La parrilla
En las noches nos sentábamos en el patio, mirando las miles de estrellas sonrientes.
El joropo acompañaba nuestra conversa, y el humo dejaba bien olorosos nuestros cabellos.
Un hechizo de felicidad.
Dulce Daniela López Ceballos
Cuando iba de pequeña a casa de mi abuelo pa’ allá pal’ llano adentro, a un pueblito que se llama Altagracia, eso siempre era el tropel completo.
Mis tías y tíos, mis primos y hasta mi perrita princesa. Eso era to’ el mundo.
Entonces siempre mi abuelo amarraba un poco e’ chinchorros en la sala y en el patio. Mi mamá, mi abuelo, mi papá y yo dormíamos siempre en el cuarto del fondo de la casa, y ese aire acondicionado a todo dar.
El cuarto decorado con imágenes de la virgen, un almanaque, la cruz de la misión continental y el armario viejito de madera de mi abuela Munda (que en paz descanse) más las dos camas, nos esperaba siempre que íbamos.
Mi tía Betzaida, con mi tío Carlos y María Gabriela, dormían en el penúltimo cuarto. Mi tía Yelitza y Yelinet dormían en el primerito, y mi tía Neo con mi primo Jesús Alexis en el cuarto, al frente del baño.
Los demás hombres dormían afuera en los chinchorros.
En la mañanita se despertaban las mujeres y se ponían a cocinar las arepas, a rallar el queso, a hacer el perico y a preparar el café.
-¡Vengan a comer el desayuunoo!- Gritaban y empezaban a decir los nombres de todos.
Nos sentábamos en el comedor, con el aroma de arepa recién hecha impregnándose en nuestras narices y despertando nuestro somnoliento estómago.
El café con leche lo dejaba esperar porque siempre me quemaba la lengua. Y como costumbre, luego de abrir la arepa con el cuchillo, entonces en el bordecito del plato le limpiaba la masa y me la comía. Lo mejor del mundo.
Mientras los hombres se ponían a ver las noticias y las mujeres a limpiar y a comenzar a preparar el almuerzo, nosotros los niños nos poníamos a jugar y a inventar miles de aventuras en el patio con la majestuosa mata de mango.
Jugábamos al escondite y la adrenalina corría por nuestras venas.
“Que no me vayan a agarrar”, pensaba uno. Ni respiraba. O jugando a la “Ere”, al bobito, jugando en la mini piscina de plástico en el patio, y muchos juegos más.
Así eran siempre las reuniones en casa del abuelo, llenas de tradición. Sin embargo, había algo que nos unía por los siglos de los siglos: Las parrilladas.
En casa de quien fuera, pero especialmente en la de mi abuelo Marcelo, las parrillas eran fijas. Reunión familiar equivalía a parrilla.
Y en las noches nos sentábamos en el patio, mirando las miles de estrellas sonrientes.
El joropo acompañaba nuestra conversa, y el humo dejaba bien olorosos nuestros cabellos.
Los hombres eran siempre los encargados de esa tarea, cocinar la carne. Las mujeres de hacer la ensalada de tomate, cilantro, cebollín, cebolla y de sancochar la yuca.
Los adultos felices con su caja de cerveza se ponían a cantar, a echar vaina y a recordar otras parrilladas pasadas.
Era la magia del amor.
Mirábamos el cielo estrellado, imaginando miles de constelaciones inexistentes, creadas por nuestra imaginación, mirando el presente.
Baile, canto, karaoke, cerveza, dominó, whiskey, coca-cola, joropo, zancudos, llano y calor.
Era lo que acompañaban a nuestras almas queriendo olvidar la cotidianidad de lo mundano.
Es inédito como un plato de plástico con carne, yuca y ensalada hicieran tal magia. Un hechizo de felicidad.
Ahora me pongo a pensar: ¿Y cuándo podremos volver a hacer una parrilla en casa de mi abuelo?
Los recuerdos que antes eran cosas sin relevancia, se conectaron con mis emociones. Con mis raíces. Se afianzaron, y ahora me aprietan cada vez que los miro.
¿Cuándo? Creo que pasarán muchísimos años. Nunca imaginé que nos íbamos a separar así. Nunca imaginé que esta terrible crisis nos dividiría.
Y fui egoísta. Yo antes por estupideces llegué a despreciar a los que ahora extraño desde mis entrañas. Yo no quería esto, ¿O tal vez sí?
Lo único que sé es que quiero que se solucionen las cosas, y volver a vivir noches de parrillas con mi familia. Quiero volver a sentir la magia de ser amada. De saber que no estás sólo. La magia de mis raíces.
Quiero volver.