Memorias de una adolescente venezolana (Parte I).

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Dulce Daniela López Ceballos


 

 

Memorias de una adolescente venezolana (Parte I).

Y ahí estaba. Una chica de 16 años, viendo como la vida le cambiaba con una decisión, en un segundo.

¿Es posible que tu vida dé un giro tan atroz de 180°? Pues yo lo certifico.

En este momento estás levantándote y de repente ya te acuestas a dormir, y vives otro día que queda grabado en la memoria.

La vida corre, y no se detiene por nadie.

Cuando menos piensas ya cumples un año más, te gradúas, ya trabajas, te casas, tienes hijos, ellos crecen, envejeces y ¡pum! ya la vida se nos acabó.

Y aquí es donde mi historia comienza.


Soy venezolana, y creo que al decir esto muchos se imaginarán por lo que he pasado
, sin embargo, lo contaré de todas formas, porque sino, mi relato carecería un poco de sentido.

Es increíble como puedes adaptarte a cosas que son totalmente hostiles.

Digamos que desde el 2012, se comenzó a sentir la crisis en nuestros huesos.

Comenzó el racionamiento de la comida, el robo de las elecciones, la gente cada vez más dócil a todo.

La conformidad si bien puede ser una virtud, también fue la razón de nuestra perdición.

¿Cómo puedes conformarte con tantas injusticias y tanto odio hacia el que piensa distinto?

Llegan las guarimbas en el 2014, el pueblo despierta.

Recuerdo que en mi casa, que queda en el Edo, Carabobo, específicamente en un municipio pequeñito llamado “San Diego”, escuchábamos como los guardias disparaban a los estudiantes desde las 6 de la tarde hasta bien entrada la noche.

Carabobo ( Venezuela) – Foto tomada de  SkyscraperCity

Todas las noches teníamos un sentimiento de incertidumbre: “¿Y si entran a la urbanización?”, “¿Y ahora cómo salimos a conseguir comida si allá afuera está todo tan peligroso?”, “¿A quién le habrán disparado hoy?”.

Sin embargo, estas fuerzas se apagaron.

Todo a la “normalidad”, lo cual no es cierto, puesto que lo que pasó después fue empeorar todo lo que de por sí estaba vuelto un caos.

 

Las colas comenzaron a surgir, y ahora no por comida solamente, a su vez los medicamentos escaseaban, al igual que repuestos, hasta las tiendas de marca en los centros comerciales.

Ya no podía salir con mis amigos al cine como antes, porque si comenzaba a anochecer me podían robar, secuestrar o, por si fuera poco, se iba la luz en la sala de función.

Iba a fiestas pero todas eran estilo “La Cenicienta”, hasta las 12. Y cuando íbamos camino a casa, las calles solitarias y oscuras, producían temor a cualquiera.

Las personas comienzan a perder tallas, y se ponen más arrugadas debido al sol que soportan en las interminables filas de los campos de concentración de los supermercados.

 

Foto tomada de Diario La Prensa

Cada vez todo se ponía más costoso, y ya hasta comer en un restaurante era darse un lujo.

Todo era como una bomba de tiempo, esperando a ver cuándo explotaría el pueblo a tantas violaciones a nuestros derechos y a nuestra calidad de vida.

Yo me distraía de toda esta realidad estudiando, porque aunque sabía que el país estaba mal, la mejor forma de ayudarlo era con la educación.

A mi parecer la ignorancia fue la que nos conllevó a esta triste situación.

Vivía recordando el ayer, cuando Venezuela era todavía un país rico, lleno de vida, color, de alegría. Como se dice ahorita: “Cuando éramos felices y no lo sabíamos”.

Y la educación me permite discernir qué es bueno y qué es malo, además de que siempre mi límite es más allá de las estrellas.

No me di por vencida. Siempre me esforzaba para ayudar a mi país de una manera distinta, pero que era igual de grande que el salir a la calle.

Pero mientras sucedía todo esta película de acción, ficción y drama, por otro lado estaba lo que vivía.

¿Es posible que en tiempos de guerra tengas el alma en paz? Es sin duda alguna, algo irónico.

 

RT en EspañolFoto tomada de RT en Español

Pero mis dos últimos años en Venezuela han sido los momentos más hermosos que he tenido en mi corta vida.

Gracias a vivir en Venezuela, aprendí a sacar las cosas buenas y hermosas de lo más terrible.

Al iniciarme en la iglesia con la pastoral juvenil “Juventud Kerigma”, y un nuevo comienzo con mis amigas de siempre, mi corazón y mi alma se llenaban de amor.

La confianza renovada en mis padres y mis amigos, era lo que más amaba en el mundo. Me sentía tan feliz.

Estaba claro de que no tenía todas las cosas que quería, pero sí las que necesitaba. No tenía lujos, pero agradecía a Dios por tener un plato de comida en la mesa, por tener padres, estudio y amigos tan maravillosos.

Sin embargo, me dolía ver como estando en la mejor etapa de mi vida, mi país se marchitaba. Duele ver cómo la gente muere de hambre. Cómo cada vez nuestros bolsillos se empobrecían más, cómo la vida se hacía cada vez más imposible de vivir.

 Foto tomada de La Tribuna

No entendía y de hecho, todavía no comprendo cómo unas personas se ciegan tanto por el poder, que hacen hasta lo imposible para quedarse en un puesto.

Teniendo todo el dinero del mundo, de seguro esas personas no tienen ni un cuarto de paz. La conciencia es nuestra mejor aliada, o nuestra peor enemiga.

Y aquí nos acercamos al presente, o bueno, casi presente.

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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