“Mocho”, el perro que inspiró a todo un colegio a escribir sobre la dignidad y el valor de la vida animal.

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Murió hace dos años, pero estuvo 16 en la Institución Juan Manuel González del barrio Los Naranjos en Dosquebradas. Su presencia e historia dejó un concurso de cuento y crónica establecido y una comunidad educativa con una alta conciencia animal.


 

La Coordinadora

La directora Patricia Pungo nos recibe en su despacho ubicado en un salón esquinero al fondo del colegio Juan Manuel González. El aspecto de su oficina parece más un pequeño museo, pues las paredes están decoradas con dibujos de jirafas, cebras, gatos y perros, y por la ventana lateral se ve un arrume de sillas a la espera de ser acomodadas.

Las paredes blancas del interior hacen juego con la cantidad de hojas bond apiladas una sobre otras, que en realidad son los 4.639 cuentos escritos que recibió su club “Ojitos Lectores” este año en el 4to concurso de crónica infantil que se extendió a 31 departamentos del país.

Al empezar a hablar con ella notamos su mirada de éxito por el resultado de la convocatoria, pero cuando comienza a hablar (o mejor, le preguntamos) de “Mocho” o “Viejo” su alegría se convierte en ternura, ya que recuerda que el concurso de crónicas escolares, que ha soportado cuatro temporadas, está mediada por el perro cuyo nombre ahora está en su boca y en sus recuerdos.

 

Foto: Diego Val.

 

“El viejo nos enseñó que todos los seres vivos tenemos algo que aportar y cuando lleguemos a viejos, lo mínimo es que hay que vivir y morir con dignidad. También su vida transmitió el mensaje de que a veces no somos tolerantes con los adultos mayores”.  

 

Y cuando habla en pasado, su voz cambia, porque el “Viejo” murió hace ya dos años, pero estuvo casi 16 con el colegio, entre los profesores, los alumnos y dentro del corazón de todos los que le conocieron.

 

Fauna natural

Sin embargo, antes que la institución Juan Manuel González de Dosquebradas se enamorara del perro que ahora es un icono en el establecimiento cuya imagen se usa como logo del club escolar “Ojitos lectores”, el lugar era un terreno lleno de fauna natural: gallinazos, pájaros, iguanas, gatos, barranqueros, halcones, sapos, grullas, armadillos. Animales que disfrutaban (y disfrutan) de la quebrada Los Molinos, porque muchos nacieron allí.

 

Foto: Diego Val.

 

Los niños, antes que adquirieran la conciencia animalista de la cual hoy se sienten orgullosos, porque aprendieron esto también del “Viejo”, hacían todo tipo de acciones hoy reprochables por ellos.

La directora Patricia Pungo recuerda que algunos lanzaban piedras para ahuyentar a los animales, sin embargo aún heridos, estos insistían en quedarse en el lugar. Los docentes al ver la situación llamaban a la Policía Ambiental y a la CARDER para que se hicieran cargo, pero los animales regresaban a la zona, a su hábitat natural después de escapar.

Los estudiantes aprendieron poco a poco el amor y el respeto por los seres vivos, y mucho más después que apareció “Mocho”, como se bautizó inicialmente al perro por su diminuta cola, y cuya raza, en palabras de la directora, es amor.

 

Fotografía: Archivo particular Patricia Pungo.

El nacimiento de Mocho

El “Mocho” llegó al mundo como llegan los animales de su especie: siendo una pequeña bola de pelos que inspiraba ternura. Sus padres caninos sufrieron un destino trágico, ya que la mamá fue asesinada por un ladrón que intentó meterse el colegio a robar, y su padre se lo llevaron del lugar por “perro”, es decir, después de que una perra en calor lo sedujera y desapareciera.

El colegio adoptó a “Mocho”, que en cierta forma había quedado huérfano, solo y sin protección.

Y es con el pasar del tiempo que crece, se vuelve vigoroso y se convierte en el guardián ilustre de la institución prestando su servicio como agudo vigilante. Sin embargo, una sucesión de guardias de seguridad del colegio, al ver solo un perro grande, lo maltrataban sin ninguna causa aparente, o quizá para volverlo feroz ante los demás; también algunas aseadoras le pegaban con la escoba y algunos niños le halaban la orejas. No todos consiguieron entender el mensaje del amor hacia cualquier ser vivo.

 

Fotografía: Archivo particular de Patricia Pungo.

De Mocho a Viejo

La coordinadora Patricia Pungo, que inició dando clases en el Colegio Juan Manuel González, se ausentó un año para ir a enseñar a otro centro educativo, el Pablo VI. Luego regresó al lugar donde había dejado medio corazón al lado de “Mocho”, a quien conoció siendo este un bebé. A su regreso encuentra que el animal está mal alimentado, vive a la intemperie en una perrera en la parte posterior del colegio, con señales de violencia y envejecido.

Así decide emprender un club de lectura llamado “Ojitos lectores” para concientizar a los niños y adultos sobre el trato animal, y para ayudar a que “El viejo” como ahora decide nombrarlo cariñosamente, viva sus últimos años con dignidad.

Mientras se gestan ideas para ayudar al perro, que bajo el cuidado de la coordinadora se vuelve intocable, llega al lugar una compañera canina llamada Juana. Al caminar juntos como pareja le inyecta una dosis de vida al anciano canino.

 

Foto: Diego Val.

 

Patricia Pungo idea y gestiona una convocatoria de narración y cuento inspirada en los animales, y con la visión de aportarle algo al “Viejo”. En el año 2014 se da inicio a esta nueva aventura a nivel de Dosquebradas y con el tema: Historia de los animales trabajadores”.

Inspirado en salvarle la vida al perro que había servido fielmente al colegio, porque iban a aplicarle la eutanasia. Para su sorpresa, recibe 96 bellas narraciones.

Al siguiente año, la convocatoria se titula “Historias de animales libres del maltrato y el abandono” cuyo tema central era no abandonar a nadie en la vejez. Llegan 415 cuentos.

 

Foto: Diego Val.

 

En el 2016 “Animales que transforman vidas humanas” aumentado a 1753 crónicas, y el de este año, el más reciente hasta ahora, fue sobre Animales que inspiran acciones de paz”, sobrepasando las expectativas con 4639 escritos de niños y niñas de 31 departamentos.

Las historias recibidas por el club de lectura “ojitos lectores”, y cuyo jurado está compuesto por los mismos niños capacitados desde su sensibilidad de asombro y amor por los animales, contienen una alta dosis de ternura, enseñanza y talento, como puede resaltarse en algunos trabajos seleccionados como semifinalistas.

Algunas historias tratan sobre el perdón y el olvido, y en otras los niños hacen un proceso de catarsis perdonando a sus adultos por regalar o dar en adopción algún animal.

 

 

La coordinadora resalta que esto es lo bellamente triste que se lee en las crónicas: cuando los niños relatan como obtuvieron un animal por medio de sus padres con la idea de adquirir responsabilidad, pero al crecer esas mascotas, son los mismos progenitores quienes las regalaban.

Unas contradicciones que los pequeños no entienden, pero que a través de los cuentos los perdonan de todo corazón.

Al animar a la coordinadora Patricia Pungo a que nos relate las historias que leyó y fueron sus favoritas, nos cuenta con voz dulce y pausada:

 

Foto: Diego Val.

 

“Son narraciones de niños y niñas de varias zonas de conflicto en el país. Por ejemplo, una de las finalistas es la historia de un conejo que una niña ve herido entre las plantas, al decidir acercarse para atraparlo, se lo imagina como un plato de comida. Lo mete en la mochila, lo lleva a casa, le saca al abuelo un frasco para curar heridas y lo derrama sobre el conejo. Luego en la noche papá y mamá la regañan porque gastó el remedio.

Sin importarle la reprimenda, decide esconder al conejo hasta que se cure. Un buen día encuentra al papá lanzándole piedras al conejo. Y después de pensarlo un tiempo, decide liberarlo porque no se hace a la idea de que a futuro sea un plato.

Ella misma lo lleva y lo libera en el monte. La niña termina la crónica diciendo que a pesar de que le gustaba la carne de conejo, no quiere ver que el animalito sea su comida ni la de nadie”.

 

Foto: Diego Val.

 

La segunda historia que narra es más tierna aún, y en sus palabras, trata del sentimiento humano emparejado con la vida animal.

 

“Otra es la historia de un pajarito que una niña decide comprar para regalar a su hermano que está en silla de ruedas. Va al veterinario y ve un pájaro hermoso que canta. El zoólogo dice que ese no está en venta porque tiene una patita dañada, sin embargo, ella alega que es el ideal, pues considera que se identificará mucho con su hermano.

Finalmente lo adquiere y se lo regala al hermano, y este, junto al animalito aprende a bajarse por las escaleras sentado, y surge así sus ansias de vivir para enseñarle a caminar también al pajarito. Se crea una dependencia afectiva y de vida”.

 

Foto: Diego Val.

 

Dos historias menudas de las 4637 restantes que fueron el resultado de salvarle la vida al “Viejo”, porque había gente resignada a verlo morir por ser anciano, pero una gran voz dentro de un cuerpo de niña, una estudiante dijo: “entonces que hago con mi abuela, ella ya está vieja”. Y se suscita el debate: cómo una institución que hace varios concursos sobre animales y que ha tenido respuesta de parte de los niños, va a aplicarle la eutanasia al perro que inspiró el concurso.

Es así como el “Viejo” alcanza a presenciar dos convocatorias en su nombre, pierde movilidad, hay que transportarlo en sábanas y darle la comida en su boca. Cuidados de los que se encarga la señora Gilma Pungo, madre de Patricia.

De esta manera, todos de alguna forma, tienen que ver con el perro porque lo aman, o se ha ganado el cariño de muchos con el pasar del tiempo.

 

Fotografía: Archivo Particular Patricia Pungo.

El domador que ama

El vigilante Jorge Hernán Botero, de baja estatura, rollizo y con una mirada tranquila, relata que tiene un recuerdo del viejo: “me mordió”. Lo dice riéndose, porque aclara que con el perro aprendió lo que es el amor genuino. En su juventud no le gustaban los animales, pero desde que empezó a trabajar en el Juan Manuel González desde hace 6 años, comenzó a mover su corazón por ellos.

 

“A mí no me gustaban las mascotas, pero gracias al “Viejo” pude conocer el amor verdadero. Ahora tengo una gata, Pepa, que adopté en el colegio, pero tengo otro llamado Rocky”.

 

 Y “Rocky” es especial porque tiene mucho que ver con el “Viejo”, pues este, por decirlo de alguna forma, fue su terapeuta canino, quien, junto con “Juana”, corrían para ejercitar las patitas y músculos atrofiados del veterano perro. Fueron inseparables hasta su último ladrido.

 

Extraída de: Web Animales.

 

“No soy partidario del cuarto oscuro. Es decir, si alguien va a casa y no quiere los animales, que entonces no vaya. A los animales hay que tenerlos en ambientes libres”.

 

Declara esto porque también fue testigo de ver al “Viejo” abandonado a la intemperie y mal nutrido. Pero ese amor hacia los animales que lo ha llevado a sensibilizarse de tal manera que no solo les ha dado el corazón sino la mente, y también las atenciones debidas y principales.

 

“Yo prefiero darle comida a los perros y los gatos, antes que a las personas. A la gente se le olvida lo que se hace por ellos, los animales no, ellos siempre son amigos”.

 

Fotografía: Archivo particular Patricia Pungo.

 

Y así prioriza a sus amigos peludos antes que a los demás, incluso por encima de una futura esposa. Por eso prefiere no salir a rumbear, o ausentarse mucho de casa, para evitar dejarlos solos, o privarse de ellos.

En su voz asegura que todo eso lo aprendió del “Viejo”, y sus ojos se ponen aguados cuando recuerda a la mascota oficial del colegio.

 

Muerte del viejo

Y aunque el “Viejo” muere el 20 de enero de 2015, pasa sus días finales consentido, gruñón, comelón Y feliz. Fue enterrado en la finca del veterinario Rafael Otálvaro, en sus predios a la salida de Pereira hacia Armenia.

 

Fotografía: Archivo Particular Patricia Pungo.

 

A su muerte, los dos primeros meses de duelo fueron complicados tanto para la coordinadora, todos reconocen su amor innato por los animales, como para los estudiantes. Y aunque aseguran, como es, en efecto, que el “Viejo” está en el cielo, en la tierra dejó un concurso de cuento y crónica establecido, un colegio con una conciencia animal, el amor por las personas adultas, y una impresión de ternura en decenas de estudiantes del colegio.

En la voz de ellos, estas fueron algunas de las impresiones que perduran en sus mentes y en sus corazones.

 

El Legado en los Estudiantes

 

Foto: Diego Val.

 

Juan José López. Grado 6º.12 años

 

“Lo conocí cuando se paseaba por toda la escuela. El cuidaba el colegio muy bien. Tenía bigotes tiernos y sus ojos eran hermosos. Por él fue que quise adoptar una gata que el colegio estaba dando al que quisiera. La llame “Solecita”. También tengo un perro que me recuerda al “Viejo” llamado “Nichi”. Los perros y los gatos son los mejores compañeros del hombre. Eso lo aprendí en el colegio por medio del concurso de cuentos para salvarle la vida al perro”.

 

Vanesa Dávila Agudelo. Grado 6º. 11 años

 

“Era un perro que le enseñó mucho a los adultos, porque ellos están acostumbrados a tirar a los abuelitos a la calle. Que hay que estar con las personas viejas hasta el final, igual que el colegio estuvo con el “Viejo” hasta que se murió.

Tengo a “Paco” que lo recogí en la calle. Es un gato que llegó quemado, aporreado y lo sané con el amor que aprendí por medio del concurso de cuento de los animales dirigido por la coordinadora Patricia. Quería tocar al “Viejo” la última vez, pero no pude, porque murió cuando estábamos en vacaciones”.

  

John Edison Bustamante. Grado 6tº. 11 años

 

“Desde el segundo año lo vi cuando apareció subiendo por las escaleras. Era como un abuelito, muy suave, buena gente y nos cuidaba. Aprendimos con él que debemos cuidar y amar a los animales como si fueran seres humanos. Aprendí a tener cariño hacia ellos, porque la coordinadora también los cuida mucho”.

 

Foto: Diego Val.

 

Alexandra Herrera. Grado 8º. 17 años

 

“Estaba acostumbrándome al colegio y me daba la impresión de que el “Viejo” mordía. La coordinadora me dijo que no, así que empecé a acercarme con confianza y en poco tiempo le tomé amor. Luego se fue enfermando, sus patitas no le funcionaban. La mamá de la coordinadora le daba sopas y concentrados, aunque no solo a él, también a “Juana” y después a “Martina”.

 

 

 

Tiempo después el “Viejo” murió. Tenía casi 17 años. Cuando falleció me puse triste porque lo quería mucho. Con él se inició el club de lectura, y también con “Juana”. Ahora está Martina como reemplazo de él, pero ella fue más como compañera; creo más bien que es Congolo el que lo reemplaza, porque es el perro macho que ahora cuida a las perritas.

El “Viejo” era cascarrabias, pero las cuidaba. De toda su vida y muerte aprendí que hay leyes que protegen a los animales y campañas contra los fuegos artificiales porque los estallidos les causan miedo y les puede dar un paro del corazón”.

 

Sofía Rodríguez. Grado 7º. 12 años

 

“Me encantaba jugar con él, era amistoso, pero si no te conocía era grosero. Nos hicimos amigos y todo funcionó bien. Gracias al “Viejo” tengo 3 perros en casa, 2 perros más en otra casa, 10 pájaros, 1 cacatúa, 2 gatos y 2 hámster.

Aprendí que no hay que halarles la cola a los animales, hay que respetar su espacio y no tratar a esos seres bellos como cualquier cosa, sino como alguien muy especial. Como lo que son” .

 

Ahora, más que en palabras, en acción, los padres y los profesores, y hasta la comunidad, ven como muchos niños han empezado a amar a los seres vivos en general. Así cuando ven un animal herido avisan al colegio; cuando están regalando un perro, un gato o pájaro, ellos llaman a casa para que sus papas puedan permitirles tenerlo.

Y cuando se hace la convocatoria por medio del club de lectura “Ojitos Lectores” todos están ávidos de participar porque tienen en su mente y en su corazón un animal que fue más que un perro.

Ese ser que les enseñó el valor y el respeto por la vida y la muerte digna.

 

Foto: Diego Val.

 

Ver entrevista en audio a la profesora Patricia Pungo en Ecos 13.60.

Clic sobre el imagen de la emisora.

Escritor, Editor, Anfitrión en el portal web La Cebra que Habla. Una vida, una frase: «Quién ya no tiene ninguna patria halla en el escribir su lugar de residencia».

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