Memorias de una adolescente venezolana (Parte III)

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¿Y quién no estaría cansado de no comer bien? Cualquiera echa el vuelo a otra parte. Sin embargo, hay algo que siempre nos impide irnos así como así: el amor a nuestro país. “Irse de Venezuela es como divorciarse estando enamorado”.


 

Fotografía tomada del Diario El Clarín

 

Encerrada, en estado vegetal viendo televisión, un internet lentísimo, y leyendo. Mi vida se redujo a estas 4 cosas en estos últimos meses.

Lo único que me alegraba el día era ir a la iglesia y comer tortas con Marchelo y Yuly en el café “Coffee & Cake”. Recuerdo que siempre era en la tardecita que nos íbamos todos juntos: Mi papá, mi mamá, Marchelo, Yuly y yo. O a veces venía mi madrina Milagros con su hija Gabriela y su niño Miguelito.


Me encantaba salir y ver el atardecer cálido en San Diego. Sentir el viento en mi rostro, sentirme libre. Pero si nos ponemos del lado de la realidad, básicamente la vida de todos los venezolanos se redujo a: casa por cárcel.

 

 

¿Por qué? Porque después del atardecer, en todas partes, la noche era sinónimo de peligros, inseguridad, como ya explique anteriormente. Además, todo cerraba temprano por este mismo motivo, así que si querías hacer algo, tampoco podías.

Lo único que si duraba hasta un poco más tarde eran las llamadas “calles del hambre”, donde se venden hamburguesas, perros calientes, pepitos, pizzas y demás. Sin embargo, la misma situación no te permitía comer así todo el tiempo, porque la plata no rinde. Todos los días aumentaba todo, y como dice la canción: “Ni se compra, ni se vende”.

El sábado de Semana Santa fui a la iglesia. Me acuerdo que hicimos una bandera gigante que iba por todo el pasillo del medio, que decía muchísimas veces “PAZ”.

 

 

¿Y quién no estaría cansado de no comer bien, no vivir sano, vivir todo el tiempo enojado y triste, donde nada se cumple, donde tienes miedo a todo?

Oye, cualquiera echa el vuelo a otra parte. Sin embargo, hay algo que siempre nos impide irnos así como así: el amor a nuestro país.

Porque tanto amamos a nuestra tierra que morimos por ella. Todos los días. ¿Y es que, cómo no amar a la patria que te ha dado todo? No te ibas porque amabas tanto a tu país y a tu gente, que simplemente no te imaginabas una vida sin nada de esto.

Pero: ¿Cómo te quedabas si no tenías futuro?

 

 

En estos días leí en Instagram una frase que es totalmente cierta: “Irse de Venezuela es como divorciarse estando enamorado”.

Bueno, nunca me he divorciado, pero ya más o menos tengo la idea. El 1 de mayo se tomó la decisión. Maduro hizo una de sus eternas y estúpidas cadenas nacionales, que entre toda la basura que sacaba de su boca, soltó la peor: la famosa constituyente.

Por culpa de esta guillotina que devasta  lo poco que queda de mi país, mi rumbo en Venezuela se vio interrumpido. Mi mamá hablaba con mi madrina Milagros preocupada, y yo ese día estaba en la computadora, haciendo tareas por internet porque ni siquiera podía ir al colegio por todos los disturbios que se desarrollaban en la redoma de Guaparo, lugar que necesitaba pasar para llegar a mi colegio.

 

Fotografía tomada de 20 Minutos

 

Así que nos mandaban las tareas a la página web del colegio. En fin, cuando terminó de hablar con Milagros, me paré y le miré los ojos.
-Mamá, ¿me voy a ir del país?

Mi corazón estaba lleno de miedo. No quería irme. ¿Dejar mis amigos? ¿Dejar a mi casa? ¿Mis mascotas? ¿Dejar San Diego? ¿Dejar todo lo que había aprendido a amar en tanto tiempo? ¿Cómo dejar a algo que amas tanto? Dejar mi promoción 54, mi sueño de graduarme con excelencia académica del María Montessori. Disfrutar con mis amigos de toda la vida, desde preescolar.

Le quiero decir a Maduro y a todos sus confidentes. ¿Que no se dan cuenta de lo que hacen? Les encanta arruinarnos la vida, hacernos trizas.

 

Y lo peor, ven que estamos muriéndonos, y siguen ahorcándonos. ¿No tienen alma? Porque honestamente, para arruinar a tu propia nación hay que ser muy miserable en la vida. Descarados que dicen mentiras tan evidentes, que se les cae la nariz de tanto que ha crecido. Cobardes, que tienen un concepto de la vida tan errado que el solo llevarlo a la  práctica, miren como ha quedado Venezuela.

Son como los bachacos. Se van comiendo de a poco la mata hasta que muere. ¿Cómo son capaces de matar al araguaney amarillo que siempre estaba florecido, generoso y que llenaba de hermosura al patio? Asesinos. Y no de 1, 2 o 3 personas. De miles.

Lloré. El 2 de mayo lloré como nunca antes había llorado. Sentí en mi corazón tantas cosas que no había liberado. Sentí lo que sentía Venezuela. El dolor de la madre que perdió a su hijo en la protesta, la que no tiene para darle de comer a su bebé, la abuela que no tiene como curarse de sus dolencias, y que hace colas interminables para conseguir un pan.

Fotografía tomada de www.infobae.com

 


Al que roban a cada rato en la camioneta, al que le mataron al hermano por no dejarse robar.
El que se graduó y nunca pudo ejercer porque no hay futuro, el que sepultó sus sueños y dejó de luchar. Los que se van y lo dejan todo por querer buscar algo mejor. Los que se van y no quieren irse. Los que luchan por querer vivir. Era una sensación que me desgarraba el alma.

Dejar mi país, ¿Quién lo diría? Me costaba aceptar que me iba a ir del todo.

Todo lo que alguna vez amé se esfumaba por una decisión, una propuesta que me quitaba la libertad de elegir. Me iba porque no tenía opción, definitivamente mi país estaba en coma, al borde del abismo, casi muerto.  Veía por las redes sociales  jóvenes  que como yo  peleaban y morían por esquivar el destino que nos esperaba.


-Cómo me dueles Venezuela, cómo me dueles- Decían mis lágrimas en silencio.

 

Fotografía tomada de Public Radio International

 

 

 

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