor de edad, según el reporte oficial. El año pasado, otra joven mujer fue asesinada allí. El parque El Oso es un sitio de esparcimiento, sano y necesario, pero se ha convertido en una trampa para todas las personas, en particular para las mujeres. Cosas graves están pasando, pero las autoridades callan. Solo manifestaciones aisladas en las redes sociales se podían observar en la noche del domingo, una de ellas esta, por parte de la Casa de la Mujer:
El resto era silencio. ¿Cuánto nos está costando este silencio?, ¿cuándo tomaremos acciones efectivas como sociedad antes de que el dolor toque a nuestra puerta?, ¿qué clase de grupo social somos en el que la violencia contra la mujer se volvió una normalidad, un hecho tolerado o estimulado en algunos estamentos? De seguro que no es una sociedad digna de las mujeres que tiene, tampoco merecedora de llamar hombres a quienes ejecutan o promueven desde su silencio estos atroces delitos.
La misma Casa de la Mujer informa que en Risaralda hubo 15 feminicidios en 2019, cometidos en su mayoría por la pareja o expareja. Este departamento es, de lejos, el líder en este oprobioso podio en el Eje Cafetero. Pereira, por su parte, es la ciudad de la región en la que se cometen más feminicidios. En Pereira los números, fríos y ajenos, pero necesarios a los ojos de algunos que toman las decisiones, indican que esta ciudad dobla a Manizales y Armenia juntas en cuanto a crímenes contra mujeres.
Hoy, Paula se va con sus sueños de ser pedagoga. Su familia, quienes la amaron y conocieron se harán muchas preguntas. Pero hay una que debemos hacernos todos: ¿qué actos cotidianos en contra de la mujer cometo o permito yo que otros hagan? La violencia es algo endémico, tan enraizado en la urdimbre colombiana, que ya el hartazgo de la misma nos hace inmunes y, no pocas veces, la víctima termina siendo falazmente señalada como culpable.
El confinamiento preventivo durante esta pandemia tampoco ha mejorado las cosas. Las ha empeorado. Según datos de las autoridades se han incrementado los homicidios y los reportes por violencia intrafamiliar. Muchas mujeres, literalmente, duermen con su enemigo al lado. Un hombre que entre otros es admirado por “macho”, por ser un plantado y conquistador de mujeres a las que violenta de diversas maneras. Esto no puede seguir siendo así. Paula es hoy, con mucho dolor, una más de las mujeres que sufren en carne propia las consecuencias de un dañino patrón social machista que las asume como trofeos y exalta falsos patrones de virilidad heteronormativa.
Solo la acción social de cero tolerancia con los actos de violencia contra las mujeres, sumada a una efectiva y pronta acción de las autoridades, podrá dar solución a este vergonzoso patrón de violencia de género. A esas autoridades apenas queda exigirles justicia, esa misma que desconocen muchas de las mujeres ultrajadas y que hoy, sin ninguna duda, debe darse de manera ejemplar para Paula.
#JusticiaParaPaula