Marmato, el pueblo donde el oro no enriquece

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Aunque el oro sea el metal por el que se rige la economía mundial, y cuyo valor es tasado en las bolsas de Londres y Nueva York, para los marmateños  representa el modo de ganarse la vida, “como cualquier otro trabajo”. Además, alegrías y tristezas en diferentes épocas de su historia.



Texto y fotografías: Elizabeth Pérez P.

 

Un cerro lleno de oro


¿Ha caminado alguna vez sobre una montaña de oro?

¿Se imagina sus pies posándose encima de 14 millones de onzas de oro?

Quizá piense que es toda una fortuna. Y tiene razón, hasta cierta parte.

Es la riqueza de la que se enorgullecen en Marmato, un pueblo ubicado en el departamento de Caldas, donde viven alrededor de 9.000 personas, y también llamado ‘El Pesebre de oro’.

Una riqueza que desde los tiempos de la colonia española ha despertado el interés de quienes han sabido del tesoro que guarda la imponente montaña, de donde también cuelgan las casas que habitan la mayoría de marmateños.

 


Por décadas y décadas el pueblo ha escarbado y  sacado oro de la que consideran su propia montaña, hasta que en 2007  la multinacional  canadiense Gran Colombia Gold se apropió del 79 por ciento de las más de 500 minas en funcionamiento.

Pero no dio trabajo, no empezó a explotar, al contrario, puso candado a  las minas y empezó a idear la forma de desplazar a la gente para poder extraer el oro a cielo abierto.

 
Pero el pueblo no se fue, no dejó lo que era suyo, resistió, se quedó con la esperanza de seguir   encontrando  en las profundidades de la tierra su sustento.

Los títulos mineros  adquiridos por la compañía entraron   en litigio, las minas llevaban 6 meses cerradas sin que nadie las trabajara, y finalmente  fue fallado a favor de los mineros tradicionales por la Corte Constitucional, que a partir del 28 de febrero de este año les permitió volver a explotar la parte alta de la montaña, en la cima del cerro El Burro.

Un viajero desprevenido que llegue a Marmato tal vez quede decepcionado. Son muchas las necesidades sin resolver y las condiciones de vida son cada vez más complejas.

Sin ir muy lejos,  entre sus habitantes ni siquiera   puede verse algún rastro de resplandor en sus cuerpos, o sonrisas en sus rostros  originadas por el oro.

 

oro

Son gente pobre, humilde y trabajadora, que vive al día con el único oficio que saben hacer.

Lo que sí se verá será un bullir de hombres que van y vienen desde las entrañas de la montaña hasta los beneficiaderos –lugares en los que lavan la piedra extraída -, en donde esperan que la jornada del día les deje ver el brillo del dorado metal.

Y de ahí, a las compra-ventas de oro, para obtener el dinero que retribuya su trabajo.

Así que, aunque el oro sea el metal por el que se rige la economía mundial, y cuyo valor es tasado en las bolsas de Londres y Nueva York, para los pobladores de Marmato representa el modo de ganarse la vida, “como cualquier otro trabajo”, comentó uno de los lugareños.

En los alrededores son escasos los cultivos, incluso de pan coger.

Las provisiones son traídas en su mayoría de Medellín, ciudad en la que también es transado gran parte del mineral extraído.

 

Un pueblo de contrastes

Como en espiral, para llegar hasta las partes altas, las calles empedradas, empinadas y estrechas del pueblo son transitadas por recuas de mulas, en las que los mineros cargan la piedra extraída de la montaña para luego  ser llevada al proceso de encontrar en ella la pizca  de oro necesaria para ganarse la vida.

Al mismo tiempo, puede verse por la calle principal de Marmato, y además la única vía de acceso a las minas, a hombres y mujeres que van y vienen en moto, o a pie, siempre apretujados en medio de una constante algarabía.

Y por esa misma callecita angosta deben andar también las volquetas y los carros que lleguen al lugar. No hay guardas o algún ente que controle el desmedido tráfico de ida y vuelta.


Un carro retrocede con lentitud hasta encontrar un espacio que permita abrirle el camino a otro, que viene en sentido contrario, para que pueda avanzar. Parecieran sin afán.

Y es que llevan 480 años sacándole oro a esa montaña, desde que se fundó el pueblo, en el sitio que hoy es el corregimiento de San Juan, sin que hasta ahora a los mineros tradicionales deje de brillarles la fortuna de encontrar en las entrañas de la tierra que los vio nacer, el oro suficiente que les garantice los ingresos para ellos y sus familias.

No ha sido fácil. Pero aún sienten que nadie puede arrebatarles la montaña, su casa.

 

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