Al finalizar el juego se desató la primera oleada de histeria colectiva en los registros del fútbol nacional.
Antes de la historia
En asuntos de fútbol los de mi generación vivimos durante cuatro décadas de un recuerdo prestado: el del empate a cuatro goles contra la Unión Soviética de Lev Yashin.
“Triunfó la libertad sobre la esclavitud del comunismo”, tituló un periódico conservador de la época, chapoteando entre la ingenuidad y la paranoia.
Empezando por ahí, por la geopolítica, los jóvenes del siglo XXI se preguntan qué carajos era eso de la Unión Soviética, aunque del comunismo se enteran cuando los mayores quieren meter miedo en alguna campaña política. Qué viene el comunismo, dicen para justificar sus decisiones electorales.
Fue el domingo 3 de junio de 1962 en el estadio Carlos Dittborn de Arica, Chile. Colombia y la Unión Soviética disputaban el segundo partido de la fase de grupos.
Colombia perdía 4 a 1 y el mundo era triste como las noticias que llegaban de más allá de la cortina de hierro.
Hasta que un costeño llamado Marcos Coll inició el relajo: le marcó un gol olímpico– el único en la historia de los mundiales- a “La araña negra”, el inefable Lev Yashin.
De ahí en adelante el espíritu del juego se adueñó de los colombianos, dirigidos por el gran Adolfo Pedernera y acabaron logrando lo imposible: un empate frente a los soviéticos.
Al finalizar el juego se desató la primera oleada de histeria colectiva en los registros del fútbol nacional.
Fotografía extraída de: Marca.uecdn.es.
Quienes lo vivieron dicen que fue algo comparable a lo provocado por el uno a uno frente a Alemania en el Mundial de Italia o el cinco a cero ante los argentinos en las eliminatorias hacia el Mundial de Estados Unidos.
Rosendo Marín, un jubilado que no se resigna a colgar los botines, se sabe de memoria la alineación de ese equipo de fábula. Cada vez que necesita reconciliarse con el mundo la recita entre murmullos:
Para él siembre fue como si un pequeño escuadrón de once combatientes venciera al Ejército Rojo en pleno.
Adolfo Pedernera, el gran timonel, era uno de los muchos argentinos que llegaron a Colombia con el fin de ponerle pausa a la creatividad desbordada de nuestros talentos silvestres.
A su manera, nos enseñaron a jugar. Dicen que después del célebre cinco a cero, algunos de los argentinos que vinieron al país en los años cincuenta, sesenta y setenta exclamaron al unísono como una manera de conjurar la humillación. “¡Y pensar que nosotros les enseñamos eso!”
De ese tamaño es la épica del fútbol.
Tiempos de oscuridad
De modo que entre 1962 y 1990 el mundo fue triste como una eterna tarde de domingo sin “Ruido de pelota”, para utilizar una expresión feliz del cronista uruguayo Diego Lucero.
Fotografía extraída de: 24horas.cl
“Marcos Coll, el que le marcó el gol olímpico a La araña negra”. Crecí oyendo repetir esa frase como si se tratara de un mantra.
De niño pateé cientos de veces el balón desde la esquina, con la ilusión de que se metiera en la portería rival sin ser tocado por nadie más.
Creo que alguna parte de mí sigue esperando que el milagro se cumpla.
De hecho, creo que es mi última oportunidad de ser feliz en este mundo.
Luego empecé a ir a los estadios y a descubrir prodigios:
El Atlético Nacional de Navarro, Santa, Osorio, Moncada y- sobre todo- un argentino portentoso llamado Jorge Hugo Fernández. Me disculpan el lugar común, pero ese hombre tenía la cancha en la cabeza: poseía el don de intuir hacia donde iban a moverse sus compañeros y sin pensárselo dos veces les dejaba el balón en el lugar preciso para marcar el gol.
Goleadores como Javier Tamayo y Hugo Horacio Lóndero pueden dar fe de eso.
Fotografía extraída de El Tiempo. Colombia.
Y estaba el Deportivo Pereira de los paraguayos: Eliseo Gaona, Mario Rivarola, Aurelio Valbuena, Apolinar Paniagua y Julio Gómez, que nació en la frontera con Argentina pero jugaba como el más brioso de los guaraníes.
Y cómo olvidar ese Millonarios de Willington Ortiz, Alejandro Brand y Jaime Morón, un trío que hizo sufrir hasta al imbatible Independiente de Avellaneda en su época dorada.
Pero seguían siendo goces domésticos.
Hasta que llegó Francisco Maturana, discípulo aventajado de Oswaldo Zubeldía, el primero que les dio la oportunidad a los futbolistas jóvenes en Colombia.
Fue Maturana quien con el título de la Copa Libertadores de 1989 para Nacional abrió las puertas para la fiesta que vendría. El gol de Rincón frente a Alemania; la clasificación a Estados Unidos, aunque después viniera el desastre conocido. Sumo y sigo : El mundial de Francia y la Copa América de 2001.
Y otra vez se hizo la oscuridad: dieciséis años y tres mundiales de abstinencia.
Los designios del corazón
Fue otro argentino – ¿De dónde más iba a llegar?- el encargado de devolvernos la esperanza.
Fotografía extraída de: Rvistadonjuan.
Don José Pékerman había jugado en el Deportivo Independiente Medellín a mediados de los setenta. Durante su estancia engendró una hija colombiana. Y bien sabemos cómo funcionan las cosas cuando están mediadas por el corazón.
Claro, encontró la más brillante camada desde los días de Pedernera y sus alegres pillastres. Ospina, un gigante bajito en la portería. Yepes, exquisito como sus predecesores: Chonto Gaviria, Miguel y Andrés Escobar. Cuadrado, un juguetón anarquista y por lo tanto indescifrable.
Y el gran James Rodríguez, forjado en el fútbol argentino y por eso mismo a prueba de complejos de inferioridad.
Ese gol frente a Uruguay en Brasil 2014 es una de las escasas formas de la dicha terrenal.
Por eso espero con ansias que ruede el balón en Rusia.
Por los treinta días que vienen no me importa que el crimen organizado se haya apoderado de lo que un día fue el jogo bonito.
Ignoro el hecho de que cada vez haya más mercenarios y menos jugadores.
Me preocupa, sí, que el tal VAR y los demás artificios de la tecnolatría amenacen con despojar al fútbol de su magia, es decir, de su relación con el azar.
Puedo pasar por encima de esos albures si en una de esas me doy de narices con el gol olímpico que extravié en mi infancia.
El gol Messi permite pensar en el extraño arte del copista. El escritor argentino Juan Sasturain comparó al delantero con Pierre el personaje de Borges que dedicó su vida a calcar el Quijote por palabra.
Texto extraído del libro ” Balón Dividido” de Juan Villoro
La imaginación suele ser desafiada por goles fantasma. ¿Entró la pelota en la portería o botó en la línea para huir del arco? En casos de definición, nuestras preferencias resuelven lo que los ojos no pudieron ver.
8 de abril de 2007 Lionel Messi produjo una nueva clase de gol fantasmagórico: la copia de una anotación que parecía irrepetible. Veintiún años después de que Maradona burlara a media docena de ingleses en el Mundial de México, la Pulga repitió la proeza ante el Getafe. Ambas jugadas ocurrieron en la misma zona del campo, duraron once segundos y fueron ejecutadas por argentinos en estado de desmesura.
El gol Messi permite pensar en el extraño arte del copista. El escritor argentino Juan Sasturain comparó al delantero con Pierre el personaje de Borges que dedicó su vida a calcar el Quijote por palabra. Con desafiante ironía, Borges presenta a un tarado que sin embargo tiene un sesgo genial: hace una copia idéntica pero una época diferente; por lo tanto, obliga a que «su» Quijote no sea leído como una obra renacentista sino contemporánea. El define el sentido del arte. En el relato, Borges se burla de las interpretaciones de los críticos, pero también plantea la posibilidad de que alguien sea original como segundo autor de una obra.
Tal fue el caso de Duchamp con la Mona Lisa de Leonardo. Un buen día le pintó bigotes para desacralizar la imagen clásica, luego le quitó los bigotes y el cuadro quedó como siempre, sólo qué ahora ahora se trataba de una Mona Lisa «afeitada».
Imagen extraída de: Historia-arte.
El gol de Messi expresa de manera sencilla y contundente la capacidad creativa de un imitador; su jugada fue un prodigio que a nadie se le ocurrió considerar original. Al respecto escribe Sasturain:
«En estos tiempos de fútbol mecanizado y jugadas preconcebidas con ejecutores obedientes, no es demasiado raro que se vean goles iguales a otros —hay infinidad de casos en que se repiten calcados circunstancias y desempeños—; lo extraordinario del caso es que, precisamente lo que se veía mágicamente repetido era lo —por definición— irrepetible, lo excepcional: el mejor gol de la historia. El de Messi no era ni mejor ni peor: era, de un modo inquietante, igual. No hizo otro gol parecido ni lo copió ni lo imitó ni lo tradujo: simple, increíblemente, lo hizo otra vez».
AI modo de Pierre Menard, Messi fue autor de una obra maestra que ya existía.
Hasta ese momento, el gol de Diego tenía una forma casi abusiva de ser el mejor de todos. El capitán argentino se singularizó de manera histórica en un Mundial, ante una escuadra de enorme jerarquía. Nunca antes ni después un jugador gravitó tanto en el ánimo de los suyos; en 1986 Maradona dejó la impresión de que bastaba darle la pelota para que hiciera campeón a su equipo. El Negro Enrique, que le cedió el balón en medio campo, resumió la «diegodependencia» del equipo con picardía de barrio: « ¿Viste qué pase de gol te puse?».
Aquella jugada de trámite en el centro de la cancha había sido, en efecto, un pase de gol para el desaforado 10 de Argentina.
Fotografía extraída de: as02.epimg.net
Como el fútbol perfecciona mitologías, el tanto legítimo de Maradona fue acompañado del que anotó con el puño y rebautizó como «la mano de Dios». Diego selló la historia del fútbol con la dualidad o duplicidad de su talento: en 1986, durante noventa minutos de verano, fue Jekyll y Hyde ante Inglaterra.
La versión de Messi de la jugada en que un exagerado marea a medio equipo, desconcierta como un milagro: el mejor gol son dos. Aunque el de Diego tiene mayor importancia por haber ocurrido en un Mundial, el de Messi reproduce el exceso instante a instante, sin adelgazarlo en lo más mínimo, cumpliendo con los requisitos del copista y del aparecido.
Como sugiere Jorge Valdano, lo asombroso no sólo fue la ávida reiteración de Messi, sino que el destino le propusiera idénticos obstáculos. Veintiún años después los defensas fracasaron en los mismos lugares de la cancha con pulcritud de seres hipnotizados en favor de una buena causa. Nadie frenó el portento con una artera zancadilla.
Lo extraordinario despierta suspicacias en un mundo imperfecto y no falta quienes opinan que los goles de Maradona y Messi podrían haber sido evitados con el sencillo recurso de la fuerza bruta. Pero este argumento cojea como si lo hubieran pateado. La veloz carrera con el balón junto al pie, practicando quiebres de escapista, sólo se hubiera impedido con un desfiguro mayúsculo, un lance de lucha libre digno de un rubor que se hubiera materializado en tarjeta roja. Antes las gambetas en serie de Messi, los locutores dijeron: <<Maradona>> La imposible imitación había ocurrido.
La única diferencia significativa entre los dos goles es que Diego anoto de zurda y Lionel de derecha. El asombro superior de la jugada proviene de su condición de espejo. Durante once segundos, guiado por el impulso anotador, Leo no podía saber que imitaba el complica tanto de Diego; actuaba con la espontaneidad de un doble: el otro era mismo. Al disparar, anotó dos veces, en la cancha del Barcelona id recuerdo de los hinchas deslumbrados por el gol de Maradona. 1986,2007. Esas son las fechas. Lo raro, lo fascinante, es que ninguno de los dos goles desmerece en la comparación.
El primero se refuerza como profecía del que vendrá, el segundo como cita clásica, en el mundo de la acción no existe el plagio ni el derecho de autor, el gol de Messi sólo puede ser virtuoso. Convirtió al fútbol en la incalculable actividad donde lo único ocurre dos veces.
La guerra del fútbol duró cien horas. Número de víctimas: seis mil muertos, mínimo el doble de heridos. Cerca de cinco mil personas perdieron sus casas y parcelas. Muchas poblaciones fueron destruidas.
Texto extraído del libro ” La guerra del fútbol” de Ryszard Kapuściński
1
Luís Suárez dijo que iba a haber guerra, y todo lo que Luís dijera se lo creía. Vivíamos juntos en México y Luís me estaba enseñando cómo funcionaban las cosas en América Latina. Qué es y de qué manera hay que entenderla. Él era bueno para predecir el futuro. Por ejemplo había predicho la caída de Guolart en Brasil, la caída de Bosch en la República Dominicana y la caída de Jiménez en Venezuela. Mucho antes de que Perón regresara aseguraba que el viejo caudillo volvería a ser el presidente de Argentina. El previó inclusive la inminente muerte del presidente de Haití François Duvalier, a pesar de que todo el mundo pensaba que viviría mucho más.
Luís sabía cómo uno se debía mover por la resbaladiza política latinoamericana, en donde aquellos novatos como yo sin falta nos trancábamos o nos caíamos. Esta vez Luís presentó su opinión de una guerra inminente cuando dejó de lado el periódico en el que había leído sobre un partido de fútbol entre las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador. Los dos equipos estaban luchando por una plaza en el mundial de fútbol que se llevaría a cabo en el verano de 1970 en México.
2
El primer partido se jugó el domingo 8 de junio de 1969 en Tegucigalpa, la capital de honduras. Ninguna persona del ancho mundo le prestó atención a este drama. El equipo de El Salvador llegó a Tegucigalpa el sábado y pasó la noche en vela en el hotel. La selección no pudo dormir porque fue objeto de la guerra sicológica desatada por los aficionados hondureños. El hotel fue rodeado por una masa de gente. La gente les tiró piedras a las ventanas, golpearon con palos latas y galones de gasolina vacíos. Cohetes de pólvora no dejaban oír nada. Los autos parqueados delante del hotel hicieron sonar sus bocinas con ruido ensordecedor.
Los aficionados chiflaron, vocearon y gritaron groserías. Durante toda la noche. Todo para que el equipo visitante sin dormir, muerto de cansancio y nervioso perdiera el partido. En América Latina son pan de cada día estos métodos y a nadie sorprenden. Al otro día perdió el equipo de El Salvador vencido por el sueño frente a Honduras por 1-0.
3
Cuando el atacante hondureño Roberto Cardona hizo el gol de la victoria en el último minuto estaba la joven de dieciocho años Amelia Bolaños frente al televisor en El Salvador. Se paró, se lanzó al cajón del escritorio en donde su papá guardaba la pistola y se disparó una bala en el corazón. ”Joven no soportó ver a su patria arrodillada” decía al otro día el periódico salvadoreño “El Nacional”.
El entierro de Amelia Bolaños se transmitió por la televisión y toda la capital participó en el sepelio. A la cabeza de la procesión marchaba la guardia de honor del ejército llevando su estandarte. Detrás del féretro, que iba envuelto en la bandera nacional, iba el presidente de la república rodeado de sus ministros. Detrás del gobierno iba el onceno nacional del equipo salvadoreño, quienes esa misma mañana en medio de rechiflas y gritos habían abandonado el aeropuerto de Tegucigalpa y volado de regreso en un vuelo charter.
Pero una semana más tarde llegó la hora de la revancha en la capital de El Salvador, San Salvador, en el estadio de fútbol con el bello nombre de “Flor blanca”. Esta vez le llegó el turno al equipo de Honduras de pasar la noche en vela: la bulliciosa horda de fanáticos había roto todas las ventanas del hotel y tirado toneladas de huevos podridos, ratas muertas y harapos malolientes. Los deportistas fueron trasladados al estadio en vehículos blindados pertenecientes a la primera división mecanizada de El Salvador, lo cual los salvó del vengativo y sanguinario populacho parado a lo largo de la vía llevando retratos de la heroína nacional – Amelia Bolaños.
El estadio estaba rodeado de militares. Alrededor del campo de juego los soldados del cuerpo especial La Guardia Nacional formaron una cadena con ametralladoras listas para usar. Mientras sonaba el himno nacional de Honduras toda la arena aulló y rechifló. En lugar de la bandera de Honduras, que fue quemada a los ojos de los delirantes espectadores, los anfitriones izaron un trapo sucio en el asta.
Sobra decir que en medio de estas circunstancias los jugadores de Honduras no pensaron mucho en el juego. Solamente se concentraron en pensar en la forma de salir vivos de allí. “Por suerte perdimos el partido”, comentó aliviado el entrenador visitante Mario Griffin. El Salvador ganó 3-0. Del campo de fútbol el equipo hondureño fue conducido directamente al aeropuerto en los mismos vehículos blindados. Peor suerte corrieron sus hinchas. A golpes y patadas huyeron hacia la frontera. Dos seres humanos pagaron con su vida. Docenas fueron a parar al hospital. Ciento cincuenta autos pertenecientes a los visitantes fueron quemados. Horas después se cerraron las fronteras de ambos estados.
Fotografía extraída de: saladellamemoriaheysel.it/
4
Esta era la información que Luís había leído en los periódicos y por esto afirmaba que iba a haber guerra. Él había sido un reportero con mucha experiencia y tenía sus trucos. En América Latina nos decía, las fronteras entre fútbol y política son muy, pero muy débiles. Hay una larga lista de gobiernos que han perdido las elecciones o sufrido un golpe de estado por culpa de que la selección nacional ha perdido un partido de fútbol. Los que pierden son llamados traidores a la patria por los periódicos.
Cuando Brasil ganó el mundial en México, mi colega que era exilado político, dijo fuera de sí:
“Ahora pueden los militares de derecha gobernar tranquilos por lo menos cinco años más”.
En su marcha hacia el título mundial Brasil había vencido a Inglaterra. El periódico de Río de Janeiro Jornal dos Sportes publicó un artículo con el título “Jesucristo defendió a Brasil” aclarando la victoria de la siguiente manera:
“Cada vez que hubo un centro en contra de nosotros y un gol parecía inevitable, estiraba Jesús el pié desde las nubes y pateaba la bola hacia fuera.”
El artículo venía ilustrado con un dibujo en donde se mostraba el fenómeno sobrenatural. Quien va a fútbol puede arriesgar la vida. Por ejemplo durante un partido que México perdió contra Perú por 1- 2. Un frustrado hincha mexicano grito de broma: “¡Viva México!“ Un rato más tarde estaba muerto en las gradas linchado por la masa enfurecida. Pero hay casos en que los sentimientos inflamados tienen otras salidas.
México le ganó a Bélgica por 1-0. Un director de cárcel borracho por la victoria en Chilpancingo (estado de Guerrero), Augusto Mariaga, corrió por su cárcel, sacó la pistola e hizo disparos al aire mientras grita “¡Viva México!” Abrió todas las celdas y liberó a 142 condenados a cadena perpetua. El tribunal libera a Mariaga “porque” se puede leer en los considerandos de la sentencia,
“ha actuado bajo la influencia de sentimientos patrióticos”. “¿Crees que sea buena idea viajar a Honduras?” le pregunté a Luís, que para esta época era redactor del influyente y serio semanario Siempre. “Me parece que sí”, me contestó “algo va a pasar con seguridad”.
Al otro día me encontraba yo en Tegucigalpa.
5
A la madrugada voló un avión sobre la ciudad y soltó una bomba. Todos escuchamos la explosión. Las montañas de los alrededores devolvieron el fuerte sonido del metal rompiéndose y por eso algunos creyeron que se trataba de un gran ataque. En la ciudad cundió el pánico.
Salvadoreños residentes en Honduras refugiados en la sede de la Cruz Roja de San Miguel tras ser expulsados durante el conflicto entre ambos países. Foto/ AFP. Extraída de: cdn-pro.elsalvador.com
La gente se refugió en los portales y las tiendas cerraron. Autos abandonados quedaron en la mitad de la calle. Una mujer corriendo por la calle gritaba: “¡Mi hijito, mi hijito!” Después quedó todo en silencio y en calma. Sí, un silencio de muerte en la ciudad. Después de un rato se apagaron todas las luces y Tegucigalpa quedó sumida en la oscuridad. Yo salí corriendo para el hotel, me metí corriendo a mi habitación, puse un papel en la máquina de escribir y traté de redactar un despacho para Varsovia.
Yo tenía prisa porque yo sabía que yo era el único corresponsal extranjero en el lugar y yo podía ser el primero en anunciarle al mundo sobre el estallido de la guerra en América Central. Pero como estaba completamente oscuro en la habitación, no veía nada. Tanteando bajé la escalera y saqué una vela prestada. Subí a mi cuarto, prendí la vela y puse el radio transistor.
El locutor leía un comunicado del gobierno hondureño en donde se daba cuenta de que había estallado la guerra con El Salvador. Después leyó un cable en el que se relataba que el ejército de El Salvador había atacado a Honduras por todo el frente. Yo empecé a escribir:
TEGUCIGALPA (HONDURAS) PAP 14 JULIO VIA RADIO TROPICAL RCA HOY 6 EN LA NOCHE ESTALLÓ GUERRA ENTRE SALVADOR Y HONDURAS .STOP. AVIACIÓN SALVADOREÑA HA BOMBARDEADO 4 CIUDADES EN HONDURAS. STOP. AL MISMO TIEMPO EJÉRCITO SALVADOREÑO HA TRASPASADO FRONTERA DE HONDURAS INTENTANDO PENETRAR EN EL PAÍS. STOP. COMO RESPUESTA ATAQUE AVIONES HONDUREÑOS HAN BOMBARDEADO OBJETIVOS INDUSTRIALES Y ESTRATÉGICOS IMPORTANTES EN SALVADOR Y FUERZAS DE TIERRA HAN INICIADO DEFENSA.
En este momento alguien en la calle gritó “Apagá la luz” varias veces, cada vez más alto y angustiado, así que finalmente me vi obligado a soplar la vela. Yo seguí escribiendo a ciegas, al tacto, de vez en cuando prendía el encendedor para mirar el teclado.
SEGÚN RADIO CONTINÚAN LOS COMBATES POR TODO EL FRENTE Y HONDURAS PRODUCE FUERTES BAJAS AL EJERCITO SALVADOREÑO. STOP. GOBIERNO LLAMA A TODA LA NACIÓN A LA DEFENSA DE LA PATRIA AMENAZADA Y PIDE A LA ONU CONDENAR LA AGRESIÓN.
Bajé con el telegrama, encontré al dueño del hotel y traté de que me ayudara a encontrar a alguien que me acompañara al correo. Era mi primer día en Tegucigalpa y yo no conocía la ciudad. Grande no era –un cuarto de millón de habitantes solamente- pero como está construida sobre cerros tiene una red vial compleja. El dueño quería ayudarme pero no había nadie a mano y yo tenía prisa. Finalmente llamó a la policía. Ningún policía tenía tiempo. Entonces llamó a los bomberos.
Vinieron tres bomberos completamente equipados con cascos y hachas. Nos saludamos a ciegas, no les vi ni la cara. Les pedí suplicante que me llevaran al correo. Yo conocía Honduras bien, mentí, así que yo sabía de la amabilidad de la gente en este país. Yo estaba seguro de que no se iban a negar, les dije. Era de suma importancia que la comunidad internacional se enterara de la verdad, quién había empezado la guerra, quién había disparado primero y tal, y les aseguré que yo había escrito exactamente como había ocurrido. Así que había prisa y teníamos que apurarnos.
Abandonamos el hotel. La noche estaba oscura como el carbón, yo solo veía el trazado de la calle. Yo no sé por qué, pero nos hablábamos en susurros. Traté de grabarme el recorrido de memoria contando los pasos. Ya casi había llegado a los mil cuando los bomberos se pararon y uno de ellos golpeó en una puerta.
Fotografía extraída de: StreamServer
Una voz desde adentro nos preguntó que quiénes éramos. Después se abrió la puerta pero solo lo suficiente para no dejar escapar mucha luz. Ya estaba dentro de la oficina de correos. Me dijeron que tenía que esperar. En todo Honduras hay sólo un aparato de télex y estaba ocupado por el presidente de la república. Él estaba intercambiando ideas por télex con el embajador de Honduras en Washington, de quien quería que se dirigiera al gobierno de los Estados Unidos con una solicitud de ayuda armada.
Esto les tomó mucho tiempo porque el presidente y el embajador utilizaban un rico y florido lenguaje y para colmo de males la comunicación se cortó de manera abrupta. Solamente hasta la medianoche conseguí comunicación con Varsovia.
La máquina martilló el número TL 813 480 PAP VARSOVIA. Yo saltaba de la alegría. El operador me preguntó: “¿Es que Varsovia es un país?” “No es ningún país. Es una ciudad. El país se llama Polonia.” “Polonia, Polonia”, repetía, pero yo me di cuenta de que el nombre no le decía ni un carajo.
Le preguntó a Varsovia: HOW RECEIVED MGS BIBI ++=:? Y Varsovia respondió: RECEIVED OK OK GREE FOR RYSIEK TKS TKS +++!
6
Abracé al operador y le deseé que ojalá conservara el pellejo durante la guerra y me regresé para el hotel. Después de dos pasos me di cuenta de que estaba completamente perdido. Me encontraba en medio de una terrible oscuridad, cerrada, concentrada e intraspasable, como si alguien me hubiera tirado brea en los ojos, literalmente no veía nada, ni siquiera mi mano frente a mí. El cielo debería haberse cubierto nuevamente porque las estrellas habían desaparecido y no se veía ninguna luz en ninguna parte.
Estaba solo en medio de una ciudad extraña, para mí completamente desconocida a la que no veía y como que si hubiera desaparecido debajo de la tierra. El silencio era espantoso, la ciudad estaba callada como por encanto, ninguna una voz en ninguna parte, ni un sonido. Yo avanzaba como un ciego agarrándome de las paredes, vallas y rejas de las vitrinas. Como noté que mis pasos hacían mucho ruido empecé a caminar de puntillas. De repente sentí que la pared se había terminado, yo debería haber llegado a una calle transversal, o ¿sería una plaza? ¿O estaría al borde de un abismo? Tanteé el terreno con el zapato. ¡Asfalto! Estaba en una calle.
La pasé y me agarré nuevamente de una pared. No tenía ni idea de dónde estaba el correo o el hotel, estaba perdido pero seguía andando igual. De repente se escuchó un fuerte ruido, yo sentí que perdía el balance y me caí en el andén. Había tropezado con un tacho de basura. La calle tenía que tener una inclinación que empezaba justamente allí porque el tacho se fue rodando con un ruido ensordecedor. En este momento escuché las ventanas abriéndose alrededor mío y susurros histéricos y asustados: “¡Silenssio! ¡Silenssio!“.
La ciudad quería que el mundo exterior se olvidara de ella aquella noche, quería hundirse en la oscuridad y el silencio y se defendía ahora para no ser descubierta. A medida que rodaba el tacho vacío calle abajo, más ventanas se abrían y las voces susurrantes algunas veces suplicantes y otras furiosas: “¡Silenssio! ¡Silenssio!” Pero era imposible parar al monstruo de latón que avanzaba retumbando por las calles muertas como un poseso, traqueteando contra las piedras, chocando contra los postes de la luz y resonando como un trueno.
Yo me apretujé contra el andén. Acostado y asustado empecé a sudar. Tenía miedo de que empezaran a dispararme. Yo había traicionado a la ciudad. El enemigo podía haber escuchado el estruendo del tacho de basura y establecer la posición de Tegucigalpa, porque de otra manera no había forma de encontrar la ciudad en la oscuridad y el silencio. Solamente me quedaba una salida – huir lo más rápido y lejos posible. Me levanté y salí corriendo. La cabeza me dolía, al caerme me había golpeado duro contra el andén. Corrí como loco hasta que me estrellé contra algo y me caí de bruces y sentí el sabor de sangre en la boca. … Al amanecer me encontró una patrulla militar. “Tonto” dijo un sargento soñoliento
“¿y qué hacía de noche por fuera de la casa en mitad de la guerra?” Me miraron con desconfianza y querían llevarme a la estación de policía.
Fotografía extraída de: Ichef.bbci.co.uk
Por suerte llevaba mis documentos de identificación y pude contarles lo que había pasado. Me siguieron al hotel. Por el camino me dijo el sargento que los combates habían continuado a lo largo del frente durante toda la noche, pero que el frente estaba lejos y los disparos no se alcanzaban a escuchar en Tegucigalpa. …
7
La guerra del fútbol duró cien horas. Número de víctimas: seis mil muertos, mínimo el doble de heridos. Cerca de cinco mil personas perdieron sus casas y parcelas. Muchas poblaciones fueron destruidas. Como resultado de la intervención de los estados latinoamericanos cesaron ambos países las acciones hostiles, pero aún hoy hay escaramuzas en la frontera entre Honduras y El Salvador, seres human os mueren y poblaciones son incendiadas.
La causa real de la guerra fue la siguiente: El Salvador es el país más pequeño de América Central pero tiene la mayor densidad poblacional de todo el continente americano (más de 160 personas por kilómetro cuadrado. Falta espacio, aún más cuando la mayor parte de la tierra está en manos de las catorce familias del clan de terratenientes. La gente habla de “las catorce familias de El Salvador”. Mil terratenientes tienen diez veces más tierra que cien mil campesinos juntos. Una parte de los sin tierra y pobres había emigrado a Honduras, en donde había mucha tierra no cultivada sin dueño.
Honduras (con 112 000 kilómetros cuadrados) es casi seis veces más grande que El Salvador pero tiene una población igual a la mitad (cerca 2,5 millones.) Fue una silenciosa e ilegal emigración de la que el gobierno de Honduras se hizo el de la vista gorda durante muchos años.
Los campesinos de El Salvador se asentaron en Honduras, construyeron pueblos y vivieron una vida mejor que en su patria. Eran 300 000. En los sesenta hubo protestas de parte de los campesinos hondureños que pedían tierras. El gobierno había decidido hacer una reforma agraria. Pero como el gobierno era oligárquico, dependiente de los Estados Unidos, la reforma no tocó la tierra de los terratenientes ni la tierra de la United Fruit, que tiene plantaciones enormes en Honduras.
Significaba en cambio que los 300 000 inmigrantes salvadoreños deberían regresar a su país, en donde no tenían nada. Y el gobierno oligárquico de El Salvador temiendo una revolución campesina se opuso a recibir a esa gente. El gobierno hondureño persistió. El gobierno de El Salvador se negó. Las relaciones entre los dos países se tensaron. A ambos lados de la frontera se cultivó el odio y una campaña de desinformación en los periódicos. Se acusaron de hitleristas, enanos, borrachines, arañas, bandidos, ladrones y cosas por el estilo. Se hicieron progroms y se quemaron tiendas. Bajo estas circunstancias se dio el partido de fútbol entre los equipos de Honduras y El Salvador.
El partido definitivo se jugó en terreno neutral en México (El Salvador ganó 3-2) Los aficionados hondureños fueron colocados a un lado de la gradería y los de El Salvador en la otra, en la mitad se sentaron cinco mil policías mexicanos armados de fuertes bolillos. El fútbol inflamó los ánimos chauvinistas y el patriotismo trasnochado que se necesitaba para iniciar una guerra y fortalecer el poder oligárquico en ambos países. Los salvadoreños atacaron primero porque contaban con una victoria fácil basados en un ejército claramente superior.
La guerra terminó en empate. La frontera siguió siendo la misma. Es una frontera aproximada trazada a través de rastrojos y montañas reclamadas por ambos países. Algunos emigrantes han regresado a El Salvador, otros continúan hasta hoy en honduras. … 1969
Texto extraído del libro ” El Futbol A Sol Y Sombra” de Eduardo Galeano
En el verano de 1916, en plena guerra mundial, un capitán inglés se lanzó al asalto pateando una pelota. El capitán Nevill saltó del parapeto que lo protegía, y corriendo tras la pelota encabezó el asalto contra las trincheras alemanas. Su regimiento, que vacilaba, lo siguió. El capitán murió de un cañonazo, pero Inglaterra conquistó aquella tierra de nadie y pudo celebrar la batalla como la primera victoria del fútbol inglés en el frente de guerra.
Muchos años después, ya en los fines del siglo, el dueño del club Milan ganó las elecciones italianas con una consigna, ¡Forza Italia!, que provenía de las tribunas de los estadios. Silvio Berlusconi prometió que salvaría a Italia como había salvado al Milan, el superequipo campeón de todo, y los electores olvidaron que algunas de sus empresas estaban a la orilla de la ruina.
El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad. La escuadra italiana ganó los mundiales del ’34 y del ’38 en nombre de la patria y de Mussolini, y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludando al público con la palma de la mano extendida.
También para los nazis, el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento recuerda, en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Le habían advertido:
—Si ganan mueren.
Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.
Fotografía extraída de: Abc.es
Fútbol y patria, fútbol y pueblo: en 1934, mientras Bolivia y Paraguay se aniquilaban mutuamente en la guerra del Chaco, disputando un desierto pedazo de mapa, la Cruz Roja paraguaya formó un equipo de fútbol, que jugó en varias ciudades de Argentina y Uruguay y juntó bastante dinero para atender a los heridos de ambos bandos en el campo de batalla.
Tres años después, durante la guerra de España, dos equipos peregrinos fueron símbolos de la resistencia democrática. Mientras el general Franco, del brazo de Hitler y Mussolini, bombardeaba a la república española, una selección vasca recorría Europa y el club Barcelona disputaba partidos en Estados Unidos y en México. El gobierno vasco envió al equipo Euzkadi a Francia y a otros países con la misión de hacer propaganda y recaudar fondos para la defensa.
Simultáneamente, el club Barcelona se embarcó hacia América. Corría el año 1937, y ya el presidente del club Barcelona había caído bajo las balas franquistas. Ambos equipos encarnaron, en los campos de fútbol y también fuera de ellos, a la democracia acosada.
Sólo cuatro jugadores catalanes regresaron a España durante la guerra. De los vascos, apenas uno. Cuando la República fue vencida, la FIFA declaró en rebeldía a los jugadores exiliados, y los amenazó con la inhabilitación definitiva, pero unos cuantos consiguieron incorporarse al fútbol latinoamericano. Con varios vascos se formó, en México, el club España, que resultó imbatible en sus primeros tiempos. El delantero del equipo Euzkadi, Isidro Lángara, debutó en el fútbol argentino en 1939. En el primer partido metió cuatro goles.
Fue en el club San Lorenzo, donde también brilló Angel Zubieta, que había jugado en la línea media de Euzkadi. Después, en México, Lángara encabezó la tabla de goleadores de 1945 en el campeonato local.
El club modelo de la España de Franco, el Real Madrid, reinó en el mundo entre 1956 y 1960. Este equipo deslumbrante ganó al hilo cuatro copas de la Liga española, cinco copas de Europa y una intercontinental. El Real Madrid andaba por todas partes y siempre dejaba a la gente con la boca abierta. La dictadura de Franco había encontrado una insuperable embajada ambulante. Los goles que la radio transmitía eran clarinadas de triunfo más eficaces que el himno Cara al sol. En 1959, uno de los jefes del régimen, José Solís, pronunció un discurso de gratitud ante los jugadores, «porque gente que antes nos odiaba, ahora nos comprende gracias a vosotros».
Fotografía extraída de: Mundo Deportivo
Como el Cid Campeador, el Real Madrid reunía la virtudes de la Raza, aunque su famosa línea de ataque se parecía más bien a la Legión Extranjera. En ella brillaba un francés, Kopa, dos argentinos, Di Stéfano y Rial, el uruguayo Santamaría y el húngaro Puskas.
A Ferenk Puskas lo llamaban Cañoncito Pum, por las virtudes demoledoras de su pierna izquierda, que también sabía ser un guante. Otros húngaros, Ladislao Kubala, Zoltan Czibor y Sandor Kocsis, se lucían en el club Barcelona en esos años. En 1954 se colocó la primera piedra del Camp Nou, el gran estadio que nació de Kubala: el gentío que iba a verlo jugar, pases al milímetro, remates mortíferos, no cabía en el estadio anterior. Czibor, mientras tanto, sacaba chispas de los zapatos. El otro húngaro del Barcelona, Kocsis, era un gran cabeceador. Cabeza de oro, lo llamaban, y un mar de pañuelos celebraba sus goles. Dicen que Kocsis fue la mejor cabeza de Europa, después de Churchill.
En 1950, Kubala había integrado un equipo húngaro en el exilio, lo que le valió una suspensión de dos años, decretada por la FIFA. Después, la FIFA sancionó con más de un año de suspensión a Puskas, Czibor, Kocsis y otros húngaros que habían jugado en otro equipo en el exilio desde fines de 1956, cuando la invasión soviética aplastó la resurrección popular.
En 1958, en plena guerra de la independencia, Argelia formó una selección de fútbol que por primera vez vistió los colores patrios. Integraban su plantel Makhloufi, Ben Tifour y otros argelinos que jugaban profesionalmente en el fútbol francés.
Bloqueada por la potencia colonial, Argelia sólo consiguió jugar con Marruecos, país que por semejante pecado fue desafiliado de la FIFA durante algunos años, y además disputó unos pocos partidos sin trascendencia, organizados por los sindicatos deportivos de ciertos países árabes y del este de Europa. La FIFA cerró todas las puertas a la selección argelina y el fútbol francés castigó a esos jugadores decretando su muerte civil. Presos por contrato, ellos nunca más podrían volver a la actividad profesional.
Pero después Argelia conquistó la independencia, el fútbol francés no tuvo más remedio que volver a llamar a los jugadores que sus tribunas añoraban.
El mejor amigo del hombro, es el loro, dijo un pirata. El mejor amigo del hombre, es el perro, dijo Charles Burden, el norteamericano que inspiró la frase después de que tirotearan a su chucho Old Drum, una fría noche de 1869 en Warrenburg, Missouri.
La primera frase proviene de un meme en internet; la segunda, es la máxima que trasciende hasta hoy y que nos quiere recordar la película animada “Isla de Perros” (2018) del director Wes Anderson (1969), quien inspirado en “Hotel Budapest” (2014) -en la técnica-, y “Viaje a Darjeeling” (2007) -en las relaciones humanas- nos muestra con esta nueva producción el mundo de los afectos caninos.
Ya lo decía el viejo Mahatma Gandhi, parafraseando a Immanuel Kant, que una persona, lo mismo que una ciudad puede ser juzgada por el trato que dispensa a sus animales, y Megasaki, la ciudad distópica creada por Wes, y donde se desarrolla la trama, desea expulsar todos sus perros a raíz de una “aparente” epidemia de “gripe canina” que amenaza a sus habitantes.
Pero ¡vamos!, el asunto no es para tanto. La decisión “irrevocable” del mandatario de enviarlos lejos de la urbe se vuelve sospechosa, porque en el mundo futurista y tecnológico donde viven ¿por qué aún no inventan la vacuna para curar esa influenza? ¿es que el amor hacia las mascotas no mueve a compasión a los habitantes?
Imagen extraída de: Indiehoy
Además, claro, el pensar qué puede llegar a ser una ciudad sin esos amigos peludos, fiables, llenos de amor, veraces en sus afectos, predecibles en sus acciones, agradecidos y leales, en comparación con las personas.
Peter Singer, el filósofo animalista, y los seguidores de esta corriente, no estarían de acuerdo con lo que nos quiere plantear Wes, pero esa fue la idea que nació en los tres estudios digitales que realizaron la animación: American Empirical Pictures, Indian Paintbrush y Twentieth Century Fox, cuya labor de Stop Motion llama la atención por ser un trabajo bien labrado por el reconocido director.
Podría haber un par de inquietudes más sobre el tema, pero al ir avanzando con la historia se entiende que, como un Iceberg, debajo de la punta de esta decisión estatal, hay tres cuartas partes que los ciudadanos ignoran. Una de ellas es que el señor Kobayashi, el alcalde de la ciudad, odia los perros; otra, que los canes serán reemplazados por animales mecanizados; y una última, los gatos no quieren perder su posición de afecto que reciben de sus amos.
Aun así, los perros emprenden este éxodo forzado, (lo que es un alivio frente a la posibilidad del sacrificio pensada en Occidente) y son enviados a una especie de atolón, o lo que llaman, “una isla”, pero no la de los “bienaventurados”, sino a un basurero municipal, donde los chuchos estarán confinados a vivir y morir, sin posibilidad alguna.
Imagen extraída de: Mouse.latercera
Megasaki y sus ciudadanos parece no amar los animales, pero el niño Atari Kobayashi, sobrino del alcalde, de doce años, sí. Y de aquí la importancia de esta animación, o mejor, el punto de partida, para vislumbrar que un alma está despierta al sentir compasión por cualquier ser vivo. El adolescente, se enfrentará a una serie de dificultades y se iniciará en una aventura con todos los perros de la isla con tal de recuperar a su perro Spots, que, sin hacer distinción, lo han enviado a la “Isla de los Perros” fuera de la ciudad.
A esta pericia se sumará una niña pelirroja, pecosa y norteamericana llamada TracyWalker, que azuza a otros niños por medio de un movimiento animalista llamado Pro-Dog, para presionar al alcalde y hacerlo desistir de los planes, ahora si, de eliminar por completo a los peludos. Su injerencia, le costará la anulación de su residencia en el país nipón. Hasta que al final, después de varias situaciones tensas y amenazadoras, se descubre la vacuna que permitirá a los perros regresar a Megasaki y reestablecer así la amistad y el respeto para ellos.
Crítica
El portal digital de crítica cinematográfica Rotten Tomatoes calificó esta película animada en su “tomatómetro” con 89% de aprobación, lo cual es un saldo en verde, porque dice mucho de la dirección de Wes, el contenido y la originalidad de esta su última obra.
Por consenso se determinó, (y he aquí porque se recomienda verla), que este trabajo se orienta a los detalles, concientiza frente al tema del abandono animal, y logra transmitir y despertar sentimientos con los divertidos diálogos, que las voces de varios actores conocidos, presta a los personajes.
Fotografía extraída de: Medium
No hay duda de que el amor a los seres vivos debe ser incondicional. Una temática que ya venía acostumbrándonos el director desde obras como Fantastic Mr. Fox (2009) , the royal Tenenbaums (2001), Viaje a Darjeeling (2007), Rushmore (1998), Moonrise Kingdom (2012) y El Gran Hotel Budapest (2014), entre otras, que plantean conflictos, pero también, finales armoniosos.
En conclusión, Isla de Perros (2018) es una película para ver en familia porque transmite un mensaje que resuena de tiempo en tiempo, “que los perros son los mejores amigos del hombre”. Y a la inversa, y parafraseando a Lord Byron, mientras más se conoce a la gente, más amor se le debe a un perro.
Mejor dejémonos de confusiones y vayamos al grano. El chuño es sencillamente papa seca o deshidratada, cuyo proceso de elaboración consiste en congelar al aire libre los tubérculos enteros, aprovechando las noches gélidas del altiplano
Una tarde de aquellas en la que, gracias a Dios, no hacía mucho calor, me fui al populoso mercado de La Pampa en busca de la mítica planta del chuño y sólo hallé piedras: unos menudos guijarros casi negros y otros más grandes, de blanca apariencia, que al instante me hicieron pensar en las piedrecillas decorativas que se ponen en las macetas o en los bordes de los jardines.
No me hagan mucho caso, estoy hablando en modo turista, del que me disfracé, para arrancarle algunas fotos a las “caseritas” como aquí llamamos coloquialmente a las vendedoras. Los comerciantes son bastante desconfiados y hoscos cuando uno anda con su cámara por sus puestos de venta.
Resulta mejor poner cara de extranjero extraviado (en mi caso, con una barba de varios días paso por ‘turco’ o marroquí fácilmente), e imitar un acento vecino, a ser posible el porteño variando el habla por el voseo (ya si llevamos una camiseta albiceleste, mejor nos creerán, casi podría ser igualín al Higuaín ese, ¿viste que fácil, pibe?).
Chuño negro. Fotografía: José Crespo Arteaga.
Así haciéndome al gaucho pero sin exagerar, señalando los sacos con el dedo, le pregunté a una cholita qué eran esos productos. Ella me respondió socarronamente que eran piedras, cascajo para la construcción. ¿Y estas piedras se comen?, proseguí, siguiéndole el juego mientras contenía la risa. La joven se fue a atender a una señora que consultaba por los precios y yo aproveché para tomar varias instantáneas.
Claro que sabía que se comían, y con qué placer, además. Muchos años atrás, un amigo me confesó que siempre había creído que el chuño era otra planta más. Entre la risa y la incredulidad por su ingenuidad, le regañé que cómo era posible siendo él paisano y de la región andina. Si en nuestro país todavía hay quien cree en los florecimientos del chuño y otras curiosas leyendas, no me extrañaría que gentes de otras latitudes estén más confundidas al respecto.
Mejor dejémonos de confusiones y vayamos al grano. El chuño es sencillamente papa seca o deshidratada, cuyo proceso de elaboración consiste en congelar al aire libre los tubérculos enteros, aprovechando las noches gélidas del altiplano; posteriormente es secado al sol durante varios días hasta que adquiere una dureza de roca y color negruzco característicos. Para acelerar la deshidratación, los campesinos suelen aplastar a pata pelada los tubérculos blandos que yacen sobre una cubierta de paja brava o en el suelo mismo.
Tunta o chuño blanco. Fotografía: José Crespo Arteaga.
No se me asqueen, amables lectores, que el vino de toda la vida se elaboraba pisando las uvas de similar manera. Y todos tan contentos con ese licor de dioses.
Sorprende que solamente en Perú y Bolivia todavía perviva esta peculiar técnica de conservación de alimentos. Una fabulosa ‘tecnología’ ancestral que posiblemente data desde los tiempos de Tiahuanaco o tal vez antes. Naturalmente, forma parte de la dieta habitual de los pobladores andinos y es una buena fuente de calcio y hierro en una región donde escasean ciertos nutrientes. Una vez seco, se puede guardar por meses o años, asegurando de esta manera la supervivencia de las comunidades campesinas.
Diversos estudios aseguran que el almidón del chuño, al ser de absorción lenta, resulta adecuado para personas diabéticas y con problemas de colesterol.
Picante de gallina, un plato muy valluno. Fotografía: José Crespo Arteaga.
Por suerte para nosotros, este producto se ha impuesto en la gastronomía nacional, siendo el acompañante ideal para muchos guisos, especialmente los picantes. Al día de hoy es impensable un sugerente ají de lengua o un evocador picante de gallina sin su guarnición de chuño phuti (revuelto con huevo), ya que su consistencia suave y sabor terroso resulta neutral para poder apreciar todos los matices del guiso.
Asimismo, el chuño es el ingrediente principal del chairo, una sopa espesa y caliente que con el clima muy frío como el paceño, sienta de maravillas. Ni qué decir del fricasé, otro suculento potaje con carne de cerdo y granos de maíz pelado combinando perfectamente con chuños enteros.
El chuño es de amplia aceptación en las mesas bolivianas, no así la tunta o chuño blanco, un producto más escaso y cuyo proceso de obtención es más complejo ya que se elabora con variedades más selectas de papa la cual debe ser sumergida en agua luego del congelamiento y ‘lavada’ varias veces en corrientes o arroyos antes del desecado final.
Chairo, sopa típica de La Paz. Fotografía: José Crespo Arteaga.
La tunta posee una textura más sólida y crujiente y un sabor un tanto agrio que no siempre agrada a todos, a ratos recuerda al pelado de maíz blanco y a ratos tiene un sutil dejo de nuez. Esa indefinición me tiene cautivado desde el primer día en que me senté para saborearlo y no paro de alegrarme toda vez que alguien me pasa su ración para que yo la devore al instante.
Una vez más toca regocijarse por tan magnífica herencia prehispánica que ha sabido aglutinarse con elementos de la cocina europea para disfrute de todos nosotros, afortunados hambrientos de la comida mestiza y sus infinitas posibilidades. Para los que no tienen esa suerte les dejo esta floreciente canción, a modo de consuelo.
Lomito con salteado de chuño, un experimento mío. Fotografía: José Crespo Arteaga.
Cada novela que Octavio Escobar publica esconde un secreto. Ahora no estoy tan seguro del empleo del singular, porque tuve la sensación de que al llegar a la última página de Mar de leva, debo volver a la primera.
Cada novela que Octavio Escobar publica esconde un secreto.
A veces se trata de una historia que se cuenta a medias, no por defecto, sino porque el novelista precisa de un lector activo que completa, desde su saber y su memoria, esa historia sugerente.
En la mayoría de las veces se trata de un guiño, de un juego inteligente que obliga al lector a preguntarse por los nexos entre su obra y ese mar de leva que es la literatura privada en la que el autor surfea, para dar altura a la ola de su universo creativo.
A eso nos acostumbró Escobar Giraldo desde 1995, cuando publicó El último diario de Tony Flowers y encontramos en ella finos homenajes, con tinte negro, a las vidas y obras de autores como Lovecraft, Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway.
Ahora bien, cuando los guiños no se hacen a autores, entonces liga sus apuestas literarias a unas tendencias.
Imagen extraída de: Happybooks
Ahí están sus novelas Destinos intermedios (2010) y Después y antes de Dios (2014), cuyo desafío narrativo se comprende mejor cuando recordamos obras como La carretera de McCarthy o Cruising Paradise de Sam Shepard, esas historias tan americanas, tan esperpénticas y visuales, a las que la crítica engloba con el término On the road.
Escobar Giraldo se alimenta de esa tradición, desde luego, pero le agrega otra a la que le ha dedicado muchas horas de su vida: la cultura visual, en especial el cine y la televisión. De modo que los secretos que ocultan las obras de este escritor manizalita, tienen el refinamiento del vínculo erudito y la vertiginosidad de lo visual, traducido en diálogos breves, descripciones sucintas de atmósferas alteradas y metáforas plásticas de situaciones ambivalentes.
Esto emerge, como de un naufragio, en Mar de leva (2018), su última obra publicada.
No me referiré al secreto erudito que esta obra desliza desde la dedicatoria, cuando a un nombre femenino se le agrega una declaración recóndita: “devota del marinero de Berdyczów”.
Al final de la obra el narrador señalará un punto geográfico, para darle continente a un espacio hecho de recortes paisajísticos y travesías personales: Costaguana.
Fotografía extraída de: El Universal.
Este secreto, tan íntimo para el autor como la sal de la marea, lo vincula a una amplia literatura en la que los personajes salen de su casa, toman barcos, trenes, carros y aviones, enfrentan peligros, sueñan con aventuras portentosas, se despiertan en habitaciones de hotel al lado de una culpa, leen el horóscopo durante el desayuno, cargan en sus maletas con el lastre de su pasado y al final, si las cosas no se complican, regresan al lugar de la partida, acaso más escépticos y exhaustos.
Mejor me inclino por hablar de los misterios que atrapan los destinos de Mariana y su hijo Javier y de Elena, vieja amiga de una familia golpeada por un flagelo que en Colombia tiene sofisticaciones macabras: el secuestro.
Un fin de semana le basta a Mar de leva para que el lector bucee en las aguas inquietas de los lazos de familia, en esos secretos que suelen hacer de las parentelas nidos de arañas, con ciudad histórica de fondo, tras la sonoridad sensual que retumba en los videos de Rihanna.
El cine sí que ha sabido tejer esas redes emponzoñadas, sobre todo cuando acude al flasback para dar horizonte a lo imborrable en la conciencia de los personajes.
Vienen a mi memoria escenas de Mil acres (1997), la película en que Michelle Pfeiffer y Jessica Lange forman parte de una lista de hijas que han sido abusadas por un padre gamonal e impositivo.
Imagen extraída de: ssets.mubi.
Recuerdo los silencios de una bella película de Bertolucci, Un té en el Sahara, basada en la novela de Paul Bowles. En ella, una pareja de esposos intelectuales decide, después de la Guerra, emprender un viaje al norte de África, movida por el propósito de salvar su matrimonio. Pero el destino les depara, más allá del silencio y del sol abrasador del desierto, más allá de la experiencia con el cuerpo seductor intruso, un viaje interior que los arroja al abismo.
En Mar de leva el nudo cinematográfico se concentra en la relación de la médica Mariana con su hijo Javier, un muchacho próximo a cumplir quince años, capaz de sustraerse al mundo adulto de su madre a través de un celular que lo conecta, o bien a los retos que sortea para permanecer activo en el juego de Plantas contra zombis, o bien a la rutina de sus amigos, es decir, al estiramiento de su libido juvenil en permanente ebullición –o polinización– ahora que su novia Daniela prepara una piyamada con sus amigas, y él desea estar atento, celoso, a sus mínimos detalles.
El celular es una forma de exilio y a veces parece un oráculo que le acentúa el fastidio:
“Javier le escribió a Carlos Ricardo que se aburría oyendo hablar a dos mujeres de la época en la que aún estaban vivas”.
La respuesta de su amigo se dibuja en una risotada y estos detalles estimulan en el chico su deseo de hacerse invisible frente a las dos mujeres; no así al clima caliente y lascivo del lugar, donde el chico suele tener buen ojo para descubrir, entre la muchedumbre o en el cuerpo llamativo de Elena parlante, muslos, tetas, culos, labios y un etcétera de ardores que lo arrojan, enérgico, a los baños soporíferos de Onán.
La verdad, el viaje de descanso a un lugar costero no activa en la pareja una relación filial amorosa, pero sí un nexo de sobreentendidos y elusiones.
En este delicado vértice aparece la historia de Alejandro Guzmán, negociante de materiales e insumos agrícolas, un hombre al que le faltaban siete meses para cumplir cuarenta años cuando fue secuestrado, quizá, por delincuentes comunes.
Imagen extraída de: CNN español2
Alejandro se conoció con Mariana en sus años de estudiante universitaria, por la misma época en que Elena desistió de concluir sus estudios de medicina. Mientras Mariana, anegada por el licor dulce, se distiende frente a su amiga coqueta, desliza detalles sobre sus desencuentros con la familia de Alejandro y narra, en tono melodramático, la forma en que su marido fue secuestrado hace más de cuatro años, sin que nadie sepa aún algo de su paradero, Javier, en medio de su desesperación pajiza, de su indiferencia adolescente, parece tener más interiorizada, sin embargo, la pérdida de su padre, sobre todo cuando lo evoca en su complejidad afectiva de niño mimado y condensa su desaparición, su extrañamiento, en una imagen frecuente: “sus hermosas manos”.
Los silencios entre madre e hijo los ocupa Elena, una mujer dicharachera y generosa anfitriona, un tanto desparpajada, libre en asuntos amatorios, que se toma en serio su papel de guía por una ciudad costera llena de atractivos turísticos, en cuyas descripciones Elena comparte apuntes sobre la política local e historias de corruptelas, glamour e infidelidades, a las que no escapa ni siquiera el pasado de su padre.
El desparpajo dará pie a las invitaciones festivas y a los atrevimientos que, en todo caso, aceitan el nudo corredizo de los límites morales. Sobre todo los límites, ya un tanto difusos, tal vez perversos, entre madre e hijo. ¿Cómo celebrar el cumpleaños número quince de Javier? ¿Cómo lanzarlo, sin aspavientos, al tembloroso orbe de las relaciones sexuales, más allá de la mano amiga que lo auxilia en los baños?
Elena tiene la idea de que las dos, bajo ciertas medidas de seguridad, pueden acompañar a Javier a presenciar un show erótico en el que una pareja de lugareños se entregue al disfrute de sus cuerpos.
Escribí al comienzo que cada novela que Octavio Escobar publica esconde un secreto. Ahora no estoy tan seguro del empleo del singular, porque tuve la sensación de que al llegar a la última página de Mar de leva, debo volver a la primera, pues otras aguas parecen atropellarse contra mis certezas.
Fotografía extraída de: Menshealth
Por ejemplo: ¿qué pasa con la relación amorosa que Mariana sostiene con un hombre, mientras espera noticias de su marido? ¿Es consciente Mariana de que su hijo desdeñoso sabe más de sus andanzas de lo que ella supone? ¿Comparten las dos mujeres un historial sexual digno de una digresión? ¿Desea Mariana que su marido retorne a casa o ya se dio al dolor de su pérdida? ¿Por qué Javier nunca se refiere a Mariana como su madre? ¿Juega algún papel activo Elena en el despertar de Javier a su vida sexual?
No puedo hacer más preguntas, porque corro el riesgo de caer en las aguas hervidas del folletín. Pero esta historia, leve en apariencia, esconde corrientes turbulentas. Y en esos mares agitados, en esos litorales conradianos, Octavio Escobar Giraldo es un buen surfista.
Los sueños de una generación entera de niños son redondos como el balón que muchos de ellos abrazan al dormir, en reemplazo de los viejos muñecos de peluche.
Parecía la versión animada de un relato de los hermanos Grimm: el gran padre Pato, ataviado con la parafernalia del entrenador de fútbol, conducía la bandada de patitos, todos entre los siete y los diez años de edad, hacia el bus que los aguardaba al otro lado de la calle.
Este hombre tendrá dificultades para armar su equipo de niños: todos quieren ser el número 10, pensé mientras los miraba pasar, enfundados en sus camisetas rojas y amarillas con el número de James Rodriguez a la espalda.
Por lo visto este equipo no tendrá un sufrido arquero, un tenaz defensa centro, un laborioso volante mixto o un solitario delantero en punta. Nada de eso: en Colombia el cielo tiene hoy número propio, al punto de que un vendedor de lotería me contó que los billetes terminados en ese dígito se agotaron una vez conocido el traspaso del goleador del mundial al Real Madrid hace ya cuatro años.
Para algunos seres humanos los más caros sueños personales tienen todavía un sentido trascendente. Son algo así como una espiral que conduce a la plenitud del ser. Pero esos especímenes son cada vez más escasos: con la consolidación del consumo como fase extrema del capitalismo, esa plenitud adquirió forma material.
Fotografía extraída de: Youtube.
El sentido de la vida se redujo así a la posesión de objetos que, al devaluarse y perecer exigen una constante renovación para que su propietario no pierda valor ante la mirada de los otros.
Ese bello juego que una vez fue el fútbol no escapa a esta condición. Monopolizado por un cartel llamado FIFA y sus filiales nacionales, fue cooptado a su vez por los poderosos fabricantes de artículos deportivos. El caso más patético lo vivimos el día de la final del mundial de Brasil, cuando le fue otorgado un inmerecido trofeo como mejor jugador del campeonato a Lionel Messi, por manifiesta imposición de la firma Adidas, patrocinadora del evento y del jugador.
Hoy más que nunca, gracias a los resultados de la selección de fútbol y el traspaso de la mayoría de sus jugadores a clubes prestigiosos, los sueños de una generación entera de niños son redondos como el balón que muchos de ellos abrazan al dormir, en reemplazo de los viejos muñecos de peluche.
Por eso mismo, se hace urgente una reflexión que vaya más allá de las cuentas que los periodistas deportivos, encandilados por el resplandor del poder, repiten una y otra vez sobre las alucinantes sumas pagadas por los propietarios de los equipos por jugadores que, en contraprestación, garantizan una multiplicación de las ganancias en venta de camisetas, derechos de televisión, contratos de publicidad y boletería de ingreso a los estadios.
Fotografía extraída de: Palestina Libre
Tal como sucede con el narcotráfico, aquí también es fácil caer en la fascinación del dinero rápido y ganado a montones. De allí a una distorsión grave de los criterios de valoración media un solo paso.
Padres de familia, maestros, líderes de opinión y medios de comunicación deberían emprender una reflexión sobre ello. Para empezar, tendríamos que enseñarles a los pequeños que los logros de sus ídolos no se dieron por arte de magia. Son el resultado de un talento natural, claro, pero también de días, meses y años de entrenamientos, disciplina, rigor y privaciones.
Pero además deberíamos recordarles que no todos pueden llegar a la cima y eso no significa el fin del mundo. Y lo último, pero no menos importante, que el deporte, la música, la actuación y otras actividades sacralizadas por el negocio del entretenimiento pueden ser un fin en sí mismas, es decir, un camino para alcanzar cierta forma de plenitud y no un simple medio para hacerse millonario en un abrir y cerrar de ojos, como creen muchos padres y traficantes de jugadores.
En un escenario donde primen la mesura y la lucidez, los sueños redondos de esta generación tendrían menos probabilidades de convertirse en pesadillas cuando se den de narices con la dura realidad.
Cuando recibió la noticia de su expulsión Diego Maradona comprendió que el deporte responsable de su redención personal estaba en realidad manejado por la mano del diablo.
Hace ya treinta y dos años, en el mundial de México 86, Diego Armando Maradona le marcó un gol con la mano a Peter Shilton, el último de los grandes porteros ingleses, en un juego de cuartos de final.
El árbitro era el tunecino Alí Bin Nasser, quien fue uno de los pocos mortales aficionados al fútbol que no quiso, no pudo o no supo ver el tamaño de la infracción. Trepado en la cima más alta de su gloria, el diez argentino despachó el asunto con una frase destinada a la eternidad: “Lo hice con la mano de Dios”, sentenció el genial Diego con su humor particular amasado a partes iguales con el barro del arrabal y la poesía.
Años después el escritor mexicano Juan Villoro titularía un libro suyo con una idea parecida: Dios es redondo.
La dirigencia de la FIFA, encabezada en ese entonces por el brasileño Joao Havelange, tampoco quiso verlo. Al fin y al cabo Maradona era entonces su niño consentido, capaz de garantizar millonarias audiencias de prensa, radio y televisión que reportaban pingues ganancias a los participantes en el negocio.
Fotografía extraída de: Campodeportivo.mx
Apenas ocho años después, los mismos dirigentes expulsarían al Diego del mundial de Estados Unidos. ¿El pretexto? El jugador dio positivo en una muestra de laboratorio tomada después de uno de los juegos.
Por supuesto, nadie se creyó la historia de indignación moral y posterior castigo por el de sobra conocido consumo de cocaína del muchacho de barrio convertido en leyenda. Existían razones de peso para el escepticismo : en realidad a Maradona le cobraban el haber denunciado los abusos de los organizadores de un torneo creado para masificar el fútbol en un mercado tan apetecido como el de los Estados Unidos, monopolizado hasta entonces por el beisbol y el baloncesto.
El capitán de la selección campeona en México hizo público su descontento y el de buena parte de sus colegas por los horarios en que los obligaban a jugar para garantizar televidentes en Europa y otros continentes. Y no le faltaba razón: un partido disputado a pleno medio día del mes de junio en lugares de suyo calurosos como Texas representaba un atentado para la salud misma de los deportistas.
Cuando recibió la noticia de su expulsión Diego Maradona comprendió que el deporte responsable de su redención personal estaba en realidad manejado por la mano del diablo.
Fotografía extraída de: Cinefila.mx/
Las razones para ello son largas de enumerar, pero podemos avanzar algunas. En Sur América abundan los ejemplos: equipos arruinados como instituciones mientras la mafia de los empresarios particulares llena sus arcas con las transferencias de los futbolistas, cuyo monto alcanza cifras de delirio. Un alto porcentaje de los partidos se juega en estadios vacíos porque los aficionados ya no le interesan a nadie. En realidad el negocio está concebido para la televisión y la publicidad. Por eso se multiplican los torneos año tras año y con ellos se incrementan las lesiones de los deportistas, muchos de ellos carentes de los mínimos servicios de seguridad social.
Hace cosa de una década se empezaron a multiplicar en Europa las ONG´s creadas con un solo propósito: rescatar en las calles de las grandes ciudades a cientos de niños y jóvenes abandonados por los traficantes de piernas– así los llamó el escritor uruguayo Eduardo Galeano– cuando no pueden pasar las rigurosas pruebas de las grandes escuelas.
Claro: no todos pueden ser Messi, Ronaldo o Ibrahimovic. Nada más en mi ciudad, conocí la historia de un par de muchachos abandonados en territorio español por uno de esos vendedores de ilusiones.
Para completar el cuadro surgieron los escándalos de corrupción ligados a la adjudicación del mundial 2022 al emirato de Qatar, el segundo país más pequeño del Golfo y el más rico del mundo según los eruditos de las finanzas.
Fotografía extraída de: Hiiraanweyn.net
La saga de trampas y sobornos que va desde los presidentes de las confederaciones hasta el mismísimo trono de los sucesores de Joseph Blatter, hace ver a los mafiosos convencionales como aprendices sin norte.
Entre tanto, millones de niños en las aldeas más pobres de la tierra seguirán viendo en un balón el camino más corto para divertirse y de paso salir de su miseria de siglos. No importa si lo suyo se parece cada vez menos a ese jogo bonito forjado por híbridos de poetas y deportistas llamados Garrincha, Pedernera, Sotil o Maravilla Gamboa.
El próximo 17 de junio, al verme enfrentada ante una disyuntiva irremediable entre dos extremos con los que no me identifico, cuyas prácticas políticas no puedo suscribir
El próximo domingo en Colombia se llevará a cabo la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Desde el instante en que se conocieron los resultados de la primera vuelta, los candidatos ganadores se lanzaron a la conquista de los votos que no los acompañaron en la primera jornada.
En ese proceso, lo que hemos presenciado en estos últimos días ha sido la moderación de sus posturas.
Fotografía extraída de: RCN Radio.
Gustavo Petro es quizás quién de manera más llamativa ha suavizado sus anteriores propuestas. Ahora ya no quiere expropiar, y su discurso pro Estado ha sido reemplazado por una simpática alusión al desarrollo del capitalismo. Incluso, recibió de la mano de Antanas Mockus y Claudia López, en el acto de adhesión a su campaña, una versión de las “tablas de la ley”; lo cual va en consonancia con la representación de redentor que ya venía perfilando en sus intervenciones públicas (recordar el Twitter en que anuncia que la Colombia Humana va a partir las aguas y a guiar al pueblo para liberarlo de la esclavitud).
Por su parte, Iván Duque se ha echado para atrás, de manera poco clara, de su propuesta inicial de unificar las Cortes. Igualmente, en estos últimos días ha dicho que no hará trizas los acuerdos, pero que revisará algunos temas; y de la mano de su mentor y figura más representativa de su partido, el expresidente Alvaro Uribe, ha invitado a los “no heterosexuales” a unirse a su campaña.
Es decir, un candidato se nos presenta como el profeta que habrá de liberar a su pueblo de la esclavitud y conducirlo a la tierra prometida, y el otro apela a los giros del lenguaje para morigerar lo que ha afirmado.
Fotografía extraída de: Semana.com
Entonces, pienso que nada de esto es serio, y recuerdo la decepción que me produjo la lectura de ambos programas de gobierno (el de Duque y el de Petro), por razones que no cabe exponer en este artículo, motivo por la cual tuve que acudir a la lectura de Guy Debord y su libro “La Sociedad del Espectáculo”, para comprender lo que estaba presenciando.
El próximo 17 de junio, al verme enfrentada ante una disyuntiva irremediable entre dos extremos con los que no me identifico, cuyas prácticas políticas no puedo suscribir; y a pesar de la presión de uno y otro lado para que decida mi voto a su favor, la tercera casilla (voto en blanco) seguirá siendo la forma válida para manifestar mi inconformismo, la manera de salir del falso dilema en que quieren instalarnos para presionar una decisión. Si ninguna de las dos alternativas ha logrado convencerme a partir de argumentos, no es verdad que sea mi deber sumarme a una u otra y legitimar con mi voto lo que por principios no me es posible compartir.
Más bien, de la mano de algunos líderes coherentes como el propio Fajardo, Robledo o De La Calle, me sumo a la intención de consolidar una opción de centro, que se perfile como una realidad de control político, cualquiera sea el ganador este próximo domingo.