Texto y fotografías: Jess Ar
En una de las esquinas (carrera 8 con calle 13) donde empieza o finaliza el Parque de La Libertad, se ubica hace alrededor de 8 años la Plaza de La Libertad, un lugar para abastecerse de alimentos, verduras, plantas aromáticas o, si el caso de hambre, desayunos o almuerzos, para los transeúntes o visitantes frecuentes del parque y sus alrededores.
Este lugar, cuentan los actuales ocupantes dentro de la plaza, se dio como una solución parcial al desalojo que enfrentaron algunos vendedores ambulantes que antes habitaban el pabellón o la plaza de mercado en la zona que hoy en día se conoce como Ciudad Victoria, calles 16 y 17 entre carreras 9 y 10.
Actualmente la Alcaldía de Pereira paga el arriendo del inmueble, y entre todos los vendedores pagan los servicios.
El sitio, un garaje, por así llamarlo, es amplio, con un techo hecho por todos a punta de plásticos, tejas, madera, y otros elementos que ayudan a escampar de la lluvia y evitar la fuerza del sol.
De los vendedores que resultaron de la reubicación llegó un año después con su familia don Fauriciano Cañaveral. Montó un restaurante de comida típica con diferentes opciones económicas para los visitantes y comensales: El corrientazo de la plaza.
Su puesto está ubicado en el fondo, lo llaman “El puesto 1”, porque fue uno de los primeros restaurantes en llegar a la plaza.
Abre de lunes a sábado, iniciando su jornada a las 5 de la mañana, descargando y recibiendo los alimentos con los que después preparará la comida para sus clientes.
La atención inicia alrededor de las 6: 30 o 7 de la mañana, y va hasta las 4:30 de la tarde.
Los desayunos son “tabliados”, como don Fauriciano los llama, una suerte de almuerzo, pero más temprano y no tan grande. Las opciones son varias: caldo de pescado o de costilla, carne sudada o frita, chicharrón o pollo, calentado o huevos pericos. Cada uno con un costo de 4mil pesos, aunque claro, “usted se lo puede armar como quiera, más pequeño o más grande, ahí el precio puede variar”.
Para el medio día, en el almuerzo, el asunto es muy similar, las cantidades aumentan, claro, y las opciones más frecuentes son los fríjoles, el sancocho y las lentejas.
Entrar al sitio es como comer donde la abuela, en familia. Un espacio que aunque se encuentra fragmentado por el tiempo, tiene una clientela muy frecuente y fiel.
De los otros sitios (hay dos más) de la plaza, dicen ellos, es el más decente y aseado, el que tiene mejor sazón y el de la mejor atención: “por algo llevan tanto años”, replica uno de los clientes mientras almuerza con una sonrisa en el rostro.