Un ambiente clerical
Si Pereira fuera el mundo, el barrio Los Álamos sería España, pero la de la contrarreforma. La zona del parque, en donde está ubicada la iglesia San Francisco de Paula, es como un rincón que se mantiene al margen del soplo libertino y parrandero que recorre al resto de la ciudad.
Cuando hay misa, los automóviles copan bahías y andenes y a varias personas no les queda más remedio que pararse en la entrada del templo. Llama la atención que mientras disminuyen los adeptos al catolicismo en todo el mundo y se propagan nuevos templos, esta iglesia haya mantenido su número de feligreses.
Se ve incluso a personas jóvenes entre el público, aunque las cabelleras blancas siempre sean mayoría. Celebran que algunas cosas nunca cambien y claman por que otras, como la calma habitual del barrio, se mantengan.
Contiguo a la iglesia, en su costado izquierdo, se alza un edificio que da cuenta de la fuerza irrefrenable del sector inmobiliario, que llega hasta donde se le permita. A la derecha, o mejor, a la diestra del templo, hay un jardín lateral con una suerte de oratorio en el que algunos peatones tendrán la oportunidad de permitirse un alto en el camino, de ralentizar su devenir desmadrado o de pedir ayuda extra al cielo.
La metamorfosis del Parque
Frente a la iglesia está el parque. Este es transitado por universitarios de mirada cansina, quizás por lo prolongado de las jornadas académicas o por la tiranía de la temporada de parciales. Estos jóvenes lucen (y quizás piensan) muy diferente de quienes asisten puntualmente a la ceremonia dominical.
Antes de que caiga el sol, perros de todos los colores y tamaños, custodiados por sus dueños, se apoderan de los prados por los que antes corrían niños. Las paredes de una pista de Skate (una especie de batea de cemento para los lectores de más edad) son adornadas por grafitis, síntoma inequívoco de las urbes que se expanden).
El interés por la historia no parece tan resistente al paso del tiempo como la fe católica del barrio. En un lugar privilegiado del parque, el olvido ha hecho estragos. En donde debería haber banderas, solo hay astas desnudas. En la base, una placa que data de 1989 de letras borrosas conmemora, sin que ya nadie lo note, el bicentenario de la Revolución Francesa.
La casa del coronel que es como se le conoce, es la única vivienda en la cuadra del parque. Es otro de los elementos que se ha mantenido invariable y refuerza el aire tradicional del sector.
El ave fénix
Muchos rincones han cambiado, sobre todo, el camino que va desde los Álamos hasta la Universidad Tecnológica. Hay árboles y andenes amplios donde antes no los había y tras la pandemia, el sector volvió a recuperar su vida. La de todos aquellos que suben presurosos a las clases y se toman un café o una cerveza después de la jornada.
Pasamos por el Parque de los Estudiantes. Entre las pocas personas que encontramos sentadas en sus muros, casi ninguno parecía serlo. Sin embargo, el trayecto es agradable. Al frente, puede verse la Avenida 14 por la que pasan las motos y los automóviles de profesores que van presurosos y pensativos.
En el edificio el Fénix, una estatua imponente del ave con el mismo nombre, se erige después de haber superado la dura prueba del fuego, pero el tiempo, que no perdona, se ha encargado de quitarle partes de su cuerpo que se resisten a caer.
Así es el tiempo, se impone a los feligreses, a las señoras de pelo blanco, a los estudiantes de andar cansino, al coronel de la policía, a las placas que celebran la Revolución Francesa, e incluso a las estatuas de seres fantásticos, no importa que se hayan levantado de las cenizas.