Especial Día Meteorológico Mundial|
¿Qué clima hace hoy en tu cuarentena?
Podría ser la pregunta obligada por estos días de encierro todavía más forzados que los anteriores. El carcelero es el miedo. Nuestra manera de pasar el tiempo, compartir videos en redes sociales.
Entendemos, como en un sueño, la pandemia, sus cifras de contagio, la expansión vertiginosa. Alternamos las noticias más actualizadas que nos llenan de incertidumbre, con los chistes más diversos, y nos reímos a carcajadas del último meme subido en el grupo familiar o de amigos, mientras nos comemos en media jornada lo que estaba dispuesto para la mitad del período de cuarentena.
Estos comportamientos totalmente incoherentes se alternan durante el día, al tiempo que la hostilidad con los más inmediatos sube de nivel. Esos pequeños defectos de cada uno, que el otro soporta porque le llegan en la eventualidad de las pocas horas compartidas durante la semana o en algunos momentos del fin de semana, se vuelven imposibles de evitar; y su presencia constante comienza a amenazar la precaria firmeza lograda a base de repetirnos, presos del pánico, que es obligado permanecer encerrados.
Inventamos escapadas a rincones de los pequeños espacios que habitamos, con la promesa de un improbable alejamiento. El problema es que no sabemos cómo estar solos con nosotros mismos, y seguimos conectados a los otros, virtualmente, hasta que nos duelen las extremidades por el peso del móvil o debido al desgaste del constante tecleo.
En este estado de cosas, recuerdo que el verano pasado en Europa tuvo ocasión un fenómeno excepcional relativo a la climatología, una subida extrema de temperatura diurna, cuyo nefasto efecto era que el calor no descendiera en las horas de la noche. La media noche nos sorprendió en Francia con temperaturas de hasta 36 grados centígrados, y no hallamos el sosiego requerido para dormir, cuando ya habíamos sido azotados con subidas entre los 43 y 45 grados centígrados antes del anochecer.
Dominque Bourg, filósofo y representante elegido para el Parlamento Europeo en el 2019 por el movimiento Urgencia Ecológica, dijo en esa ocasión en France Inter Radio, el 5 de julio del pasado año, que la fotosíntesis se detiene a los 45 grados centígrados.
Atascados, embotados, perplejos y desorientados, así se sintieron los habitantes del norte de España y Francia, quienes habían ya experimentado la tragedia que significó la primera canícula reciente, la del año 2003, en la cual, según reportes oficiales, se alcanzaron hasta 47 grados centígrados al sur de Portugal, y se calcularon los fallecidos relacionados con este suceso entre 13.000 y 15.000 personas en toda Europa, a quienes la muerte se les presentó como un “golpe de calor”.
Vivir este tipo de estados de alta tensión globales, reduce a los hombres a una impotencia que anula sus pretensiones de dominar el orbe. Recordamos en esos momentos, como hoy con la pandemia del Coronavirus, la escala de la naturaleza y su imperio con respecto a la fragilidad de lo humano, a pesar de nuestra soberbia e insensatez.
Estas dos crisis, la de la canícula y la pandemia de coronavirus, se relacionan en cuanto a hechos excepcionales que sobrepasan las capacidades humanas de conjurarlos. En ambos, tan solo nos es dado aislarnos, del calor extremo o del virus.
El encierro es la disposición obligatoria que viene a unir estas dos situaciones, altamente irregulares e ingobernables.
Y la temperatura, claro. Ella está presente en ambos hechos en dos dimensiones diferentes.
En la canícula se trata de la clausura preventiva, pues exponerse a las altas subidas del calor que se experimentan en las ciudades a ciertas horas del día, equivale a perder la vida. Con el Covid-19 pasa algo igual, puesto que el protocolo preventivo hasta ahora conocido obliga a recluirse de manera radical. Ambos confinamientos se dan, privilegiadamente, en el espacio de habitación familiar, pero con mucho mayor énfasis en la presencia del virus, ya que la canícula no obligó a detener el aparto económico ni a tomar medidas de toque de queda.
Que aumentarán los divorcios, que se incrementará el maltrato, que la intolerancia abundará, eso es seguro. Y en medio de todo este caos, sobresale el gesto casi histérico del compartir desmedido de información digital, única posible tabla de salvación para no encontrarse en soledad frente a uno mismo, o lo que es peor, frente al otro.
En Colombia la reclusión obligatoria aún no empieza. Sin embargo, en el caso de familias con niños menores de 15 años y adultos mayores de 65, comenzó hace una semana, y faltan tres, aún, para cumplir con el aislamiento total decretado por el gobierno nacional.
No importa que nos digan que los víveres no van a escasear, que aseguren que no habrá especulación con los precios de los alimentos. Estamos curtidos de vivir aquí y sabemos de sobra que todo eso y cosas peores, cómo los saqueos masivos, son altamente probables.
Según Wikipedia, La meteorología es “la ciencia interdisciplinaria de la física de la atmósfera”, y en ella se estudian, sobre todo, las variaciones del clima terrestre.
Pero estarán de acuerdo conmigo en que la vida está poblada por muchos tipos de climas, y que por estos días nos hacemos más conscientes de ellos: el clima interior, la atmósfera familiar, el ambiente social.
Y no sé si ustedes coincidan con este punto de vista, pero en Colombia las temperaturas de todas estas variables estarán muy elevadas, y tendremos diversos tipos de fiebres, y quienes las padezcan no estarán necesariamente contagiados con el virus de marras. La primera en caer enferma será la economía, y la frágil estabilidad social que difícilmente sostenemos en equilibrio bastante precario se irá a pique.
Pensando en ambos fenómenos, empiezo a considerar que apenas estamos en el inicio de lo que se nos vino encima, y que las pequeñas desgracias domésticas son, si se quiere, el comienzo de canículas mucho más severas que están por arribar.
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