Además cumplen un papel vital. Ayudan a disminuir la contaminación generada por la disposición final de residuos en los rellenos sanitarios, alargan la vida de materiales y objetos, y favorecen la reutilización de recursos para reducir la presión que ejercemos los humanos sobre la naturaleza.
Su vida parece, a simple vista, sucia, puesto que viven rodeadas de sobras. Pero es un trabajo decidido y paciente.
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Con nuestro proyecto #LaCebraEnTuBarrio visitamos el corregimiento de Cerritos, más exactamente los barrios Galicia y Galicia Baja.
La actividad de gran parte de sus habitantes es el reciclaje, que además de darles el sustento de cada día, muchos lo utilizan para decorar sus propias casas al extraer materiales para tal fin.
Son 250 familias sobreviviendo a punta de la recuperación de objetos encontrados en la basura, sea realizando abonos, vendiendo materiales o transformando los objetos para uso decorativo, entre otras actividades, manifestadas en el camino.
Y es mucho más que un simple oficio familiar para ganarse el pan de cada día.
Una de las líderes de este proceso es Beatriz Ceballos, fundadora de la Cooperativa Precooemsol, asociación que reúne a grupos de diversas edades que trabajan aspectos sociales en esta comunidad.
Ha hecho de la sala de su casa un amplio salón donde se reúnen periódicamente, son unos bajos que apenas están transformando para ese uso (recientemente pusieron el piso, y ahora están reubicando la cocina para tener más espacio). Hoy alberga equipos de cómputo, instrumentos musicales y otros insumos que requieren para desarrollar sus iniciativas.
Además del reciclaje, la creación de elementos para decoración y el abono hecho a partir del compostaje (separación de residuos orgánicos en una fuente) hay otros procesos y productos como resultado del trabajo cooperativo: artesanías, comestibles, programas de capacitación en arreglo de uñas o peluquería, talleres, entre otros. En esa especie de salón comunitario intercambian, venden y producen de manera colectiva.
También existen pequeños emprendimientos como aquellas que producen cholao y raspao para vender a la entrada del Parque Ukumarí
Es notoria la mayoría de mujeres en estos espacios, que empieza a parecer una constante en los barrios que vamos visitando.
Pero entre todas esas maneras de subsistir, la que más ha representado algo para sus vidas es esa labor de recuperadores de materiales de desecho con potencial de volver a ser utilizados. Es también la actividad más organizada y constituida.
Y entre esas llegamos a la casa de Cielo y su familia, para contar su historia.
Bodega y vivienda a la vez
Bicicletas despachurradas. Llantas por todas partes. Pilas de cartones. Latas. Repuestos inútiles.
Y óxido. Mucho óxido.
Es como transitar un sendero ocupado por lo inservible. O al menos inservible para otros.
Es la casa de Cielo, que como otras del sector, son bodega y vivienda a la vez. Es más: mujeres como ellas utilizan parte del material reciclable para decorar su propio hogar, darle ese toque.
O para crear verdaderas obras de artesanía. Alguien más dirá al mirarlas de cerca que guardan una belleza particular, digno de las obras de arte.
Es una mujer alta, bonita y con una presentación personal muy adornada, que nos invitó a visitar su casa. Queríamos conocer el proceso de separación de residuos orgánicos en la fuente que conduce a la producción del compostaje, materia prima del abono orgánico que distribuyen. .
Al arribar al sitio nos encontramos con algo distinto a lo que fuimos a ver.
Las joyas de Cielo
Su esposo, Vladimir Zapata, tiene allí un taller de reparación de bicicletas. Al ingresar, pueden verse dispuestos los elementos que se requieren para este oficio: tuercas, gusanillos, neumáticos y pegas, adornando estantes y paredes, todo puesto con una lógica particular, creada por ellos mismos.
Todo un mundo en el que la mirada se pierde, evocando un sentimiento muy humano: la admiración, siempre presente, por los vehículos y las herramientas.
Recorriendo un pasadizo abarrotado de artículos de todo tipo se llega a la sala de estar de la familia, que incluye el comedor y la cocina. Y por allí mismo se cruza otro corredor hacia las bodegas.
La antigua vivienda está hoy complementada por dos enramadas, que permiten el almacenamiento de todo lo recuperado por esta pareja y sus dos hijos.
Para hacerlo, Cielo se desplaza a los condominios que han sido construidos en vecindad de Galicia. Portal del Campo, por ejemplo, es uno de ellos. Allí, ya sea en las casas o en el edificio que hace parte del conjunto, recoge todo aquello que los habitantes del sector descartan como residuo.
Algunos vecinos son conscientes y depositan sus desechos en la basura, tomando la precaución de separar lo orgánico de lo inorgánico. Otros, descuidados, arrojan lo que consideran inútil, completamente revuelto.
Pero, ese no es problema para Cielo. Sus manos han desarrollado una gran sensibilidad.
Cuando le pregunto por los vidrios, si no existe el constante riesgo de llegar a lastimarse, desplegando una gran sonrisa contesta: “con solo levantar una bolsa mis manos ya saben qué contiene”.
Y es que Cielo conoce su oficio y lo aprecia. Sabe que de ahí proviene el sustento de la familia, de su hogar.
Un día en la vida
El trabajo de recuperación lo hace Cielo en las mañanas. Cuando termina la recolección transporta, junto con su esposo, el producto de la jornada en una moto adaptada para tales fines.
Al llegar a la casa, la primera estación es la bodega, que está ubicada entre las áreas de habitación y el sector acondicionado para la separación. Allí se pre selecciona y se va pasando a la bodega del fondo. En ella, Cielo tiene un asiento, un televisor, una biblioteca, una estantería, y bolsas, muchas bolsas y empaques grandes tipo sacos, en los que va depositando el producto separado por sus manos.
Es un ejercicio de paciencia y, por eso, a veces prende el televisor para ver novelas mientras va reuniendo y clasificando piezas hechas de materias similares.
Entonces cuando le interrogo sobre el procedimiento, me enseña la manera cómo lo hace: “aquí el papel blanco, allí el cartón simple, más allá el cartón plastificado, en este otro las latas, y en estas las anillas de las latas con las que se hacen los cierres…”
En la tarea de separar y juntar iguales, ella encuentra muchas “joyas”.
Según me relató, una vez encontró oro. Una cadena, un dije y un anillo. “Los vendí”, me dijo. “A mí no me ha gustado el oro, además, qué se va a quedar uno con oro cuando es pobre y está lleno de necesidades. Ese día, me hice trescientos tres mil pesos”.
Y de sus dientes que se exhiben como muestra de satisfacción, se irradia una luz que aclara la estancia, ese espacio de piso de tierra, paredes de esterilla y latas de zinc en el techo.
Es el sitio de Cielo.
Y cierra, diciendo con convicción:“¡reciclar paga!”.
¡Reciclar paga!
Esa frase se quedó en mí, y ya no me abandonará, al igual que la presencia de Cielo, su dignidad y su esfuerzo.
Ella y su familia se ganan la vida haciendo un trabajo duro, que muy pocos consideran.
En nuestra vida diaria arrojamos los sobrantes, creyendo que un “genio invisible” se va a llevar lo que ansiamos desaparecer, pues ha perdido el sentido para nosotros. Ya sea porque se ha vuelto obsoleto, porque se ha desgastado o porque empieza a descomponerse.
Lo que antes fue producto se convierte en desperdicio. Y el despojo es algo indeseado que, entre más rápido y fácil desaparezca de nuestra vista, mejor.
Ayudan a disminuir la contaminación generada por la disposición final de residuos en los rellenos sanitarios, alargan la vida de materiales y objetos, y favorecen la reutilización de recursos para reducir la presión que ejercemos los humanos sobre la naturaleza.
Su vida parece, a simple vista, sucia, puesto que viven rodeados de sobras. Pero su trabajo es decidido y paciente, y tiene la virtud de ver valor en lo que para otros ha dejado de tenerlo.
Pero los objetos no desaparecen así porque sí. Los restos tampoco. Hay todo un ciclo de transformación que viven las cosas después de que las desechamos. En él, las personas como Cielo y su familia cumplen un papel vital.