Se trata de Alcázares, popularmente conocido como Bavaria. Lo que antaño fuera una zona residencial de muy buenos estándares, se ha convertido en una sombra. La construcción del viaducto lo cambió por completo: el lado oscuro del desarrollo que beneficia a unos y afecta a muchos otros.
Fotografías: Diego Val
Me vine a enterar la semana pasada cuando, realizando los recorridos de La Cebra en tu barrio, decidimos visitar el que hasta ese momento era para todos el Barrio Bavaria. Pero este no es su verdadero nombre.
Realizamos esta visita motivados por los veinte años de la inauguración del viaducto que de Pereira conduce al vecino municipio de Dosquebradas, y con el objetivo de hablar con algunos de sus habitantes para entender qué cambió después de la construcción de esta gran obra de ingeniería.
Conservo en mi memoria el recuerdo de este barrio, antes de la intervención que cambió para siempre su aspecto, su carácter residencial y su seguridad.
A finales de los años ochenta, allí vivía una compañera del colegio. En su casa hicimos trabajos, reuniones en grupo, y recibimos la visita de algunos pretendientes.
Es cierto que, para llegar hasta allí, había que cruzar una zona a mis ojos extraña y deteriorada, pues el camino usualmente se recorría descendiendo por la calle 13 hasta la carrera 3ª. Pero, una vez cruzada esta vía, se accedía a un barrio tranquilo, de casas relativamente amplias, con buenos andenes y antejardines.
Jamás tuve allí, en esas épocas, la sensación de inseguridad y aislamiento que percibimos en las calles de lo que quedó de este barrio.
Partido en dos por la presencia de un gigante, se conserva algo de su estructura a lado y lado de lo que son las bases del puente y de su inmensa sombra.
Recorrer este lugar es entender cómo las obras de infraestructura pueden afectar radicalmente la forma de habitar un lugar. Hoy día, las casas están llenas de enrejados asegurados con uno o varios candados. Especialmente en aquellas cuyo frente está sobre la Avenida del Río. Desde fuera de los enrejados, puede observarse que dichas casas están habitadas, pero no es posible ver a nadie. Ni usando el timbre, o tocando copiosamente (al golpear los candados contra las barandas que sujetan) fue posible entablar un diálogo con persona alguna.
Ciertos gestos denotan que la vida de barrio no quedó aplastada completamente por la presencia del puente. Algunos habitantes intentan cultivar pequeños jardines. Es la vida de ciudad que se asoma por debajo del rugir de los vehículos que, muchos metros arriba, circulan a gran velocidad.
No nos fue posible conversar con nadie en esa cuadra, pero, tuvimos tiempo de observar.
Y, al hacerlo, nos detuvimos en la presencia de las piedras, que acompañan las fachadas y los antejardines. Son recuerdos de las cercanías del río, y de la imposibilidad de retirarlas completamente a la hora de urbanizar, razón por la cual, quedaron incorporadas como un rasgo distintivo de la arquitectura del lugar.
Una o dos cuadras más arriba, en dirección a la carrera 3ª, nos llamó la atención la gran cantidad de viviendas en venta. Pero, al igual que en las cuadras vecinas, no se ve gente en las calles, a no ser aquellos que llevan a cabo reparaciones en una que otra propiedad.
En este sentido, la sensación que percibe el visitante al recorrer el lugar es que éste está detenido en el tiempo, y que se deteriora de manera muy lenta. También, se puede intuir miedo en el vecindario, razón por la cual pareciera que la gente se esconde. No lo sé a ciencia cierta, pero, en todo caso, no es precisamente un ambiente de barrio el que se vive allí, con niños en las calles jugando o adolescentes conversando en las esquinas.
Hay soledad y tal vez, una herida. Una hendidura que se lleva como una fea cicatriz, obligando a quienes permanecen a esconder la cara.
Solamente, en una de esas cuadras, pude ver un gesto de esperanza, plasmado en un árbol-jardín. Un solo elemento vegetal lleno de otros ornamentos como helechos y otras plantas, haciendo un delicioso jardín.
Plantado en el retiro frontal de la fachada principal (lo que denominamos ante jardín), da a esta vivienda un aspecto distinto a todas las demás. Además de cumplir la función de limitar todo registro visual, al contemplarlo, el que observa tiene la certeza de que allí habita alguien que gusta de su lugar de residencia, y que no quiere darse por vencido resignándose al abandono generalizado.
Desplazándonos en dirección al parque que existe debajo del puente, pudimos comprobar algunas lógicas extrañas. Vimos un grupo de niños jugando futbol en una de las canchas, pero, su mirada era esquiva y su actitud prevenida. Luego, llegaron algunos adolescentes, a los que la policía (dos auxiliares que había en los alrededores), inmediatamente requisaron.
Extraño comportamiento en lo que debía ser un parque para todos (recientemente adoptado y remodelado por la Sociedad de Mejoras).
Las razones precisas de esta sensación de inseguridad y extrañamiento no las conozco, pero, cuando un vecino del sector nos abrió las puertas de su casa, algo nos quedó claro. Es la suya una de las primeras que tuvo el barrio, y él fue quien nos reveló el verdadero nombre de esta urbanización: Alcázares.
El antejardín de su casa también está cuidado y florecido (un gesto significativo que afirma la intención de quienes habitan la casa), y fue él quien, prudentemente, nos contó la razón de fondo que genera, supongo, esa sensación de “ocultamiento” que se siente al recorrer las calles de este sector. Son las “ollas”, nos dijo, las que hacen que la seguridad del barrio al igual que la tranquilidad estén tan afectadas. Hay varios expendios de drogas en este sector que, según él, han ocupado las casas que se vieron afectadas y desvalorizadas por la ejecución de la mega obra.
Lo que antaño fuera un barrio residencial de muy buenos estándares (con vías amplias y pavimentadas, espacios públicos, redes peatonales y viviendas generosas, habitadas casi todas por propietarios), se ha convertido en una sombra.
Lo pienso mejor y concluyo que lo sucedido al barrio Alcázares (para todos Bavaria), es que pasó a ser la sombra del Viaducto: el lado oscuro del desarrollo que beneficia a unos y afecta a muchos otros.
Invisibilizados, pocos se acuerdan de lo que fue ese barrio antes de que se construyera el puente, y muy pocos se preocupan por sus problemáticas actuales.
No creo que muchas autoridades se hayan preguntado por la afectación en los precios de las viviendas que quedaron en pie después de la intervención. Los que allí conservan sus propiedades, y quienes persisten en habitarlas, son sobrevivientes. Algo les cayó encima hace veinte años, y las explosiones que se llevaron a cabo para excavar la cimentación, se siguieron repitiendo a menor escala durante muchos años.
A los que no les compraron les empezaron a llover, desde esa especie de nube de hierro y concreto que se instaló de manera permanente en su firmamento, piedras, botellas y todo tipo de objetos que perforaron por muchos años sus tejados.
Después, la entidad correspondiente puso una malla de seguridad, para evitar que la gente se ensañara con los que se quedaron viviendo “abajo”, y también, para impedir que los desesperanzados usaran el puente como plataforma de lanzamiento para arrojarse a la muerte.
Los de “abajo” se quedaron dueños de la hendidura marcada por las pisadas del gigante, e impotentes, han tenido que presenciar durante los últimos veinte años como su barrio se convertía en otra cosa.
Es extraño. Al tiempo que el sector es arrasado por el silencio y la soledad, no todo parece abandonado. Algo palpita de puertas para adentro de estas construcciones, y el gesto visible de la presencia interior son los jardines. Por ellos puede saberse que, aun habiendo quedado convertidos en una sombra, hay calor a interior de esas paredes.
No sé si todo estará perdido para este barrio. La desolación en la que está convertido el hiper almacén que alguna vez se inauguró con bombos y platillos como un proceso (mentiroso desde el comienzo) de renovación urbana, es demasiado diciente.
En este caso, y ante el cierre de la fábrica de Bavaria, se forzó la normatividad y se diseñaron grandes proyectos en los planos, pero la verdad es que todo se hizo para que se pudiera construir en ese sector un almacén Carrefour.
Que luego, ante la ausencia de clientes en el área de influencia (y la falsa ilusión de que allí se construirían torres de nuevas viviendas), fue vendido a otra cadena de almacenes, que hoy lo mantienen a punto de cerrar. El abandono es tal, que en el parqueadero se encienden apenas esporádicas luces y los estacionamientos lucen completamente vacíos.
¿Qué podría hacerse para recuperar una zona que tiene tan buenas vías de acceso, es central, que está en cercanías a la belleza natural del río, acompañada al otro lado de la avenida por abundantes guaduales, que le aportan frescura y un gran paisajismo?
Si queremos que la ciudad se detenga en su progresiva expansión, o por lo menos, que existan alternativas viables para aquellos que no desean irse a vivir muy lejos de las zonas céntricas, es vital que Pereira revise zonas como Bavaria, Los Alamos o Maraya.
Existen muchas otras con esta vocación de re densificación, pero las que menciono tienen la ventaja de haber sido barrios residenciales de estrato medio y alto, y, por lo tanto, conservan una estructura urbana que puede ser reforzada y aumentada para llevar a cabo allí procesos de construcción masiva de nuevas viviendas.
Mientras tanto, Los Alcázares (para todos Barrio Bavaria) seguirá sobreviviendo de puertas para adentro. Y, su palpitar apenas se hará perceptible por la persistencia de algunos de los jardines que nos cuentan que la soledad es solo de puertas para afuera en este sector de la ciudad.