En el inicio siempre la minería, del mar, la tierra, las montañas, los ríos, los colonizadores de nuevos territorios quieren sacar el primer rendimiento de la tierra para conseguir prontamente las mayores ganancias de su labor. Oro, esmeraldas, plata o carbón son lo que inicia la escalada. Así fue la colonización española en América, la antioqueña del suroccidente colombiano, y la nueva penetración en el Pacífico y la Amazonía colombiana. Sin ser injusta con el espíritu de los mineros, su percepción del territorio es inmediatista, no se quiere establecer ni perpetuarse como especie en un territorio, se quiere sacar, abandonar y recomenzar en otra mina con mayores perspectivas de futuro.
No es gratuito, ni extraño que la colonización española primero buscara El Dorado y dos siglos después se hiciera la exploración y catalogación de la fauna y flora en las expediciones botánicas en América. Lo primero surge como un interés de saqueo de una tierra por dominar, lo segundo como una indagación científica por un territorio que se siente más próximo, mi territorio, puede que una y otra tengan un interés de explotación económica de la naturaleza, pero los niveles de refinamiento o de sensibilidad hacia ella son diferentes.
Todo este preámbulo me surge por la pregunta que la población de los territorios más alejados tiene por la minería, que también es la misma que yo tengo. Por ello quise abrir el interrogante, con el menor prejuicio posible, para preguntarme sobre las ventajas y necesidades del sector minero colombiano. Para bosquejar alguna respuesta a esa inquietud, me propuse desarrollar dos breves textos que me dieran una perspectiva ampliada de esta situación.
La minería es una de las actividades más antiguas del ser humano como explotación de la naturaleza, en el transcurso de los siglos sus materiales han producido energía, combustibles, insumos para la construcción de los imperios o de las ciudades y gemas preciosas para el deleite de los dioses, los reyes y los plebeyos. Y aunque puede existir una discusión ética sobre el último uso de los productos mineros, los otros alimentan otras ramas de la economía y de la vida humana actual. Es decir, es una actividad escalonada, de dependencia y, en algunos casos, sin bienes sustitos para la industria.
En Colombia, algunos de los distritos mineros actuales tienen raíces coloniales: Antioquia, Chocó, alto Cauca y el valle del Patía (Poveda Ramos, 2002). Eso indica que han acumulado pasivos ambientales y también una riqueza increíble que les han dado los cinco siglos de explotación de materiales como el oro de aluvión, la plata, el platino, el carbón y las esmeraldas. Empecemos por la cara más agradable que es la de los rendimientos económicos que tiene la actividad, y su desarrollo para dar una mejor calidad de vida a la gente de la región. Esto puede parecer algo ingenuo debido a las discusiones actuales de la minería como inversión, commodity y el juego de los capitales financieros, pero es al final, lo que la población percibe de todas las piruetas económicas es el desarrollo que se afinca en el territorio y no la nube efímera de la bolsa que pocos entienden.
En general, ¿las poblaciones viven mejor? ¿con mayor disponibilidad de dinero? ¿con mejores servicios básicos? Según el último informe del Instituto Humboldt sobre el cumplimiento a la sentencia de recuperación del río Atrato (T-445/16) y el DANE, la pobreza multidimensional en las zonas de mayor prevalencia de la minería del oro de aluvión oscila entre un 50 y un 75% en Antioquia y es mayor al 75% en Chocó, Cauca y Nariño; asimismo, el trabajo informal excede al 80% de los empleos y llega a ser más del 95% de la masa laboral del norte de Nariño y Chocó, dónde se ha dado en la última década la expansión de la frontera minera.
En cuanto a un nivel de acceso a servicios básicos, estaría bien que esta población empobrecida tuviera una ayuda estatal que le permitiera, si bien no tener ingresos abundantes, tener sus necesidades básicas satisfechas (agua potable, educación, vivienda, entre otros) lo que no pasa ni en los territorios más antiguos de explotación como es el caso del Bagre, Segovia y Zaragoza; las minas más antiguas del territorio Antioqueño tienen una media de necesidades insatisfechas -NBI-que doblan el promedio nacional del 14%. Más grave es el caso del territorio chocoano, donde llegan a niveles de insatisfacción de las necesidades básicas superiores al cincuenta por ciento de la población y casos tan graves como el de Istmina, centro aurífero, con un NBI vergonzoso del 83%.
Es verdad que estas medidas pueden ser el ideal para algunas poblaciones y para otras poco representen, pero en la medida en que estos índices miden la eficacia de las políticas estatales, son la herramienta para evaluar la validez de los argumentos sobre las que ellas se cimentan. Ya veremos en el próximo artículo si el argumento de necesidad y rendimientos del sector minero nos dará mayores puntos de contraste.
Poveda Ramos, Gabriel. 2002. Revista Credencial Historia.