Texto y Fotografías Jess Ar
Felipe Laverde García nació en Pereira, pero por cosas del destino se fue para Cúcuta desde muy joven. Allá arrancó como lustrabotas en el Parque Santander; más tarde se mudó a Barranquilla para seguir lustrando zapatos, esta vez en el Paseo de Bolívar, la avenida más importante de esa ciudad.
Y luego, al final, por el fallecimiento de su madre regresó a su natal Pereira en el año 71.
Pasado ese trance decidió quedarse e instalarse permanentemente en uno de los parques de la ciudad.
Laverde eligió el Parque de La Libertad: “Era muy bueno y fue el que más me gustó, además tiene mucho ambiente”, me dice. Junto a él había 5 emboladores más, pero actualmente en el parque solo habitan cuatro, todos ellos integrantes del Sindicato de Lustrabotas de Pereira, cada uno con un carnet que los identifica.
Don Felipe tiene una clientela fija para todos los días: vendedores que rodean el parque, personas que llegan hasta allá desde pueblos o desde el campo para abastecerse de alimentos en la plaza de mercado, así como transeúntes que cruzan por este sector. Eso es lo que lo ha hecho persistir en el sitio.
De lunes a viernes, desde las 8: 30 AM hasta las 5 PM en la esquina de la 14 con 8°, cerca a los arbustos, un puesto que parece sacado de alguna caricatura o de una de las fotografías que el colectivo bogotano bricolaje presentaba como obra: “objetos a partir de otros objetos en desuso”, así es el espacio de trabajo de don Felipe, un puesto de retazos.
En él hay una ornamenta de objetos que lo configuran y que lo hacen fuerte ante las vicisitudes del tiempo. Una gran silla con algunos cojines de muñecos es el lugar donde el cliente se sienta; debajo de ella, cientos de cajas de betún y cepillos, cada uno con su particularidad y su utilidad. “Para cada zapato, cada estilo y cada material, porque la clientela siempre es variada”, asevera don Felipe.
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Con la silla, una sombrilla gigante de playa o popularmente usada por los vendedores ambulantes para cubrirse del sol y la lluvia, con los colores ya gastados; a un lado zapatos de segunda que vende a quien se fije, por lo regular con su cabeza inclinada, “Generalmente los que me compran son personas que vienen de los pueblos o directamente desde el campo”.
La lustrada vale 2000 pesos, es el precio estándar acogido por todos los emboladores que allí trabajan, en una misma zona del parque, sin puestos fijos, ubicados en fila, don Felipe es el que encabeza esa lista, y es el más antiguo de ellos en ejercer este oficio en el parque.
Lustrar un zapato, cualquiera que sea, le toma alrededor de 30 minutos “Primero lo limpio muy bien, bastante, y luego, con mucho cuidado, empiezo a embolarlo con buen betún para que el cliente quede a gusto, y siga volviendo”.
Este año cumple 46 años embolando los zapatos de los transeúntes que visitan o cruzan el Parque de La Libertad. “Con la llegada del CAI hace que uno se sienta más seguro y no quiera irse ; además la clientela de alguna forma aumenta, porque ya no se corre tanto riesgo de ser robado o tener algún inconveniente de este estilo”.
Y no se quiere ir. Don Felipe ha visto pasar gran parte de su vida en el Parque de La Libertad, testigo de los cambios de este y sus alrededores.
“No es igual que antes” me dice, pero es un lugar que lo sigue acogiendo, como a tantos que disfrutan de forma tranquila una tarde o aquellos que sin falta alimentan las palomas que día a día bajan al centro del parque a picotear el piso en busca de algo para comer.
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